4 feb 2011

Sudán, la frontera de Nadapal y un largo camino a Juba...

Amanecer en CapoetaSudán del Sur...
Con la suerte más que echada y casi nada arreglado, salimos a encarar la penúltima frontera de este viaje continental. Sabíamos que ya faltaba poco, pero lo que se venía era un país que estuvo cuarenta años en guerra civil, dónde todavía por ejemplo, y entre otras cosas, hay minas activas a los costados de muchas de las rutas.

Un país que mezcla el África negra con el África arábiga, y que al menos en el sur, está absolutamente desabastecido, bastante incomunicado, con todas las rutas destruídas o intransitables, y donde se respira una paranoia propia de quien se crió a los tiros y a los bombazos. Señores: se venía Sudán, uno de los platos más fuertes y calientes de Viaje por África, el país más grande del continente, plagado de signos de preguntas, y de armas de fuego...

Pero aunque estábamos cansados, mal comidos y estropeados, la moral estaba más alta que nunca, y la frente apuntaba directamente al sol... y así fue que le sacamos pecho a la frontera, y después de dejarnos revisar, de decir que no a todos los mangazos, y de enfrentar a este tipo de humano aún desconocido para nosotros, logramos obtener el tan ansiado sello, que puso en marcha un reloj que en cada tic-tac anunciaba... "tenés quince días para hacer más de tres mil kilómetros".

Intentar apurarte en Nadapal, pueblo abandonado a la suerte de algún otro dios inexistente, es en vano. Así que masticando ansiedad en el sucucho fronterizo, con el vehículo secuestrado por irregularidad en los papeles, y los fardos de pasto como único espectáculo a contemplar, salimos a la ruta a realizar la danza de la rueda, para ver si aparecía algún camión, camello, o mula, que nos sacara del no lugar.

Tremendísimo amanecer en Capoeta II...
Después de varias horas de fracasos de todo tipo, Dios intervino a Alá (que todavía no nos ayuda por no conocernos), quien de inmediato envió una minivan al rescate, que obviamente no sabemos de donde salió, pero que nos salvó cuando la campana anunciaba la hora de cierre de la frontera.

Nos llevaron hasta un pueblito a treinta kilómetros, donde la magia de ocurrió nuevamente cuando al bajarnos en medio de la nada, encontramos el último taxi comunitario que iba hasta lo que era el objetivo del día: Capoeta, una ciudad que se encuentra a un día de viaje de la capital del sur...

Por más suerte y además, aparecieron las personas faltantes para realizar el periplo, ya que el taxi no parte si no ocupa los seis asientos necesarios para cubrir los gastos. Dolorosamente tuvimos que desembolsar casi veinte dólares entre los tres, pero a la larga eran una inversión, y teniendo en cuenta que hace mucho tiempo que no pagámos casi ni la comida, tenían sentido.

Dentro del taxi nos encontramos con un tipo que hablaba un inglés bastante claro, quien era dueño de un hotel en Capoeta. Empezó quemándonos la gorra porque nos quería alquilar una habitación y vendernos comida, puchos... o cualquier cosa, aunque luego de un rato, logramos derivar la charla hacia otros temas; mientras tanto, en medio de la ruta desfilaban un grupo de “campesinos”, arreando una gran cantidad de vacas, pero con unas mucho más llamativas ak-47 en sus hombros... prácticamente en taparrabos y con una mirada que de mínima, incomodaba.

Amanecer de película en Capoeta III...
El tipo nos explicó que la guerra y los problemas tribales habían devenido en un aspecto cultural muy curioso y siniestro. Cada vez que nacía un hijo varón en las familias de la zona, lo primero que se les regalaba era un arma, o sea que, si uno entra a una casa, y dentro de la misma hay cinco varones, se debe dar por sentado que además, hay cinco armas. “Mirá vos que dato más curioso”El tipo también nos puso un poco al tanto del referendum que se votaría en Enero con el objetivo de dividir el país, y nos advirtió que transitar las rutas era muy peligroso, a dedo peor, y mucho más aún para turistas como nosotros. “Gracias por la verdad y por el ánimo loco”.

Cuando llegamos a Capoeta ya casi había caído la noche, pero nosotros teníamos la loca idea de continuar. Las primeras tres camionetas que pararon nos miraron raro y nos dijeron en árabe básico: “ustedes están locos, viajar de noche puede ser un problema. Allá adentro hay tribus, policías, y paranoia... mejor quédense en casita”. Acatamos la orden, y espantando a un borracho que hablaba como cuatro idiomas y nos perseguía con un porro en la mano, nos fuimos al resto-bar-hotel de nuestro compañero de viaje, escoltados por un policía del lugar, que nos perseguía con la intención de corroborar quiénes éramos.

Con los últimos resquicios que teníamos de moneda keniata, nos alcanzó para comer un plato de comida y comprar unos puchos, y laburando la buena onda y la charla con el dueño y sus empleados, logramos que nos ofrecieran poner la carpa gratarola dentro del patio del hotel.

En la caja de la camioneta de la ONU rumbo a Juba...
Dormimos un rato y nos levantámos antes que amanezca, tomamos un café, comimos un poco de nada y salimos a la ruta sabiendo que lo que se venía era lo que todos habían tildado de “locura”. Restaban delante nuestro doscientos sesenta kilómetros de la peor ruta del viaje y la certeza de que la policía nos iba a quemar constantemente la gorra, preguntando forradas en algún idioma que no es ni el árabe, ni el inglés... para saber sino éramos espías o terroristas...

Levantar el dedo en esta situación tiene un punto picante, y como nos encanta el chili, luego de admirar en silencio uno de los amaneceres más alucinantes del viaje, nos mandamos a la ruta, y aunque todavía no lo sabíamos, la camioneta que paró, fue creo, la máxima suerte del viaje.

Primero que nada iba directo hacia Juba. Segundo, era de la ONU (que nos daba cierta inmunidad y aunque el tipo tenía prohibido llevar gente, nos subió), y tercero, tenía buen corazón, cosa que durante el viaje iba a marcar la diferencia. Teníamos casi todo el día por delante, porque aunque la distancia no es gigante, los pozos y la falta de camino sí.

Y así, nuevamente en la caja de una 4x4, pelos al viento y mucha tierra volando, empezó la aventura. El paisaje indescriptible. Durante los pocos momentos que lograba deconectarme de la situación de alerta, tuve la oportunidad de observar y admirar uno de los lugares más "infectados" de pájaros que vi en mi vida.

De repente, casi como de la nada, aparecían a los costados de la ruta los impactantes colores de oasis inundandos de palmeras, de vida, de frescura, hasta que de repente, aparecía nuevamente el semidesierto, semi arbolado, con sus infinitas mariposas sobrevolando las rutas e imprimiendo belleza. Sencillamente A-L-U-C-I-N-A-N-T-E.

Primer cartelito en Árabe...
Las cuotas de pesadumbre más molestas se daban en las entradas y salidas de los pueblos intermedios. Vallas, puntos de stop, gente a los gritos, y militares como hormigas, molestando, pidiendo cosas, armados a lo rambo. Una energía que recomendaba quedarse quieto y poner la mejor cara de boludo que a uno le salga, sólo hablar si te insisten, y de lo posible, hacerte el que no entendés.

Hubo una pequeña situación en que los soldados indagaron de más a la camioneta de la ONU por nuestra presencia, hasta que el conductor en un rapto de enojo nos ordenó bajar los equipajes y quedarnos ahí. Se nos paró el corazón a los tres. Base militar, soldados, no pasaba nadie, no teníamos guita, ni comida. En ese preciso instante nos faltó por medio segundo el aire. Los tres sentenciamos al unísono: ”No”... y creo que la cara de miedo y de desorientación que pusimos hizo recapacitar al conductor, que decidió bancarse los embates de la milicia, pero no dejarnos tirados. GRACIAS eternas y con mayúsculas.

Por lo demás el viaje fue durísimo, la espalda a la miseria, el culo como una flor. Hambre, calor y sed. Carteles que indicaban la presencia de minas activas, lagos que parecían infranqueables, campamentos militares abandonados, campamentos de militares armados hasta los dientes, camiones hacinados de gente que intentaba llegar a algún lado, puentes en desuso, y principalmente una atmósfera en la que por muchos motivos cuesta respirar.

Y tengo que destacar nuevamente la actitud del conductor, que cuando hizo una parada para comer, y luego de darse cuenta que no teníamos un sólo duro en moneda del país, y que no habíamos probado un sólo bocado en todo el día, nos sentó a la mesa y nos invitó la comida, una gaseosa, y aunque parezca una bufarrada tengo que decir que lo hizo con un gran corazón...

Otras mil horas y llegamos. Nuestro ángel de la guarda nos hizo bajar antes de entrar a Juba porque no lo podían ver con gente en la caja. Un millón de gracias de por medio,\. Antes de entrar a la ciudad, nos interceptó la policía. Luego de una hora de explicaciones, confusiones y chequeos de todo tipo, finalmente nos dejaron entrar a la citadela. El objetivo estaba cumplido una vez más. Ahora sólo restaba encontrar dónde parar. La conquista de Juba se había hecho una realidad y creánnos que no es poca cosa... Hasta la próxima. Si todo sale bien, mañana seguimos...

En otro rincon del África...

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