12 oct 2010

Zanzibar, ese paraíso natural en el que germinan algunas despedidas...

Azul, turquesa, celeste...
Luego de muchísimas olas, mucho movimiento marino, y algunas pequeñas aventuras piratas, arribamos al puerto de una de las islas mas paradisíacas y turísticas del mundo: la renombrada y recontra musulmana Zanzíbar, antigua capital de Omán y tierra que albergaría nuestros maltratados cuerpecitos viajeros en la última etapa de este hermoso cuarteto argento-hispa-sudafricano antes de su inevitable disolución.

El arribo sucedió a eso de las dos de la mañana, motivo por el que tuvimos que esperar sentados durante cuatro horas a que abriera el puesto de migraciones, ya que para entrar a este énclave turístico es necesario meterle un sellito al pasaporte... como si directamente fuera otro país.

Rancheando en la puerta de un hotel en la calle principal, entre algunos chistes pasados de cansancio, y espantando a todos y cada uno de los que se acercaban para pedirnos algo, esperamos muy pacientemente a los policías selladores, y a que los medios de transportes empezaran a funcionar y a trasladar gente de un lado para otro.

¿Qué es esto? ¿Dónde estoy?...
El cieguito volador y la banda...
¿Quién es ese? ¿De dónde vino?...
Para situarlos: Zanzíbar es una isla de alrededor de cuarenta kilómetros de longitud. Por ello, la primera decisión que se debe tomar es en qué lugar de la isla uno quiere hospedarse... descartando así, otro montón de lugares que uno no va a conocer. Lo que inevitablemente uno va a conocer y recorrer es su epicentro turístico y comercial, una zona de la isla que se conoce como "Stone Town", y que ostenta la mayor parte de las maravillas arquitectónicas y la totalidad de legados culturales, principalmente provenientes del mundo árabe-musulmán.

¿Para acá?, ¿Para allá?, ¿Para dónde?...
Construcciones místicas...
Nos terminamos decidiendo por aparcar en el norte de la isla, en un lugar muy prometedor en términos de costos y famoso por sus playas, llamado Nungwi. La ilusión del grupo estaba depositada en encontrar un baratísimo hostal frente al mar para disfrutar al máximo de los seis días que nos separaban aún de un triste y desconsolador final.

Así fue que nos dirigimos hacia el minibus, y luego de una hora de viaje, llegamos a destino. Hicimos una pequeña recorrida hotelera, y en un lapso no mayor a otra hora, nuestro deseo se había hecho realidad, y por un precio muchísimo más que módico, logramos introducir nuestros bártulos en el inolvidable "Rasta Boat", exactamente al frente del mar, provisto de todo lo que la banda venía necesitando y reclamando para descansar.


Rasta Boat...
Hipponeado...
De aquí en más se puede decir que la isla es una auténtica joya incrustada en el medio del mar, un extraordinario lugar inundado de arrecifes de coral, paisajes insuperables, postales, comida, hotelería, y todo lo que en términos de lujo y belleza natural alguien se atreva a imaginar. En contraposición a todo esto, también hay que decir que el turismo masivo (principalmente europeo), ha desvirtuado bastante la vida y el medio ambiente. Además, no se puede hacer un paso sin que aparezca alguien a romperte soberanamente las pelotas para venderte algo... sin cortes, ni quebradas, pero con muchos "enseguida volvemos".


Infinitos productos de la más variadas calidades... o directamente cualquier objeto que alguien posea por algún concepto, se convierte en material de venta. Te pueden ofrecer desde un caracol hasta la remera de Tanzania, desde un paquete de especias hasta un coco medio podrido, artesanías Massai o gorros musulmanes, y además, te los ofrecen en todos los idiomas y te persiguen como si fueran agentes de la CIA en busca de información confidencial. Son el horror del caminante y un atentado a la paz y la tranquilidad de la vida en general.

Mirá, mirá que están sacando una foto...
Juancito con un Massai...
Los ostentosos resorts y hoteles, que literalmente enturbian la visual, son los principales germinadores de la más variada cantidad de estos especímenes, los que se pasan el día intentando rescatar algun dólar o euro de las carteras de cada extranjero que ose mostrar su blanco cuerpecito en las inmediaciones. Esto hace que la isla se torne muy molesta a la hora de pasear, por lo que lo mejor y más recomendable es quedarse dentro del mar, comprar algún pescado fresco, unas birras si da el presupuesto y tumbarse debajo de alguna amable palmera a fumar.

Vico y Mati...
Un rasta rubio pensando cómo seguir perdiendo el tiempo...
Inolvidable atardecer...
Por mi parte, y para ser franco y sincero, debo decir que toda la estadía en Zanzibar tuvo un dejo semi amargo, ya que me la pasé haciendo fuerza para no entristecerme por la partida de nuestro rubio querubín, Víctor Martín Torres, y de nuestra genia sudafricana, Rachel Mary Baasch. Cada día que pasaba, mientras se acercaba un poco más el momento, los sentimientos se me hacían más pesados y difíciles de cargar, anhelando alguna máquina eternizadora de momentos...

Y en ese sentir y negación a que las cosas terminen, sentía un reloj infrenable de arena tic-tackeando en mi interior, y cada uno de los granitos que caían iban tapando lo vivido y lo llenaban de desaparición, de lejanía, y desolación... Y las imágenes del paso del tiempo, las risas en cámara lenta, el viento suave bajo una luna de fuego, avivaba los recuerdos incenciando el corazón... Y los dientes apretados conteniendo la alegría, que no llegaba a ser pura, que se escondía detrás de las pupilas que mostraban la cruel dulzura del dolor... y lloraban.... Y tengo que citar entonces: "las despedidas son esos dolores dulces...".

Fotografumando...
Mucho color, mucha comida, mucho mercado...
Mas allá de todo este quilombito emocional, durante los seis alucinantes e interminables días que pasamos dentro de la isla, hicimos de todo lo que pudimos: cocinamos rico, caminamos mucho, nos metimos a una de las aguas más turquesas del planeta, fuimos de excursión a "Stone Town", le robamos internet a los hoteles cinco estrellas, recorrimos el pequeño pueblito de Nungwi unas dos mil veces, comimos coco helado, fumamos, perepepeamos y le pegamos un par de veces al fulbo.

Conocimos un australiano super idiota que venía en combo con una novia un poco más idiota que él, conocimos a Mati, uno de los argentos mas divinos que nos cruzamos fuera del país, al que aprovechamos y le mandamos un gigantobeso; nos peleamos con los dueños del lugar, conocimos el bar más nefasto que se pueda encontrar en un lugar turístico, vimos muchos italianos, dijimos que no a todo y logramos escapar de la isla sin comprar nada. Comimos muchos dátiles, nos asombramos del Ramadán y de la gente que lee el Corán, y millones de otras aventuras que no me quiero seguir acordando.


"Pero en serio... te lo juro... creeme..."
Al agua piragua...
Puerto de lejos...
Por último, para volver hacia Dar Es Salaam a que los chicos aborden los vuelos que los devuelvan a sus respectivos hogares, hicimos una jugada bastante linda. Preguntando y buscando alternativas para nuevamente no pagar, conocimos al gran Saidi Mbuzu, dueño de algunos barcos y magnate millonario de la zona, quien se conmovió con algunas historias que le contamos, y nos hizo precio Tanzano en el ticket, y nos mandó a Dar es Salaam, en uno de sus barcos, pero esta vez en primera clase. Otro gol de media cancha... y muchas gracias Saidi, y muchas gracias también para esa alma desinteresada que mucho más que solidaria nos lo presentó.

Aún nos quedaba un día en Dar Es Salaam. Por momentos sentía que lo que caminaba por las calles, eran los restos de mi cuerpo acarreando la pena que me tocaba afrontar. Así se hicieron las tres de la mañana y la despedida fue horrible, como todas para mí... Una explosión-implosión de sentimientos totalmente desestabilizadora y poco conocida, o quizás de mucho mayor intensidad que las normales. Por suerte encontré a un manosanta taxista que me llevó de vuelta hacia la ciudad, que mientras me relataba una historia de una partida mucho más triste, se prendió un porro y me invitó a fumar. Una especie de ángel que le devolvió el color a la vida.


Los botes casa...
Apenas entré en la habitacion vacía volví a llorar, pero esta vez con un poco más de alegría, porque mientras se me caían las lágrimas entendía que los sentimientos que la vida nos está regalando son gran parte de las joyas de este viaje que decidimos realizar. Mañana como siempre sería otro día y de alguna u otra manera todo volvería a comenzar. Fin de una etapa... muerte y resurrección. Seguimos brindando y empinando a la salud, esperando que nos sigan viniendo a visitar. Un beso para todos y hasta la próxima...

Una típica tanzana...

1 comentarios:

  1. Hola Julian... Por poco no nos cruzamos... yo estoy ahora en Mafia y manana voy para zanzibar... Veo que les esta yendo bien... Abrazo y sigan disfrutando... Daniel Malizia...

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