23 ago 2010

Isla de Mozambique, una incógnita en el medio del océano...

Ilha de Mozambique...
Los mil quinientos kilómetros que separan Mutare de Ilha de Mozambique, auguran un camino lleno de muchas aventuras, sorpresas y cansancio.

Como primera medida hay que cruzar la frontera Mozambicana. Una vez que le sellan el pasaporte, tiene que apurarse a conseguir transporte, ya que luego de la puesta de sol, se reduce drásticamente el tránsito y los seres vivos. Si lo intercepta la noche, probablemente tenga que tirar sus bolsas de dormir en alguna estación de servicio, esperar algún incomodísimo y superpoblado camión, acalambrarse por una buena cantidad de horas, pasar del frío intenso al  calor inclasificable, para por último entender que uno se encuentra nuevamente en el desabastecido norte Mozambicano, y que por ende, toca pasar un poco de hambre y otras interesantes y variadas incomodidades.

Aunque no todo es negro, ya que luego de aproximadamente 48 horas, por obra y magia de lo que podríamos denominar "suerte", uno logra cruzar el puente que lo lleva directamente hacia el corazón de la famosa islita. Una vez allí, solo resta pelear un par de horas con la dueña de algún antro sucuchesto por un rincón para dormir y otros beneficios menores, mientras se sufren principios de deshidratación, y se comienza el registro de un cuadro social nunca antes visto...

Luego de todo esto se puede decir que uno llegó a esta histórica isla, que muestra el paso, florecimiento, y decadencia de una gran cantidad de las más disímiles culturas.

En camino...
Ternura y familia...
Principalmente árabes y portugueses fueron quienes dejaron sus improntas culturales en esta ínfima isla del Océano Índico, lugar declarado Patrimonio histórico de la humanidad, y sin dudas, el más llamativo y distinto de los que visitamos en Mozambique. El aire que se respira en sus calles es bastante complicado de describir, pero el olor a mar y pescado en todos sus estados de cocción y de putrefacción, podrían ser el puntapié inicial. 

También huele a humedad, a viejo, a vetusto y roto. Algunas partículas de los escombros mohados de construcciones destruidas por el paso del tiempo vuelan de aquí para allá y de allá para aquí. Mezcla de yin y yan, de blanco y negro, de camino muerto y camino vivo. Infinitos contrastes para donde se observe. El imponente paisaje, que bien podría ser parte de un folleto de algún exclusivo destino turístico, es el que te despabila y termina justificando, en principio, el largo viaje a esta superpoblada y desabastecida isla.

Esperando que suba un poco la marea...
Avenida dos mutantes...
El paso del huracán...
Musulmanes, católicos, judíos, mezquitas, iglesias, fuertes, torres, palmeras, moscas, agua turquesa, gente amable, gente loca, borrachos, poca electricidad, y un calor agobiante en invierno, son las primeras cosas te atacan los sentidos, y como es de esperar, tanto ataque informativo de golpe, nos mandó directo a la cama a descansar y reflexionar.

Luego de dormir algunas horas, una mirada más fresca y conciliadora puso paños fríos a lo que a buenas y primeras parecía una cruel e irresoluble realidad. Así fue que empezamos a descifrar lo más grueso del acertijo, y a dejarnos tentar por los mil y un misteriosos recovecos que estimulan la curiosidad. De recoveco en recoveco encontramos mercados, diferentes formas de vida y nuevos puntos de vista... y de a poco nos fuimos como casi fundiendo con el ritmo de la pequeña ciudad.

Desolación...
Mercadito...
Caminando hacia el fuerte...
Gente muy humilde y muy amable saluda, ríe, y fragiliza la realidad a cada paso. Uno no puede dejar de sentirse extraterreste o mutante occidental. Y la transformación comienza cuando te piden plata, al ritmo que uno se convierte en algo así como en una obscenidad con patas; y lo más triste es que en vez de ayudarlos le tenemos que regatear; y andá a hacerle entender a alguno de todos los isleños con una cámara de fotos en la mano y vestido con ropa de colores que uno no tiene un peso partido a la mitad.

Y de repente se te cruzan los nenes sonriendo y hablando en Makua, y muchos están hambrientos, y otros andan enfermos, pero saltan y chapotean, y la vida a la larga termina transcurriendo como en cualquier otro lugar, con sus códigos, sus tiempos y lo que se pueda rascar del fondo de la olla.

Uno nunca termina de entender si sufren su pobreza, o no conocen otra realidad, o cuál sería la pregunta correcta para formular. Nunca se entiende si se rien porque uno les parece gracioso o porque te tratan de intimidar. No hay forma de darse cuenta si se acercan a pedirte plata o si realmente te quieren ayudar. No es fácil saber si son felices, si sufren, si entienden la religión a la que pertenecen, incluso ni siquiera pudimos darnos cuenta quien es católico, judío o musulmán.

Redes y pescadores...
Posando para la foto...
Rubio admirando...
Están todos juntos, mezclados, merodeando restos de civilizaciones que dejaron su marca al pasar. Una isla infinitamente rica en historias, arrazada por tifones, sufriendo aún las consecuencias de una larga guerra civil y de un acentuado abandono estatal; viviendo de forma atemporal y monótona, con muy pocos recursos, y en muchos casos ultrajados en su dignidad. Se alimentan a base de arroz, y cuando la marea y el bolsillo lo permiten, pescado, cangrejo y algún que otro calamar.

Pero lo más lindo y llamativo es que no por esto no se ve a mucha gente sonriendo y llenos de felicidad, saltando por las calles, o compartiendo una cerveza (que es uno de los mayores lujos que se pueden dar). Mientras disfrutan de la novela de la tarde reunidos enfrente de alguno de los pocos televisores que se ven prendidos, te miran, te hablan, te tocan, interactúan, corren, saltan, ríen, gritan... bla bla bla...

El árbol sagrado...
Rubio y nenes jugando...
Gasolinera...
Fotón...
Coronó la estadía nuestra excursión estrella, que consistió en cruzar un arrecife de corál descalzos (teniendo cuidado de no pisar la superpoblación de erizos), para llegar a uno de los extremos de la isla donde se pueden visitar los restos de uno de los fuertes portugueses, en donde seguramente Vasco Da Gama engendró uno de los mil hijos que tuvo con las seis esposas que fue acumulando en la ciudad. El resto fue dar dos mil vueltas a la isla, meterse al agua, sacar un millón de fotos, pasar por la oficina de la Unesco, por la primer mezquita del país, y levantarse a ver amaneceres de buena calidad.

Hasta que llegó la hora de irnos de la isla, y con el culo lleno de preguntas, tuvimos que armar la mochila otra vez más. Miientras ordenaba mis cosas y hacía el balance de lo que me llevaba del lugar, Me terminé aproximando a la idea de que ciertas barreras culturales son casi imposibles de traspasar, y que sencillamente, algunas veces en la vida, sólo se puede observar desde un costado, casi sin participar, y uno debe conformarse con lo único, pero no por eso menos valedero que decanta de la experiencia, que es este sentimiento que se suspira y recuerda imágenes muy condensadas con ribetes de cierta irrealidad...

Un poquito de algún recorrido por la ciudad...

Seguimos respirando enorme satisfacción, ya que nos vimos muy bien tratados y recibidos, y la experiencia que nos llevamos fue realmente nueva, intensa y definitívamente virtual. Ilha de Mozambique es de esos lugares que uno no se puede imaginar, y por eso, lo único que podemos hacer por ustedes es dejarles nuestro registro audiovisual, que aunque pobre y mal logrado sigue siendo lo que hay. Esperamos que lo disfruten y que lo puedan apreciar... Hasta la próxima.

La banda musulmana...

4 comentarios:

  1. me encanto! Los quiero con el alma...
    besitos
    Maru

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  2. que bueno! no me conocen pero por favor dejenme unirme a ustedes...

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  3. Me alegro que Illa de mozambique les apasionara tanto como a las españolas que conocisteis en Pemba. Me encanta vuestro blog, ya lo mirare mas detenidamente que acabo de llegar a barcelona y toca echarse una siesta. Mozambique es increïble!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
    Silvia

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  4. Valla, en Pemba no nos conocimos que fue en Pangane... necesito de veras esta siesta ... :))

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