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¡Como te quiero guacho!... |
En un momento nos sentamos a reflexionar y nos quisimos poner las pilas. Estuvimos a segundos de lograrlo y decidir la partida hacia nuestro segundo Durban para conlcuir con los objetivos laborales, cuando de repente entró en escena Tim, quien hizo su aparición con patadas voladoras derrocadoras de establishment y dijo: “¿No se quieren quedar hasta el fin de semana? Está la fiesta trance de tres días”. “Viene gente de todos lados del país”. Creo que ésta vez ni nos miramos y directamente dijimos sí al unísono. Nuestras vacaciones se estiraban casi una semana más y prometían ser días fuertecitos.
Quiero aclarar que mientras a nosotros nos pasaba esto, a un gran porcentaje de toda la gente que estaba en el lugar, le pasaba exactamente lo mismo. Todos los días nos cruzábamos con alguno que había prometido que se iba el día anterior y las miradas, que son más universales que el inglés, nos hacían cómplices a un ritmo de: “ya sé que dije que me iba y también sé que vos me entendés...”. Sin palabras y con una sana resignación, se veía a la gente decidiendo quedarse, quedarse y quedarse.
Lo mejor de todo esto es que casi no se veía a nadie alpedeando en horas laborales. Todos encontraban la forma de ayudar con algo, de hacer un favor al otro, de cocinar, de lavar, etc. Eso armonizaba el ambiente y, no sólo le sacaba la cuota de reviente que le poníamos casi todas las noches, sino que le hacía un contrapeso que rozaba la perfección.
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Entrevistando a Chris... |
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Uno de los dance floor... |
Los siguientes días en Amapondo nos encontraron a los que estábamos en el lugar ayudando a armar todos los pormenores de las dos pistas de baile que iban a haber (una en el medio de la montaña y otra en el salón principal de Amapondo), y cada uno de los detalles más mínimos y ridículos, pero que cuando estuvieron terminados el lugar quedó increíble. Una especie de cósmico espacial aventurero.
Mientras tanto, iban llegando gente de todo tipo, raza y color, de cada parte del país. Jóvenes, adultos y viejos. Hombres, mujeres y niños. Homosexuales, bisexuales, heterosexuales. Religiosos, agnósticos y escépticos. Hippies, rockeros y rastas. Creo que tengo el recuerdo de haber visto chinos. Uno de los zoológicos más completos que haya tenido la oportunidad de vivenciar. Todos ellos con el mismo objetivo de no parar de vivir por el lapso de tres días una fiesta que prometía a cada minuto un poco más. De Cape Town a Johannesburg no faltaba nadie. Había representantes de casi todas las partes del país. El lugar estaba lleno, inclusive el campsite y hasta los sillones. Si querías dormir, o te levantabas a alguien que te comparta la cama, o te ibas al sopi. Después vimos que la gente terminaba en el sopi antes de llegar a la cama, pero eso es otra historia.
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Sesión de Djembe... |
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Toto preguntando cosas raras... |
Así fue como llegó el viernes y al grito de “More Fire” se prendieron los equipos y dale que va... ahora te quiero ver. El lugar de noche en el medio de la montaña, todo adornado con velas, luces, pantallas y las dos pistas de baile enmarcadas por luces de todos colores. Era sencillamente alucinante. Acá es dónde se me hace difícil seguir y juro que no es por los hongos, sino por la cantidad de cosas que se veían alrededor, la cantidad de gente y la cantidad de situaciones.
La fiesta básicamente fue una tremenda fiesta. De esas fiestas que no paran durante tres días. El lugar nunca perdió la línea y siempre se mantuvo la limpieza y el orden, cosa que me sorprendió. Se iba corriendo a la gente de espacios y así se lograba reabastecer cada uno de los sitios.
A un ritmo vertiginoso y abrumador “Malice in Pondoland” se fue consumiendo hasta que en un momento terminó y en el mismo momento que eso sucedió, Tim nos estaba invitando a la siguiente, que sería dentro de diez días. Esta vez tuvimos que decir que no. Nos quedaba terminar un piloto de Street Art, y los reportajes en Johannesburgo y en Soweto antes de la partida de producción.
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Aquellos lindos momentos de cocina... |
La
despedida fue lo más doloroso de los últimos tiempos. Mientras Ani nos dijo que
si queríamos nos podíamos quedar a vivir en el lugar, Steve, Simon y Chris
Sangoma nos acompañaron hasta el último instante. Nos abrazamos con cada
persona del lugar largamente. Eran de esos momentos que no querés estirar, para
meterte en el auto y ponerte a mariconear.
No
llegué al auto que ya tenía la cara desfigurada, ahora mismo se me pianta un
lagrimón. Simon portaba un silencio y un respeto conmovedor, Steve con la
mirada alentaba y con la paz más grande que vi en los ojos de una persona en
los últimos años nos decía: “see you guys”. Chris emanó un grito tribal gigante mientras poníamos primera que se nos
metió en el alma.
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Lo que fue quedando de la terraza... |
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Cuando va pegando el bajón... |
Atrás quedaba una de las experiencias más conmovedoras de nuestras vidas. Lo único que nos resta decir es: Gracias Tim, gracias Ani, gracias Steve, Simon y Chris y a cada una de las personas de Amapondo, Port St Johns y turistas, locos y personas de paso que hicieron durante un total de treinta y dos días nuestras vidas muchísimo mejor. Gracias por el tiempo, la apertura, los cuidados y la provisión de una casa tanto para trabajar, como para divertirnos. Seguramente en menos de seis meses volveremos por acá. Hasta la próxima...
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Merodeador de cocinas... |
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