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La belleza natural de Hermanus... |
A Hermanus Backpacker llegamos tarde, es decir tarde para la gente de acá, porque aunque eran sólo las diez de la noche, en Sudáfrica casi todo cierra entre las cinco y las seis. Nos despedimos de Sulyvan y con la poca energía que nos quedaba, tiramos los bolsos por ahí y nos mandamos a guardar. Con el horario un poco cambiado, y otro poquito más de rosca, encaramos directo al fondo del patio a relajar y reconocer un poquito el hostal. A partir de acá, la cámara se apagó y cambiamos finalmente un poco de filmación por el descanso necesario de ésta primera y alocada semana en Sudáfrica. Y como suele suceder, cuando se apaga la cámara, empiezan a suceder las cosas más interesantes...
El hotel es una casona de dos plantas, todo esta pintado de diferentes colores, el ambiente es tranquilo y en el aire definitivamente hay algo especial. Nuestra habitación da al mar, todo está llamativamente limpio, y lo mejor es que el backpacker tiene su propio bar. Barry, un rasti rasta de veinticinco años, maneja la energía del lugar junto a sus dos gatos que saben pedir agua, y un perro 45% bulldog petiso, que se llama Jack y anda todo el día morfando lo que le den.
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¡Que nunca se vayan los mates!... |
El pueblo es precioso, pequeños morros delimitan la bahía, un mar picado rompe en pequeños acantilados y las vistas son impecables. Casas preciosas, main street, montaje para turistas y mucha, pero mucha tranquilidad. A pesar de tanta onda, ya no estabamos manejando la excitación, ni el cansancio que traíamos por el armado del piloto, el viaje y África en sí mismo. La primera impresión sesgada por ese cansancio emocional, fue que durante la estadía no iba a pasar demasiado. Nos fuimos a dormir pensando un poco en esa potencial falta de acción, y en las ballenas, que una vez al año, entre Noviembre y Diciembre visitan las costas de Hermanus en su camino al sur.
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Introduciendo el mate en África... |
El siguiente fue nuestro primer día de descanso real después de largo tiempo y de muchísimos cambios. Cada uno se dedicó a hacer sus cosas en un sano aislamiento. Recién por la tarde hicimos un reencuentro grupal con la idea de ir a ver las ballenas. Acto seguido, ya andábamos argentineando nuevamente, con muy pocas ganas de hablar en inglés y una linda caminata por delante. Nos acompañaba “Ruben”, un holandés de veintidós años, medio mamerto, pero con buena onda, y muy gracioso cuando se emborrachaba.
La actividad turística de la fecha traía una cierta carga de ternura y tranquilidad. Ballenas con hijos recién nacidos, océano azul, algo de viento, y ramblas que se van uniendo, formando un camino costero muy apetecible para caminar. Caminamos por la costa algo así como un kilómetro, hasta llegar a uno de los miradores más importantes, momemnto en que decidimos detenernos y contemlpar con un poco mas atención. No tardamos mucho en ver algunos lomos de ballenas, en confundir ballenas con piedras, ni en llegar a la ilusión en que cualquier olita que rompe la terminás confundiendo con una ballena franca austral.
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Acercamiento del primer tipo... |
La nota de la "excursión" la dió una ballena que muy atrevida apareció junto a su ballenato casi al final de la caminata cuando ya no prácticamente no distinguíamos la tierra del mar. El espectáculo definitivamente nos robó un suspiro cuando el infante empezó a asomar a los saltos del agua, para que luego la madre, con una pirueta final muy coqueta y delicada nos volteara la cara como diciendo: “¡Chau giles, nos vamos a dormir!”. El momento rozó la perfección. Todo el mundo sacaba fotos, menos nosotros, que por suerte, nos habíamos olvidado la cámara. No hubo reproches al departamento técnico porque lo que queda en la retina, en principio, dura mucho más.
Volvimos al hotel pensando que un par de horas de buen sueño, un poco de nada, y dos o tres ballenitas, son suficientes como para revivir a cuatro muertos. Declarábamos unas renovadas ganas de mate. El backpacker estaba lleno de vida europea. Esa vida algo fría, algo encapsulada, e inclusive hostil, pero vida al fin. Entramos medio pidiendo permiso, pero en escasos minutos pasamos del mate a la cerveza, de la cerveza al pool, del pool a Barry y de Barry al pool... varias veces.
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La vida en rubio... |
Los personajes del hotel son tan variados que da un poco de bronca no poder nombrar a todos. Existían: “Dek”, canadiense, igual a Homero Simpson, pero no era un dibujito, “El viejo Bob”, americano, venía de una caravana de cuarenta y cinco días por el continente, y sus sesenta y cinco años de onda encima. “Rulos”, amigo de Barry, algo más canchero y menos dado, pero con una novia que nos arrebataba una cierta cantidad de miradas. En las tablas: las señoritas alemanas, españolas, inglesas, lo que venga...
Entre cerveza y cerveza, hicimos un juego de pool en el que participaron las quince personas que merodeaban la sala. Ya estábamos todos en simpáticos con todos, y mientras eso sucedía, una parte del equipo se puso a trabajar sobre un grupo y otro de mujeres, a ver si le poníamos un tono más colorido a nuestros días en Hermanus. La liberación se dejaba sentir cálidamente en el ambiente. Se veía a todo el mundo muy sonriente, practicando inglés, y logrando conectar un poco más con lo que sería un camino a la perdición y a la nula productividad en los subsiguientes días.
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Alemania forever... |
Por suerte el camino se veía bastante directo y fácil, no había resistencia de ningún tipo; todos estábamos unidos para descansar, para frenar, y observar un poco más en dónde estamos metidos y qué nos iba sucediendo en ésta alocada aventura diaria. La llegada y el primer día en Hermanus nos fueron reparando y enfrentando a la parte más lúdica de cada uno de nosotros. Solo a modo de adelanto: el equipo de producción tiene “revelaciones” como: “vamos a alquilar una van y nos vamos todos juntos, los ocho...”. O dichos como: “igual ya está, ya es mía, le di dos besos” y una discusión final que le pega una patada al establishment y nos deja motorizados en Sudáfrica...
Un abrazo y síganos en la próxima, aún quedan algunas cosas para contar...
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Relajá junto a Barry, Juli y unas lindas zapaditas... |
La verdad, no sé muy bien qué me pasa cuando paro un poco... tendría que probar de arrancar para comprobarlo.
ResponderEliminar¡Muy bueno chicos!
¡Siga así! Ah: el finde pueden aprovechar la feria del Parque Centenario... ¡está buenísima!
Traiganme al chiquito!
ResponderEliminarSi tienen dos, mejor me estan pidiendo acá!
Las morochonas que toman mate, estan en venta??, que labiosssss, jajajaja
ResponderEliminarMuy buenooooo. Luis B.
cuando freno....por inercia...sale lo mejor de mí!! aguante el freno loco!!!
ResponderEliminarun abrazo para todos!
te quiero rubia!
Lunitaaa!!!!