Bwindi Impenetrable National Park y Nkuringo, una aventura super africana...
Las laderas de Nkuringo... uno de los mejores lugares del mundo... |
Luego de las experiencia bíblicas en ese bonito y pintoresco pueblo llamado Kisoro, empaquetamos todo y partimos hacia una de las rutas menos transitadas del mundo, a levantar la bandera de la esperanza, para ver si alguien nos hacía el favor de llevarnos los escasos, pero dificilímos kilómetros que nos separaban de Nkuringo, uno de los pueblos base para la aventura estrella de este pequeño país: el avistaje de los únicos, y se podría decir, últimos gorilas de montaña que habitan el planeta Tierra.
La reducida población de estos monos, al momento de este relato, asciende al escalofriante número de ochocientos. Desde hace mucho tiempo se encuentran en en peligro de extinción, bajo el protectorado de dos o tres parques nacionales y entidades internacionales, intentando sobrevivir principalmente a los embates de la guerra y de la caza furtiva. Están distribuídos en la triple frontera de Uganda, Congo y Rwanda.
Para adquirir el gran privilegio de avistar estos hermosos y llamativos animales, hay que superar escollos de todo tipo, pero principalmente, de mucho costo. Aunque se logre llegar hasta cualquier punto base del parque nacional a dedo, y haya evitado abordar un avión desde su país de origen (nuestro caso), hay que afrontar la disparatada, sideral, y obsena cifra de 500 dólares. Esta troop ya venía avispada de los costos y de las dificultades para transguedir la seguridad del parque, pero el que está en el baile generalmente baila, y es lo que decidimos hacer cuando nos adentrarnos en este remota área del continente.
Debemos decir que independientemente de los gorilas, el sólo hecho de pisar el área que circunda el bosque impenetrable de Bwindi es una experiencia inolvidable. Levantar la vista hacia las laderas de las montañas y contemplar el precipicio... un lugar por donde serpentean los ríos contextualizados por pintorescos maizales e infinitas plantaciones de banana; o quizás y porqué no, mirar hacia el otro lado del cordón montañoso para traspasar la frontera y llegar con la vista hasta los pueblos fronterizos del Congo; o porqué no también, afrontar la inabarcabilidad de todo lo que te circunda durante las veinticuatro horas del día entre las estupefactas miradas y saludos de los habitantes de Nkuringo (que no están acostumbrados a lidiar con turistas que no circulen dentro de una 4x4 mirando a través de la ventanilla); termina llenando de orgulloso aire los pulmones y templando una retina que se guarda estas irrepetibles imágenes en la eternidad.
Y entonces ¿cómo quieren que aunque sea no hagamos un intento de robarle el avistaje de estos giganto animales a Uganda? In situ, las consecuencias de que nos agarren los rangers son una mera anécdota, y de última, a lo que más nos terminamos jugando, es a encontrarnos con alguna víbora medio ortiva, o con algún animalito de dientes grandes que se amotine y se nos ponga en contra (hechos que preferimos pensar que simplemente no van a suceder...), por lo que entonces “así, medio cantando y medio bailando”, nos fuimos informando de los “caminos alternativos”, para ver si el bosque impenetrable de Bwindi era de verdad tan impenetrable...
Y terminamos encontrando un sendero que parecía bajar por la montaña hasta unas casitas a medio camino de la ladera, desde donde quedábamos supuestamente a tiro del sitio donde se encuentran los primates locos; así que cargamos unos sanguches, una palta, unas frutas y un par de botellas de agua, y esperamos a la mañana para salir a probar suerte.
Una última foto por si abajo hay leones o víboras muy venenosas... |
Allá vamos... |
Dale... bajá vos primero... |
Y finalmente amaneció, desayunamos, y sin dejarnos ver merodear por Nkuringo, salimos velozmente en busca de nuestro senderito buena onda... y le dimos "pal frenchi", como siempre, sin mirar para atrás... y no les miento si les digo que las vistas desde la ladera de la montaña son de las más tremendas del mundo... Luego de pasar la primer posta, ya casi a medio camino, la cosa se puso mucho más selvática.
Nos empezamos a guiar por el sonido del río (¿suena super Tarzán no?), que es uno de los lugares desde donde los gorilas sacan el aguita pa' la sed. Estuvimos durante largo rato descubriendo y recorriendo diferentes senderos con la firme convicción de por lo menos llegar hasta el medio de la selva, a orillas de las aguas dulces, manteniendo viva también, la pequeña y endeble esperanza de ver aunque sea por cinco segundos alguno de estos locos bichos. Así fueron pasando las horas hasta que de repente se hicieron las dos de la tarde, y nosotros que seguíamos perdidos por lo bajo de la montaña.
Nos empezamos a guiar por el sonido del río (¿suena super Tarzán no?), que es uno de los lugares desde donde los gorilas sacan el aguita pa' la sed. Estuvimos durante largo rato descubriendo y recorriendo diferentes senderos con la firme convicción de por lo menos llegar hasta el medio de la selva, a orillas de las aguas dulces, manteniendo viva también, la pequeña y endeble esperanza de ver aunque sea por cinco segundos alguno de estos locos bichos. Así fueron pasando las horas hasta que de repente se hicieron las dos de la tarde, y nosotros que seguíamos perdidos por lo bajo de la montaña.
Dos o tres veces nos metimos por caminos que no llevaban a ningún lado, hasta que finalmente encontramos uno angostito, que con el pasar de los minutos subía el volumen de las caídas de agua, hasta que por fin, a eso de las tres de la tarde, nos encontramos a tiro para ver y saludar a nuestros tan cercanos parientes.
Dedicamos algunos minutos a recorrer con mucha cautela la zona, hasta que de repente nos cruzamos con una víbora lo suficientemente grande como para tomarla en serio y a modo de advertencia. Sirvió para darnos cuenta de que si seguíamos tentando a la suerte, muy probablemente la aventura terminaría mal. Así fue que en principio el cuerpo se nos tiñó de desilusión, y decidimos emprender el camino de vuelta antes de que anochezca.
Una vez que salimos de la parte más profunda de la selva, nos sentamos a meternos unos sanguchitos para recobrar energías, y en ese preciso instante aparecieron nuestros amigos los rangers, con sus famosas Ak-47 en mano... y entonces: ¡Qué más da!, “¿que hacés cara e' nada? ¿querés comer un guche antes de llevarme a la oficina con tu jefe que me va a intentar romper el culo? Vení, vení, que estamos algo depre de no haber visto a los bichitos y necesitamos llenar la panza”. Los rangers no dejaron pasar la oferta. Creo que por dentro no podían creer que realmente estemos sentados solos, comiendo un guche, en el medio de la selva...
El camino de vuelta fue a paso firme, ¡carrera march!. Llegamos a tiro de la oficina muy
destruídos y muy cansados. Hicimos un intento de
desmarcarnos, pero no resultó, por lo que en pocos minutos se armó la reunión con todos
los cara de pito: el generalísimo y nosotros tres como los querellados
principales. Como siempre plantamos speech del que no nos pudieron mover ni a martillazos en los dedos.
Luego de un buen rato quedamos totalmente absueltos de nuestro delito, y hasta nos terminamos haciendo amigos del super General, que me atrevo a decir que nos absolvió porque realmente creyó que no teníamos la intención de ver a los gorilas por nuestra cuenta. El premio consuelo fue que el mismo generalísimo nos dió el pase para atravesar los veinte kilómetros de parque nacional, sin pagar los cincuenta dólares del ticket de entrada, y así poder alcanzar la ruta que nos llevaría hacia Kihihi, desde donde intentaríamos entrar al Queen Elizabeth National Park.
Luego de un buen rato quedamos totalmente absueltos de nuestro delito, y hasta nos terminamos haciendo amigos del super General, que me atrevo a decir que nos absolvió porque realmente creyó que no teníamos la intención de ver a los gorilas por nuestra cuenta. El premio consuelo fue que el mismo generalísimo nos dió el pase para atravesar los veinte kilómetros de parque nacional, sin pagar los cincuenta dólares del ticket de entrada, y así poder alcanzar la ruta que nos llevaría hacia Kihihi, desde donde intentaríamos entrar al Queen Elizabeth National Park.
La caminata que hicimos en este alucinante santuario fue de las más memorables que he realizado en mi vida... no solamente porque once de los veinte kilómetros los hicimos con las mochilas en las espaldas, sino poque es un lugar único en el mundo. De la estadía de Nkuringo nos llevamos la amargura por no haber tenido la suerte de ver a los gorilas, pero el orgullo de haber doblegado al supuestamente impenetrable bosque de Bwindi, y porque no también, la amistad del generalísimo. Ya sabemos donde están los gorilas, la próxima vez no se van a salvar. Hasta la próxima. Abrazos...
La gente en estos lugares trabaja...
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