Y así los días con el "Tincho" fueron transcurriendo
entre aventura y aventura, acontecimientos históricos, algún que otro desmayo
fuera de agenda, y vagas excursiones por la periferia de esta mini aldea anglo
africana apodada Grahamstown. Luego del funeral del gran Nelson Mandela, lo que
titilaba en la lista de actividades eran los preparativos para festejar la
llegada de una nueva navidad y de un más que próspero año nuevo. Así fue que en la pileta de nuestra pequeña mansión (que ya había dejado de ser la Casa Latina),
entre chapuzones y mucho cloro, y mientras el Tincho planeaba un recorrido
por algunos países de África, fuimos poniendo a punto las parrillas, colgando
las guirnaldas, y apilando una buena cantidad de botellas vacías que
necesitaban ser reutilizadas.
La casa, de “Casa Latina”, pasó a ser “Casa Pueblo”.
Casi a toda hora y por una buena cantidad de inverosímiles e inventados motivos,
se veía gente que entraba, salía, vivía, dormía, o se infiltraba. Nadie parecía
intentar el menor esfuerzo por mantener controlada su incordura mental,
emocional, o física. Los mundos se entrelazaban y colapsaban principalmente en
la inmensidad de la cocina o en la frescura del patio, aunque también se podía
ver gente desvariando en alguna de las habitaciones, y hasta dentro del baño.
Las interacciones poco a poco se iban tornando virtuales, y mucho a mucho,
cuánto más alcohol o porro las adornaban. En fin... casi siempre llegaba ése
momento que se podría describir como "pseudo-psico-esquizo-pirotecnia". Personas
que iban perdiendo el control de una deteriorada emo-cionalidad y entonces... Piuuuu
piuuuu...
"Casa Pueblo"...
Chapoteando...
Por suerte, mucho más acá de estos por mayores,
estaba la parrilla, y por suerte atrás de la parrilla y de las artes
culinarias, lo teníamos al "Tincho" desparramando ideas, sonrisas, y su particular alegría de
vivir. El "Tincho" mediaba energéticamente una realidad que surfeaba en español
las contingencias del mundo inglés, como un desatanudos de las problemáticas de
la incontención, que provienen de quien no puede exponer sus problemas clara y
abiertamente, y prefiere provocar escándalos para llamar la atención que verse
sentado delante de un espejo que lo desnude y lo mande a “trabajar” al menos
por una mísera vez en su vida. La psicología de la comodidad post-colonización,
muy culposa al darse cuenta que los demás no tienen nada de lo que uno tiene,
pero lo suficientemente vaga como para no hacer nada al respecto. También
estaban los vagos emocionales naturales, que simplemente succionaban la
psicopatía del ambiente y la reciclaban a una especie de droga a través de la cual
exculparse, evadirse de la realidad, y por qué no, de su propia miseria.
Canale por dos...
Vico alentando el fuego...
Esas pizzas a la parrilla...
Las fiestas, más allá de toda esta psicopatía propia
de personas que no tienen ninguna motivación en la vida, fueron muy divertidas,
y por qué no reconocerlo, gracias también a todo lo anteriormente expuesto, profundamente
memorables. De carne a la parrilla pasábamos a pizza a la parrilla, como de la
pileta de casa pasábamos a alguna otra pileta de alguna otra casa, como de
cerveza pasábamos a vino, y de repente y casi sin quererlo, llegábamos a la
botella de tekila. Entre tanto comíamos uvas de la parra y le cuidábamos los
perritos al vecino. Nos íbamos y veníamos a lugares que aún no termino de
recordar qué, o adónde eran. Cada tanto alguien aparecía en algún auto, nos
enfrascaba y nos llevaba. Lo que no faltaba, gracias a dios en todas sus
mentirosas facetas, era porro. Los había de toda la gama cromática de los
verdes... que llegaban hasta un chillón y casi imperceptible pelirrojo Mohicano. Las
patadas en la pera eran la mejor parte. El día estaba constantemente prendido.
Los brillantes poderes nocturnos de linterna verde y otras capas de una hiper-realidad aumentada.
Vibras navideñas...
El fin del 2013 llegaba cargado de cierres de
puertas dimensionales y conclusiones de ciclos de vida que ya se habían agotado
lo suficiente. Si el ser humano supiera soltar a tiempo se ahorraría bastante sufrimiento y utilizaría muchísimo mejor su energía, pero... Lo más rescatable,
antes de meternos de lleno en un 2014 inclasificable, fue que el "Tincho" nos adornó la periferia, nos
puso signos de exclamación al cierre del año, y nos dejó envueltos en un
torbellino energético, que como pequeños colchones de algodón, supieron
amortiguar algunos infantiles golpes de la vida. Es que a veces los niños
pueden ser, además de manipuladores, crueles; actos que podemos atribuir a una
correlación intrínseca de un estadio emocional básico, primario y caprichoso,
que no sabe negociar ni con el entorno, ni mucho menos con su propio tirano
interno. El estancamiento pre-conceptual de un ser humano que no puede hacer el
más básico acto de abstracción para entender su función en el mundo.
Carnitas a la Vico...
La gula loca...
Donde hubo fuego... escabio queda...
Infinita mezcla y superposición de sentimientos. Un
collage de vida tan inentendible como los párrafos que lo preceden. Sigo
extrañando la “Casa Latina”, pero no extraño demasiado a la “Casa Pueblo”. Pediría
una nueva oportunidad para gritar algún sentimiento que quedó estancado. En
aquel momento no hubo ni tiempo para eso. Había que tomarse un avión a
Argentina con cierta urgencia interna. Había que ir a recuperar una libertad
que por algún inentendible motivo parecía haberse esfumado, o mejor dicho, camuflado... Comenzaba un proceso muy intenso de aprendizaje sobre los compromisos que uno
asume, pero principalmente sobre cómo enfrentarlos. Un mano a mano, o un cara a
cara con la vida, esa que te dice: “ahora te toca a vos, a ver si te la bancas”. La vida es una mujer hermosa que sonríe puramente mientras te guiña un ojo y te
besa en la boca, llena de ese potencial costo de no volvértela a encontrar nunca
más. Llena de duda eterna... Yo como siempre me fui corriendo detrás de aquel
sentimiento, que aunque sé que tampoco es real, es en el único que creo. Siempre tengo
una imagen en mi memoria que me hace sentir mejor. Ya del otro lado del charco,
escribo estas últimas memorias de un
viaje que necesitaba, a través de este relato, ser concluido. Lleno de besos,
de amor, y de inquisitivas miradas voy a seguir recorriendo el mundo, con el
sólo objetivo de encontrarme una, y otra, y otra, y otra vez, con el infinito
caudal de sentimientos que se conjugan en la existencia. Muchas gracias por
leer.
Lamentablemente, como siempre le sucede a la vida, la termina la muerte.
En este caso, lamentablemente bis, le tocó este temita existencial a la persona
más conocida, más representativa, más
querida, y más, si se me permite la polémica, revolucionaria de Sudáfrica: el
inigualable Nelson Rolihlahla Mandela. Y demos gracias a dios, polémica bis
mediante, ya que los últimos meses, quizás debería decir últimos años, estuvieron
teñidos de rumores que aseguraban que: "ya se había muerto", que "no estaba muerto",
que "lo ocultaban por asuntos políticos", que "por las elecciones", que no, que sí, que patatí, que patatá. Una polémica bis bis de lo más indecorosa andar matando y
reviviendo cada quince días a una figura de la talla del gran Nelson.
Por supuesto que apenas fue totalmente confirmado el deceso, tanto por la
prensa nacional, internacional, como marciana, el planeta entero se empezó a
calzar el traje de luto para una despedida que auguraba y prometía dignificar muy
seriamente a su carismática y conmovedora figura. El velatorio se celebraría en
su pueblo natal, un pequeño y apacible páramo perdido en el tiempo, que dista poco
más de trescientos kilómetros de Grahamstown, llamado Qunu. Como el gobierno
empezó a temer que el país entero se movilice (y se genere un caos sin
precedentes), empezaron a desmotivar a la gente por radio, tv, y mensajitos en
botellas piratas, vociferando que tanto las rutas, como Qunu, iban a
permanecer cerrados al público. La real realidad es que Qunu casi no tiene estructura
para mantener a sus poquitos habitantes; muy difícil imaginarlo recibiendo a un
país.
Alrededores de Qunu...
El vecindario...
El vecindario bis...
Pero como nosotros cada tanto nos permitimos ser bien argentinos, y
porque el ser testigos de la historia es algo que en general no nos gusta dejar
pasar, decidimos que estando tan cerca, no podíamos dejarnos amedrentar por
mensajitos gubernamentales y prohibiciones absurdas, y nos abocamos a alistar las
carpas, y a setear la cara a modo “piedra”, para ver si con estos dos pequeños,
pero muy efectivos recursos, lográbamos decirle “bye bye” al Tata desde la
menor distancia posible. La ligación emocional con Mandela había quedado muy
marcada desde el documental que realizamos en Sudáfrica a finales del 2009, el
Tincho estaba de visita, y la promesa de profundas emociones quedaba al
descubierto en la imaginación... en esa proyección cerebro-espiritual futurista de la satisfacción que sabemos que nos va a producir decirle “chau” a alguien
de la forma más sentida. Un “chau” que más que un chau es un: “hasta siempre y
muchas gracias por tanto amigo”.
Así fue que llegamos a las inmediaciones de Qunu a eso de las nueve de
la noche. Para nuestra gran sorpresa, los mensajes gubernamentales habían
resultado por demás efectivos. La ruta se notaba tranquila, la invasión de
gente no era tal, los autos no existían, y el supuesto quilombo con el que
creíamos que nos íbamos a encontrar, se había reemplazado por el más
inquietante silencio. Nos obligaron a tomar un desvío, pero apenas vimos el
huequito nos metimos al pueblo. La prensa internacional probablemente estaría
en Mthatha, la ciudad más cercana y única infraestructura posible para
contener a tanto periodista peligroso y suelto por Sudáfrica. Divisamos un
pequeño descampado al costado de la ruta, y sin llamar demasiado la atención nos
desviamos, armamos la carpa, y nos quedamos muy quietitos fumando uno y disfrutando
del movimiento nocturno. Cuando por fin bajó el cansancio, sacamos las bolsas
de dormir, y a recuperar energías para un día memorable.
Descampado hacia el infinito...
Del otro lado de la ruta...
Lo primero que respiramos al despertarnos fue la fragancia de la
congoja en el ambiente. La exaltación de la vida y de los valores más nobles se entre mezclaban con los amables rayos de sol de las mañanas del Transkai.
Estábamos a punto de ser parte de uno de esos días para no olvidar, de una
leyenda atemporal que pasará de boca en boca por largo tiempo y muchas generaciones.
La periferia estaba invadida de colectivos de larga distancia, de bandas
militares, de personas que curioseaban, y de cámaras y gente de prensa. El
movimiento de personas y el tráfico de vehículos estaban enmarcados en el
cuidado y la ternura que el día se merecía. Nadie quería sobrepasar los niveles
sonoros del murmullo. El respeto, mucho más que profundo, era el valor absoluto
e inquebrantable que enmarcaba la totalidad de movimientos de la vida. En ese
contexto y bajo tan exclusiva fragancia, nos empezamos a mover muy sigilosamente
para dilucidar cuál era el camino más corto y viable para llegar hasta la casa de Mandela
en Qunu, lugar desde donde comenzaría la procesión del ataúd hasta una carpa especialmente
armada para el velatorio.
Preparativos, desfiles y simbolismos varios...
La carpa funeraria...
Intentamos el camino principal más alguno que otro aledaño, pero en ambas
ocasiones nos rebotaron los policías. Esos dos rebotes sirvieron para darnos
cuenta que la única posibilidad que teníamos era meternos por el medio del
pueblo, disimulando nuestras presencias de casa de casa, y de esa manera
acercarnos lo más posible hasta el objetivo. Y como muchas veces sucede en la
vida, la vida se deja, promete, desafía, pero después cumple. Avanzamos sin
problemas entre la humildad de Qunu, entre la sonrisa de su gente, entre la
sorpresa que expresaban al ver a esta banda de blanquitos abriéndose paso entre
malezas y alambrados. Sin prisa, pero sin pausa, logramos meternos de lleno en
el tramo final que desembocaría directamente en las puertas de la casa del Tata. Un militar nos frenó, nos vio con la cámara al hombro, pero solo atinó a
pedirnos que por favor no sacáramos fotos. Nos dejó pasar. Llegamos. Tibiamente se
descolgaron esas risas de emoción contenidas en el alma.
Ya entreverados con militares muy uniformados y muy alineados sobre la
ruta, empezaron a sonar los redoblantes... y la magia sucedió. El cajón de Nelson apareció
desde la parte posterior de la casa y la procesión se puso en marcha. Luego: caminar
por afuera del alambrado acompañando el sentimiento... dejando que la emoción se
apodere y nos invada, nos toque por dentro, nos acaricie el alma, nos fuerce a
ajustar los gestos de la cara, lubricando los mecanismos de una existencia que
rebalsa de emoción y de lágrimas que el cuerpo exprime por los ojos. Una vez
que el féretro dobló la primera esquina, el cajón en vez de acercarse se empezó
a alejar, y con ello las emociones se empezaron a estabilizar, a equilibrar, y se
declararon en manso reposo contemplativo. En aquel momento me sentí
recompensado y bendecido con la varita mágica de las conclusiones de los ciclos
de vida. Como muchas veces sucede bis, en aquel momento volví a comprobar que las
obras que concluyen y determinan una vida, no son de ninguna manera las que
puedan llegar a tomar cualquier forma material... al menos una que sea mensurable
y tangible.
La prensa desacredita contra-ataca...
Procesión, desfile y ataud...
Camino a la carpa funeraria...
El resto del día lo vivimos en las inmediaciones de la mega pantalla desde
donde se transmitía el velatorio y la ceremonia de despedida. Allí se dio cita Qunu para compartir y disfrutar de todos los posibles shows que un país le
pueda preparar a su abuelo, padre, e hijo predilecto. Durante aquel día
danzaron los hombres, los helicópteros, los aviones. Durante aquel día se
multiplicaron los halcones y las palomas de la paz. La historia lloró huérfana
y gitana. Durante aquel día brillaron las almas que se paran al borde del
abismo y sin dudar se lanzan al vacío... y aprenden a volar en caída libre, por mero
amor a la vida, por el sólo hecho de dignificar y maximizar las posibilidades
que nos han sido dadas. Gracias Tata por tanto... por siempre y para siempre,
gracias. Hasta la próxima.
Casi como un dejavú del final de “Snatch”, y
llamativa paradoja mediante: gritaron por última vez “corten”, brindamos una
vez más por todo lo vivido, nos estamparon por millonésima vez el pasaporte, ingerimos
una mini pastelita, y volamos de vuelta a Sudáfrica, en busca de la belleza de
la comarca y la “tranquilidad” del énclave más lindo del Eastern Cape... Eso sí: un
poco más desorientados, levemente más mareados, y bastante más cagados a palos.
Con las neuronas embotadas, las células mareadas, y las comisuras de los labios
algo resecas, metimos la llave en el agujerito, y aunque abrimos la misma
puerta, parecía que nos habían cambiado la casa.
Dale Tinchooo... apurateeee...
El olor, la fragancia, el sentimiento, la
intensidad, y básicamente la sustancia que caracterizaba a la “Casa Latina”, se
había esfumado, se había ido, no estaba más... como si “alá” se la hubiera
llevado. Flotaban en el aire micro células de reducción de armonía, se
infiltraba una especie de letargo y la inquietud de esa soledad que desespera
los sentimientos. Como si al abrir la puerta se hubiera fugado el último cúmulo
de esencias que habían sobrevivido y resistido a un presunto
golpe de estado energético. Aquella entrada a la ex casa latina entonces, fue una
especie de sobresalto al despertar, una duda eterna, una cansina desilusión de una
autogenerada e inocente esperanza de comunión, que se escondió de la pureza y
la verdad... y prefirió la mentira.
Por suerte nada estaba tan perdido, ya que al segundo de preguntarnos: “¿Y ahora quien podrá defendernos?”, se escuchó un grito que llegaba
desde el viejo continente, y apareció, cual as bajo la manga, cual amuleto de la
suerte, cual trébol de cuatro hojas, la superlativa humanidad del gran "Tincho" Canale,
anunciando que estaba abordando un avión hacia Sudáfrica, para intentar rescatarnos
de la mediocridad y la acentuada desidia que nos merodeaba. Pocas cosas podrían
haber sido más alentadoras que ese reencuentro revitalizador para ponerle un
broche de oro a un nuevo año que se nos ponía viejo. Así fue que repetimos el abrazo de
Varanasi pero en Grahamstown, levantamos los ánimos, y empezamos a planear los
recorridos de rutina.
Tincholado...
Sólo restó esperar un par de días a que el Tincho se recupere de tanto viaje y tanto rock, pero apenas vimos que estaba enterito,
arrancamos para la “Wild Coast”, lugar en el que teníamos agendado un encuentro
con nuestro querido Steve, quien nos había hecho formal una invitación a una
ceremonia “Sangoma” en las inmediaciones de la famosa ciudad de Mthatha.
Pusimos unas frutas y unos sanguches en las mochilas y nos mandamos a la ruta a
revivir a pulgarcito. Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos... Al ratito
que llegamos, casi como salidos de abajo de una piedra a decir “bienvenidos”, aparecieron:
Dave, Janet y Steve, reforzados y backupeados por la excentricidad de Andre, un
personaje que aún no conocíamos, pero que sería el encargado de alojar a toda
la monada en su super morada cósmica.
Ruta, rutera...
Andre y amigo cósmico...
Esas playas sudafricanas...
La casa de Andre está construida dentro de un
hermoso predio a unos pocos kilómetros de Mthatha. Un lugar que se puede
describir como un pequeño mundo de grandes estímulos, excéntrico, lleno de incógnitas, de imprevistos, y de conocimientospoco comunes. Como asistir a una especie de reencuentro
con algunas capas de la vida, que aunque olvidadas, resecas
e impermeables, funcionan como un poderoso contraste de la urgencia y la
banalidad imperante de la ciudad. Un espacio que obliga a correrse de lo común y
preestablecido. Un lugar de retiro y de tranquilidad, con una huerta orgánica
tan linda y tan grande, que el Tincho no podía parar de flashear. Hasta los
camaleones se acercaron a decir “hi”. Un hermoso momento que de alguna manera este
blog se propone eternizar.
Alrededores de la casa de Andre...
Flasheando en colores...
Panorámicas de los alrededores...
Relajo a los Transkai...
Después del relajo y el hipismo, asomaba el plato
fuerte: la llegada al mundo de un nuevo Sangoma, y el Tincho no se podía perder
el ritual. Un poco de Sudáfrica profunda... Una ceremonia con casi los mismos
ingredientes de siempre: una casa, algunas chozas, mucho color, mucho Nkomboti,
mucha espiritualidad, muchos ancestros, mucho “Makosi”, mucha danza,
sacrificios, borrachos y choque cultural. Un plato que a mucha gente se le
puede hacer algo complicado de digerir, y para el que es imprescindible abrir bien
los paladares, tragar los preconceptos, y dejarse llevar sin cuestionamientos al
lugar de espectador. Aunque aquella particular ceremonia no tuvo la usual mística
de las de Cris en Mthambalala, sin dudas contuvo el valor de la experiencia de esos eventos que suceden pocas veces en la vida.
Ceremonia, sacrificio y rock and roll...
Sangomeada...
La banda preparándose...
Sangomeada bis...
Panorámica del predio...
Suenan los tambores...
El resto del tiempo fue disfrutar del Tincho, de
Steve, y de Port St. Johns, y dejarnos llevar por los mismos caminos que recorremos
con cada una de las personas que a través de los años nos van visitando en el
principado de Grahamstown. El resto fue, como siempre, intentar pasarla lo
mejor posible, inyectar un poco de positivismo en los ánimos y reactivar las
capas más permeables del espíritu. Nada que no se llame cansancio emocional,
nada que no sea consecuencia de tanta vida bien vivida. La entrada es gratis,
la salida ni en pedo. La cuota necesaria de luz que siempre necesitan los días la mantenía encendida con toda su humanidad, con toda su sonrisa, y con toda su
liviandad, el irrepetible "Tincho" Canale. Dos capítulos nos restan aún de esa
luz... Acompáñenos, síganos, y créanos que nos lo vamos a defraudar.
“En aquel mundo de los deseos construido por mi
persistencia, la vida es como un tren: Algunas veces corre velozmente entre las
llanuras planas como un buen caballo; otras vacila con dificultad y avanza
entre imponentes y empinadas montañas, lagos, ríos y mares. Tanto en las situaciones
favorables como en las adversas, los dos carriles bajo las ruedas del tren
siempre permanecen en paralelo. Uno es el carril del “si”, el otro es carril
del “no”. En mi mundo, estos dos carriles son la expresión de mi forma de
pensar y mi conciencia. En el proceso de avance sobre aquella estructura
paralela, en donde se superan los obstáculos continuamente, estos me guían
hacia la meta de mi corazón”.
De Acá a la China... Una película hecha con amor...
“A ver… ¡Por favor! Alguien que le ponga un freno de
mano a la vida que tenemos una película que terminar”. Vico había decidido que por
nada del mundo se quería perder el bailoteo del rodaje, por lo que juntos aterrizamos en el aeropuerto internacional Pistarini, lugar en donde nos estaba
esperando la afamada figura de Federico Antonio Marcello, perfectamente listo para quemarnos el coco liso por el período de un
mes. Llegar a Argentina después de cuatro años no me produjo absolutamente
nada, hecho que le adjudico a la pastela que me tomo para volar, la cual hace
que vivir o morir, me parezca parte de exactamente lo mismo. Es un poco de Clonazepam,
pero versión budista 2.0, que mezclado con una buena dosis de alcohol, te transforma
en un insensible absoluto de ojitos vacíos y pajaritos en la cabeza. Como yo no
tomo ni aspirinetas, cada vez que me meto media de estas tabletitas la paso
bomba, y como a Vico le agarra envidia de verme drogado, aunque no tiene miedo
a volar, y como para no perderse la aventura, se la toma igual.
Es para Fede que lo mira por Tv...
Pasados los “Holas, que lindo volver a vernos nuevamente”, el siguiente mes fue
como un día extremadamente largo de nuestras vidas. No puedo recordar muy
claramente cómo fue que el cuerpo resistió el adrenalínico correteo de hacer
que tanta cantidad de cosas sucedan... pero en líneas generales: llegamos a la
casa de Fede, prendimos las computadoras, los celulares, y de ahí en más, nebulosas
de colores en todos los sectores de mi memoria. Había que ayudar a armar una
exhibición China en el centro cultural Borges, conseguir equipamiento,
locaciones, buscar varios actores, alquilar luces, conseguir permisos para
filmar en el aeropuerto, y llevar al día los dos mil papelitos que la infame
burocracia que no perder el control de los hechos demanda.
Dani, los gemelos Portnoy y Vale...
Fede y Capi...
El chelito preparando la jornada...
Además había que ir a Mendoza a ver al Indio,
tratar de juntarse con algunos amigos que no veía desde que me había ido de
Argentina, y preparar el catering para los cuatro o cinco días de rodaje que
teníamos planeado para que la banda pueda seguir sonando. Gracias al cielo
estaba mi santa madre en Buenos Aires, muy lista y predispuesta a dar una mano
en todo lo que fuera necesario, que sumada a la infinita paciencia que nos
tienen los padres de Fede, ayudaron a que la carga se alivianara
significativamente. Fue un buen momento para reafirmar y valorar la importancia
de los seres queridos apoyando las boludeces que a uno se le ocurren.
Alejandra y Hu...
Gasti, Héctor y Fede...
Héctor y Marisa...
La abuela Gugliottella y las próximas generaciones... ¡Gracias!
Se me hacen nudos mentales y emocionales al intentar
el ejercicio de relatar todo lo sucedido y todo lo sentido durante este
vertiginoso mes de Octubre de 2013, en el que participaron todos los
familiares, todas las extensiones familiares, todos los chinos conocidos, muchos
amigos, muchos amigos de amigos, y una infinidad de entes ocasionales que le
metieron una sonrisa al proyecto, y ayudaron, aunque sea con el más mínimo de
los aportes, a que los eventos arribaran al mejor de todos los puertos
posibles.
Se formó un equipo de personas que uno a uno demostraron
que las uniones humanas, mucho más que una utopía, pueden ser una realidad. Fue
una instancia en la que sentí muchísimo orgullo de haber tenido la posibilidad
de formar parte de tan lindo grupo de gente y de trabajo. Gente que simplemente
hizo todo lo humanamente posible para nunca perder el humor y dignificar el
esfuerzo extra, ése que realmente hace
la diferencia en la vida. El que cuesta, no el que es dado... ese en el que uno
tiene que concentrarse y sostener, que en definitiva es el que marca la diferencia entre las esencias
de las personas.
¡Hay equipo sí señor!...
José, Capi, Vico y Chelo...
Preparando el set...
Maru y su magia en la cara de Dani...
Los Portnoy, La Rubia y Maru chequeando tomas...
¿Qué más puedo decir? Tengo que nombrarlos a todos: Mar
y Gasti, Vico, Rubia, Marina, Fede y Pablito. Gallo, Chelo, Capi, José, Julián.
Hu, Vale, Dani, Horacio, Tía Nena, Sonia, Los Gemelos Portnoy, Garrin, Santana. La genialidad de Vilma y toda
su familia, Ramón y Lily, La familia Lema, La Familia Gugliottella, La familia
Marcello desde Héctor y Marisa, y pasando por todas las generaciones hasta
llegar a Felipe. Fernando y mi santa madre Alejandra. Toda la gente de
Aeropuertos 2000, Eduardo Geffner, Ana Kuo, Agustín Zbar y hasta la buena onda
de Alfredito, Rodney y Stevens que flotaba en el ambiente. También las energías
de muchas de las personas que por algún u otro motivo no participaron
físicamente de la experiencia, pero de las que constantemente invocamos los
espíritus.
Hu, Lily y Ramón...
Marianita y Capi...
Garrin y Santana...
De esos eventos en los que uno no puede
hablar de un sentimiento. De esos estadíos que en definitiva tienen el conjunto
de condimentos de la gran salsa de emociones que es la vida, y que gracias a la íntegra humanidad de este grupete de personas y a nosotros mismos, llegaron al
paladar como esos afrodisíacos que te llevan a pasear por el mundo en un
único y compacto recuerdo. Otra gran etapa había concluido con sumo éxito, y
por suerte, el único costo que realmente había tenido fue el de un poco más de
vida, que aunque muy caprichosa y vertiginosa, podemos decir también, que muy bien vivida.
El tío Horacio y los Gemelos...
Vale con la tía Nena...
Dani, Hu, Vale y Felipe...
Nos quedaba muchísimo por delante. El único que
tenía realmente idea de cuánto era Fede. Lo importante es que habíamos dado un paso más en la batalla, y que aquel camino fue sellado con una fiesta comunitaria en
la que de alguna u otra manera, participamos todos. El resto de las procesiones
continuaron por dentro. Hay quienes perdieron el hilo, hay quienes aún al día
de hoy lo siguen buscando. Así es la madeja de la vida, un eterno ovillo que
constantemente tenemos que seguir desenmarañando.
Mucho más cansados que antes,y porque las condiciones para algunas cosas
no estaban aún dadas, nos volvimos nuevamente a Sudáfrica, a ver cómo carajos
nos pegaba esta nueva experiencia en la cabeza. Todo parece una excitante y gran
aventura, pero la pucha que hay que aguantar... Gracias a todos los que
estuvieron una vez más. Infinitas y sentidas gracias y hasta la próxima.