15 dic 2011

Yodfat, un lugar perfecto. Episodio número uno…

Yodfat de postal...
Abandonamos Tel Aviv por la puerta grande, pero dejándola entreabierta, ya que en algunos días volveríamos para hacernos cargo de la responsabilidad y la felicidad que nos produciría ir a ser parte del arribo de Federico Marcello, quien diría nuevamente presente en Tel Aviv, no sólo para venir a visitar a esta banda continental, sino también para filmar un documental, e intentar hacer un pequeño recorrido conjunto por Medio Oriente e India.

Dijimos entonces hasta pronto, caminamos un montón de cuadras hasta encontrar la salida de Tel Aviv, e inauguramos dedo por rutas judías; que de carro en carro, y de desvío en desvío, nos terminaron depositando en un pueblo llamado Yokne'am, desde el que llamamos a Daniel, quien muy contento y excitado, sentenció que nos vendría a buscar.

Destacable es la facilidad para conseguir que te lleven en Israel. A la gente se la ve muy acostumbrada y abierta a la práctica del dedo, hecho que además de ahorrarte un dineral, te pone en contacto directo con todas las voces del país; que mientras hablan y expresan sus pensamientos y convicciones, te van regalando las claves para armar el rompecabezas de una de las sociedades más complejas que hemos visitado.

La luz se hizo y alumbró un encuentro virtual muy emocionante. Daniel apareció en su camioneta con una sonrisa perfecta, mucho más nutrido que en África, y con un ánimo con el que pocas veces nos recibieron. Intercambiamos las huevadas de rutina y nos pusimos rápidamente al tanto de lo que había pasado en nuestras vidas en un lapso de tiempo que era casi nada, pero también y a su vez, infinito.

Con Daniel en una excursión a la frontera con el Líbano...
La vida de viaje constantemente empieza y termina. Con cada país, con cada encuentro, con cada amigo, con cada amor y cada experiencia, se puede delimitar una etapa de tu vida que quizás duró sólo unos días, o unas míseras, pero extremistas horas...

Formalidades concluidas, ya casi estábamos dentro de Yodfat, uno de los lugares más perfectos en términos sociales que hayamos visto en largo tiempo. El camino es levemente sinuoso, y el pueblo reposa perdido y tranquilo en el tiempo, en alguna de las cumbres de un pequeño cordón montañoso.

Poco sabíamos de todo lo que nos esperaba vivir en este pequeño énclave israelita, que a buenas y primeras se notaba muy fuerte en tradiciones, pero muy relajado en términos religiosos, con gente mucho más abocada a sus tareas y asuntos de real importancia.

Casi no tuvimos tiempo de pensar nada ni de saludar a nadie más, que el suceso de elementos que introdujo Daniel a lo que iba a ser nuestra estadía, nos dejó en estado de shock, nos bajó de un hondazo de la vida citadina, y nos acopló en el paisaje y ritmo de un lugar al que podríamos tildar, además de perfecto, de terapéutico.

Colinas de Yodfat en una de esas caminatas por la zona...


Bajamos de la camioneta y antes de que pudiéramos mirar alrededor, Daniel abrió la puerta de una casa de madera escondida en el medio de la maleza y nos hizo entrar. “Esta es su casa”. “Ahí tienen el baño con agua caliente, ahí tienen la cama de dos plazas, acá está la cocina y el anafe, ahí la vajilla, y les hicimos una compra de básicos para que puedan ubicarse” (verduras, té, azúcar, fideos, arroz, salsa de tomate, miel, aceitunas, dulces). Y como si todo esto no fuera un montón de felicidad, entró para ponerle la frutilla al postre un personaje que se transformaría con el paso de los días en un amigo entrañable. Mihail dijo “Hello”, se presentó sonriente y muy relajado, y dejó una taza de vidrio arriba de la mesa, llena de cogollitos de marihuana de su propia cosecha al susurro de “Enjoy”, “To chill”.

Decir “gracias” me dio vergüenza y a la primera seca que fumé, como muchas otras veces me sucede, sentí ese fuerte impacto del cambio de aire del medio ambiente. Ese pequeño momento en donde los nervios citadinos se desajustan para dar paso a pensamientos más enfocados, menos neuróticos, y mucho más centrados... Lo que está pasando aquí y ahora. Ese momento de cambio en donde el cuerpo anuncia que de ahora en más se declara en un momento de abstención de preocupaciones y se dedica a disfrutar del entorno, de la gente, y de todo de lo que esa interacción se desprenda.

Pequeñas plantaciones de aceitunas...
Caminando por Yodfat...
La entrada de la casa desde adentro...
Daniel preparando un poco de té...
Yodfat le ponía magia a la vida en menos de lo que me cuesta escribir este párrafo, anunciando que era de esos lugares de los que iba a costar desprenderse, porque si hay algo que le pone sabor a la vida y levanta todos los ánimos caídos, es ese toque de humanidad, de entrega y de simpleza, que no tantas personas saben expresar y mucho menos regalar. Con esta tremenda recepción resultó una obligación introducirse en su vida diaria, y en la de cada uno de los personajes que iban a saber alegrarla a cada instante. Yodfat, Daniel, y todo su clan inauguraban un período importante de conocimiento de un Israel mucho más desestructurado, con vetas muy distintas a las imaginadas previamente, cuya primera lección se centraba en el concepto de hospitalidad e integridad.

Así fue que además de Mihail, un pibe de veinte años que relucía un comportamiento y una templanza de un adulto consumado, apareció la novia de Daniel, Hadas, una persona con modos mucho más que dulces y delicados, cuya máxima preocupación radicaba en cabalgar cada mañana su propio caballo por la naturaleza circundante. Se había negado a hacer el servicio militar obligatorio y le interesaba vivir totalmente apartada de los quilombos israelitas clásicos. El cuadro lo completaban un sinfín de buenas personas y sus familias, quienes vivían en una llamativa armonía que los mantenía ocupados en sus quehaceres diarios, a los que por suerte, sumaron el confort de dos argentinos a la deriva.

En la casa de Bonzo...

Entre las caminatas más destacables visitamos Old Yodfat, ruinas de miles de años de antigüedad, en las que la atracción principal son las cuevas donde habitaban sus pobladores de aquel entonces. Las mismas anclan su belleza y aura en una armónica rusticidad, pero me atrevería a decir que lo que realmente le da el touch místico al lugar, es la ubicación geográfica. Pararse en la cima de la pequeña montaña significa disfrutar de un placer audiovisual de dimensiones grotescas. Se obtiene la sensación de estar en el epicentro del mundo, un lugar desde donde todo el caudal de belleza se puede contemplar sin el más mínimo esfuerzo... y cuando la belleza no es forzada, siempre da la sensación de ser mucho más bella. Tecito, fasito, caminata, fotito... Ponele moño y volvamos.

Para sumar más excitación a la emoción y más gusto al sabor, Daniel nos organizó una comida en una famosa granja de la zona, lugar donde acudimos un viernes al mediodía en actitud ceremoniosa. Al paraíso culinario accedimos caminando luego de transitar un par de atajos montañosos por el lapso de unos veinte minutos, y para nuestra sorpresa y felicidad, resultó ser otro de estos conceptos totalmente desconocidos para nosotros. Una granja ecológica, pero de estas que no joden. TODO era ecológico. Y todo era ecológico porque además de ser gente preocupada por la mantención del medio ambiente, su principal fuente de recursos era justamente la comida, pero no cualquier comida, la mejor comida amigos que cualquiera de ustedes haya tenido el placer de desgustar.

Dentro de una cueva en Old Yodfat...
Uno de los almuerzos más ricos de la vida...
Ordeñando en la granja...
Vista desde la granja...
Se dedicaban a la elaboración de quesos, pan, ensaladas, vino y un par de platos elaborados. El sistema de producción de la granja funcionaba basado en el intercambio de colaboración y trabajo por un lugar para dormir, la comida correspondiente y el conocimiento que se adquiría. Esta ecuación era la responsable que uno se cruzara por los pasillos a algunos extranjeros que llegaban de algún lado del mundo y se quedaban a desarrollar sus virtudes culinarias, aprender un poco más de algo y luego seguir viaje.

La comida se acompañaba con un agua de jazmín que cada vez que la tragaba me parecía que estaba tomando algún brebaje "vida eterna". Los cubiertos adornados con hojas de lavanda y pastitos... El paisaje para acompañar la comida, como un rock and roll de Motorhead... perfecto. Todo, pero absolutamente todo, estaba basado en trabajo manual. No se utiliza ningún tipo de conservantes y hasta la levadura del pan la obtenían del aire. Nunca creí que tanta atención a tanto detalle pudiera producir la diferencia de sabor en elementos tan básicos como los que saboreé aquel día.

Para ponerle el broche de oro a tanta satisfacción, sus dueños, que a su vez eran productores y maestros, resultaron ser unos genios sin precedentes, y nos invitaron a ver todo el proceso de ordeñado de las cabras, en el que además terminamos involucrados y llenos de olor a leche sin pasteurizar, pero muy contentos de entender algunas diferencias entre máquinas y personas. Aquella comida y aquella tarde perdurarán en mi memoria como el día en que mi paladar subió los estándares de lo que entiende por “gusto”, más aún si consideramos que a esa misma noche, nos invitaron a nuestra segunda cena de Shabat, que era lo único que le faltaba a esta troop para ponerse a llorar de la emoción.

Hadas en el más allá...
Admirando la belleza circundante...
El caballo de Hadas...
Este shabat fue distinto, ya que las familias eran más tradicionales. Asistimos y presenciamos los dos mil rituales que giran en torno al mismo. No entendimos un corno lo que se hablaba porque se recitaba y se cantaba en hebreo, pero de todas maneras resultó muy emocionante el hecho de sentirnos parte y de ser tan bien atendidos... además de recibir la bendición de mano del patriarca de la familia, quien era el que manejaba los hilos de la ceremonia y los tiempos de la comida. A veces para hacernos sentir más cómodos esbozaba algunas frases en inglés mientras se reía y nos alentaba a hacer algo que no sabíamos. Tremendo, espectacular y sublime.

Para redondear esta primera parte de Yodat nos invitaron a volver una vez que nos reuniéramos con Fede en Tel Aviv, no sólo para seguir haciéndonos sentir como en casa, sino para que seamos parte de una fiesta tradicional hebrea llamada “Purim”, que se festeja a puro disfraz... tomando toda la cantidad de alcohol que a uno le entre en las venas. No hizo falta ni una sola palabra para convencernos. Sí automático, si los hay...

Sábado relajado con algunos vecinos...
Así que antes de alistarnos para ir a buscar al tercer delincuente de la banda, solamente restó compartir algunas tardes en las distintas casas, saborear una infinita cantidad de té, fumar una no menor cantidad de marihuana terapéutica y decir hasta luego... nos vemos en escasas horas... Gracias y hasta las próximas aventuras de Yodfat, un pueblo para admirar y sacar conclusiones...

Este post va dedicado a Hadas y su caballo, quien murió galopando la penúltima tarde de aquella estadía, y que a pesar de su larga vida y de una de las muertes más dignas que le pudiera esperar, dejó un vacío que sólo sigo pudiendo entender, recordando los ojos que Hadas me mostró en aquel triste día. ¡Salud!

4 comentarios:

  1. Genial!! El relato provoca una sana envidia y ganas de vivir alguna experiencia similar... Abrazo!

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    1. Agarrate una mochila y dale para adelante... Te van a venir miles... Abrazo y gracias por leer...

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  2. ola viajeros, por favor proporcione la dirección del oficina, gracias!!! Feliz Navidad- 2012.

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  3. Tenemos oficinas virtuales solamente... podes escribir al mail si necesitas algo... Un beso y gracias por leer...

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