12 dic 2009

Mossel Bay tiene ese no se qué...

La costa céntrica en Mossel Bay...
Una vez que terminamos de montar nuestra oficina electro digital móvil sobre una de las generosas mesas redondas del salón principal, caímos en cuentas que las instalaciones del petit hotel eran bastante parecidas a las de un club de barrio porteño. Estábamos a punto de pedir una ginebra con hielo a las diez de la mañana, cuando justito irrumpió en nuestra embriagada realidad, el personal de limpieza saludando en no sé cuál de los once idiomas oficiales de Sudáfrica. Nos miramos y decidimos que nada que ver escabiarse tan temprano, preparamos un desayuno, nos tomamos un tren a la vía láctea, y nos sentamos a visualizar el material que filmamos y a escribir estos relatos que van leyendo.

La cantidad de situaciones que se generan entre cuatro personas que se quieren poner las pilas y trabajar en medio de este quilombo de emociones son sublimes. Hay que pasar por mil instancias antes de abrir una computadora y lograr que nadie mencione algún inconveniente o incomodidad por el lapso de quince minutos. Hay que dividir los cigarrillos, ver quién se encarga del mate, preguntar qué hicieron los demás en tal momento, hablar de minas, escuchar gente gemir para adentro, y planear qué vamos a comer y cuánto nos va a salir... entre otros.

Oficina improvisada en el petit hotel...
Simulacro de trabajo...
Una vez superados todos estos inconvenientes, aparece ese incómodo silencio inducido. Eso dura medio minuto hasta que alguien se ríe de algo que se acuerda o suspira como diciendo: “¿Dónde estoy?” “¿Quién soy?” y “¿Qué hago acá?”. En la periferia se ve a "Blackie" estacionado por la ventana, un grotesco enchufe en la pared, otra gran cantidad de equipos peligrosamente conectados a ese enchufe, mucha gente que juega al pool, y el personal del lugar. Nos perseguía la sensación que todos nos estaban mirando como a mutantes, pero que cuando levantábamos la cabeza de la computadora, se hacían los boludos y retomaban sus actividades.

De todas formas, en algún momento nos logramos conectar a la matrix y fuimos bastante productivos durante la tarde. Logramos poner al día varios de los asuntos pendientes, así que cuando comprendimos que ya todo estaba sobre ruedas nuevamente, nos fuimos a dar una vuelta y conocer un poco el pueblo. La primera sensación fue que tranquilamiente podríamos estar en Santa Teresita o algún lugar de la costa argentina. Invasión de ese típico olor a mar y pesca, piedras al estilo escollera, y la sensación de vacío propia de los lugares preparados para el turismo, pero fuera de temporada.

Mirando por la ventana...
La tarde fue cayendo, se hizo de noche y nos metimos en una muy interesante taberna portuaria. De esos lugares que uno tiene que tocar para entrar y que son atendidos por personajes amigables que siempre están dispuestos a compartir la historia del lugar y hacer sentir bien a los que andan de paso. Apenas entramos... reminiscencias del corazón de Boedo. Faltaban sólo las botellas apiladas entre infinita cantidad de telarañas, y algunos afiches antiguos en castellano. Preguntamos qué podíamos tomar, y Etwan, el anfitrión, nos dio la bienvenida con un "chupito" local para el que no estábamos preparados. Alcohol de quemar con gusto a alcohol puro. Fuego, incendio y torniquete a las arterias. En medio minuto hubiéramos podido salir a bailar salsa o cualquier actividad que demande transpirar mucho.

Al minuto nos pusieron el trago más popular de Sudáfrica, que por supuesto estaban tomando todos los pescadores en la barra: brandy barato con coca cola. Esta combinación de shot y trago largo nos empezó a ralentizar el marulo... como si alguien estuviera poniendo freno de mano a los cuadros visuales. Nuestro anfitrión nos empezó a relatar algunas historias y nos contó que la taberna era uno de los más viejos de la bahía. Justo enfrente de nuestros asientos había una foto de Mossel Bay en 1920, vetusta y en blanco y negro. En el centro de la toma, afirmando la historia de Etwan, se veía el galpón en donde estábamos tomado desde arriba. Con el orgullo y la soltura con que relataba sus historias, Etwan moldeó una excelente noche, que redondeó y remató cuando al retirarnos nos dijo que todo lo que habíamos tomado era invitación de la casa. Superior.

La hermosura de la ruta jardín...
Afuera llovía. Mientras tocábamos enfáticamente el timbre de la "cárcel" donde dormíamos, nos dimos cuenta que habíamos manejado el timing del día a la perfección, y que habíamos logrado un inmejorable balance entre ocio y trabajo. Algunos entornos y contextos nos trasladaban constantemente hasta Buenos Aires. Quizás haya sido a causa de algún sentimiento tanguero que despertó entre la lluvia, el hotel y la taberna. Quizás haya sido el hecho de darnos cuenta que estábamos exactamente en la misma latitud del globo. Quizás algún extrañamiento inconsciente... quien sabe. Nos vamos a dormir y a descansar un rato. Hasta la próxima y gracias por leer. Prometemos de a poco ir mejorando las fotos y los relatos... ¡Salud!

Esquina, lluvia y melancolía en Mossel Bay...
La esquina turística de Mossel Bay...

2 comentarios:

  1. la jarra loca de mossel bay, la probare si voy al mundial, cosa que dudo! pero siempre hay que hacer el intento! abrazo gente que sigan por la buena senda!!!

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  2. ajajajaja como les gusta escribir novela!

    Incisto en saber más que comen. saludos!

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