7 nov 2011

El Cairo a dedo. Anarquía, mística y primeras impresiones de una ciudad infinita…

Nilo y Cairo... una combinación perfecta...
Me desperté dos horas más tarde de lo que pensaba arrancar, quemado por la mini borrachera del día anterior, y con la sensación de que dormir había sido un pestañeo. Del susto que me dio la realidad, cerré rápidamente los ojos y ensayé un sinfín de excusas para seguir durmiendo; aunque rápidamente caí en cuenta de que “si te gusta el durazno, bancate la pelusa”, y ya que los motivos que me estaban alentando a visitar El Cairo no eran menores, decidí pasar los primeros diez minutos más horrorosos del aquel día debajo de la ducha y pensando en café.

Dos quilombitos guiaban mis muy poco convincentes pasos hacia El Cairo. El primero: sondear toda la gama de actividades de interés que se pueden disfrutar en Egipto, Jordania, e Israel, cuestión de armar un itinerario digno para la llegada de las familias; y segundo, averiguar por visados para algunos países de medio oriente, posible sector del mundo por donde intentaríamos continuar un “Viaje por África” que proyectaba la apertura de nuevas sucursales. En definitiva: burocracia, y no cualquier burocracia, la peor de todas las burocracias: fronteras, visados, transportes, precios, y todo esto, dentro de una infinita gama de opciones. Fue una suerte no tener rifles de aire comprimido a mano.
Estado descontrolado de desesperación...
El único motivo que evitó que me empastille drásticamente fue que tenía resuelto el tema vivienda en El Cairo, ya que Katty y Thereza se habían ido hacia la gran orbe a pasar unos relajados días a la casa de Mohammed, quien gustosamente me aseguró que me haría un lugar en la covacha. Pensando en la cama que me esperaba allí, puse agua y fruta en la mochilita y saque a relucir mi temerario dedo pulgar por las rutas egipcias. 

Con toda la banda en El Cairo...
Contra la corriente, como el mismo forro de siempre que soy, salí al sol del mediodía a intentar alcanzar las afueras de la ciudad para surcar los casi quinientos kilómetros que separan Hurgada de El Cairo. Una vez ya parado en la ruta, y más sólo que Babi Etchecopatz, me ví naufragando en las puertas del desierto, esperando a que alguien me levante... sin puchos, mapa, o plata por si algo me pasaba. Pensé: “Te jodés por falopero...”.  Luego me excusé y me convencí “mucho mejor... eso significa que tenés que llegar sí o sí, y te conviene que sea rápido”. Es curioso, pero el sentimiento interno de soledad y de falta de recursos siempre hace que uno esté más atento, sea más efectivo y utilice el cerebro más y mejor.


Así fue que haciendo fuerza cerebral me paró un arabenauta para arrastrarme sólo unos pocos kilómetros hasta el primer pueblo de la ruta; aunque a cambio de tan poco aventón, me solventó tema puchos por largo rato, regalándome unos pocos que le quedaban en un atado (mientras me señalaba otro nuevito y cerrado que se reía en la luneta del auto). Le faltó guiñarme el ojo. Pensé: “Gracias flaco, aunque me parece que donde me estás abandonando no me levanta ni el loro”, pero en vez de quejarme pregunté: “¿Tené fuego?”. Me regaló una caja de fósforos. “Salaam Alecum”... “Walecum Salam”... “no’ vemo’”...

Caminé preocupado por un buen rato porque no veía rastro de personas, ni autos, ni plantas, y el sol estaba calentando fuerte. Me duró poco, ya que al primer camión que pasó le hice señas en siete idiomas mudos, que incluyeron amenazas de muerte y un amague a tirarme sobre el parabrisas. Paró. El tipo era un cristiano copto, identificable por la cruz que llevan tatuada en alguna parte de la mano o la muñeca. Se sonreía cada medio segundo por algo y entendía media de cada diez palabras que le tiraba en inglés.

Tatuaje de identificación copto...
En principio la relación fue muy buena y correcta. Realizamos intensos esfuerzos mutuos para desarrollar una mezcla de comunicación en inglés, árabe, y señas, que nos hizo sacar en limpio una obra de teatro psicotrópica. Nunca llegamos a referirnos al mismo tema, responder correctamente a una pregunta, o sentir algún tipo de entendimiento mutuo. Cuando uno ya no sabe que decir, y hay alguien que mira como esperando una respuesta, lo mejor es responder con palabras inventadas. La otra persona hace de cuenta que entendió y dice: “ajá, ajá”, y no comenta nada y la charla se corta de nuevo.

Pero en algún momento la cosa subió un poco de tono. Esperando atravesar un control policial en el que me tuve que esconder para no ser visto dentro del camión (no está permitido hacer dedo en Egipto), el tipo me hizo sentarme en la cama de atrás del asiento, y no contento con eso, se tiró detrás mío y me quisó apoyar. “¿Qué hace un árabe copto sacando a relucir ese movimiento pélvico a mis espaldas?” pensé. “Atrevido, ¿qué hacé?” sentencié. “Más que pija vas a comer huesos con dientes”. Me zamarreé, lo zamarreé... “si me tocá’ de nuevo te mato de posta” (en mezclas de idiomas y distintas miradas “magnun”). El chabón se calmó.


Una foto del camionero en su juventud, cuando todavía montaba a camello...
Pero el loquito ya la había cagado fulero, y entonces y a partir de ahí, el viaje fue bastante raro. Yo no me podía bajar en el medio del desierto y la tensión iba en aumento descontroladamente, aunque terminé optando por reírme por dentro, ya que el tipo era un “pervert” tranquilo que se jugó la carta morbosa por excelencia. El caradura me pidió plata, a lo que repetí la mirada “magnun” reforzada por una puteada en argentino profundo que lo calmó; para luego de otra hora más de viaje, ya entrando la tarde noche, y en medio de una situación insostenible, me bajé en una bifurcación llamada “Ain el Sukhna”, lugar desde donde se abrían los últimos cien kilómetros de autopista que me separaban de El Cairo.


Cairo y más Cairo...
Bus en el centro de la ciudad...
Casi instantáneamente le toque el corazón a un musulmanito muy copado que llevaba unos trastos en un mini camión. Me vio en el medio de la ruta sin luz y puteando, y aunque frenó como cien metros más adelante, me esperó para llevarme hasta la entrada del Cairo. Cuando vi el cartel de bienvenida respiré mucho más y mejor, y me salieron todas las puteadas acumuladas que había reprimido en el episodio con el camionero. Sentí como si recién ahí me hubiera terminado de despertar.

Faltaba encontrarme con Mohammed en un mega-shopping para que me llevara a la cama prometida y arrancar al día siguiente con todas las embajadas. Así fue que me levanté en el barrio de Abassiya, área o barrio que se encuentra a media hora del centro, y lugar dónde encaré una lista con ocho embajadas y apuntes sobre todo lo que tenía que averiguar. Agarré una guía, mapas, marqué todos los puntos necesarios por donde me tenía que apersonar y me lancé a descubrir una de las ciudades más enigmáticas en las que tuve la suerte de transitar.

Arquitectura y mampostería...
Musulmanas tapadas...
El Cairo es sencillamente indescriptible. De esos lugares que más que contemplarlos o mirarlos, necesitan ser respirados. Aunque en esta primera experiencia no iba a darme el lujo de visitar sus principales atractivos, gracias a la necesidad del tramiterío, iba a enfrentar la incomodidad de caminarla, de lo que rescato que es la única manera en que realmente se conoce un lugar.

De esta modo salí a enfrentarme con calles que no se pronuncian igual en inglés que en árabe, con un subte con vagones separados para hombres y mujeres, con lugares que antes estaban ahí y que ahora están en otro lado, con los típicos pasados en buena onda que más que ayudarte te retrasan, con los trampa vende turismo, con un Nilo que te destroza la visual de lo alucinante que es, con una contaminación asombrosa, con un tráfico de millones de autos que no registran el semáforo, con una infinidad de puestos de chai. Con la eterna amabilidad de los egipcios, con su pesadez, con su necesidad de diálogo, con el típico y de acá en más insoportable “Welcome to Egypt”, con su repetida comida callejera compuesta por falafels, shawarma, y el indefinible Koyari, y con dos mil matices más de una ciudad que te atonta y te alucina con sus infinitas capas de estímulos informativos.

Así fue que anduve por todo el centro de El Cairo y barrios aledaños, caminando apurado, pero a la vez extasiado por todo lo que me circundaba. Era como estar trabajando de extra en una megaproducción que había puesto mucha guita en escenografía y extras. Ahí estaba yo, ínfimo entre esa millonada de árabes, indefenso quizás, lleno de inquietudes, batallando embajadas que no hablaban en inglés, e instituciones, organismos, y sitios oficiales, que no tenían la información adecuada o actualizada.

Durante la travesía cruzaba las avenidas intentado que no me pisen los autos, y cada tanto frenaba a tomar un riquísimo chai en alguno de sus recovecos. Iba fumando los gloriosos Cleopatras, fumando en todos lados porque está permitido. Fumando en el bar, fumando en el taxi, fumando y comiendo, fumando sin que nadie mire o rompa las pelotas porque es una falta de respeto... En un mundo que giraba 360º cada vez que me sentaba a observar. Una imagen de película bufarra, pero que en definitiva eran la que estaban proyectando.


Cigarrillo egipcio y barato...

En fin... la vida transcurría y logré completar los trámites en tres días. Entre tanto tuve un rato para visitar y recorrer el famoso mercado de “Khan al Khalili” junto a Mohammed, Thereza y Katty. Un lugar que se te caen las medias de las mezquitas, los mercados y la arquitectura general. Sinceramente impresionante.

Inmediaciones de Khan al Khalili...
En alguna mezquita loca...
Techo de una mezquita... tortícolis segura...
La última noche de esta primera visita a la gran orbe egipcia, arribó Juan desde Hurgada. Compartimos una charla nocturna y un último desayuno como con la cosa masticada, como si la partida ya hubiese sucedido. Nos dimos un abrazo eterno que me recorrió como un trueno el interior, y con ese mambo eléctrico, salí lanzado a la búsqueda de la misma ruta que me trajo para volver a Hurgada.

Caminé kilómetros para apalear la desdicha, hasta que sin levantar el dedo, alguien que me vio en el medio de la ruta, paró, y me dijo que me llevaba. Otro ángel de la guarda, otro de los miles que te cuida. Con ese envión fui cambiando de auto, de religión y de velocidad, hasta que la policía me paró, me hicieron una investigación larguísima sobre quién era, y luego de corroborar que no era ningún tipo de terrorista, pararon un colectivo larga distancia y me dijeron que no me dejaban hacer más dedo, pero que a cambio me pagaban el bondi hasta Hurgada.


Ultimo avistaje cercano del primer tipo... casa de Mohammed...
Me daba lo mismo, si el gesto hubiera venido de alguien más hubiera dicho gracias, pero la institución policíal nunca me deja de parecer ignorante, estúpida y asquerosa, y por lo que mi experiencia dicta, en ninguno de los países que pisé merece mi más mínimo respeto. En fin, venía triste por la despedida, pero divirtiéndome, entretenido en la ruta, hasta que boinita me “decomisó el sudor y la sonrisa”, y al final heroico, me lo reemplazó por una llegada en bondi, que en ese momento me pareció muy berreta. En fin... estaba de vuelta en Hurgada con todo resuelto y listo para empezar la etapa de espera de la familia. Hasta la próxima, cuando le relatemos como es vivir veinte días en Hurgada. Entrega Plus: Navidad y Año Nuevo 2010.

Con el traje de azafato de Mohammed... para la posteridad...

2 comentarios:

  1. Che, sólo para saber, ya que esto viene con un año de atraso, por donde andan ahora?

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  2. En Sudáfrica locura... abrazo...

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