20 abr 2012

Vashist, parapente, reflexión y rock and roll...

La banda eterna del parapente...
El traslado a Vashist fue decido rápidamente y por unanimidad. Restaban aún unos cinco días antes de que la Rubia partiera nuevamente hacia nuestro Buenos Aires querido, y unos diez o doce, para que sucediera lo mismo con nuestro productor y crea problemas favorito, el inconmensurable Federico Marcello. Así que decidimos ir cerrando etapas por capítulos, y todos juntos, más Claudio (Venezuela), Susi (España), Karina (Argentina) y Amelié (Francia), nos movilizamos cada uno a su modo y a su manera, hasta este paradisíaco y montañoso pueblo a los pies de los Himalayas.

El viaje lo realizamos en una combi nocturna, que se movilizó por entre sinuosos caminos montañosos, que propiciaron ciertos malestares estomacales, algunos mareos e infinitas puteadas dirigidas a los pozos y a la imposibilidad de pegar el ojo aunque sea por algunos míseros minutos. Algunos se hacían los hippies y escuchaban música y otros fumaban para no perder el humor. Pero a pesar de todo, luego de algunas de las más molestas horas de travesía India, gritamos victoria y nos vimos desembarcando en un pequeño pueblito aledaño llamado Manali... una zona hiper turística, que no sólo es frecuentada por extranjeros, sino que esta plagada de indios provenientes de todas partes del país.

Tuvimos que pelear largamente el precio de un rickshaw para lograr alcanzar éste pequeño énclave montañoso que se encuentra a no más de quince minutos manejando, o unos treinta y cinco caminando. Luego de resistir algunos timos abusivos, logramos acordar un precio semiconveniente para las dos partes. Nos subimos a la motito y nos dejamos acarrear con nuestros equipajes hacia el infinito, y aunque ciertamente no llegamos a tan interesante lugar, nos tele transportamos a un pueblo enigmático, amable y con mucho contenido para su pequeño perímetro. Contenido que contemplamos largamente, pero en el que para ser sinceros, nunca ahondamos demasiado.


Postal de Vashist...
Vashist... rusticidad impecable...
Vashist visto desde el camino en la montaña... 
Pobladora autóctona...
Llegamos al mismo tiempo que Claudio y Susana, con quienes nos dimos dos minutos para comentar el efecto licuadora del viaje, para luego entregarnos abruptamente a la búsqueda de algún lugar para tirar los bártulos, comer algo, e irnos derechito al sobre, para por fin y de una vez por todas, descansar.

Conseguimos un hostal espectacular cuyo único incordio consistía en subir y bajar unas escaleras bastante empinadas; pero que luego de ello, o te dejaba ante una de las vistas más espectaculares y relajantes del año, o listo para navegar los inconmensurables mares de la mística y amabilidad india. Estaba atendido por personas que parecían no haber sufrido un sobresalto jamás en sus vidas, a las que cada vez que uno le pedía algo, acudían sin prisa, pero sin pausa a tu ayuda, con una sonrisa digna de aprender y de copiar.

Automáticamente nos entregamos a la mayor y más consistente cantidad de nada que atravesamos en nuestras vidas. Estado de felicidad atravesado por más felicidad hagas lo que hagas. Compromiso con el presente, segundo a segundo, minuto a minuto, hora tras hora, día tras día. Compromiso con la vida, con el corazón, con el disfrute, con el espíritu, con la mente y con el alma. Para casi todo esto nos veíamos obligados a seguir relajándonos con este chocolate pegajoso, que tiene la capacidad de elevar todo sentimiento hasta fusionarlo con el todo y transformarlo en una gran sonrisa que se más allá del rostro, proviene del alma...

Por ejemplo...
Julián flasheando con las vacas...
Frutita, roncito y a la cucha...
Entonces llenos de sonrisas en el alma, y ya en compañía de toda la troop nombrada, nos dedicamos a caminar por los laberínticos callejones de este rústico lugar, sede de pequeños templos, de grandes incógnitas, y de aguas termales a las que las personas acuden para bañarse, relajarse o simplemente lavar la ropa. Sumergidos en esas pequeñas caídas de agua se quedaron mis ojos navegando entre los recuerdos de tantos estados insignia de vida bien vivida y de sueños realizados. 

Admirando a mis amigos... allí, jugando, pensando, elucubrando, soñando... Prueba tangible y perpetua... constantemente manifestándose a no más de dos o tres metros de distancia de mi confundida y excitada humanidad. Perdiéndome en sonrisas espontaneas que eran dirigidas hacia recuerdos, pero principalmente hacia las sensaciones de esos recuerdos, y a todo lo que estos habían templado el alma. Con lágrimas en el pecho... esas que son la prueba contundente de una feclidad eterna... Con ellos ahí, despertándome y despertándose de su vigilia... diluyéndo los instantes con miradas a lo más profundo de los ojos (donde reside el alma) que expresaban y siguen expresando orgullo y solemnidad. ¿Cómo se expresa tanta felicidad en cada halo de vida?...

En fin, pensando esta tremenda cantidad de boludeces y algunas otras que podrían ser tildadas de peores, nos fuimos haciendo habitués de algunos pequeños restaurantes, de algún sitio de internet donde sacar nuestros pasajes de vuelta hacia Sudáfrica, pero principalmente del balcón del hostal, que era de esos lugares radicalmente difíciles de abandonar. Tácitamente a la banda se la vio recurriendo a los mecanismos más truchos y obvios de la vagueza humana, que suele buscar excusas totalmente inconsistentes para no decir que: “no se me canta la pija moverme, y aunque abajo haya dos mil cosas que nunca vi, prefiero que te armes otro y sigamos filosofando, pero esta vez metámosle una veta más bizarra aún”...
Dios de visita en los Himalayas...
"Mmmm.... Mmmmm... sí quedémosnos un rato más"...
En las alturas de nuestro balcón...
Una cocinera tibetana de pura cepa...
Por suerte para nuestra suerte y la suerte de la estancia en Vashist, tomó la posta de la conducción grupal nuestra corresponsal francesa, Amelié, que mientras nosotros nos entregábamos cada vez más a una autosatisfacción pajera crónica y casi insalubre, se movió muy rápidamente bajo las tinieblas, desde donde volvió con propuestas muchísimo más que interesantes y novedosas.

En primer lugar anunció que nos íbamos a entregar a la desconocida sensación del parapente desde alguna montaña a aproximádamente una hora de distancia, y después remató avisando que asistiríamos a una fiesta de casamiento india en algún lugar perdido de alguna otra montaña. Se escuchó casi al unísono por todas las personas implicadas en la charla: “anotame en las dos”

Amelie se transformó entonces en la prueba de que por suerte la felicidad no tiene techo, y sin realizar el menor de los esfuerzos, ya teníamos agendados dos eventos de los cuales éramos totalmente vírgenes... Y todos sabemos cuán satisfactorios y duraderos pueden ser los sentimientos de las primeras experiencias en casi todos los rubros y momentos de la vida.

Para ponerle un poco más de adrenalina a la pasión de respirar, nos empezamos a imaginar volando desde alguna parte del Himalaya, mientras repetíamos: “Gracias Amelie, sos lo máximo, hace con nosotros lo que quieras...”... o mejor con Fede que parece que está enamorado.

Alguna de las tantas ceremonias que aparecen constantemente...
Postal humana de Vashist...
La calle principal de Vashist...
El infaltable choclo... una pausa más que placentera...
En Vashist pasó algo extraño de lo que me percato ahora que escribo, un sentimiento  de profunda convicción de que el tiempo se detuvo... Que también puedo traducirlo en un esfuerzo que mi ser hizo para detenerlo... Una especie de mecanismo de defensa “acapara momentos sublimes”, que muy osado y porfiado, se lanzó a la conquista de un momento de confluencia de todas las cosas que había buscado durante gran parte de mi vida, intentando ponerle stop y contemplarlo eternamente, como si por algún motivo fuera necesario, o más aún, posible...

Estupefacto y muy poco consecuente con mis propias convicciones, me vi entregado a una especie de negación interna de que las cosas terminen, para rápidamente despertarme y darme cuenta que el momento de salir a la excursión había llegado, y que había fracasado, pero que era un fracaso mentiroso, ya que el mejor momento justamente estaba por venir, y eso además de todo lo anterior, significaba volar con nueve personas que se encontraban surfeando otra cantidad de sentimientos extremos alrededor de mi ser... Qué pedazo de locura infinita. Si de algo se trata viajar es de sentimientos y de aprendizajes sobre nuestros inconsistentes seres.

Faaaaa... Nos subimos a la camioneta que nunca supe de donde salió, pero como sabemos que Amelie es perfecta, no dudamos en abordarla, y así empezamos a mostrar esa mezcla de nerviosismo histriónico que la adrenalina desata ante el peligro de muerte... aunque esa muerte en términos estadísticos sea imposible, y aunque no la consideremos con una opción válida y real. 

Fotón...
Sorteo pre salto: Amelie, Claudio y Fede en primer plano...
Pablito a punto de volar...
Nos faltó cantar alguna canción de boyscouts, pero no cedimos a la tentación, y luego de una hora de viaje que merodeó un infinito paisaje, nos vimos desembarcando directamente en las puertas de nuestro destino volador. Era una especie de parque de diversiones donde todo parecía estar estancado en un disfrute constante que reposaba en alas artificiales non stop y que descendían de algún lugar al que terminamos accediendo a pata y con los huevos bien puestos.

Subíamos, subíamos, subíamos, y no teníamos idea qué carajo iba a pasar. Los sentimientos y las caras se iban transformando a medida que empezábamos a divisar que ciertamente estos parapentes pueden volar alto, momento en que se escucharon los primeros miedos de algunos labios preocupados, pero igualmente decididos. Queremos destacar que ninguno se hizo caca encima, y que no hubo nunca ninguna duda por parte del equipo, el que encontró su única deserción en Karina, quien anunció previamente y dejó siempre en claro que acompañaba, pero que no volaba.

Y bueno, llegó el momento de la verdad y nos armamos uno, uno que temblaba en las manos de casi todos. A todos los fumanchus se los vió un poquito reticentes, fumando un par de caladitas de compromiso, como para que no vengan los ratones paranoicos a arruinar la fiesta. Luego de esto había que decidir quién se tiraba primero, para lo que Federico “Salomónico” Marcello puso a disposición su genio para el sorteo, armó la lotería, y lo único que restó, fue sacar los papelitos. 

Ser el primero o el último todos sabemos que es una mierda. La gran afortunada fue obviamente nuestra cabeza conductora en la joda, Agustina Olivera. La “Rubia Macana”, estaba destina a expulsar el primer grito de la jornada, mientras todos los demás se alineaban en la cola de la aventura voladora.

Y volooo.... volooo...
Dale Rubia, dale!...

Si uno se pone a mirar detenidamente lo rápido que toma altura ese aparato primitivo de vuelo, da bastante cosa, y el flash que uno se va a comer, se vuelve predecible, pero no del todo conocido. A los indios se los veía bastante relajados con el tema de la seguridad, ya que no nos dieron absolutamente ninguna instrucción, y por momentos faltaron algunos cascos, que sino los reclamábamos, nunca iban a aparecer. La precariedad del asunto agregaba su sal y su pimienta a este cóctel volador... Si había un momento para morir era este, así queeee... "dale que va loco, yo me agarro fuerte, vos hacé lo que te parezca"...

El grito de la Rubia fue el más simbólico y aplaudido por todo el grupo, y a partir de acá, nos entregamos a una sensación de estas que resultan indescriptibles, y que tienen que ver con esas no tan conocidas, como en este caso, volar... Volamos por un lapso de quince minutos, que debo decir que fueron suficientes para algunos y escasos para otros, pero que ciertamente nos posibilitaron sumirnos profundamente en la sensación de suspensión en el vacío, y la conciencia de que si uno se cae desde ahí, el casco no te sirve literalmente para nada. Volar, desde esta perspectiva, me pareció absolutamente alucinante y repetible.

Es una sensación de libertad rara, que se manifiesta luego del primer envión de miedo y de cambio de medio ambiente, pero que cuando consigue relajar y entender que esta todo más que fenómeno, disfruta de la amable caída a tierra con todos los sentidos y mucha sensación en la piel. Festejamos, tomamos té, café y boludeces, comimos algo livianito y le dijimos al moncho de la camioneta que suficiente, que nos lleve de vuelta, que todo muy rico, pero queremos volver a nuestra burbuja en la terraza.


Dando vueltas por los aires...
Ya en tierra con la troop...
No pasa nada Fede, no pasa nada...

Relajamos, y al rato empezamos a preparar la fiestita de la noche... Bah... preparamos. Lo único que tuvimos que hacer fue juntarnos con el man que nos iba a llevar y subirnos a otra camioneta buena onda, para que nos lleven a otra super casa en el medio del bosque, en donde nos atendieron como hacía tiempo que no sucedía. Apenas llegamos nos metieron en un cuarto y nos explicaron dos mil cosas de la tradición que no pienso reproducir, y luego nos alimentaron para lo que restaba del mes y el próximo viaje. Nos dieron cerveza, vino, y conocimos algunos de los ancianos más dulces que vi en mi vida, que además de quererse levantar a todas las pibas que estaban ahí, nos convidaban con hachís y chistes en algún idioma no oficial.


Comiendo en la fiesta... Karina, Amelie, Juli y Pablito...
Mi abuelo preferido...
El abuelo de levante... La Rubia también...
Fiesta y rock and roll...
¡Qué viejos capos! La prueba definitiva de que fumar porro puede y debe ser para toda la vida. El viejito armaba, fumaba y se reía, al compás de un baile carismático y esperanzador; con una juventud evidiable en el corazón y con una gran caradurismo guiado por la madurez de sus acciones. Capo infinito e irrefutable. La fiesta duró un rato largo y sólo les faltó poner una sesión de música trance. Se vió a todo el mundo bailando desenfrenadamente hasta que se fue haciendo tarde y las velas fueron dejando de arder. Nosotros... insaciables, nos fuimos a chequear más fiestas y más estados de la mentira por ahí. Caminamos, nos perdimos, nos reencontramos y finalmente fuimos en busca de una merecida cama.

Alta fiesta señores...

Vashist significó una gran idea de lo que es la felicidad. Nos esperaban más momentos tristes y despedidas que nos iban a empezar a matar. Faltaba poco para que todos nos vayamos a reposar con estos peligrosos caudales de sentimientos a diferentes partes del mundo, pero quedaba el retrato de una vida llena... rebalsada... Una sonrisa eterna que atora el alma y que deambulará por ahí por siempre... Hasta la próxima cuando no escribamos demasiado sobre despedidas. Gracias por seguir estas extravagancias y boludeces. Un abrazo para todos...

9 comentarios:

  1. Y, con la Rubia, que?

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  2. Buenisimo chicos!!! que flashhhhh
    Eva

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  3. Me emocioné un poquito

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    1. Pufff... emoción de esas que hasta duelen... gracias por leer.. besos...

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  4. Gracias por compartir todas esas experiencias Pablito! La verdad es que viene muy bien para ver ayudar a decidirse si estas pensando viajar por allá.
    Abrazo grande.

    Diego Tinte

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  5. Grande Dieguito!!!... Saludos para la vieja Europa... fin del año que viene te visitamos!... besote...

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  6. Buenisimo locos, me gustan mucho sus relatos! Abrazo!!!

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