21 oct 2011

Aswan, entrando a Egipto por la puerta de atrás...

Bienvenidos a Egipto...
La noche sobre el barco transcurrió en medio de sueños lisérgicos, navegando bajo un cielo abundante en estrellas, entre ruidos estomacales urgentes e imágenes itinerantes de lo que habíamos soñado que iba a ser... Estábamos arribando a la otra punta de África, lo que significaba que uno de los objetivos propuestos del viaje estaba casi cumplido. Con ello, cerramos en la cabeza la preocupación por llegar, nos tachamos la doble, y abrimos una gigante puerta de bienvenida a la ilusión de lo que estaba por venir.

Tenía olor a vida vivida, a sueño cumplido. El alma escupía satisfacción, orgullo, vacío, cansancio y hambre; el alma anunciaba que seguía y que seguirá tan hambrienta o más que antes... sensación non stop, rock and roll, quilombo, lo que venga...

Volvimos a la realidad a eso de las cinco de la mañana, cuando los altoparlantes de la nave espacial acuática, anunciaron que era el momento del primer rezo del día, instante en el que una multitud de exquisitos musulmanes dieron el presente en el casquete superior del barco, aglutinándose alrededor de nuestras bolsas de dormir, para cumplir con el inquebrantable ritual diario de comulgación con Alá.

Desde la calle principal de Aswan...
Finalizado el momento sagrado, el capitán aparentemente escuchó el gruñido de nuestras tripas a lo lejos, y nos acercó todos los restos de comida que habían sobrado de un goloso desayuno de la tripulación; y ahí nomás, entre bocado y bocado, Nilo, agua, dunas, y desiertos circundantes, vimos como se dibujaba la línea de llegada a Aswan, y a su precario puerto plagado de hoteles-barcos turísticos, anclados en una inmensa y llamativa clandestinidad.

 
La tripulación festeja la llegada a Aswan...
 
Una imagen de alto contraste que en cierta manera presagiaba la esencia de un Egipto del que todavía éramos inocentes, del que nos iríamos heridos, pero mucho más fuertes, y más conscientes de que la vida se puede acabar en cualquier suspiro. Las ganas de vivir mucho más a tope que antes, y la convicción de que haber abandonado los estándares de vida preestablecidos fue lo mejor que habíamos hecho en nuestra existencia. ¡Pero todavía no habíamos pisado tierra! por lo que entonces antes de todo esto, hay muchas aventuras por relatar.

Así fue que luego de explicarles a los señores de migraciones que no teníamos plata para pagar el visado, y de bancarnos las primeras discusiones fuertes en árabe egipcio, nos dejaron desembarcar con “Puchito” a la cabeza (gracias Puchito, eternas gracias), seguidos por otros compañeros de abordo y gente que venía desde Sudán a probar suerte laboral, o a visitar a algún familiar, o simplemente a traficar algún bien o mal que entrara en alguna valija de esas super extrañas que salían del barco.

Es que Egipto empezaba a dar para todo y dejarlo al desnudo iba a requerir de un esfuerzo descomunal, de una batalla campal contra un turismo enfermo, de un constante machaque a lo establecido, y de una búsqueda de circuitos alternativos para moverse; pero lo más importante y alucinante de toodo, es que iba a depender de hurgar y encontrar la mejor faceta del musulmán: la integridad, la honra, la transparencia, y el amor, que sólo un "proper" musulmán puede regalar.

Nilo con vistas al desierto...
Bazaar de Aswan...
Aswan se desplegaba frenética ante nuestros estupefactos y cansados ojos, que aún seguían recorriendo de memoria todas las rutas transitadas, que miraban ese pedazo de asfalto que nos conducía hacia el centro de la ciudad, intercalándose con cachos de memoria en las arenas movedizas de un continente transitado de Sur a Norte en toda su extensión. Luego de algunos minutos, el movimiento que el freno produjo en el auto, ajustó los sentidos al unísono y balbuceó: “abajo, saquen la guita, paguen la visa y váyanse a turistear”...

Después de pagar la visa y evitar un desembolso extra al señor migración, nos compramos la gaseosa que tuviera la mayor cantidad de azúcar por litro, y con el aliento de la glucosa en sangre, nos dedicamos a buscar algún sucucho para tirar las mochilas y parar a reflexionar de dónde veníamos y hacia dónde seguiríamos. Corrían por las venas bombas de sangre excitada que exigían empezar a “¡recorrer ya!” este mundo que todos tenemos inundado por un imaginario lleno de pirámides, faraones, esfinges, Nilo, desiertos, y un sinfín de mitos y habladurías.

Aunque... para empezar a recorrer hay que comer y descansar, y en esa búsqueda del sueño y alimento perdido, fue que nos llevamos una primera y muy mala impresión de Aswan. Más allá que conseguimos relativamente rápido un lugar para tirar los bártulos, aparéntemente digno, muy bien ubicado, y por un precio más que conveniente, salir a buscar comida e integrarse al medio ambiente fue un laburo chino, pero para chino persistente y cabeza dura.

Mezquita coqueta...
Fuera de circuito...
Definitivamente mis niveles energéticos en Aswan eran tan bajos, que cuando vi y oí la primer discusión por el precio de un “falafel”, decidí que no me importaba más comer, que me reservaba ese lujo para cuando encontrara por alguna providencia energética, alguien que me quisiera dar el precio justo, y me evitara además de la discusión, la erogación inútil de dinero.

Así empezamos, rebotando de lugar a lugar, quejosos, frustrados, puteando a los cinco vientos por el abuso que se hace del turismo, mas otro sinfín de forradas de las que hoy nos reímos, pero que en ese momento demostraron y acentuaron la acumulación de cansancio, hambre, y agotamiento mental, para enfrentar un medio ambiente que se encubría tras una terrible y fantasmagórica fachada creada para el turista. Nada tan nuevo, pero algo más chocante y difícil de penetrar.

La calle principal, que se extiende persiguiendo de costado la ribera del Nilo, lugar desde el que se cuentan una infinita cantidad de barcos-hoteles cinco estrellas, es la primer imagen que se obtiene de Aswan, que para ser justos y realistas, en horas nocturnas regala un espectáculo visual de alto impacto, que parece anclado fuera de la realidad. 

Al mismo tiempo se pueden ver algunos “edificios-fachada” parecidos a los de la iglesia universal. Estructuras levantadas con cartón de mala calidad, pero bien adornadas e iluminadas, y que se entremezclan con algunas cadenas mundiales de comida, que también ofrecen menúes de cartón adornado de mala calidad, pero que para ser sincero una vez más, me los hubiera comido con muchas ganas y una gigantesca promiscuidad.

El Nilo, como en toda ciudad que hemos tenido el honor de experimentar, es el constante y eterno atractivo principal. Imponente, romántico, misterioso, gigantesco, admirable, sugestivo. Es definitivamente magia, abundancia y tranquilidad. Es el espectáculo más escandaloso y definitivo de la ciudad. Barcos y veleros que desafían el tiempo, que embellecen el entorno, y desatan viajes imaginarios.. principalmente para quienes no los pueden pagar.

Iglesia Copta...
Sin comer y abatido...
El Nilo, su belleza y movimiento...
Cortando esta calle principal, se encuentra la entrada al mercado de Aswan. Unas diez cuadras en donde se pueden contar una variedad de artículos pocas veces vista, pero también uno de los lugares en donde me sentí más abrumado e hinchado las pelotas en toda mi vida. Imposible caminar sin toparse cada medio paso con alguien que te quiere vender algo de prepo. También imposible comprar algo a un precio “real”, por lo menos en el primer intento. Imposible mirar tranquilo. Imposible no tener una discusión con alguien, y casi imposible no perder la paciencia y querer meter una bomba y desaparecerlos a todos.

Desquiciante, con métodos de venta que sobrepasan por muchísimo el mal gusto. En algunos casos inclusive con falta de respeto, con despectividad y con mala intención. Es increíble la cantidad de veces que una misma persona puede querer venderte un té a cinco veces el costo, o comida de rata como si fuera caviar. Aswan no se quería abrir y nos probaba, nos probaba incansablemente hasta comprobar que realmente fuéramos viajeros sin dinero. Nos desgastaba cada pequeña reserva energética, y aunque con el correr de los días nos fuimos habituando, las primeras impresiones fueron muy desalentadoras y provocativas.

Ya habíamos atravesado variadas experiencias de aclimatación en diferentes países, y sabíamos que a pesar de todo, era una cuestión de tiempo y de encontrarle el yeite al lugar. Esa búsqueda nos robó largas horas, durante las que nos dedicamos a espantar moscas, a intentar dormir, y a prepararnos para ver cual de todas las atracciones íbamos a intentar conquistar. Pero esto quedará para el próximo capítulo.. Lo único que resta avivar en este relato, es la llama de lo conseguido... que hasta aquí por suerte fue mucho...


Pablo y Juancito poniéndole cara al quilombo...
Mañana en el mercado... la mejor hora...
Agrandando la mezquita...

Estábamos al tope de nuestros sueños, recorriendo a la deriva las épicas calles de nuestra verdad, llenas de vida, con todos los sentimientos positivos y negativos que la componen... aceptando la realidad, trabajándola, intentando copar el rancho en una nueva ciudad, que en este caso era también un nuevo paísEgipto y su magia, Egipto y su dualidad, Egipto y su infinita riqueza y pobreza, se plantaba enfrente nuestro diciéndonos que lo que estuviéramos buscando se lo teníamos que robar. Aceptamos el desafío y nos pusimos a laburar, tanto, o más obstinadamente que hace más de un año atrás...

Bienvenidos al doceavo país de este Viaje por África. Prometemos que una vez que nos recuperemos, no los vamos a defraudar. Un abrazo y hasta la próxima...


Típica venta de especias egipcias en el mercado...

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