Kisoro, los minimonitos y una experiencia religiosa...
Kisoro tierra adentro... |
Y lo empezamos a escribir como siempre, con el dedo pulgar, que es nuestro dedo más importante, ya que nos sirve principalmente para dos cosas muy necesarias: parar autos si lo apuntamos hacia el costado, y decir que “está todo más que bien” si lo apuntamos hacia arriba. Un dedo con muy buena onda el pulgar... ni en las piñas participa.
En fin (ya se que tengo que dejar las drogas), nuestro dedo proveedor nos llevó primeramente sobre, y luego, hasta, el cordón volcánico del oeste del país, lugar desde el que se obtienen imágenes de alto impacto visual, que podrían ser tildadas de irreverentes, irrespetuosas y hasta de revolucionarias, y desde donde además, se puede ver el hermoso valle en el que reposa nuestra nueva ciudad objetivo: Kisoro.
Pulgarcito hizo de las suyas nuevamente y consiguió una caja de una camioneta que nos dejó sobre la calle principal, justitoo en el momento que se largaba a llover, hecho que motivó que nos metiéramos derecho al primer "bar" que vimos, lugar que nos proveyó de un té caliente, y gracias a la energía que estaba ejerciendo Marte sobre la tierra, y el calendario Maya sobre el Gregoriano, un lugar que rozaba lo regalado para dormir, atendido por gente más "buena onda" que Sebastián Wainraich y Peto Menahem, pero en vez de judíos, negros.
¿Vos decís que por acá pasan autos?... |
Peto y Seba... |
Ruteando en las rutas...
Nos instalamos y empezamos a hacer las averiguaciones de rigor sobre el parque nacional Mgahinga. Nos terminamos enterando que chimpancés no había, pero que la bomba del verano eran unos monitos pedorramente chicos que tenían (creo) la particularidad de encontrarse sólo en esta zona. De esas cosas que siempre huelen a un poco de chamuyo adornado. Fuera cual fuera el caso, a nosotros realmente nos daba igual.
En fin, sólo el ticket de entrada costaba unos alarmantes treinta dólares, a lo que había que sumarle el costo de un vehículo y el de un guía que te aproxime a la zona donde efectivamente están los mini-monitos; riesgo, de no contar con estas premisas, pagar una alarmante entrada, y como un bobi goma, irse sin ver a los mini-monitos. Desilusión gigante y pérdida virtual del dinero.
Con todos estos argumentos en contra (que acabo de manipular en nuestro favor), no nos dejaron más opciones que intentar "robarnos" el parque, ya que la posibilidad (o más bien imposibilidad) de pagar, se descartó totalmente cuando vimos una foto de estos simpáticos primates. Como ya estábamos in situ, decidimos investigar un poco el área antes de continuar hacia nuestro siguiente objetivo: los gorilas de montaña del “Bwindi Impenetrable National Park”, cuyos jugosos detalles encontraran en el próximo episodio.
Caminos bananeros... |
Plantaciones en la frontera con el Congo... |
Trabajando las plantaciones... |
Entonces un día amanecimos bastante tempranito, y decidimos lanzarnos a la mal intencionada excursión, que por cierto casi hace agua antes de llegar al parque, ya que como somos unos papanatas, hicimos dedo exactamente para el lado contrario, por lo que llegamos a ninguna parte. A partir de acá teníamos aparentemente dos muy malas opciones: o hacer dedo para volver a la ciudad y de ahí empezar de nuevo para el otro lado, o bien tomarse un taxi o una moto, que cuestan mucho dinero... y ya sabemos que pagar va en contra de nuestros principios.
Entonces, cuando la desmoralización y la vagancia ya estaban socavando y doblegando a parte de la troop, justo en el momento en que las caras revelaban severas intenciones de tirar la toalla, apareció un viejo parecido a Dios que nos reveló que se podía llegar hasta el parque en unas dos horas, caminando por unos atajos que van serpenteando campo adentro, justo al costado de las montañas que son el límite geográfico con el Congo, y que además, uno de los chicos del pueblo nos podía guiar ya que iba en la misma dirección. Le teníamos que dar dos dólares.
Selva madre... |
La caminata resultó ser un pedazo de flash infernal, increíble, preciosa... lujuriosa diría. Un espectáculo de elite en donde lo mejor era que no había nadie que moleste. Sólo se asomaban muy tímidamente los campesinos de las inmediaciones. Cada tanto aparecían algunos grupitos de niños que salían a decir “hello” con esa típica sonrisa africana, que se se mantiene incrustada tanto tiempo como uno se mantenga dentro del campo visual.
Los más grandes se alertaban unos a otros sobre nuestra presencia. Este boca en boca finalizaba con la aparición de algún "desesperado" que no se quería perder el espectáculo, y que corría a corroborarnos como si fuera a ver un ovni. Cuando nos veía y establecíamos contacto visual, le agarraba verguenza y se volvía, no sin antes esbozar una cara de sorpresa como si realmente hubiera visto al ovni, acompañada por la misma sonrisa amigable e inmaculada que ya le contamos.
Luego de este y otros cuantos flashes, finalmente llegamos a las inmediaciones del famoso parque nacional. Nos sentamos a una distancia prudencial de la puerta de entrada para observar y pensar por dónde incurrir en pecado. El amigo guía se despidió también con una sonrisa y se volvió muy contento con su dinero.
Resumiendo: creo que fue la vez que más rápido encontramos el atajo hacia el pecado. Directamente rodeamos unos árboles, y caminamos por el costado del muro hasta que nos alejamos lo suficiente de los guardias, saltamos la valla y chau picho. “Confirmado que el viejo era el diablo”, pensé justo en el momento en que caí del otro lado.
En el infierno... |
Así fue entonces que dimos vueltitas por las húmedas malezas en compañía de nuestra tierna inconciencia, intentando que no nos vea ningún ranger y rastreando las huellas de unos monitos que se nos negaron. Lo importante de todo esto fue la confianza y la práctica que íbamos adquiriendo para intentar dar el golpe maestro en el Impenetrable de Bwindi...
Caminando con nuestro guía... ¡gracias capo!... |
Uganda... |
Sin palabras...
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