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26 feb 2012
Mumbai, Salvation Army y una visita a Dharavi...

Mumbai, Salvation Army y una visita a Dharavi...

En Dharavi, el slum más grande de Asia...
“Hash, hash, white, brown, cheap my friend, what do you want?... In India everything is possible”... sería la omnipresente e irrefutable frase que de aquí en más marcaría el paso en el recorrido por el subcontinente. En India, además de un calor húmedo y bastante insoportable, existen una multitud de personas encargadas de recordarte a toda hora que lo que necesites, desees, o se te antoje, es conseguible, administrable, discutible y realizable. Y para nuestro precario y contenido estado emocional, esa realidad no significaba nada más que mucho más peligro. “Pará loco, déjame pensar qué quiero, lastro algo, entiendo adónde carajo estoy y después vemos el tema del quilombo”...

En Mumbai, y en casi todos los lugares que recorrimos en India, o te entregas de lleno a las circunstancias, o el entorno te aplasta, se te ríe, y te caga a trompadas. Pero Mumbai, más allá del calor, la mugre, la infinita cantidad de gente durmiendo en las calles, las ratas, el peligro constante de deshidratación, y las dos millones de personas que no te dejan caminar para venderte algo, es una ciudad amable, profunda y absolutamente impresionante.

Olores, colores, religiones, comidas, chais, indigencia, comercio, timadores, yunkees, vendedores de ilusiones, y bolas de personas moviéndose incansablemente de un lado para el otro, pintan un panorama de estímulos multidiversión que no te dejan avanzar hacia el próximo capítulo. Uno se puede quedar estancado en cada minúsculo átomo informativo. La mente se traba, y el cuerpo empieza a caminar sólo y blandito, hinoptizado... hacia cualquier lugar. Y según lo que recuerdo puedo avisar, informar y afirmar, que cualquier lugar en India, es un buen lugar... Tengámoslo más que claro para todo lo que sigue en este país.


Indian Gate a orillas del Mar Arábigo...
Contraste a lo Mumbai...
En los alrededores de Colaba...
Mumbai respira turismo, multiculturalidad y diversión. En quince minutos ya éramos amigos de Angela, en veinte de Erika, en cuarenta de Alex, Rashid, Ian y Diana, en una hora del famoso gurú de la moda “Jota Eme”, y así sucesivamente y sin parar, hasta que abandonamos la ciudad, o más bien deberíamos decir, el país. 

Haber venido a parar al Red Salvation Army sería la prueba irrefutable de que las coincidencias no existen, y que si así fuere, se encargan muy bien de disimularlo. Navegando entre no casualidades y mundos confluyentes, quienes nos íbamos encontrando empezamos a hablar un idioma común no identificado, que no hizo más que poner al descubierto sensaciones universales de emoción y de placer.

Y no estoy hablando de porrito y de birra que son los más comunes, ni tampoco de ningún tipo de estado de satisfacción inducido... Estoy hablando de magia pura en el sentido menos hippie de la palabra. Hablo de calor y humedad, y de mugre y rock and roll, teñido por charlas infinitas, por miradas intensas, y por un bagaje de elementos que nos adornaban veinticuatro horas por día con su contenido sorpresivo non stop. 

"Diversión" es una palabra burda, y "felicidad", una demasiado efímera. Aquello era congoja, entrega, inocencia, locura, entendimiento, excitación y tranquilidad fusionándose constantemente. Trueque de sentimientos, loa a las ideas y una importante cantidad de pelotudez de la mejor.


Una banda contenta, Rashid y Alex de fondo...
Un poco de comida callejera...
Colonizado por esta particular gama de sentimientos se corre con una gran ventaja: ser portador de la seguridad de que hagas lo que hagas, la vas a pasar bien. Entonces nos entregamos de pies y manos, y salimos a recorrer la montaña rusa mejor lograda de los últimos tiempos... Atemporales, errantes, y adentro de una nube de pedos sorpresivamente emocionante, nos movimos diciendo que "sí" a todo y "no" a nada.

El Red Salvation Army estaba invadido entonces por una manga de trogloditas a los que les importaba bastante poco su contexto religioso y su poco sentido de la aventura. Un lugar inundado por turistas de todo el mundo en busca de sociabilización y de contacto, fue el simple y solitario hecho que volvió al lugar un quilombo. 

Durante el día no era el problema, ya que la mayoría luego de despertarse y tomar la decisión de enfrentar los rayos del sol, se entregaba a alguna corta caminata, o a trámites cambiarios, o a buscar movilidad y transporte para el próximo destino. El problema llegaba a la noche cuando empezaban a anunciar que se cerraban las puertas a las diez en punto, y todos estaban más manija que el Facha Martel y el Negro Olmedo en temporada en Mar del Plata. Tráfico de birras, música, rebeldía adolescente, y el famoso “copate, déjame un ratito más”, se transformaron en un clásico que poco a poco fue desgastando los ánimos religiosos de los encargados del lugar.

Debido a esto nos empezamos a rescatar, enfrentamos el calor, y nos entregamos a la movilización diurna al menos por un par de jornadas; hecho que no nos vendría mal para conocer algunos puntos interesantes de la ciudad, y de paso destilar a cielo abierto tanta cantidad de tóxicas endorfinas acumuladas. Por lo que entonces agarramos un mapa, pensamos muy poco, y nos lanzamos sin escalas a la excursión estrella en Mumbai: la visita al slum más grande de la India y de Asia, “Dharavi”, un lugar que conmovería nuestras estructuras básicas de sanidad, como así también de amabilidad y de virtualismo virtual 8.0 plus.


Edificios en el camino...
Mumbai o Bombay, como lo quieran llamar...

Para llegar hasta Dharavi primero hay que caminar, o tomar un taxi entre cuatro o cinco personas (porque cuesta muy poco dinero). Nosotros preferimos caminar por una convención grupal basada en la convicción de que caminando es la forma en que más rápido se absorbe un lugar. Nos mezclamos en el cambalache entonce y por arte de magia llegamos a la estación de tren. Trece paradas nos separaban de las inmediaciones de este espectáculo de alto impacto y contenido social. Compramos el pasaje, nos enlatamos en el vagón más caluroso del año, y nos dejamos observar por una infinita manada de indios que acobijaron plácidamente nuestra achacada occidentalidad.

El tren, como casi todo en India merecería un posteo aparte. Los taxis, los rickshaws, los idiomas, el meneo de la cabeza, los nenes, las comidas, los vendedores, los que viven en la calle, los cambistas, los aromas, los mercados, las motos, los autos, la arquitectura, los templos, el merchandising, los chais, las sonrisas, la naturalización de la miseria, las montañas de basura, el trato hacia la muerte...


Vecinos de Dharavi...
Los chicos poniéndole imaginación a la nada...
Miles de libros para responder a la pregunta de qué carajo es la India... Y aunque los pudiera leer a todos, me atrevería a decir que no hay mil libros que suplanten un segundo de vida en las inmediaciones de Mumbai. El cuadro completo depende de esa fina capa de sensaciones con las que India suele recubrir la piel si uno se deja llevar. Para quien va a quejarse de lo que no entiende y no ve como natural, es todo lo contrario, y por la tanto se le niega el cuadro y la pasa como el orto.

Dharavi es India aglutinada, hacinada, en estado de desnudez absoluta. Una “villa miseria” de nulo control sanitario, impregnada de la mezcla de olores más contradictorios que he experimentado, de templos hinduistas, de mezquitas, de autos, de polvo, de agua podrida, de niños jugando sobre todo ello, de gente increíblemente amable, de callejones laberínticos que te llevan a lugares impensados, de sorpresa, de ternura, y por sobre todo, de una organización asombrosa para un lugar de estas características.


Puestos de ropa callejeros en Dharavi...
La mejor foto de Mumbai...
En las pipas de agua de Slumdog Millonarie...
A su vez, no es un lugar para nada oscuro, sino más bien todo lo contrario. La gente está viviendo en medio de esa anarquía ordenada, sin peligro, con respeto, y con una especie de culto al compartir que llama muchísimo la atención. Todo lo que sucede en una gran villa en cualquier parte del mundo sucede más intensamente en Dharavi, pero con una notoria sensación de pertenencia y seguridad. Uno no podría decir que en Dharavi se ve una mínima partícula de violencia o de maltrato. Un lugar pobre, extremadamente pobre, con carencias notorias y extremas, pero con reglas propias de las que uno no puede irse sin al menos sorprenderse.

En las inmediaciones de este slum se encuentra la gran pipa de agua que aparece en la conocida película “Slumdog Millonaire”, lugar en el que hicimos las tomas cholulas por excelencia y miramos chicos nadar en el agua más sucia y podrida que vi en mi vida. Caminar por este lugar es una aventura de alto impacto, que hasta podría ser tildada de extrema e irreal. Un vaivén de sentimientos en estado de nutrición perpetua.


Una linda juntadera de gente... de las mejores...
Basura, te miro y veo, basura...

Estupefactos y llenos de alquimia grupal, nos fuimos moviendo entonces por estas inmediaciones, y por otras que implicaban el mismo sentimiento aventurero, el mismo riesgo para los sentidos y las mismas probabilidades de estupefacción. Así fue que visitamos un mercado de antigüedades, otro par de mercados de comestibles, estaciones de trenes, restaurantes, edificios, pero principalmente nos introdujimos al "hardcore city structure" de la India, y con ello, a la mezcolanza y aura de un país que se rige bajo sus propias reglas, su propio esquema, y que por cierto, muy poco tiene que ver con algunas de las nuestras. Un lugar que te prepara para que todo lo que siga entre como piña y sin atascos, para que pase sin peaje al bocho y deje una huella imborrable y eterna.

Alguna de estas noches manija, nos pasamos de chistosos en el Red Salvation Army, y a la mañana siguiente, fuimos echados a patadas por toda su comitiva, que nos declaró "pecadores y revolucionarios", según los artículos de convivencia de la religión, y se liberó de una troop de unas diez o doce personas, que contentas y orgullosas salieron jocosas a la búsqueda de un nuevo destino. Y lo encontramos a dos cuadras, y no tenía límite horario y no les importaba un carajo de nada. Contentos con esto de que "no hay mal que por bien no venga", decidimos entregarnos a más quilombo... Y entre paseos nocturnos, reuniones en bares clandestinos y charlas al borde del Mar Arábigo, consolidamos la historia de un grupo que trascenderá el tiempo...

La última noche fue una fiesta... Una fiesta a la que podríamos tildar de memorable y confusa, como así también de emocionante y bizarra. Qué se yo... A esta altura... Si está todo buenísimo. Una linda forma de decis "adios", o en la mayoría de los casos, "hasta luego". Cada uno iría por su lado a partir de aquí y ahora. A nosotros nos tocaba ir hasta Pushkar, hacer una escala textil, y salir corriendo hacia Dheli a recoger a nuestra cuarta integrante y amiga eterna, la gran María Agustina Olivera...


Bien por el bar, bien por esta gente... ¡Salud!...
Haciendo guardia para que no cierren la puerta...
De Mumbai lógicamente se pueden escribir libros y libros y libros y nunca terminar de abarcarlo... Yo no puedo decir mucho más que: a Mumbai vale la pena experimentarlo, olerlo, caminarlo, y si es posible, eternizarlo. Infinitamente mágico, infinitamente efímero... Un cuadrito para la posteridad. Allí dimos el puntapié inicial a uno de los recorridos más hermosos, intensos y despreocupados del viaje. Cero batalla, cero problema y una gran cuota de adrenalina y felicidad. Hasta la próxima entonces cuando este blog se tome un tren a Ajmer para alcanzar la cuna textil de la India... Pushkar...


Vaca tranquila dando un paseo por el centro...
La basura de Dharavi aglutinada alrededor de la pipa de agua...
22 feb 2012
Mumbai, una mágica llegada a un país tremendamente alucinante... La India...

Mumbai, una mágica llegada a un país tremendamente alucinante... La India...

Bienvenidos a la India...
Llegamos a Mumbai en avión. Los chicos llegaron primero. Yo demoré una media hora más en aterrizar de la cantidad de pastas que había tomado para combatir mi miedo a volar. Un par de cachetazos, un poco de agua, un buen acomodamiento de la mandíbula para parecer persona, y ya me estaba mezclando entre los indios con mis amigos.

Uno muy simpático nos puso el sello de bienvenida, pero otros mil millones nos estaban esperando afuera del aeropuerto para colaborar con nuestra profunda desorientación. Tanta gente yendo, viniendo, comprando, vendiendo, ofreciendo y gritando, sumadas a un calor y una humedad casi inhumanos, y dos mil horas sin comer y sin dormir adecuadamente, no resultaban ser el mejor cuadro de bienvenida, y ciertamente, empezaron a hacer mella en nuestros socavados ánimos, que se iban fisurando un poquito más acorde íbamos incorporando estas variables.

Paramos la pelota, dejamos de poner cara de culo, y distribuimos las tareas básicas. Nos hicimos de unas rupias para movernos, nos informamos de la mejor zona para ir a descansar, e intentamos coordinar los esfuerzos para ver cómo coños salíamos del aeropuerto sin recaer en los costosos taxis que todo el mundo nos quería convencer de abordar porque eran “más seguros”. Venimos de Medio Oriente, lo de la seguridad cuéntenselo a Antonito de la Rúa, y el taxi... métanselo en el orto.

Antonito y su mirada Magnun rosada...
Agarramos las mochilas, cruzamos la valla de seguridad, y ahí nomás, pero del otro lado, nos asomamos a un mundo mucho más lindo, fuera del aeropuerto, y cada vez más lejos de los embates de los oportunistas que juegan con los miedos del turismo. Eran las nueve de la noche, estaba oscuro, pero la ciudad aún estaba notoriamente activa y más que predispuesta a ayudarnos.

La primer pregunta que hicimos esgrimió (del deporte esgrima): “Perdón, ¿Cómo podemos llegar a Colaba?”, y mucho más allá de obtener una respuesta certera fue la primera vez que un indio me movió la cabeza mientras sonreía, y debo decir que ese simple gesto me hizo olvidar por un buen rato el hambre y el mal humor. Nos indicó una combinación de bus y tren, y se perdió entre la inmensa fauna de Mumbai.

Indios curiosos...
Nos subimos a un bus superpoblado (como casi todo en Mumbai) ayudados por un montón de indios que nos hacían espacio y nos miraban mucho, pero sin eso de quedarse anonadados como si fuéramos seres de otro planeta. Era más que nada una sensación de curiosidad y de intriga, que respondía a la incógnita de qué carajo hacíamos con tanto equipaje y estas caras de delincuentes en su país. Me cayeron bien en menos de dos segundos, y en menos de dos más, ya les estábamos moviendo la cabecita en retribución.

Nos bajamos y nos metimos casi directamente en la estación de tren que nos depositaría en Andheri, la estación de conexión, por lo que en menos de una hora, ya estábamos asomando la cabeza a la segunda experiencia en Mumbai: tomarse el tren. Lo primero que me llamó la atención fue lo ancho que son los vagones... luego, la cantidad de gente que hay por vagón, y por último, lo barato que son los tickets. 

A pesar de no ser de lo más limpios, tampoco son más sucios que el Sarmiento o el Mitre ramal Villa Ballester, y lo bueno es que están plagados e inundados de gente moviendo la cabecita. Tremendo e infinito gesto. El movimiento de cabeza de un indio puede resultar un alivio para el alma. Luego de esta travesía en tren, y ya casi entrada la media noche, seguíamos preguntando adónde cuernos quedaba Colaba... Hasta que un taxista nos insinuó que aún estábamos lejos, y que si queríamos, nos llevaba por doscientas rupias. 

Siguiendo la regla de que cuando te ven cara de boludo y recién llegado a un país, te quieren cobrar cuatro veces más, le propusimos cincuenta, y luego de un rato de hacerse el dolido por nuestro descorazonado accionar, cedió. Distribuimos todo entre el baúl y techo del destartalado 404, y nos entregamos a la última combinación de la noche, la que nos dejaría en el corazón de la zona para mochileros ratas, y muy cerca, pero muy cerca de nuestro primer contacto con el Mar Arábigo.


Un poquito de tren en Mumbai...
Típico taxi indio en el centro de Mumbai...
Bajamos, miramos, tratamos, pero no... estábamos efectivamente más desorientados que la humanidad. Ya había menguado el movimiento de la ciudad, y las calles estaban sumidas en una pegajosa y mugrienta realidad. Las luces ya no eran tan intensas, y lo más preocupante era que no se veía un solo puesto de comida abierto, y ninguna de las puertas de los hostalitos esperándonos.

Nos sentamos bastante abatidos para intentar pensar un segundo. Los chicos se dieron cuenta que si pensaban un poco más se dormían, por lo que me dejaron los bolsos a cargo y se fueron a hacer una recorrida hotelera y culinaria, para intentar pensar, pero con la panza más llena. Mientras daban las primeras vueltas por las calles de Mumbai, tampoco sabía cómo carajo hacer para mantenerme despierto... hasta que encontré un juego nuevo: contar ratas. Hasta que volvieron había contado algo así como treinta y cuatro, y estoy seguro que el número no fue mayor porque mis reflejos estaban muy atrofiados.

Así, y más grandes también...
Por suerte los chicos llegaron con un par de chapatis en la mano que lamentablemente no hicieron mella alguna en nuestros desesperados estómagos, aunque sirvieron para que los dientes no se olviden del ejercicio de morder. Eso sí, nos daban la seguridad de que al menos hasta la mañana siguiente íbamos a seguir vivos. Lo peor fueron las novedades hoteleras. “Encontramos un solo lugar abierto...”, “que es caro...”, “y no te das una idea lo sucio que está...”, “además... no tiene ventilador”.

“No importa chicos, ya veremos”. Con el sabor y la energía que el chapati nos había dejado en la boca, nos fuimos con el nonae a ver si conseguíamos algunos más en la dirección opuesta. En esa primera recorrida nocturna por Mumbai fue donde pudimos observar por primera vez (valga la redundancia), manadas de personas durmiendo en las calles, millones de ratas en busca de los restos de comida y respirar una atmósfera algo putrefacta, pero tremendamente compensada por aromas de comida y de varios elementos no identificados. No encontramos nada para comer, pero mucho para pensar y empezar a incorporar. Finalmente volvimos con los estómagos más vacíos.
 
Salvation Army: Un gran lugar en Mumbai...
Ya sin fuerzas, y apoyados con los bolsos en el paredón de alguna esquina, nos dimos cuenta que nuestros dioses pasados se habían puesto en contacto con sus pares en la India, cuando de la nada aparecieron tres policías buena onda, y nos dijeron que el lugar más barato y amigable para dormir era uno que estaba justo al lado nuestro, llamado “Salvation Army”; pero que lamentablemente ya había cerrado sus puertas hasta el día siguiente, por lo que, si deseábamos, podíamos dormir ahí nomás en la puerta... Que nadie nos iba a robar y que todo más que jamón. Si no era dios, era un pariente, pero sí o sí una entidad divina.

A su vez nos alentaron a acampar delante de la puerta, cuestión que apenas abrieran les diera lástima y nos hicieran entrar. Todo muy raro, pero con el cansancio que teníamos decidimos que lo mejor era entregarse al mundo de las ratas, apoyar los cuerpos en las mochilas y dejarse llevar. No tengo recuerdos de haber pensado absolutamente nada más en el momento que cerré los ojos. No recuerdo que hicieron mis amigos, nadie lo recuerda...

A la mañana siguiente abrieron la puerta una hora antes de lo esperado, y cuando me despertaron para que nos movamos, primero casi le meto una piña, y luego casi le beso pies... Cama, una cama y un ventilador... Hasta mañana, no damos más, pero muy bienvenidos a un tremendo lugar en el mundo llamado Mumbai. Bienvenidos a la India...


Ghandi, un indio muy piola...
Relatos de India 1.0 (Viaje por Asia 1.0 - Capítulos del 139 al 150)

Relatos de India 1.0 (Viaje por Asia 1.0 - Capítulos del 139 al 150)




139.- Mumbai, una mágica llegada a un país tremendamente alucinante... La India...
140.- Mumbai, Salvation Army y una visita a Dharavi...
141.- Pushkar, el gurú de la moda y dame otro bang-lassi por favor...
142.- Dheli, llegada de la Rubia y una rápida huida hacia Varanasi...
143.- Varanasi, una de las siete ciudades sagradas y un giganto flash cósmico ...
144.- Agra, Taj Mahal y… Rajemo' ya de acá vieja…
145.- Amritsar, el Golden temple y los entrañables Sikhs...
146.- Mac Leod Ganj, un emporio de la joda tibetana y mi balcón bailable...
147.- Vashist, parapente, reflexión y rock and roll...
148.- Viaje por África despide al 50% de la felicidad…
149.- Rewalsar, Shastri y surcando los abismos del turismo espacial...
150.- El viaje más largo de nuestras vidas... (Rewalsar - Dheli - Mumbai - Johanesburgo - Port Elizabeth - Grahamstown) y veintipico meses más... 

16 feb 2012
Amán, últimas horas en Jordania. Próximo destino, India...

Amán, últimas horas en Jordania. Próximo destino, India...

Amman de postal...
Nos despertamos con la lógica pesadez del fracaso de la pretendida incursión a Siria, pero así y todo, hicimos un balance de lo que podía venir, y además de ser positivo, resultó absolutamente alentador, tentador y exquisito.
 
Una de nuestras amigas más cercanas, “La Rubia Olivera” anunció que estaría llegando a la India en menos de cuarenta días, estábamos sanos y salvos, y teníamos decidida la partida hacia un broche de oro para esta primer parte de Viaje por Asia. Para colmo de bienes, en nada más y nada menos que el nunca más esperado subcontinente asiático, lugar en el que nos estaban esperando momentos de gloria eterna, que justificarían con creces el forzado cambio de rumbo.
 
Así que dejamos nuestras convalescencias de lado, y nos aventuramos nuevamente a las calles de la chata capital jordana a ver dónde era que podíamos conseguir un pasaje bien baratito que nos depositara, en principio, en la ciudad de Mumbai. Caminamos un rato largo por todo el centro de Amman, y de a poco fuimos encontrando las oficinas de turismo, que para nuestra suerte se aglutinaban en no más de tres cuadras.


Entregados a los barrios y encuentros con amigos...

Nos llevó bastante tiempo sentarnos y charlar las opciones con todos los operadores de vuelos, ya que para matar varios pájaros de un tiro, no sólo nos dedicamos a incursionar en India, sino que por las dudas, también hicimos averiguaciones sobre Nepal, China, Burma, Thailandia... no fuera a ser cosa que hubiera alguna increíble promo y nosotros nos la perdamos. Pero nada de eso iba a acontecer, y luego de la exhaustiva caminata, quedó casi en un cien por cien decidido que nuestro norte estaba definitivamente en la India, entre indios y comida picante.

La ecuación que aún nos faltaba resolver era saber si resultaba más barato comprar dicho billete directamente en una oficina de turismo o por internet, por lo que entonces, hicimos la misma boludez de requisas, y nos encerramos en un cuartucho de algún cibercafé (en el que tengo que recalcar que aún se conserva el enorme placer de fumar cuanto uno quiera)... Por momentos muy pero muy sabios los musulmanes.

Árabe fumón buena onda...
Nada nos convenció. Los precios eran casi los mismos, dos euros más, tres dólares menos, las mismas aerolíneas, las mismas tasas, todo lo mismo, así que en algún momento decidimos introducir la solución salomónica y a su vez más acorde a nuestra filosofía: llegar hasta el aeropuerto, y una vez allí, ver qué pasaba. 

¡Ya fue esto de tanto andar dando vueltas deliberando no se cuánta cantidad de boludeces! Fede fue el que nos puso en alerta de tanto hueveo y dijo: “yo si es por mí, me voy ya mismo al aeropuerto y me tomo el primer vuelo más barato que encuentre”. “Perfecto Tony, tus frases sí que tienen sentido...”. “Vamos para el hotelucho a buscar los bártulos y que todos los dioses nos bendigan”.
 
Llegamos, juntamos las dos boludeces que estaban sueltas, le pedimos perdón al dueño del hotel por habernos pasado de hora, cargamos agua para el mate, robamos papel higiénico, jabón y juntamos todo bien empaquetado al hombro. Muchas gracias, todo muy rico, pero nosotros nos vamos al ojete. Bajamos las escaleras, respiramos la atmósfera musulmana por última vez, y le dijimos chau a la hermosura, entrega, fraternidad, arquitectura, mugre, y a esos eternos brazos abiertos musulmanes.

Nunca los vamos a olvidar y seguro que muy prontamente tendrán la incomodidad de albergar nuestros occidentales cuerpos por la zona nuevamente. “No se dejen seguir tocando el culo por el rey, ni por ningún otro hijo de puta que venga en su nombre, que nosotros ya tenemos dos experiencias menemistas en Argentina y no está para nada bueno... besos... nos vemos... Inshallah...”.
 
Llevame al aeropuerto...
Averiguar cómo llegar al aeropuerto tuvo los mismos inconvenientes de siempre: “que el bus sale de acá, que sale de allá, que no hay bondi, que sí...”. Dos mil preguntas más tarde nos subimos a un mini bus que tardó un rato largo en arrancar y que nos juró que se dirigiría hacia al aeropuerto. Nos encontramos con un musulmán viejito y bastante piola, que pedía dinero con la mayor de las insistencias y con el menor conocimiento del inglés que alguien puede ostentar. Totalmente imparable y desquiciado. Fue la mayor batalla contra mis ideales limosneros del viaje. En un momento ya quería una remera, un papel, una bolsa, o un anillo, algo se quería llevar. Muy concentrado y enfocado el señor.

Mientras todo esto sucedía el colectivo arrancó y empezó a surcar los supuestos dieciséis kilómetros que nos separaban del aeropuerto internacional de Amman, para luego de una hora de viaje por todos los recovecos y algunas varias autopistas, abandonarnos sin importarle nada, en una división en el medio de un campito. El atrevido encima señalaba que “para allá” era el aeropuerto, pero que el colectivo seguiría por el otro lado. Atrevido total.

Pelear hubiera resultado el desgaste energético menos efectivo desde que se intentó que EEUU respete el tratado de Kioto, así que nos dedicamos a caminar y ver qué carajo inventábamos. Por suerte, y como muchas veces ocurre, dios estaba atento a nuestra situación, y mandó al rescate un auto con un musulmán super pro, que al vernos no dudó en parar e invitarnos a montar en su corcél... para dejarnos exactamente en la entrada de la salida del país. "Gracias capo, nos vemos... sos lo más".
 
Entramos, nos acomodamos, Juli se quedó con los bolsos, y el resto nos fuimos a buscar las oficinas de las compañías a ver qué onda con los pasajes. Dimos la mayor cantidad de vueltas que alguien dio en un aeropuerto en su vida, persiguiendo otras tantas explicaciones de muy dudosa consistencia, que jamás nos guiaban hasta las oficinas de las aerolíneas, pero que sí nos hacían dar vueltas en círculos como disminuidos mentales. En un momento, justo cuando estábamos al borde de la locura, descubrimos que las oficinas estaban adentro del sector de embarque. "¿Soy yo o esto es de otro mundo?"...

Check in en el aeropuerto de Amman...
Ahí comprobamos que a la palabra oficinas le sobraba una S, ya que la única que había en el aeropuerto era la de la aerolínea nacional jordana “Royal Jordanian”. “Qué pérdida de tiempo querido, ¿y ahora que hacemos?...”. “Rogar que haya internet en el aeropuerto, sino andá preparando la vuelta a la ciudad a sacar los pasajes"

Dios... por suerte siempre está alerta. Mandó señales inalámbricas binarias (y no tanto), y nos salvó por millonésima vez el culo. Además de las señales inalámbricas de conexión mundial, metió un combo que venía con una oferta de vuelos reducida para la mañana siguiente, para la que sólo faltaban unas diecisiete horas, pero que nos ahorraba entre los tres, la fantástica suma de cien euros. Gracias dios... Sos lo más, seguí portándote bien...

El día, luego de conseguir que las tarjetas sean aceptadas y los vuelos queden confirmados, lo pasamos cambiando monedas egipcias por comida, revisando si quedaba algún dólar en la billetera para cambiar por comida, y robando restos de comida de quienes abordaban. Además, nos turnamos para usar la internet gratuita del aeropuerto, para darles a nuestros padres la gran noticia que no nos habían dejado entrar a Siria, y de paso, escuchando a un loco que trabajaba en un bar, que repetía sin parar lo mal que su jefe lo trataba, pero que había llegado el día y que “tenía preparado un regalo para él”.
 
Lo decía con cara de asesino, hasta que algún momento lo puso sobre la mesa, y nos terminó contando que sus amigos o no sé quién carajos, o lo iban a matar, o lo iban a golpear. “Mirá loco, nosotros estamos hasta los huevos de extremismos, peleas, guerras y tales”. “Te recomendamos no hacerle nada porque te vas a meter en un quilombo, mejor renunciá y buscate otro laburo”...


Una carita parecida a esta...
Por suerte en algún momento terminó su turno de trabajo, vino a saludar y se fue. Para ese entonces ya me había empastado para llegar al vuelo tranquilo, ya que volar es lo peor que me puede pasar en la vida. Mientras caminaba lleno de droga en sangre por todo el aeropuerto, Juli hacia anotaciones en árabe, y Fede dormía tirado en el piso, como si fuera la cama más cómoda del mundo.

Llegó el momento de embarcar, pero nos esperaba un último quilombito. La cara de Federico en el pasaporte es mucho más de extremista de algún ente mete bombas, que de argentino natural de Saavedra, por lo que tuvimos que dar muchas respuestas, y verificar nuestras firmas y procedencias en el sucucho de migraciones; lugar en el que se cansaron de pedirnos perdón, pero donde casi nos hacen perder el avión. Tuvimos que explicar porqué tanto sello, y porqué no nos habían dejado entrar en Siria, y porqué nos íbamos a la India, y no sé cuántas cosas inexplicables más.

"Mohammed Marcellinovich"...
Al final nos dejaron abordar y la historia en tierras musulmanas llegó a su fin... Yo ya tenía encima dos pastelas que me habían dejado mucho más tonto de lo que soy. El trasbordo de avión en Qatar quedaba entonces en mano de los valientes del grupo, quienes guiarían mi gomoso cuerpo por los pasillos del edificio... Hacia la India señores... A extasiarnos con el sabor de lo permanente. Un abrazo a todos y muchas gracias por estar...


Ultima postal de Amman, Coliseo romano...
9 feb 2012
Siria, Ramtha, la frontera y un fracaso anunciado…

Siria, Ramtha, la frontera y un fracaso anunciado…

Frontera difícil...
Llegó nuevamente el día de fracasar, y no de fracasar un poquito, sino de fracasar un montón. Un fracaso un poco más esperado que el de aquel 28 de octubre de 2010, cuando también fracasamos en la entrada a Etiopía; pero como el hombre se dice es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, esta troop de obstinados, quiso entregarse nuevamente a tan indecorosa experiencia.
 
De nada nos había servido que no nos hayan querido dar la visa en repetidas oportunidades y en diferentes países. Tampoco de nada habían servido los noticieros que por aquel entonces alarmaban sobre muertes en la frontera debido a las manifestaciones revolucionarias en contra de la familia real, y ciertamente, tampoco nos íbamos a amedrentar por tener la estampa de salida de Egipto que acreditaba nuestra entrada a Israel por la frontera de Eilat.
 
Nosotros teníamos una idea, y hasta no chocarnos con la pared de la propia experiencia, no íbamos a claudicar, ni bajar los brazos, ni ceder un miligramo de ilusión. Y así, contentos de ser tan pelotudos, nos dedicamos a intentar borrar cualquier rastro del paso por Israel, cosa que nos llevó largas horas entre revisar billeteras, bolsillos de pantalones, archivos de computadoras, pendrives, fotos, y otro sinfín de recovecos en los que seguíamos encontrando: panfletos, números de teléfonos, recuerdos escritos en hebreo, y hasta paquetes de fideos o de arroz que habían sido adquiridos en judeolandia.

Muy tranquilos y custodiados por Herr Profesor, por nuestros amigos jordanos, y con algunos números de teléfonos de extranjeros que estaban de intercambio en Damasco (y que nos habían asegurado que no pasaba absolutamente nada, y que inclusive nos esperaban para darnos una mano en el caso de que llegáramos hasta Alepo, la capital), preparábamos la alocada excursión. Unos fenómenos los pibes... Nosotros le creíamos más que a los noticieros y entonces vayamos cerrando las mochilas que nos espera una larga jornada.

Bajo la protección del eterno Herr Profesor...
Lo que se jugaba específicamente en esta etapa del viaje, era la continuidad hasta la India por tierra, ya que si no se logra entrar a Siria desde Jordania, el mapa se cierra categóricamente para tan intensa travesía. La única posibilidad restante podría haber sido incursionar directamente en Iraq, lo que resultaba unas veinte veces más improbable que lograr la entrada a Siria. En suma, si no nos dejaban entrar, nos teníamos que tomar un avión y dejar el paso por Siria, Iraq Kurdistán, Irán y Pakistán, para un poquito más adelante; y así, lanzarnos obligadamente a incursionar en la India, que para ser sinceros, como plan B, sonaba mucho más a plan A. 
 
Entonces: “Dale Cacho, que cualquier teta es trinchera, y si no nos dejan seguir, al menos robémosle la aventura al viaje...”. Nos concentramos, acariciamos los amuletos, nos fijamos que los libros de historia de Israel, biblias y religiones no islamistas estén en el lugar más difícil de encontrar del universo de nuestras pelotudeces, pusimos todo el peso al hombro, y le dijimos chau a la pensión más hospitalaria de Amman, le dimos un besote a Herr Profesor, y con esa cierta melancolía de las despedidas, nos fuimos a perseguir un rato más nuestro aventurero destino.
 
No teníamos la más remota idea de cómo llegar a la frontera, pero tampoco nos preocupaba demasiado, por lo que apenas nos vimos en la calle totalmente desorientados, empezamos a esgrimir paisanismo sudaca: “perdón don, quiero irme para Siria... pa’ dónde?”. Después de cuatro mil preguntas parecidas, terminamos develando cual era nuestra mejor opción, que quiero recordarles, siempre es la más barata, independientemente de cualquier otra alocada circunstancia.

Así fue que llegamos a una estación bastante clandestina en la que fuimos asistidos por policías, hombres de negocios, contrabandistas, y hasta linyeras buena onda, que nos apuntalaron hacia una ciudad llamada Ramtha, que se encuentra a menos de diez kilómetros del cruce fronterizo, desde la que deberíamos encontrar otro transporte, ya que los buses hasta allí, no llegan. La otra alternativa era abordar un bus directamente hacia la capital de Siria, pero que exige el pago total del pasaje, y que no se hace cargo sino te dejan entrar, y te deja ahí nomás, tirado a la merced de los buitres y sin el reembolso correspondiente.
Para ubicarnos en el mapa...
En fin, cuando tomamos la decisión de ir hacia Ramtha, nos dieron la noticia de que no se sabía a qué hora saldría el próximo bus. Y bueno, calesita, calesita, empezamos nuevamente a hablar con todo el universo de personajes conocidos y por conocer para que nos ayudaran a resolver el dilema, y como en estos países musulmanes lo que sobra es voluntad y buena onda, en medio minuto todo persona del perímetro estaba rompiéndose el coco a ver cómo solucionábamos la intrincada situación.

En no más de diez minutos apareció vaya a saber uno de dónde coños, un dudoso jordano con mucha cara de tránfuga, que casi nos obligó a subirnos en su auto, y así, sin más, y totalmente pasados de peso, emprendimos la incursión hacia la ciudad fronteriza. Lo único que teníamos que hacer era pagarle el coste del boleto el bus. “Con genios como vos el mundo es mucho más lindo. Poné quinta, y dale que nos espera un fracaso gigante que tenemos que confirmar”.

El viaje duró una hora y media. Durante ese rato tuvimos la suerte de conocer la única parte de Jordania que no está inmersa en medio del desierto, de la que hay que hay que decir y afirmar que es un lugar muy bello en el que dan ganas de bajarse a acampar, y que contrasta drásticamente con la extrema cantidad de nada que se puede contemplar en el noventa por ciento restante. Un lugar que distribuye su singular belleza entre fértiles valles y cordones montañosos de baja estatura. Mucha vida... y un color esperanza mucho más pro que el de Diego Torres.

En fin, este buen señor nos depositó en la plaza principal de la ciudad de Ramtha, una ciudad que se hace la que está perdida en el tiempo, pero que lo único que intenta es disimular su personalidad de traficante fronteriza. Nos sentamos a reflexionar al frente de una lúgubre remisería que no hacía más que esperar el momento que tomemos la decisión de acercarnos a la frontera. Ayudados entonces por un par de falafels y una gaseosa que nos irguió un poco el cuerpo, llegamos a la conclusión de que el mundo está totalmente al horno.

Estación de buses que no nos sirven de Ramtha...
Subimos al taxi más ladrón de los últimos ocho países, único medio de transporte disponible, y nos dejamos acarrear hasta la salida de Jordania. Allí nos recibieron unos jocosos inspectores de frontera que chequearon nuestros pasaportes con nuestras caras no menos de tres veces, y al finalizar esgrimieron una famosa frase que albergaremos para siempre en nuestros corazones: “Ah, the three stooges”. Risas, pitos y cornetas para una de las frases más coherentes de los últimos tiempos.

Claro, el chabón vió el sello de salida de Egipto por la frontera que conduce a Israel, la carencia de visa de entrada, y nos deseó mucho más que suerte y buena fortuna. Creo que sacó el Corán y rezó por nosotros. Finalizó con la frase: “Los veo en un rato, pero no se preocupen, nosotros los dejamos entrar de nuevo”. “Muchas gracias loco... se aprecia... Inshallah”...

Montamos nuevamente nuestro taxi-corcél y llegamos al bendito sucucho fronterizo. Al decir verdad nos esperábamos unos musulmanes extremistas con cara de malos y la peor de las ondas. Nada de eso. La dulzura con forma de militar más improbable que vimos en nuestras vidas. Nos recibieron casi inflando globos y con las narices pintadas. Unos capos intergalácticos que además de sonreír y mostrar una cortesía poco conocida, estaban todos tomando mate.

Sabíamos que los sirios tomaban mate, pero no sabíamos que la oficina de la frontera se iba a parecer más a rentas municipal de Buenos Aires, que los últimos quince países que recorrimos. Para no ser menos bajamos con el mate en la mano, y ya esa sola actitud, nos puso de igual a igual, y claramente dejó al descubierto nuestra acérrima nacionalidad argenta. Le metimos mucha sonrisa, mucho huevo, charlamos de todo y por algunos segundos, nada pareció interponerse a nuestras intenciones... Qué lindo momento.

Mate a lo árabe...
Pero bueno, se desvaneció la nubecita con angelitos y apareció el militar con cara de malo, y esta vez no estaba deformado por un uniforme, sino por un bigote medio choto que le impedía pensar claramente. Al principio se mostró medio intimidante, y hasta hizo señas de “ustedes van en cana”. No hablaba inglés o simplemente no lo quería practicar, pero gracias a Alá, rápidamente vino otro mucho más amable y empezó con las explicaciones ya conocidas.

“Chicos: que no tengan la visa no es un problema, porque siendo argentinos nosotros se las daríamos aquí mismo, pero ustedes viajan, y bien saben que si estuvieron en Israel, nosotros no los vamos a dejar entrar. Les tenemos que pedir perdón, pero esta decisión es inamovible. Nos encantaría dejarlos pasar, pero esas son las reglas de Siria y los israelitas son nuestros enemigos. Perdón nuevamente, pero van a tener que volverse a Jordania... Más claro, transparente.

“Deme una visa de tránsito, ¿quiere un mate?” “No”. “Me tuve que meter en Israel porque me cagaron a palos, yo no quería, paso derecho para Iraq Kurdistán, ¿me da la visa?”, “No”. “Veo que tiene una foto de Messi ahí. Deme la visa por favor”, “No”. “Che ¿de posta no? Si somos como hermanos”. “Nosotros amamos a los argentinos, mi hijo tiene la remera de Maradona y acá tengo otra foto de Messi, pero NO”. “Che”, “No”. “Ch”, “NO”. “NO, y cortala que me pongo en militar”. “Ok”. Cambio y fuera...

Más allá de este rotundo no, y de la más grande de las inflexibilidades basadas en un hecho que nos parece absolutamente estúpido, este buen hombre podía argumentar en base a una información mucho más que conocida para quien está en esta parte del mundo. Lo intentamos hasta el último segundo, y si nos fuimos un poco tristes, fue por la hospitalidad que pudimos percibir en aquel “no”, y que no íbamos a poder seguir experimentando.

Creo que al tipo le jodió no dejarnos pasar, pero su convicción fue más fuerte que él. La dejó entrever en el único momento extremo y determinante de nuestros minutos de permanencia en la frontera, en el que supimos que nuestra entrada realmente no sucedería. Fue cuando dijo: “los israelitas son nuestros enemigos”. Mientras lo decía irguió el cuerpo, enderezó el rostro, y fijó la mirada en el horizonte... A lo militar...

¿Vamos devolviendo los altos del Golan?...
La usurpación de los Altos del Golan por parte del ejército israelí dejó grandes secuelas, y la lástima, es que a veces la boludez de la guerra, de una u otra manera, la pagamos todos. Puteé fuertemente al egipcio de mierda que estaba en la frontera, quien nos puso el sello en el pasaporte porque no le quisimos pagar la coima, de lo que concluyo además (con muy poca originalidad), que de la guerra, mientras unos pierden, otros ganas, y unos cuántos se llenan los bolsillos.

Nos volvimos masticando bronca y un poco de tristeza, pero en un autazo que nos consiguieron los militares que venía desde Siria, y que accedió a depositarnos nuevamente en el centro de Amman. Llegamos entrada la noche. Le dimos nuestros últimos dinares de aquel día a este amable Sirio que nos salvó en aquella ruta semi desierta, y nos fuimos a meter a la primer habitación que encontramos, a destilar y dormir un poco la bronca, para al siguiente día, intentar focalizar y ver cuál era el pasaje de avión más barato que nos iba a dejar muy bien paraditos en alguna parte de la India.

Foto que denota nuestro poco registro fotográfico de esta peripecia...
"Nada sucede porque sí". Con esa premisa nos entregamos al sueño y a la reinvención de nuestro destino. Hasta mañana cuando les relatemos nuestras últimas horas en Jordania, y lo que venga, sea un país para tirar la casa por la ventana... Gracias por leer y por seguir del otro lado...


Paz en Medio Oriente...
6 feb 2012
Mar Muerto. "Todo muy lindo, pero si no es a un resort, no vuelvo más… boló”…

Mar Muerto. "Todo muy lindo, pero si no es a un resort, no vuelvo más… boló”…

Campamento a orillas del Mar Muerto...
Armamos un par de mochilitas de mano, le metimos un par de frutas, mate, un poco de agua, y nos clavamos la zunga para ir a tachar de la lista este llamativo lugar, el que con sus doscientos y tantos metros por debajo de la línea oceánica, ostenta ser el punto más bajo del planeta... lugar que por otro lado el mundo se a puesto de acuerdo y ha dado a conocer bajo el nombre de Mar Muerto (detalles de salinidades y nada de vida en el link).
 
Nos tomamos un bondi que encontramos con mucha suerte y paciencia, luego de caminar persiguiendo indicaciones no del todo precisas o muy dudosas, pero que nos guiaron hasta un cacharro que costaba menos de un dinar por persona, pero que a cambio del módico precio, en vez de llevarnos directamente al Mar Muerto, nos dejó abandonados en una rotonda en el medio de la nada, lugar desde donde uno se las tiene que arreglar como pueda, para surcar los últimos treinta kilómetros hasta el pintoresco evento.

Muchas personas hubieran tomado un taxi, pero nosotros sacamos a relucir una nueva versión de nuestro dedo 2.0, y conseguimos un musulmán muy moderno que nos hizo el favor de aventarnos hasta nuestro objetivo. La novedad de este tecno musulmán era que además de portar ropas totalmente occidentalizadas, clavó para el viaje rutero, nada más y nada menos que Lady Gaga, y al ritmo de “Pa pa pa poker face pa pa poker face”, nos fuimos acercando a un lugar muy caluroso en un día muy concurrido, que ciertamente no iba a ser el mejor para disfrutar de una playa muy publicitada, pero con muy poco para ofrecer.

El tipo mientras conducía hizo la pregunta del millón: “¿En qué playa quieren que los deje?”. Nosotros veníamos con esta duda desde que habíamos leído que la única playa pública no era del todo aconsejable, y mejor ahorrarse el disgusto, y pagar los veinte dinares que te fajan por experimentar esto de flotar sin hacer ningún esfuerzo. Pero “nosotros” y “pagar”, son dos palabras que se llevan como el culo, y a pesar de que el tipo nos reconfirmó que la playa pública era bastante indeseable, decidimos que por lo menos lo íbamos a intentar. “Pará acá nomás, cualquier cosa después nos arreglamos”...

Como la playa quedaba a unos quinientos metros de la ruta, lo último que le registramos a nuestro benefactor fue una risa sarcástica que entre muecas decía: “infelices”. Y tenía tanta, pero tanta razón, que cuando vimos la playa, antes de enojarnos, nos tuvimos que reír. Solamente a nosotros se nos ocurre contradecir tanto pronóstico y perder el tiempo de una manera tan pelotuda.

La playa no era poco aconsejable o indeseable, era una litera mezcla de caca de camello con caca de humano, donde lo único que se podía conseguir era agua para mate que salía desde un tubo asqueroso, ubicado al sol con vaya a saber cuánta cantidad de agentes tóxicos y enfermedades apestosas. No había una sola sombra en dos kilómetros a la redonda y caminar en patas era algo inimaginable. El suelo estaba lleno de manchas negras, marrones, violetas, y de huesos de animales muertos, que seguramente no serían animales, sino seres humanos que no habían podido escapar a tiempo de este horroroso y desopilante monumento a la caca.


Familia en litera...
En nuestras vidas habíamos visto mierda semejante, a la que y para colmo, alguien impúdica y cínicamente había dado a llamar “playa”, aunque la palabra pública fuera la que seguía. Una vergüenza cloacal, y mucho más de este asco de transformar lugares que están buenos, como un MAR o un OCEANO, en un sitio concesionado y pago. 

Anyway, con la frente más que en alto, pero haciéndose mierda por los rayos del sol, nos fuimos a buscar alguien que nos diera el aventón hasta la zona de balnearios, para descubrir qué bajo recurso utilizaríamos esta vez para no pagar. Salimos a la ruta, y debido a que nos estábamos formalmente carbonizando y deshidratando, paramos un bus lleno de musulmanes (que nos miraban como si fuéramos extraterrestres pecadores), le pagamos un dinar entre los tres, y nos dio el ansiado aventón por los cinco o seis kilómetros que nos faltaban para llegar.

Excursión a las playas públicas...

Bajamos e hicimos la requisa de las playas pagas más baratas, para reconfirmar que el precio mínimo era de veinte dinares por cabeza, los que nos seguíamos negando rotundamente a pagar... (aunque ya un poco más acorralados por la situación). “¿Y ahora Cacho? ¿Qué hacemo’? Estamo’ acá, hay que entrá”. No quedaba otra, había que hablar, y lo que es peor, también había que mentir, lo que no está para nada bueno, y tratamos de que no sea nunca parte de nuestra filosofía de viaje...

Nosotros nos colamos, o saltamos vallas, o llegamos por un atajo, o de la mano de la gente, y asumimos los riesgos de nuestro vandalismo, pero mentir no está bueno de primeras, porque la realidad es que la plata en el bolsillo estaba, pero nosotros la pensábamos hacer durar dos semanas más. Nos invadía ese sentimiento de tener la plata, pero saber que si nos la gastábamos, tocaba comer arroz blanco una semana seguida.

Y bueno, la necesidad hace al monje, y así fue que nos paramos en el molinete, y como si estuviéramos regateando en la puerta de un boliche en Mar del Plata con quince años, comenzamos con un despliegue de simpatía que se apoyaba en una cara de piedra muy jodida y speechs que no queremos reproducir, pero que al fin de cuentas terminaron dando el pase por la mitad de precio. En resumidas cuentas: finalmente accedimos a experimentar de qué se trataba esto de flotar sin hundirse de una cornuda vez por todas.

Todo el mundo flotando...
Apenas entramos, lo primero que nos llamó la atención fueron la cantidad de parrillas en las que se estaba asando carne. Una multitud de musulmanes panzones dándole a las brochetas, a la nalga, y a las patas de todo tipo de animales. Humito, sombrillas, niños corriendo y este tipo de alegría dominguera, que en musulmania, sucede los días viernes. Todos muy relajados y un sinfín de personas embadurnándose en las piletas de barro. Un escenario en el que sin hacer “zoom” parecía todo muy lindo, todo muy bien.

Entonces así nomás y sin prestar atención, decidimos que nos fumábamos un pucho y que al agua pato. El pucho pasó, pero las ganas de saltar al agua no salían embroncadas del corazón. La verdad siento que tuve que forzarlo un poco. La arena era gruesa e incómoda, había gente haciendo equilibrio antes de entrar al agua para no romperse la cabeza con alguna piedra de sal, y también mucha humedad y una tosquedad en el ambiente, que creo que a todos nos hicieron recular. Para finalizar, el conflicto musulmán con mostrar libremente algunas partes del cuerpo, que hace que no te sientas cómodo sin remera.

Al final tomamos coraje y nos metimos al agua. La verdad, la verdad... Flotar sin nadar es increíble, pero es lo único que está bueno de ese mar del ojete. No se puede meter la cabeza porque si te entra agua en la retina o las pupilas, quedás como el gordo Árenzon tirando patadas voladoras para apalear el ardor. Toda herida que uno tenga en el cuerpo, así sea el más mínimo de los tajitos, arde un montón más de lo que debería... y por último, cuando salís parece que te vas a descascarar de lo dura que te queda la piel por la sal. Parece que nunca te vas a secar y la textura del agua es mucho más aceitosa que de costumbre.
Todo muy lindo, pero...
Un poquito de incomodidad musulmana...
Todas estas sensaciones son indirectamente proporcionales a la cantidad de duchas de agua dulce que hay disponibles en el predio, por lo que, aunque todos intenten ser amables con todos, llega un momento que la sal no se aguanta más, y uno se puede ver inducido a correr un nene de prepo de la ducha, o a colarse indiscriminadamente... como muchos de los que estábamos en la cola.

Y si creían que esto era todo, nada que ver. Hay otro ritual que hay que cumplir cuando uno se acerca a estas latitudes. El mismo consiste en sacarse la foto más naba del siglo untado por barro del milagroso Mar Muerto. Entonces para matar todos los pájaros de un tiro, nos fuimos a meter entre tanto señor excitado y entre tanta mujer cuida cutis, a los pozos de este menjunje del demonio, al que le dan fama de curativo, pero que no es más que un exfoliante ultra quema piel, que para sacártelo hay que correr a cuatro nenes más de la ducha.

Cuando terminamos con todo esto, y no nos pudimos bañar porque los baños eran un mundo de gente, entendimos porqué los turistas cuando se acercan hasta aquí lo hacen para pagar un mega hotel que tiene todas las comodidades, y no a hacerse el jordano nato, y pasarla como el culo.

Hay un dato más que también resulta sumamente relevante, y es que a pesar de estar en una playa, las bikinis te las debo, ya que las mujeres no muestran más que la piel de sus manos, y se las puede ver navegando todo este mar de incomodidades, pero agregándole jeans y remeras de mangas largas al sufrimiento. Para pegarse tiros en las bolas.

Prohibido prohibir...
Pero no nos fuimos con las manos vacías señores, y lo que a nuestra piel respecta, estábamos hechos una seda, listos para ir a presentarnos en un casting de Avón. Se fue haciendo tarde para volver, y por suerte, apenas pasados los diez minutos con nuestro dedo 2.0 al viento, paró una pareja de ingleses que estaban de intercambio laboral, y nos llevaron, en menos de lo que me pude sacar el barro, hasta nuestro antro de mala muerte.
 
Nos recibió Herr profesor, quien le había sacado fotos a la mañana a nuestro cuarto, para que podamos constatar que no nos habían robado nada. Un grande es poco... Un genio que le puso una sonrisa monumental a la penúltima noche en Amman, antes que nuevamente nos lancemos contra todos los pronósticos a intentar cruzar a Siria; pero como siempre decimos, eso es parte de otra de las mil aventuras, que como ésta, van dejando el sello en un viaje que no tiene intenciones de claudicar.
 
Hasta entonces cuando las campanas anuncien que vamos... Que seguimos yendo por más... Gracias como siempre por leer, difundir y acompañar...
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