Kenia, llegando al Kakamega forest...
De contrabando en el Kakamega Forest... |
El sentimiento de pena de lo que se termina, confrontándose al sentimiento de intriga de lo que inmediátamente está por venir, es el intenso debate interior que últimamente define mis sentimientos en las fronteras que vamos atravesando. Una especie de reflexión masoquista sobre los muchos recuerdos de lo que no volverá, de lo que necesariamente tiene que terminar... la inevitable caducidad de las cosas. Por un instante me duele todo adentro, como si me depilaran el alma con cera. La tragicomicidad de estar demasiado vivo.
Por suerte, como dije antes es sólo un momento, y con sólo un fuerte pestañeo espanto los sentimientos que no me llevan a ningún puerto... y cuando abro los ojos nuevamente, me encuentro dentro de algún otro país, con gente distinta, con autos distintos, con idioma distinto, con otra historia, otras características... Todo listo enfrente de las narices para empezar a echar mano e investigar. Y el niño sale a jugar nuevamente, atónito y sobreestimulado por tanto que no conoce, y todo lo que le llama la atención, ¿qué es esto? ¿qué es eso? ¿quiénes son ustedes? ¿adónde van? ¿cuánto cuesta?...
A la frontera de Malaba llegamos a dedo. De la misma forma saldríamos, aunque esta vez no tan impunes como en la de Uganda, ya que a "Don sellito" le importó un pito nuestra historia pedorra, y nos dijo que sino pagábamos los veinticinco dólares, nos podíamos volver a Uganda y resolver nuestros asuntos allí. “¡Ok!... ¡No worries gorrita!, era un chiste!”. Pagamos, nos pegaron un papel gigante en el pasaporte y nos dejaron pasar.
El primer objetivo en el nuevo país era la ciudad de Kakamega, lugar donde se puede visitar el “Kakamega forest”, un bosque húmedo, famoso por unos monitos de cola y cabeza blanca que parecen muy piolas, porque aparentemente la vegetación es mega monga, y porqué hay un estúpido número de diferentes especies de mariposas que la adornan. Así que en esa dirección nos dirigimos, y luego de un buen rato, ya entrada la noche, arribamos sanos y salvos en un auto que venía perdiendo mucha agua, pero que por suerte no se fundió.
Luego de hacer una recorrida hotelera para el olvido y de pelear el precio como gitanos, logramos un arreglo conveniente en un hotelucho de mala muerte, pero con muy buena onda, donde la suerte digitó que iba a transcurrir nuestra primer estadía en el aún enigmático país. La primera impresión que tuvimos de Kenia, al menos en esta parte sur, es que el país está algo más desarrollado que el resto de los del sur/este del continente (exceptuando Sudáfrica). La gente es un poco más “viva”, una especie de "piiiillllooo" que te hace moverte con cuidado, atención y respeto. La psicología y la charla callejera intentan demostrarse ante el turismo como "distintos" del resto de África, más “civilizados”, más "interesados" en salir del estado “primitivo”. Un poco de Bobi Goma.
Reabasteciéndonos de agua... |
Son ciertamente comparables con el tipo del interior que va a la gran ciudad a “triunfar”, embobado por promesas de “bienestar”, sin darse cuenta que lo que en realidad va a desarrollar es la viveza fea, la competencia poco honorable, el consumo tonto, las formas ridículas, y el intentar distinguirse del que no puede o del que directamente no quiere.
Ese tipo que por alguna razón y por propia inseguridad necesita ser aceptado, y que por supuesto es carne de cañon, utilizable y descartable, y muy inocente aún en su forma de actuar. En fin... ojalá Kenia no se siga “desarrollando” mucho... y ojalá la ONU se retire. En fin, se me escapó la tortuga groso. Mejor sigamos...
Kakamega tiene una vida intensa. La gente además de naive, es muy amable y muy simpática. Por supuesto que seguimos inmersos en el África negra, y por ende, la gente se sigue sorprendiendo de la aparición de blancos por todo concepto. Te miran, te hablan, te deliran, se ríen, y todas cosas que a esta altura forman parte del cambalache de nuestra rutina diaria.
Muy importante para nosotros fue notar que los platos de comida callejera son más sustanciosos, por lo que a la hora de pedir “nyama” (carne), en vez de venir cinco pedacitos locos, vienen como quince, aumento que influye en forma directamente proporcional a nuestro buen humor. También se pueden ver una mayor variedad de frutas baratas, y por mucha suerte, sigue habiendo chapati, esa masa loca que rellena de cualquier cosa es un excelente tentempié.
Un día nos despertamos y decidimos abocarnos a la misión que nos había traído a la zona: visitar el Kakamega forest. Para ello abordamos una colectivo de línea, que luego de unos pocos minutos nos dejó a escasos quinientos metros de la puerta principal de este parque nacional. Hacia allí nos dirigimos ciégamente...
Un día nos despertamos y decidimos abocarnos a la misión que nos había traído a la zona: visitar el Kakamega forest. Para ello abordamos una colectivo de línea, que luego de unos pocos minutos nos dejó a escasos quinientos metros de la puerta principal de este parque nacional. Hacia allí nos dirigimos ciégamente...
El cartel que comunicaba los precios en la entrada, nos devolvió la vista muy bruscamente y nos espantó. cuando estábamos pegando la media vuelta para buscar la famosa “vía alternativa”, salió una señorita seguridad a preguntarnos porqué nos íbamos. Decidimos intentar pelear el precio, pujando para que nos dejara pagar como si fuéramos keniatas (que es algo así como una veinteava parte del precio para turistas), pero por desgracia terminamos en una discusión sobre blancos y negros que nos subió la temperatura a todos, y que no voy a reproducir para no volver a calentarme. Después de que obviamente se despacharan con un "NO" rotundo a cualquiera de nuestras intenciones, hicimos lo que deberíamos haber hecho a buenas y primeras, dar la vuelta por atrás, y encontrar un huequito para invadir el perímetro.
Lo espectacular de todo esto es que ni siquiera hizo falta, ya que un genio que nos vió merodeando los maizales nos llamó, y sin hablar una sola palabra de inglés, ya tenía clarísimo que nos queríamos meter al bosquecito sin pagar la entrada. El pibe nos llevó casi de la mano y nos terminó depositando en el medio del alucinante santuario, y nosotros que somos ratas, pero no egoístas, le dimos una propina buena onda, aunque debemos aclarar que el tipo ni la pidió. Gente como esta es la que siempre tendríamos que encontrar. "Gracias loco por la buena onda y por demostrar que la generosidad no tiene idioma...".
Entonces claro... Nosotros más que chochos de la vida, nos quedamos recorriendo el Kakamega Forest en sumo silencio, cuestión que nadie se avivara de nuestra presencia. Por suerte, en esta ocasión logramos avistar los famosos monitos de cola blanca, las millones de especies de mariposas y disfrutar de la impactante vegetación circundante, cuyos mayores argumentos se fundamentan en árboles gigantes y flasheros.
Luego de un par de horas decidimos que el evento ya estaba tachado de la lista de quehaceres, por lo que comenzamos la vuelta a la city en la caja de un camión. Restaba disfrutar un rato de la tarde y tirarse a descansar. Ya estábamos pensando en nuestra próxima parada. Para continuar eligimos un lugar del que teníamos muy buenas referencias: “Nakuru”.
Hacia allí saldríamos en alguna calurosa mañana keniata... Por lo demás, la primera experiencia en Kenia fue mucho más que positiva. Los niveles de felicidad llegaron a marcas bien altas, principalmente impulsados por una adrenalínica incursión en el bosque, y por la buena onda de nuestro guía, que hizo que todo fuera mucho más fácil. Los dejamos con las fotitos y nos encontramos en la próxima parada. Cariños...
Dedo saliendo de Uganda...
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