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Victoria's falls... |
"Bueno, bueno ¿la vamos cortando? Que estamos cansados y hace cuarenta y dos mil horas que estamos contracturado en esta combi. Ya me leí completo el libro de primeros auxilios de la cruz roja, me comí trescientos maníes, miré el paisaje, la gente, jugué con mi amigo imaginario, y el ipod me lo robaron hace cuatro meses". Tres horas más tarde de pensar esto, llegamos.
¡Cuánto tiempo nos imaginamos la situación de estar en este preciso lugar en el mundo cuando aún estábamos en Argentina! y llegamos tan cansados y con tantos estímulos acumulados que tranquilamente la podríamos haber salteado... por lo menos yo... Lo que nunca jamás podría haber pasado por alto es el extraño y aislado pueblo que reposa en los remansos de esta caída de agua infartante llamada "Victoria Falls", donde además, se cuentan siniestras historias, como la de Lugulalem, el pato carnívoro.
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Hermosa inmensidad... |
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En el ojo de la tormenta... |
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Al agua pato... |
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Los infaltables e inigualables... |
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Ternura... |
Antes de avanzar en el relato, debo abordar primeramente la molestia de contar los pormenores. Victoria Falls es de los lugares más turísticos del sur de África, por lo que también se puede catalogar como una súper burbuja europea. Al mejor estilo Machu Pichu la gente pareciera estar entrenada para quebrantar anímicamente, o en su defecto, volver loco a cualquier turista cada vez que se decida a encarar el centro de la ciudad.
Hay de todo: gente que ofrece billetes fuera de circulación, gente que ofrece droga, gente que ofrece internet, gente que ofrece toures, gente que tima blanquitos, gente que vende fruta, y gente que te llama desde los arbustos. Es un ciclo vicioso que nunca acaba. Están a toda hora y en todo lugar. Como si fuera poco, suelto por el lugar anda Lulagulem, protagonista de historias sombrías y el pico naranja más grande de esta parte del continente.
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La banda de las cataratas... |
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Fuego y carbón... |
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A caballito... |
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Los alrededores... |
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El auto rojo... |
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El mono ciudadano... |
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Café con leche... |
Armamos la carpa en una amable campiña rasca que brinda servicios básicos por muy poco dinero. Como ni ese poco dinero tenemos en nuestro poder al momento, consideramos casi un derecho que se nos haga un gran precio o nos den estadía gratis, sólo por el hecho de provenir de una parte del mundo a la que no se le da ni por joda acercarse a estas tierras.
En la nombrada campiña conocimos unos cazadores furtivos que se emborrachaban mucho y gritaban a lo loco. Una especie de proto-yanquis universitarios vestidos de safari, que nos invitaron a comer carne y alguna que otra cerveza. También nos encontramos con Hamish, un blanquito autóctono, que habíamos conocido e intercambiado teléfonos en Maputo. Un fenómeno. Nos encontramos un argentino que no conocía Argentina, que el padre era chileno... y el final de la historia no la escuché, porque ya me parecía mucho enredo. Todo esto para rellenar...
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Un hostal con mucha onda... |
Por suerte un mercado en las cercanías nos alimentaba por muy poco dinero. Cada mediodía nos querían aumentar el precio, discusión que preferíamos nos abordar, y que se resolvía pagando el precio justo, con el cambio justo. Luego todo era cuestión de salir caminando sin volver la vista atrás. Como para no malgastar disgusto en palabras. Sabíamos que al día siguiente íbamos a volver y la señora lo mismo.
en algún momento nos hicieron notar que habíamos llegamos al pueblo justo en la época de luna llena, que suele darse una vez al mes (por lo menos acá), y que por un lado, es el mejor momento para visitar las cataratas, ya que se puede ir de noche si es que a uno se le da la gana de pagar no se cuantos dólares. En fin, los motivos para gastar más plata, en este mundo parece ser lo que realmente sobra y abunda.
Por otro lado, hay que tener cuidado, porque las noches de luna llena son motivo como en la famosa historia del lobo, de sufrimientos y muerte. Aquella noche no fue la excepción y lo que vimos aún no lo podemos creer y hasta tengo miedo de expresarlo y revelarlo porm miedo a las represalias. Una anomalía antinatural cuyos relampagueantes movimientos desprenden brisas capaces de poner a todo un pueblo en piel de gallina. Prefiero dejarles una foto y ahorrar palabras...
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Lugulalem... el pato carnívoro... |
Por lo pronto prometo no fumar más para escribir los posts y les digo que abandonamos silenciosamente el pueblo, tomando todos los recaudos necesarios para que no se sepa nunca nada más de nosotros en el lugar. (Esta vez pagamos la cuenta). Nos vemos en la próxima frontera o en alguna recóndita ciudad... Hasta la próxima.
¡Ah! En el bungee jumping había un loco colgado, durmiendo a muchos metros de altura. Y yo que pensaba que el gordo era el maestro en esto de dormir en cualquier lado, pero no... este negro es muchísimo más genio...
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Zzzz... Zzzz... |
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