11 mar 2009

América en Bedford - Perú

Bienvenidos a Perú...
La frontera de Bolivia a Perú la cruzamos sin controles policiales. Como la puerta del bondi se había trabado y ningún policía tenía ganas de saltar por la ventana, la requisa finalmente quedó varada en uno de los tantos vacíos legales que existen para burlar la ley. “Muchísimas gracias señores y por favor dígannos que somos bienvenidos, ya que traemos una energía bastante enquilombada que pensamos desparramar en su país”...
 
A la frontera llegamos riendo por todo concepto... apenitas pasados de rock. La aventura comenzó en Juliaca, lugar en donde entre otras cosas difíciles de conseguir, podríamos nombrar la provisión de agua potable. A cambio de aquella fundamental e imprescindible sustancia, decidimos aprovisionamos de una tortera y una flanera, para poder exigirle a nuestro especialista en postres, Mariano Palmisciano, que nos llenara la vida de dulzura a toda hora. S
in ningún temor a exagerar, de allí en más, y por todo lo que restaba de viaje, fumaríamos bastante más de lo que comeríamos.

Constraste de medios transportes en Juliaca...
Burlando todas las coimas que la policía mundial intentaba (ex) propinarnos por cualquier concepto real o inventado, encaramos sin preámbulos esquivando rickshaws (taxi motos), directamente hacia uno de los eventos que mi criterio tilda de "estrella" en cualquier viaje por Perú: Cuzco; y por ende, los alrededores del Valle Sagrado, Aguas Calientes y su brillo principal y evento magnánimo: el inigualable "Machu Picchu".
 
A Cuzco llegamos entradita la noche, luego de un largo viaje, pero muy excitados y dispuestos a disfrutar de algunos días en este paraíso natural, tomarnos vacaciones del manejo y dar rienda suelta a un buen caudal de "joda" contenida. 
Como ya era tarde para dar demasiadas vueltas por la ciudad, estacionamos nuestro Bedford al costado de la infaltable “plaza de armas” (en general es como se denomina a la plazas principales en Perú, etc.), y los chicos se fueron directo a embeberse con lo que encontraran en el camino.

Por desgracia, a mí me había atacado uno de esas fiebres de la altura que te retuerce los músculos degeneradamente, por lo que me tuve que quedar tiritando en el bondi. De todas formas la noche pasó, todos de fiesta, y cómo no podía ser de otra manera, a la mañana siguiente muy muy tempranito, y justo en el momento en que la muchedumbre estaba consolidando el sueño, apareció por decimo novena vez uno de esos hombrecitos que visten uniformes de pato, con la indiscutible orden de que teníamos que correr el bondi hacia otro lado.

Plaza de Armas, Cuzco...
Trío de guaperas...
Para meterle un poco más de chili a la resaca mañanera, apenas le dimos marcha al titán, nos desayunamos que el reloj de aceite parecía haber dejado de funcionar, y decidimos que tanto eso, como otros arreglos que veníamos posponiendo, los íbamos a solucionar así resacosos y cansados como estábamos. No importó nada. A las horitas de llegados al Cuzco, ya habíamos resuelto la larga lista mental de asuntos mecánicos pendientes, y ya estábamos inmersos en partuzas organizadas directamente en el techo de nuestra casa rodante, regalando música en todas las direcciones posibles.
 
Luego de un par de días y sus respectivamos noches, empezamos a cortar el enfieste al que nos estábamos intentando entregar, y decidimos que era hora de encarar la gran peripecia. Luego de lograr entender las infinitas posibilidades que se ofrecen para llegar hasta Aguas Calientes (ciudad base para la visita al Macchu Pichu), nos inclinamos por la menos costosa y la más artesanal: dejarnos guiar por la experiencia de un personaje lugareño 
que se hacía llamar “Pacha”, quien sería el encargo de guiarnos por el interior del Valle Sagrado, y de ayudarnos a burlar la ley del Parque Nacional que estampa un costo europeo y algo ridículo a la aventura de llegar hasta Aguas Calientes. La recorrida comenzó entre un cocktail de colectivos de línea, y largas, pero placenteras caminatas.


Caminando por las vías del tren camino hacia Aguas Calientes...
Vistas al Valle Sagrado...
Dale que vaaaaa...
El periplo duró un par de días. El primer tramo fue de Cuzco a Urubamba. De Urubamba fuimos hasta Ollantaytambo, y luego de bajarnos de un mini bus antes del control de guías del kilómetro 82, saltamos hacia el otro lado del alambrado para sumergimos de lleno en una caminata de treinta kilómetros hasta Aguas Calientes; caminata que por momentos realizamos bordeando las vías del Perú Rail (70 dólares por sesenta kilómetros. Año 2006) y por momentos directamente dentro del Valle Sagrado, asistiendo por cierto, a uno de los espectáculos naturales más plancenteros del continente americano.

En algún momento decidimos frenar una noche con la idea de entregarnos a las garras del famoso "San Pedro", experiencia que resultó bastante controversial y nos terminó enemistando a todos, pero que también nos robó una gran cantidad de risas en medio de rituales espirituales "Pachamánicos" de dudosa consistencia. Recuerdo, a modo de relleno, un largo e infinito ataque de risa, que con mi excelentísimo amigo Gabriel no pudimos contener, y que terminó de arruinar el evento de forma definitiva. En fin, no tiene demasiado sentido ahondar en el relato.
 
También tuvimos la desafortunada experiencia de chocar nuestros ojos con la forma en que se trata a los "maleteros", quienes son en su totalidad habitantes autóctonos de la zona, y que básicamente se los contrata para llevar las mochilas de los turistas que hacen "El camino del Inca". Un turismo que por cierto consume con nada de responsabilidad y que en cierta medida todo lo arruina. Los "maleteros" acarrean no menos de 25 kilos de equipaje por persona en un tramo de treinta a cuarenta kilómetros. Lo lamentable es que los mandan por un sendero distinto, hecho que me dio una especie de sensación de ocultamiento de un despropósito que rozaba el maltrato. Bastante desnutridos y al galope se dejan ver en un espectáculo que nadie debería alimentar.
 
Más allá de esta penosa realidad, luego de dejar parte de los pies entre piedras y experiencias extrasensoriales y disfrutar de un inigualable paisaje, finalmente llegamos a Aguas Calientes. Le dijimos al Pacha que “gracias”, pero que mejor se vaya retirando, antes que algún espíritu de los “Apus” lo castigue por su dudosa consistencia a la hora de realizar rituales chamánicos. No opuso demasiada resistencia, todo quedó en relativos buenos términos, y parte de la troop que estaba absolutamente indignada, respiró nuevamente.
 
Antes de encarar el ascenso final al Machu Picchu, nos tomamos un par de días para disfrutar y conocer la ciudad. Escalamos el ameno, lúdico y más que disfrutable Putukusi, lugar desde se obtiene una linda vista panorámica de la ciudad Inca y aparecen chicas que te hacen dar cuenta de que el sexo femenino es lo más sagrado que tenemos, mucho más allá que cualquier ciudad o evento milenario. También v
isitamos unas termas bastante feas, de las que no recuerdo el nombre, pero de las que nos fuimos reclamando la devolución de la entrada; y además, y como para nombrar algo que me viene a la mente, visitamos la plaza de “Pachacutec” tratando de convencer a alguien de que éramos estudiantes, y que por ello, nos tenía que vender entradas para al Machu Pichu a mitad de precio.

Callecitas de Aguas Calientes...
Vista del Machu Pichu desde el Putukusi
Plaza de Pachacutec... con Pachacutec posando en el fondo...
En otro orden de cosas, nos dedicamos a perder la salud en bares junto a algunos personajes muy graciosos que fueron como apareciendo de la nada. Como otra de las premoniciones de nuestra futura excursión en Sudáfrica (la tercera en lo que iba del camino), apareció a compartir aquel coyuntural desgaste psicofísico otro sudafricano que parecía sacado de “Pánico y locura en las Vegas”, con el cual recuerdo que nos perdimos discutiendo una máxima que se puede reconstruir de la siguiente manera: “Muchas veces pasa que no pasa nada, y cuando algo interesante pasa, pasa que justo en ese momento, tenés que hacer otra cosa”. De esos momentos filosóficos baratos que por algún desconocido motivo, persisten en la memoria.

En algún momento nos fuimos a acostar, dormimos quince minutos y veinte segundos, y decidimos encarar un toque borrachos la famosa caminata hacia el Machu Picchu. Describir el Machu Picchu es absolutamente inutil, no tiene el menor sentido y ya lo hizo mucha gente. Lo único que vale la pena como pocas cosas en la vida es: ir, subir y disfrutar de primera mano el tremendo y monumental cuadro con el que te paraliza el coco. Caminar y caminar, investigar e investigar. Lo primero que nos pasó fue encontrarnos con dos españoles voluntarios que estaban colgados a no sé cuántos metros de altura, trabajando para reconstruir el camino. Gente muy piola que nos habló de la historia de la ciudad y nos adornó la primer caminata con datos de color, a los que muy probablemente, jamás hubiéramos tenido acceso.

Al ratito conocimos a un Tano, una malaya y un californiano que nos invitaron a fumar en el medio de una de las plazoletas centrales y nos obligaron a salir corriendo hacia el “Wuayna Picchu” antes de que se agoto el cupo del día. Pocos hechos agradezco más en mi vida en cuestiones turísticas que aquel consejo. El Wuayna Picchu es definitivamente una de las mejores espectáculos de la vida.


Momento histórico...
El único e inigualable...
De fondo la malaya, el tano y el californiano...
Misión cumplida...
Vista del Valle Sagrado desde el Wayna Pichu...
En el 2006, año en el que fuimos a Perú, la entrada a esta parte de la ciudad Inca cerraba a la una de la tarde. Es, a mi desmejorado criterio, lo mejor del Machu Picchu. Vertiginoso, magnánimo, místico e inserto en medio de un contexto abrumador. Aquella noche era noche de luna llena, y el californiano, que era uno de esos personajes lindos y bastante más que limados, se pensaba esconder para quedarse a dormir adentro. Siempre lamento no haberlo acompañado. En fin, la próxima, o quizás nunca... veremos...
 
Al dar por finalizada la recorrida y descender del infinito evento del Machu Picchu, experimenté por primera vez un sentimiento que creo que terminó de tomar forma allí mismo, o que al menos por primera vez pude percibir claramente y poner en palabras, un sentimiento al que obviamente nunca había prestado demasiada atención. Fue la primera vez que sentí un vacío que lentamente se fue llenando de una especie de melancolía a cuentagotas, de la que se emana y se proyecta el recuerdo de lo vivido, y del cual se intuye que en un futuro y posiblemente en cualquier circunstancia de la vida, va a arrebatar en el corazón, y seguramente sin pedir permiso, algunas de esas lágrimas espesas y saladas. Un hechizo de vida, un pequeño haz de energía atemporal que desaparece como en una proyección infinita en todas las direcciones, y pareciera acoplarse en la inconsistencia de todos los rincones del olvido. Manejalo...



Nos vamos retirando... Muy rico todo...
Imponente a todas horas del día...
Le pusimos el moño a la experiencia, disfrutamos de los últimos rayos de sol que alumbraban la ciudad, recorrimos alguno de sus vericuetos por última vez, y con la panza llena y el corazón contento, emprendimos la vuelta en opuesta dirección. Caminamos diez kilómetros por las vías hasta un pequeño páramo llamado Hidroeléctrica, cruzamos un par de ríos con tirolesas, caminamos un rato más por la majestuosidad del valle hasta algún pueblo perdido, y luego de almorzar y degustar por primera vez el inigualable “cebiche”, gestionamos la caja de un camión que supuestamente nos llevaría hasta el Cuzco. En las tratativas conocimos a unos checos que se negaban a comunicarse, pero que se subieron al mismo camión que nosotros. Era incómodo, pero barato, muy cambalachero y el único medio de transporte disponible en la ciudad.
 
Todo iba más que fenómeno hasta que apareció la ley, el uniforme, el bigote, el no irracional y porque sí... a decir que no podíamos continuar... “porque no”. Que había que tomar un colectivo... que no había hasta no se sabía cuando, ni cómo lo íbamos a conseguir... “pero no... porque no”. Una especie de muñeco virtual con gorra que parecía repetir cosas cada vez que le daban cuerda.



Cruzando el río en tirolesa...
En la caja del camión supuestamente camino a Cuzco...
Todo esto sucedió en un pueblo llamado Santa María, en el que mientras tirábamos redes con otros "varados" para ver como salíamos de ahí, decidimos tomar mucha cerveza y fumar todo lo que pudiéramos... en señal de protesta... con el sólo fin de exponer la peor veta de nuestra rebeldía infundada y anti sistemática hacia el orden y las buenas costumbres... y también para intentar pasarla bien y reírnos un poquito más de la imbecilidad propia y ajena.
Pero pongamos stop, que en ese estado descarriado y perdido en el que estábamos y justo antes de lograr escapar del páramo en un colectivo en el que entramos casi a presión, apareció un personaje muy extraño desde alguna puerta dimensional, a vender libritos “escritos por ETES”, o sea extraterrestres. Un caso sorprendente y único al que casi le regalamos un uniforme azul para que ayude a controlar licencias de conducir en la ruta.
 
En fin, luego de transitar una de las noches más frías del viaje dentro de aquel bus heladera, llegamos nuevamente al Cuzco y decidimos quedarnos un par de días más a disfrutar del éxtasis del momento. Nos reencontramos con nuestro amado camión y tuvimos la suerte de toparnos por segunda vez con la humanidad de Yuval, de conocer a Berengere y algunos otros lindos personajes que le pusieron música, mareo y toques lindos a los días.

Yuval y la banda en la plaza de armas de Cuzco...
Cuando nos dimos cuenta que nos estábamos cebando, decidimos poner en marcha a nuestro gran corcél azul, dar un par de vueltas simbólica alrededor de la plaza de armas, saludar a los policías que se reían, a las personas que se unían a nuestra causa y marcharnos con aquella sensación de satisfacción que prevalecerá intacta en el tiempo... rumbo a la conquista de la siguiente parada del viaje: “Las Líneas de Nazca”.
 
Como nos quedamos sin gas oil porque ya no nos estaba funcionando bien la "chabola", hicimos una breve parada en el pueblo más picapiedra de Perú, “Iscahuaca”, un pequeño y llamativo paraje que supimos disfrutar mientras nos encargábamos de resolver de alguna manera cómo conseguíamos algo de combustible para continuar. Transcurrió una noche más antes de aproximarnos a nuestro siguiente objetivo. Transcurrió una larga noche de manejo subiendo nuevamente la cordillera. A
unque Mariano es un grandísimo conductor, tuvimos muchísima suerte de no haber volado en alguna de las curvas hacia el precipicio en el descenso. Mañana de dientes apretados y frenos hirviendo...


Casita picapiedra en Iscahuaca...
Matando el tiempo mientras llega el gasoil...
En el mismo plan extendido...
Ahora bien, si no se está dispuesto a pagar para subirse a un vuelo de media hora en un avioncito en el que le van a contar cuatro historias místicas distintas y disimiles entre sí, para aun así, irse con más dudas de las que llegaron, Nazca no vale la pena. Nosotros, pagar una avioneta para ver dibujitos en el piso, ni borrachos como estábamos, por lo que intentamos verlos desde algunos miradores que hay por ahí... desde los que se ven un par de líneas, pero nada más... los dibujos casi no se identifican. Cuando finalmente nos frustramos de tanto esoterismo barato, nos fuimos a buscar el "chupete" y pasamos una tarde espectacular, adornada por un crepúsculo súper colorido que acompañó y adornó el rápido exilio en el que incurrimos para llegar a la capital del país, Lima.
 
Que por cierto es un capítulo aparte, y a la cual en principio solo acudíamos para poner a punto algunas averías de nuestro amado Bedford, pero que nos terminó agregando algunos amigos y una buena cantidad de aventuras que voy a intentar resumir brevemente. Para empezar, uno de los lugares en el que más tiempo perdimos fue la calle Canadá, sitio en donde se pueden conseguir casi todos los repuestos necesarios para casi todo lo que ruede, y que a nosotros, nos vino al dedal. Sino lo tienen, te lo fabrican, sino te mienten, sino te marean por un buen rato, pero siempre la respuesta va a ser positiva y te va a llenar la vida de esperanzas.
 
Nos aprovisionamos de chapas, hicimos el "refill" del tubo de gas para la cocina, chequeamos la electricidad a fondo, compramos la tapa del tanque de gasoil, arreglamos los parlantes, hicimos cambio de aceite, reemplazamos el amperímetro y nos asombramos con el espectáculo de enojo que montan los peruanos cuando le preguntábamos precios y finalmente no le comprábamos. El que se llevó todos los aplausos fue un camión de bomberos que, 
mientras terminábamos de cambiar el aceite, pasó por el costado del  nuestro y accedió a nuestro ruego de "manguerear el bondi por fuera"... que por cierto también fue por dentro, ya que nos olvidamos que habíamos dejado las ventanas abiertas. En fin, no hay bien que por mal no venga...


Por los vericuetos de la calle Canadá...
Miraflores y Océano Pacífico...
También tengo que comentar que fuimos a cambiar unos cheques de viajero, de lo que la única experiencia que me llevé fue entender que cada vez que me cruzo con el sistema me hago mala sangre y la paso mal. No sé a cuantos bancos fui, ni cuantas forradas me pidieron, ni recuerdo exactamente cuantos minutos u horas perdí. Los sistemas de cualquier cosa lo único que hacen realmente por uno es hacernos perder el tiempo, y porqué no también, los nervios y la paciencia...
 
Luego de mucho jornal y de muchos más pensamientos inconsistentes como los del párrafo anterior, estacionamos el bondi en la zona de Miraflores. Habíamos encontrado un lugar para casi toda la estadía en Lima, ya que el barrio es bastante seguro, tranquilo y está cerca de la playa, hecho que siempre motiva y alienta. Nos lanzamos a largas caminatas por los alrededores de Larcomar y por las zonas linderas, hasta que nos aburrimos de tanta "nada parecida a Recoleta" y rumbeamos para los suburbios del mercado del Surco.

La visita al barrio que está detrás del mercado, tenía por objetivo reemplazar las bicicletas que nos habían robado hacía largo tiempo atrás, y nos habían dicho que allí los precios resultarían convenientes y accesibles. Llegamos para toparnos con una secuencia policial para el olvido. Resultó ser que había dos policías parados con 
caras de figuritas de los super amigos en una de las esquinas de acceso al barrio. Uno, el más parecido al pinguino, nos paró y nos dijo: “yo no digo que vos vayas a comprar drogas, pero ahí adentro venden drogas y cosas robadas, y nosotros no nos hacemos responsables por lo que te pueda pasar”.
 
Me acuerdo que estaba tratando de pensar en Tom y Jerry para dejarlo terminar e intentar no contaminarme, pero esa sola frase me trajo de nuevo a este mundo irreal. En el lugar donde venden drogas y cosas robadas, los super amigos no se hacen responsables por lo que te pueda pasar... ni entran... Si es que vivimos en un mundo tan evidentemente lleno de gente de mierda, instituciones nefastas y mentiras que nos encanta comprar, que si no nos reímos y agachamos las cabezas para que nos peguen otro soplanucas y nos manden a trabajar tranquilitos a una oficina, reconstruimos las torres gemelas y las volvemos a tirar, mientras saltamos por la ventana y le gritamos “fuck you” a la filosofía de la época de terror y a todo el dogmatismo intelectual que intente analizar la feroz 
inconsistencia de la idiotez, la contradicción y la boludez humana. En fin... mejor sigamos buscando culpables de lo que nos pasa.

En los alrededores del mercado de Santiago de Surco...
Pasado el despotrique, nos compramos dos "carcachos" de bici, que si alguien nos veía pedaleándolas, seguro nos tiraba un cacho de pan. Rumbeamos para algún otro lugar y rápidamente encontramos a un argentino que nos convidó de sus estados de fantasía interna, y conocimos, además de a un chileno que hacía malabares y a un colombiano Hare Krishna que vendía tours a no sé que extraño lugar, a un personaje emparentado con la perdición y el descontrol, Willie, el indeseado, pero ameno Willie. Por desgracia, además nos dio su número de teléfono y quedamos en encontrarnos en algún momento durante la tarde noche.
 
Cuando viajábamos 
por una de las autopistas de Lima a velocidad crucero en la corrida hacia el extremista encuentro, desgraciadamente se nos prendió fuego el amperímetro berreta que nos habían vendido días atrás, hecho que desató una desesperación y un griterío, que prácticamente nos empató con cualquier grupo de mujeres histéricas adentro del habitáculo de conducción. Rápidamente tuvimos que improvisar una operación bastante riesgosa para una autopista, que lógicamente nos terminó costando que nuevamente la policía nos detuviera para rompernos las pelotas. Pelea fuerte mediante, la policía se quedó calentita por largo rato, pero nos dejaron la noche libre.
 
Llegamos a ver a Willie, pero se había mudado de nombre y de cara, y ahora se llamaba Eric. Pero “nosotros veníamos a buscar a Willie”. Bah... para los objetivos daba lo mismo. Eric estaba en principio acompañado por dos amigas absolutamente irrelevantes, aunque luego de un rato, apareció (para compensar) otro de los personajes que rápidamente pasaría a alimentar la lista de lo entrañable del viaje, el cual apareció para colaborar con nuestro lisérgico quilombo cerebral de manera linda, aunque algo violenta. Apareció entonces a imponer su presencia dentro el bondi la particular aura y endereza de Marcel, un colombiano que por aquel momento acusaba 16 años, aunque parecía tener más vida y experiencia que varios adultos juntos.
 
Su historia se resumía en que vivía en la calle desde hacía varios años, cuando se tuvo que ir de la Colombia de Pablo Escobar por haber matado a dos personas en cierta función de sicario entre los nueve y diez años. No voy a agregar más nada porque carece de sentido y cada uno cree lo que quiere, pero debo decir que sus modos, formas y dureza de rostro me expresaron a la cara bastantes cosas que hasta aquel momento nunca había percibido de una persona de su edad. 
 
Por lo demás, fiesta en el techo del bondi por todo Lima, más problemas con la policía, quilombo fuerte y gente gritando incoherencias a los fantasmas en la madrugada. Cuando nos dimos cuenta que la noche rotulada “limados en Lima” nos había robado un cuarto de alma, brujulamos hacia el norte y salimos corriendo al mejor lugar posible para restaurarla: playa y agua de mar.
 
No nos fuimos de la ciudad sin antes chocar la parte de atrás del auto de una señora muy indignada. La culpa la tuvo ella, pero las leyes de tránsito dicen otra cosa y no pudimos (ni podíamos) discutir demasiado. En la coyuntura ya estábamos más ilegales que clandestinos, y la idea era retirarnos con la poca gloria que nos quedaba. Le dimos plata para que se compre un foquito nuevo, se quedó conforme y nos mandamos a mudar... Vamos para la playa, cualquiera, elegí una, a la playa!... Ruta... fresquito... empezamos de nuevo.
 
En nuestro camino hacia una de las mejores playas del Pacífico Sur, Máncora, tuvimos que frenar obligadamente en Chimbote, ya que se nos rompieron las juntas del caño de escape y tuvimos problemas con el filtro de aceite. Antes de agregarnos más problemas en la ruta, decidimos quedarnos a pasar dos o tres días con un par de amigos que no sabíamos que teníamos, en una estación de servicio de por ahí.


Mientras solucionábamos el problema sucedieron dos cosas. La primera, nos regalaron un Jurel y una Caballa fresquitos, recién saliditos del agua, y luego, mientras los cocinaba, entendí porque uno no debe tocarse nunca ninguna parte del cuerpo mientras se manipulan rocotos... Me quise reacomodar mis partes más íntimas y tuve que salir corriendo con los pantalones bajos al baño de la estación de servicio, a poner todo abajo del agua fría antes de que se me desintegren y la vida dejara de tener sentido.

Solucionando nuestros problemas con amigos en Chimbote...
Solucionados entonces estos por mayores, pasó el susto, y luego que se nos reventó una cubierta en el camino y no la remplazamos por nada, nos topamos con la ciudad de Trujillo y decidimos que estaba muy bien quedarse a ver si le podíamos robar alguna experiencia al amable lugarcito. Y así fue que bailamos mucha salsa con Leslie Sherley, Dona y amigas, asistimos al concierto de una banda de rock blandito llamada “Dolores Delirio”, visitamos el “Museo del Juguete” (al cual no recomendamos que se acerquen a más de dos cuadras de distancia), pasamos a chequear el estadio de fútbol local, y comimos mazamorra en la plaza principal, mientras nos anonadábamos con el espectáculo decadente de la iglesia evangelista de “Pare de sufrir”. 

Tuvimos una linda charla con una señora llamada Melva, guerrera del asfalto y gran trabajadora de todo tipo de masas y de la vida, y visitamos las playas de Huanchaco, en la cual comimos un cebiche inolvidable y pasamos una noche muchísimo más que no relatable... para luego declarar ya sí la auto evacuación, antes de tener que lamentar víctimas mortales y terminar todos en cana, y de paso, con el bondi hecho torta. Los chicos decían que la culpa había sido toda mía... Yo no me acuerdo del todo.


Plaza principal de Trujillo...
Leslie Sherley, Donna y amigas...
Playa de Huanchaco...
La auto evacuación, que nos llevaba sin más remedio ni distraimientos hacia las playas de Máncora, nos vio regulando y expectantes en lugares como Piura y Talara, en los cuales tuvimos que arreglar alguna que otra cañería del bondi que empezaban a inundarnos las alacenas, y ya que estábamos, abastecernos de algo de comida para no continuar tan famélicos y desidiosos al volante. Finalmente llegamos a la bendita playa... Más rockeados que nunca, más excitados que siempre, a sellar el último capítulo de un país que nos puso patas para arriba, nariz para abajo y culo al norte.
 Nunca a más de cincuenta metros del agua, logramos estacionar nuestra casa luego de algunas inconsistentes maniobras. Dejamos al titán descansado y recuperándose de tanto rock, y nos fuimos a conocer a toda la banda de crápulas que serían nuestro círculo de contención por los varios días en que nos quedamos estancados en este paraíso peruano de agua y descontrol.

Y así fue como conocimos a personajes entrañables como Nacho, Lisandro y Aníbal, encargados de mostrarnos los recovecos del lugar y guiarnos hasta uno de los mayores antros de perdición en diez kilómetros a la redonda, el nunca bien ponderado bar “Las Palmas”, taberna en la que se pueden conocer personajes como TaiChi, un limado que aseguraba ser un millonario retirado, dando la vuelta al mundo; o porque no a Australopitecus, una mujer mitad australiana, mitad pitecus, que nadie sabía si estaba buena o no, aunque su mix era llamativo. 

También algunas otras minitas que te pueden dejar de araca para siempre luego de prometerte algún tipo de paraíso desconocido, o toparse porque no y para redondear la noche, con el excelentísimo Comisario macana, siempre tirando más leña al fuego y ayudando a quebrantar la ley todo lo posible. En fin... un Bar de verdad y con B mayúscula.


Con Nacho y Lisandro...
Anibal y Lisandro en primera plana...
Nacho y su bocota...
Mientras todo esto ocurría, tuvimos también la oportunidad de vivir la segunda vuelta electoral entre Alan García y Ollanta, ganada eventualmente por el primero, suceso que nos tuvo muy preocupados por la veda de alcohol, pero que fue solventado magistralmente por un pueblo al que no le importaba nada, y que podríamos decir que casi no se siente parte del país. No solamente la veda no existió ni se tuvo en cuenta, sino que el comisario prendía porros adentro del bar y fiscalizaba sentado desde su banqueta todo terreno que no se apaguen. Casi un mundo perfecto.
 
Otros eventos destacables de este lugar burbuja en las costas del pacífico, son las hermosas playas de Bichayito, que se encuentran a veinte minutos en rickshaw... vírgenes, interminables y magnánimas; algunos partidos de fútbol que nunca se concretan, o la aparición por tercera vez en el recorrido de Yuval, nuestro amigo israelí, evento que fue expandido y exacerbado por la prístina persona de una de las polacas más divinas del mundo: Aga, quien dijo presente a último momento para sumarse a esta banda de facinerosos con intenciones poco claras, por no decir, bastante oscuras.
 
Vivimos momentos memorables entre playa, bares y estados de momificación varios. El Mundial de fútbol Alemania 2006 estaba al caer, por lo que no encontrábamos ni un motivos para no continuar exacerbando la alegría, por lo cual además (valga la redundancia), decidimos que ya que la estábamos pasando tan bien, mejor subir todos juntos al bondi, y así nomás, con este tremendo envión, irnos a cruzar la frontera y entrar a la conquista de un nuevo país.


Una vueltita por Bichayito...
Todos dijeron que sí... por lo que fácil y rápidamente consolidamos la despedida de Perú, del que además de llevarnos los sabores de Papitas a la Huancaína, rocotos rellenos y cebiches (entre otros), nos llevamos lugares increíbles, momentos inolvidables, enseñanzas y experiencias que nos movieron la estantería, y una cultura anárquica y segmentada muy marcada por el turismo en una gran cantidad de lugares, y absolutamente abandonada y a la deriva en otros.
 
Para colmo y para gritar cartón lleno, una banda de quemados muy novedosos arriba del bondi más lindo que se haya fabricado. Bedford lleno, corazón contento... “¡Prendelo nomás que ya estamos saliendo a la ruta!”... “Espantá a esos evangelistas que nos jodieron todas las mañanas y pediles que no canten más sonetos religiosos!”...
 
A poner norte hacia la frontera de Huaquillas entonces, que tenemos que robarle un poco más de emociones a la vida. Así salimos a la ruta. Tremendamente perfecto. Infinitas gracias Perú, nos vemos... Nunca pierdas tanta hermosura y tanta mística... Fue un verdadero placer, pero nos vamos a Ecuador!... Hasta entonces...



Un Bedford por las rutas peruanas...

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