13 dic 2010

Mwanza, a puro dedo y a mucha honra... una forma de seguir...

Dedos para el recuerdo...
A partir de la más que positiva experiencia en Karatu, presionados por los tres o cuatro meses que quedaban por delante hasta alcanzar Egipto, y en vistas que nuestras cuentas bancarias dicen que es imposible lo que nos estamos proponiendo, decidimos bajo juramento no pagar un sólo transporte más, hacer toda la ruta restante a dedo, dormir a través de la famosa página couchsurfing.org, no pagar visas, e infringir cualquier puerta de entrada hacia los atractivos más sobresalientes de cada uno de los países.

Así fue que pusimos primera hacia el inmenso Lago Victoria, más precisamente hacia la renmobrada ciudad de Mwanza, lugar donde Trine, nuestra primer couchsurfera noruega, nos esperaba dispuesta a albergar a esta triple troup, con los brazos abiertos y los pelos al viento. Más que contentos y espectantes salimos tempranito por la mañana a cubrir la extensa y difícil ruta que nos llevaría a destino, experiencia que nos meteria de lleno a surfear el desconocido mundo del dedo en el África Meridional.

Cajón de camión...
Desde arriba...
De Karatu nos sacaron en un camión gigante de turismo transafricano, que para alegrarnos la mañana nos convidó los restos de alguna comida, que como desayuno iba como trompada. Nos "tiró" en la salida del pueblo más cercano, lugar en dónde empezamos a toparnos con algo que sería una constante: los africanos que no pueden entender que un blanco no tenga dinero, y mucho menos aún, que esté en la ruta pidiendo que lo lleven. Las situaciones surfeaban entre la más pura de las gracias y el más intenso de los tedios. La gente se acumulaba alrededor nuestro en manadas, haciendo preguntas en idiomas inentendibles, y hasta regalándonos comida como naranjas y maníes. Me resultaba paradójico estar en África y que me den comida. Ese momento luminoso en el que uno puede afirmar con gran convicción: ”soy una rata...”

Paisaje Tanzano...
Las combis-colectivos frenaban, se amontonaban, y se desorientaban. Costaba bastante hacerles entender que no íbamos a subir porque no queríamos pagar. Nos agarraban las mochilas y nos miraban tratando de entender qué extraña estupidez poseía a nuestros pobres cuerpos blancos. Cuando finalmente se cansaban de no lograrlo, tiraban la toalla, encendían nuevamente el motor y se iban. Algunos más piolas se reían, otros más resentidos se enojaban, pero nadie era indeferente a nuestra presencia y/o actitud... Lo que por otro lado hacía el viaje más entretenido, pero a la larga, algo más difícil y desgastante.

Nuestro siguiente "lift" fue auspiciado por una camioneta de turismo safari, de estas que van abiertas en la parte de atrás y tienen asientos bien elevados para que la gente obtenga una buena panorámica de los paisajes. Esos kilómetros de viaje fueron una delicia de libertad y puro placer al sol. Hasta tuvimos la suerte de ver un par de animalitos que correteaban por las praderas circundantes. Un viaje relajante lleno de lindos y coloridos detalles.

Dale que vaaaa...
La camioneta nos dejó en el cruce donde llegaría a nuestras vidas el personaje principal de éste tramo del viaje, Nasser, un árabe que nos tuvo algo de pena y nos recogió  en una Land Cruiser muy nuevita. Un tipo con la mirada piadosa, cara de buena persona, y acompañado por dos de sus empleados musulmanes. Entre todos nos darían el aventón más importante de este tramo, atravesando un camino de ripio totalmente destruído , e invadido por chinos que intentaban construir una ruta. Chinos, sí, chinos...

El árabe genio se dirigía hacia un pueblo llamado Singida, ciudad donde vive junto a su familia, pero que queda a una buena cantidad de horas de Mwanza. En un momento frenó en medio de la ruta y nos invitó el almuerzo. El tipo, aunque estábamos en medio del Ramadán comía igual. Sus empleados, musulmanes un cacho más ortodoxos, nos miraban con hambre, pero esperaban resignados la caida del sol. Es un bajón comer o beber delante de personas que no pueden, aunque sea por religión, pero bueno... nosotros no somos devotos de ningún dios represor, así que: "venga el cabrito y lo queremos crocante...".

El tipo terminó siendo de esas personas tremendamente generosas, que se pasan en buenas actitudes y comparten todo con una mirada clara, transparente, humilde y tranquila. Para confirmar cuan groso era, una vez llegados a Singida, ya en horas nocturnas, sin siquiera preguntarnos, nos llevó directo hacia a su casa, en donde nos esperaba una alfombra desplegada en el piso con mucha más comida. Esta vez en compañía de sus empleados degustamos exquisiteces árabes por millón, más té, café, y dos tipos de carne, Sí... dos.

Como si no se hubiera zarpado en anfitrión, cuando terminamos de deglutir como monos, ya teníamos un cuarto asignado para dormir y continuar el viaje a la mañana siguiente. Algo estupefactos, pero infinitamente agradecidos, nos entregamos al mundo del sueño y la modorra, con una sonrisa de satisfacción y de buen humor que nos duró hasta la mañana siguiente. Un saludo muy grande para este árabe buena persona, minero del oro, esmeraldas y diamantes, que le metió ese chorro de confianza a un grupo que definitivamente la necesitaba.

La mañana siguiente, luego de que nos dejara en la estación de bus porque no le podíamos hacer entender que queríamos seguir a dedo, nos despedimos, y volvimos a la ruta a terminar lo empezado. El día entonces nos llevó de auto en auto y de camión en camión por rutas desoladas, pero amables y llenas de gente buena.


Una siestita sobre las bolsas de cemento...
Hay que destacar el primer lift en una camioneta plagada de chinos (los chinos me desatan muecas de risa), en la que todavía no sé como hicimos para caber, ni porqué llevaban a otro chino en la parte de atrás aplastado entre una caja y la puerta, quien no podía casi respirar y cuando bajamos estaba rojo... chinaje groso; y el último, un camión que nos depositó en horas nocturnas en Mwanza, luego de llevarnos de ilegales en la caja, lugar donde nos teníamos que esconder constantemente atrás de unas bolsas de cemento para que la policía no nos viera, y lo dejaran pasar.

El calor un constante enemigo. El cansancio de dos días de ruta y dedo se hacía sentir, pero lo habíamos logrado, y no solamente no habíamos pagado el transporte, sino que además nos habían dado casi todas las comidas gratis. Una linda, alentadora, y barata forma de comenzar.

Muy cansados, pero también muy contentos nos encontramos con Trine, quien le puso la frutilla al postre con su buena onda y con una mogo mansión infectada de todas las comodidades que una persona “normal o media” pudiera desear. Nos había preparado además una comida de bienvenida, y luego de una breve charla introductoria, nos fuimos a bañar, y a descansar...

España llegando a Mwanza...
Entonces y para terminar: vaya este post para reivindicar el dedo, no sólo como una forma de ahorrar dinero, sino también como una forma de darle rienda suelta a situaciones que uno no puede preveer que va a vivir, para conocer gente que uno nunca hubiera conocido, para saber aceptar la generosidad de quien se sensibiliza ante esta situación, para que el viento de una caja te infle de libertad, y para enaltecer a las personas que sin conocerte te abren las puertas de su casa, de su intimidad y te comparten su vida, así, tan al pasar, haciendo de cada momento una vivencia única e irrepetible y dejando una melancolía impresa en el alma: el recuerdo de esa persona que te ayudo y que muy probablemente nunca más te vuelvas a cruzar.

¡Salud! y hasta la próxima...

Un coro de uno de esos pueblitos intermedios...

1 comentarios:

  1. Buenísima la crónica y las fotos !!!!!
    Felicitacions
    pablo

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