Dongola, Nasser y las puertas al paraíso...
Nasser con la banda... |
Cómo será, que después de una hora, y cuando ya teníamos las pulsaciones bastantes bajas, apareció un policía super amable, tranquilo, y por suerte mucho más lúcido que nosotros, que en menos de diez segundos decretó que éramos unos infelices, y que aunque merecíamos morir, él, en su rol de policía no lo podía permitir, y nos metió inmediátamente en una camioneta con aire acondicionado y un aviva boludos, a ver si así recapacitábamos. Hacía tanto que no sentíamos aire acondicionado que decidimos que lo íbamos a disfrutar más con Coca Cola... y la comodidad era tanta, que nos olvidamos de putear porque no nos habían dejado hacer dedo. Era como volver a saborear los "avances" de la humanidad. Hasta dormir podíamos...
Y bueno, lo vivimos casi como una teletransportación. Nos reatomizamos nuevamente en la calle principal de Dongola, y así como bajamos, nos fuimos a buscar una de las típicas pensiones sudanesas del desierto, que vale la pena decir que son un concepto fantástico, sencillo y super bien logrado, cuyo mayor atributo reposa en su confortable rusticidad.
Consisten en colchones montados sobre unas camas tejidas a mano con hilo grueso, ubicadas dentro de cualquier tipo de predio (ya sea un patio, una habitación, una terraza, etc). Se encuentran generalmente distribuídas y ordenadas una al lado de la otra, tipo cuartel. La mayoría están totalmente al aire libre, delirio que hace que cuando uno se despierta esos segundos durante la noche para darse vuelta o cambiar de posición, el cielo del desierto se caiga entero encima con sus millones de estrellas y constelaciones, una imagen que dilata notoriamente los movimientos y hasta los desvela.
Nunca llueve, de noche la temperatura es más que ideal, y no hay mosquitos. Los hoteles de Sudán son joda. En este contexto cómodo y amigable, sólo faltaba que aparezca Nasser, el dueño de las susodichas camas en el hostal de Dongola. Hospitalario, generoso, bien humorado, pero con los ojos más sufridos que vimos en mucho tiempo. Nasser tenía un timing y una forma de dirigir y marcar las situaciones que hacía pensar que se las sabía todas. Inspiraba un fuerte respeto, y hablaba con el tono firme, pero que deslizaba la tranquilidad de quien sabe que tiene razón.
Nunca llueve, de noche la temperatura es más que ideal, y no hay mosquitos. Los hoteles de Sudán son joda. En este contexto cómodo y amigable, sólo faltaba que aparezca Nasser, el dueño de las susodichas camas en el hostal de Dongola. Hospitalario, generoso, bien humorado, pero con los ojos más sufridos que vimos en mucho tiempo. Nasser tenía un timing y una forma de dirigir y marcar las situaciones que hacía pensar que se las sabía todas. Inspiraba un fuerte respeto, y hablaba con el tono firme, pero que deslizaba la tranquilidad de quien sabe que tiene razón.
Apenas llegamos nos invitó una pepsi y nos convidó dos rondas de puchos al hilo. Puso un partido de tenis, switcheó del árabe al inglés, y ahí mismo frente a la caja boba, nos pusimos a charlar y pasar el tiempo. El tipo cargaba una vida dura y complicada en sus espaldas, que se remontaba y se empezaba a contar a sus andanzas fuera de Sudán, motivadas principalmente por cuestiones económicas y familiares.
Había vivido en varios países europeos, pero principalmente en Suiza, en donde había aprendido alemán con “la ayuda de Alá”. básicamente nos contó que trabajaba veinte horas por día y que la vida para un árabe en Suiza resultaba muy dura, que todavía acarreaba consecuencias en sus piernas por los esfuerzos que le exigían realizar en los distintos trabajos.
Y pitos van, cornetas vienen, el tipo terminó contando que hizo un viaje a Estados Unidos para probar suerte y ver si le iba un poco mejor, pero resultó ser que cayó en la volteada (cuac) de las torres gemelas, y lo detuvieron sin motivo ni justificación sólo por ser musulmán, sospechoso de estar implicado de alguna manera en los atentados del once de septiembre.
Así, Nasser se comió dos años en una prisión en Miami sin que nadie le explicara por qué, y un buen día cuando se cansaron, lo absolvieron y lo deportaron nuevamente para Suiza. Añadió que dentro de la celda se molían a piñas “every five minutes”, cara que me quedó grabada por la dureza que trasladaba. Contó que mataba el tiempo jugando a las cartas con otro que no hablaba su idioma, y como no podría ser de otra manera, rezando.
Cuento esta historia porque el tipo había sacado toda su generosidad, su entendimiento, su compasión, y su comprensión del mundo de las situaciones más adversas, difíciles y sacrificadas que se puedan transitar. Dijo con tono firme, pero sin la menor agresividad: “En Europa la gente es fría e individualista, muy pocos son los que están dispuestos a ayudar, y no se interesan por los que tienen alrededor. No hacen sacrificios y se creen más que los demás...”; a lo que agregó: “Acá en Sudán la vida es más simple y el interés principal es vivir una vida para compartir”... y si uno miraba alrededor lo podía corroborar. Joya sudanesa.
Cuento esta historia porque el tipo había sacado toda su generosidad, su entendimiento, su compasión, y su comprensión del mundo de las situaciones más adversas, difíciles y sacrificadas que se puedan transitar. Dijo con tono firme, pero sin la menor agresividad: “En Europa la gente es fría e individualista, muy pocos son los que están dispuestos a ayudar, y no se interesan por los que tienen alrededor. No hacen sacrificios y se creen más que los demás...”; a lo que agregó: “Acá en Sudán la vida es más simple y el interés principal es vivir una vida para compartir”... y si uno miraba alrededor lo podía corroborar. Joya sudanesa.
Nasser era creyente en un 100%, y esa creencia y convicción, parecía ser lo que lo había salvado de agarrar un tanque de guerra y salir a matar gente. De esta manera aceptaba su destino porque "Alá así lo había planificado", y todo terminaba siendo parte de la sapiencia y de la experiencia que "Alá tenía asignada para él". Inclusive los idiomas que había aprendido sin libros, ni lecciones, ya que "Alá lo había ayudado".
Eran de esos tipos magnéticos, con los que uno quiere charlar un rato largo. Ese tipo de personas que sacan cartas de abajo de la manga, que obligan repensar y considerar cosas que a veces a uno se le olvidan, y que ayudan a reparar esa bolsa de valores básica, que en más de una oportunidad se nos desfonda.
El resto de la estadía en Dongola no tuvo mucho más para rescatar, sólo decir que estábamos abriendo las puertas del último tramo de ruta que transitaríamos en Sudán. Se venía Wadi Halfa y el todo o nada de meternos en el barco y cruzar la última frontera de esta troop en África. En el próximo post entonces: la salida hacia Aswan, un viaje por el Nilo imposible de olvidar y el cumple de Juan, nuestro compañero de viaje continental...
Eran de esos tipos magnéticos, con los que uno quiere charlar un rato largo. Ese tipo de personas que sacan cartas de abajo de la manga, que obligan repensar y considerar cosas que a veces a uno se le olvidan, y que ayudan a reparar esa bolsa de valores básica, que en más de una oportunidad se nos desfonda.
El resto de la estadía en Dongola no tuvo mucho más para rescatar, sólo decir que estábamos abriendo las puertas del último tramo de ruta que transitaríamos en Sudán. Se venía Wadi Halfa y el todo o nada de meternos en el barco y cruzar la última frontera de esta troop en África. En el próximo post entonces: la salida hacia Aswan, un viaje por el Nilo imposible de olvidar y el cumple de Juan, nuestro compañero de viaje continental...
Nasser: gracias por todo, más que nada por tanto despliegue de integridad, y a todos ustedes manga de maracas, los vemos en la próxima cuando el facebook les anuncie que tenemos que brindar. ¡Hasta entonces!
Al dedeando a orillas del Nilo...
Que aventura. me recuerda a un pueblito de una provincia de Argentina, donde sacabamos las camas para dormir afuera, porque dentro de las casas hace mucho calor en verano, no tienen energia electrica, bien rustico. Pero, muchas veces mientras dormiamos teniamos que entrar corriendo con los colchones porque se ponia a llover, y sino, nos comian los mosquitos. Asi que la gente de ahi, juntaba las heces secas de las vacas que se encendian con fuego y al ir quemandose larga humo con lo que se auyenta a los mosquitos, asi podiamos dormir tranquilos toda la noche. que aventura de mochileros
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