30 nov 2011

Cairo Revolucionario (segunda parte). Los espías Israelitas-Argentos hacen tambalear al régimen. (Relato largo)...

Patriotismo fuerte...
A esta altura de los acontecimientos, el Cairo se había transformado en la sombra de la ciudad que tanto nos había regalado y que tan felices nos había hecho. El estado de sitio estaba absolutamente instalado por tiempo indefinido, se habían cortado los suministros de internet y los teléfonos seguían sin funcionar. 

Para salir a la calle era absolutamente necesario llevar el pasaporte, ya que se había condensado una atmósfera anti-americanista (en representación del occidentalismo) y todo extranjero comenzaba a ser sospechoso de algo. Ese algo no estaba muy bien definido, había un vacío legal que en definitiva era lo que nos iba a condenar. Por último, se sugería abandonar las calles antes de la hora en que empezaba el estado de sitio, que generalmente oscilaba entre las tres y las cinco de la tarde.

Mubarak yacía bajo un manto de silencio impotente y ominoso, el que sólo rompió un par de veces para aparecer en televisión a decir nada de nada, vacío bis que no hacía más que alimentar a unos cuantos medios de comunicación que plantaban un espectáculo caótico, deprimente y servicial. Asco absoluto.

Behind the scenes... Asco absoluto.
El transporte público se había reducido a la nada, y el aeropuerto, para seguir sumando quilombos, estaba absolutamente colapsado, con casi todos los vuelos cancelados porque las tripulaciones no tenían forma de llegar a destino. Las empresas sin respuesta, la gente varada sin comida en un lugar tomado por la incoherencia, la falta de cooperación y la falta de soluciones. Las embajadas lentas o ausentes, con excepción de la China y la Inglesa, que fueron las únicas que estaban realmente asistiendo a sus ciudadanos.

Para sacar a Rachel de Egipto tuvimos que esperar unos cuatro días luego del supuesto día de vuelo, y dormir un par de noches en el aeropuerto, hasta que la embajada sudafricana reaccionó y armó un vuelo charter que nos terminó llenando de alivio a todos. A partir de acá ya nos quedábamos nuevamente soitos los dos, momento en el que agradecí infinitamente a todo ente en el que creo y a muchos más en los que no, que nuestras familias y seres queridos ya estén a salvo en Argentina, en Sudáfrica... donde sea.

Dimos vuelta la página y apareció un buen block de hojas en blanco, que muy rápidamente se iban a teñir de negro... por obra, magia, irracionalidad, miedo, desesperación y un gran bagaje adicional de sentimientos de terror que nos estaban esperando literalmente a la vuelta de alguna esquina.

Para que no te hagas el loco...
Se va enturbiando la cosa...
Algún espía hispano parlante...
Dos o tres días de tranquilidad nos separaban aún del macabro evento, días que aprovechamos para cerrar el tema de visados, sabiendo que la de la India ya estaba adentro, y la de Irán al caer. Justamente, una calurosa mañana de Enero, nos llamaron para avisarnos que la susodicha visa estaba lista para retirar, por lo que partimos instantáneamente, bien tempranito, para evitar los quilombos y toques de queda vespertinos. Caminamos por acá, caminamos por allá, todo raro, todo misterioso, pero en cierta forma tranquilo.

Las protestas en "Tahir Square" ya sumaban el millón de personas (según los medios), por lo que era prudente no acercarse demasiado a los epicentros, ya que a diario se registraban enfrentamientos subidos de tono entre pro y anti Mubarak y también con los militares, por lo que redondeamos una vuelta a la embajada de la India, donde también nos dieron el papelito habilitante, y con todo listo, decidimos volver rápidamente a casa para evitar seguir deambulando.

Arderan en el infierno...
Tanqueta loca y valla humana...
Para ello abordamos el subte que nos dejaría en Nassr City, lugar donde genrealmente combinábamos con un colectivo que nos dejaba a escasos metros de la casa de Mohammed. Aquel día decidimos que antes de realizar dicha combinación, sería conveniente pasar por el mercado a comprar algunas provisiones y dejar de pasar tanto hambre. Así fue que recorrimos por un rato un lindo mercado en Nasr City. Recuerdo que sumados a algunos básicos, compramos un poco de café y algunos yogures, y ya con el botín en mano, nos fuimos silbando bajo, sonrientes y contentos hacia la parada.

Cuando llegamos apareció, como casi solía suceder a diario un egipcio a pedirnos los pasaportes, hecho al que accedimos resignadamente. Sacamos de los bolsillos nuestras libretitas, le mostramos la visa vigente correspondiente y esperamos a que nos las devolviera como siempre con una sonrisa para decir; “chau, gracias... nos vemos la próxima”. Nada de eso. Inmediatamente todo empezó a oler a podrido, cuando en vez de devolverla con la típica sonrisa y dejarnos ir, empezó a llamar a otros señores, que por cierto acudieron muy velozmente. El que parecía más malo, como casi siempre sucede, tenía bigotes.

“Bigote” empezó a ponerse aspirineta, y tanto él como su séquito de limados, se empezaron a cegar por sentimientos de patriotismo: “Antiamericanos” o “Antioccidentales” creo yo. Sentimientos que creo basados en dos de los males más profundos y más penosos del ser humano: la ignorancia y la desconfianza.

Así fue que hicieron sonar las campanas del terror y todos juntos empezaron a empujarnos adentro de una camioneta, que mientras discutíamos, se había estacionado muy rápidamente al costado del quilombo. Nos metieron por la fuerza, momento en que la vida se tiñó de miedo y desesperación. Quise reaccionar por el mismo camino de la fuerza e intentar bajar del vehículo de prepo, momento en que “Bigote” me respondió con un revés ida y vuelta en la cara que, más que un tatequieto, fue un no se te ocurra moverte nunca más.

Se me inundó el alma de bronca mezcla con cagazo monumental y ansias de un mano a mano hasta la muerte contra el ignorante; pero claramente eso no iba a suceder, y si me seguía haciendo el loquito, había diez más que muy seguramente me iban a devolver muy rápidamente la cordura. Primera vez que tuvimos que aceptar el triste destino de que estábamos al horno, en manos de monos mongos, que de aquí en más, podían hacer con nosotros lo que quisieran.

Bigote pronunciado...
Y así fue. Nos intentaron llevar a tres dependencias policiales, que por cierto estaban llenas de ratas ratones que no se hacían cargo de nada y que no querían salir de sus ratoneras... hasta que les terminaron sugiriendo a esta banda de infradotados que nos llevaran con los militares, que ellos eran los que estaban a cargo de todo. Cuando entendimos la sugerencia, automáticamente respiramos, ya que pensamos que los militares iban a chequear los pasaportes, iban a ver que todo estaba normal y rápidamente nos pedirían disculpas y nos dejarían ir. Tremenda equivocación. De los pronósticos más erróneos de los últimos años.

Llegamos a un puesto militar, y no a cualquier puesto, sino directamente al edificio central de inteligencia del Cairo. Desesperadamente empecé a buscar las cámaras de Tinelli... Hubiera firmado aparecer desnudo en un programa de Feinman que me expusiera como ejemplo del hipismo malviviente delante de todo su descerebrado público. Pero nada de esto estaba sucediendo. Volvíamos a pestañear y definitivamente no estábamos dentro de ninguna cámara oculta o programa de TV nefasto: estábamos en el Cairo, en medio de la revolución, en un edificio militar de inteligencia, abandonados a la merced de infinita infinidad de militares. La pucha.

Chequearon los pasaportes y la cosa no cambió. Mandaron a un "zumbito" a realizar un chequeo intensivísimo de todo lo que lleváramos encima. Nos revisaron íntegramente y por todo concepto. Chequearon cada papel que había en la billetera, separaron cosas, nos quitaron el poco dinero que teníamos... al mismo tiempo nos iban arrastrando cada vez con más fuerza hacia un sentimiento enfermo de desposeimiento, clandestinidad, y de lo que ahí en más entiendo como el significado de la palabra "terror".

Pasada esta primera parte, que fue como un leve aperitivo de lo que estábamos por vivir, empezaron a acusarnos de ser espías israelitas (chan), y que sabíamos hablar árabe (chan chan). Fue la primera vez que no supe qué decir en mi vida más que la palabra “No” en todas sus modalidades. “No, te juro que No”, “No, nada que ver”, “No, en serio No”, “No, te lo juro por mi vida”, “No, no y no”, “Por favor officer, No”. Juli me acompañaba con otras variantes muy ingeniosas de las posibles combinaciones del “No”, tratando de poner paños fríos a una situación que se estaba yendo muy lejos de las manos, de los pies, y de toda posible lógica, contemplable o esperable.

Nos empezó a invadir una desesperación agonizante y poco indescriptible que fue minuto a minuto en aumento por el hecho de encontrar nuestros inmaculados seres atados de pies y de manos, tumbados de boca al piso. Esa loca sensación de estar tirados boca abajo rodeados por militares con Ak-47 apuntándonos y diciendo que nos iban a matar, fue lo que desencadenó un estadío humano que todavía no sabíamos que podía suceder: llorar sin lágrimas.

Empezamos a experimentar una forma de llanto que no nos abandonaría casi hasta el final del evento, caracterizado por abruptos movimientos musculares compulsivos, cara y facciones de llanto, pero durante los que no experimentamos una sola lágrima. Si hubiera sucedido en otro contexto creo que hasta hubiera resultado muy gracioso de observar. Una especie de contorsionismo crónico corporal, marcado por una desesperación inentendible que hace muecas para todos lados, con cara de llanto, pero sin lágrimas, suplicando: “por favor, no me maten”. La pucha bis...

Un tanque parecido a este...
Al macabro evento, que sucedía detrás de un tanque de guerra estacionando a un costado del edificio de inteligencia, entre un paredón lateral del mismo y un baldío espantoso en dónde pude visualizar varias veces mi cadáver y hasta alguna fantasía de fusilamiento, se le sumaron dos moles. Armarios egipcios vestidos en Joggineta, que aparecieron de repente vaya uno a saber de dónde, y nos empezaron a cagar a trompadas en el piso al grito de: “vos sos Israelita, yo soy Egipcio”; y como si fuera muy normal, nos pegaron un buen rato para que confesemos porqué queríamos desestabilizar el régimen de Mubarak y para quién estábamos espiando. La imagen la completaban militares círculos de militares apuntándonos y hablándonos despectivamente en árabe, esbozando cínicas sonrisas que querían dar a entender que lo nuestro era asunto terminado. La pucha bis bis.

Luego de golpearnos, y mientras temblábamos suplicando para que no nos maten, gritaron bingo y nos metieron adentro de un tanque de guerra para esperar más resultados de “inteligencia” (la única palabra que no encaja en el relato) sobre nuestros pasaportes. La situación era terrorífica, virtual, agónica. Los militares que estaban a cargo del tanque nos dieron un poco de comida y agua, nos preguntaron si queríamos hacer pis... Bizarro extremo: apareció un "wally" descolgado a querer hacernos probar unos pastelitos que le había hecho la madre para que no extrañara la casa. Si queremos sumar más, puedo recordar charlas morbosas sobre la conductas sexuales en occidente y en los países musulmanes, que se sucedían adentro de un tanque de guerra. Todavía no lo puedo creer.

Apareció "inteligencia" en forma de soldado futurístico, armado hasta los huevos, apuntando directamente a nuestros cuerpos a menos de un metro de distancia, y al grito desesperado y casi cocainómano de “salgan del tanque”, “no se muevan” (como si fuéramos a salir corriendo atados o algo parecido). Este fue definitivamente el peor momento de mi vida. Pensé que nos mataban, primero a Juli y después a mí. Atrás de este enfermo, el más enfermo que vi en mi vida, apareció el siniestro más bigotudo con el que tuve de conversar, contando esta y mis muchas otras anteriores vidas pasadas. Era el supuesto jefe de “inteligencia” militar, que no se porqué tenía que tener un bigote tan pronunciado y tanta cara de mal tipo. 

Me equivoqué de nuevo cuando pensé: “este tiene que ser piola y se tiene que dar cuenta que somos dos perejiles cualquiera que andan turisteando”. La pateé de nuevo a los caños. Nada más lejano a mis esperanzas que un bigotudo hijo de mil puta, que con la cara más enferma y cínica del universo nos decía que íbamos a arder en algún infierno musulmán. En voz baja, mirándonos a los ojos y con una impunidad que todavía me sigue vaciando por completo.

En esa desesperación pensé muchísimas cosas, pero la más marcada fue en mi vieja. Empecé a pedir hablar con mi vieja. Sentí ese sentimiento de necesidad de decir algo antes de que a alguno de estos monigotes se le escapara un tiro. Lloré sin lágrimas como nunca lloré en toda mi vida. Vacío, absolutamente vacío, sin explicaciones, sin poder entender nada, absolutamente ido y desprotegido, absolutamente inconsistente. El cuerpo no lo sentía. Como si me hubiera comido mil hongos alucinógenos juntos. Yo no estaba ahí, de alguna manera y en algún momento dejé de estar en el lugar.

A este bigotudo impune, le siguió nuevamente un rato de espera en el tanque, hasta que llegó un colectivo que frenó al costado y nos bajaron nuevamente. Y si la cosa ya no tenía nada más para agregar en términos de palabras, de ruegos o de súplicas, sí lo tenía en términos de terrorismo psicológico. A nuestra mucho más que psicodélica situación, le agregaron capuchas en nuestras cabezas. Capuchas que no nos dejaban ver absolutamente nada, pero que sí me  permitía escuchar, además de los gritos de terror de Juli, cómo los soldaditos cargaban los fusiles y las pistolas, un “chck, chck” que los militares usaban para divertirse al grito de: “I wanna fuck you, I will kill you”. La pucha man, ¿en serio  sos de este planeta?.

Nos dieron vueltas por el Cairo sin decirnos adonde nos llevaban... y jugando con todas estas variables enfermas, propias de gente enferma que acusa una severa enfermedad, frenamos delante de un edificio, nos bajaron, y nos metieron en un lugar que no pude ver. Luego de unos minutos nos volvieron a subir al colectivo y nos llevaron a otro edificio en el que nos desencapucharon, y sin decirnos nada, primero nos hicieron parar mirando a una pared, y luego nos hicieron entrar a una especie de oficina. Nos trataban literalmente como a terroristas o espías y nos golpeaban, nos ponían el fusil en la cabeza, o nos arrastraban a los empujones.

A todo esto habían pasado once horas desde la compra del café y de los yogures (que curiosamente aún teníamos con nosotros), y por lo menos ocho que constantemente nos decían que “ya no había más embajadas para nosotros”, “ni familia” o “que nos iban a matar en diez minutos” o “que íbamos a arder en la concha del mono”De repente y como parte del reality show más grotesco jamás filmado, mientras observaba la cara de Juli todo moretoneada, con vestigios de sangre desparramados... todavía maniatado, esperando por nuestro destino en alguna parte del Cairo, apareció un tipo bien vestido, que hablaba buen inglés, y con cara y sonrisa de muñeco de torta esbozó las palabras: “sorry, it was a mistake”.

Las puteadas me recorrieron ferozmente cada átomo del cuerpo. Ni siquiera en aquel momento sentí una sensación de alivio, sino más bien una sed de muerte y de venganza, sensación que obviamente tuve que metérmela en el centro de mi orto  todavía contraído, y que en definitiva, es la mierda más nefasta que se puede sentir. Me seguía faltando la aparición de la cámara oculta, o que el bigote del capo de inteligencia haya sido ficticio y apareciera al grito de: “no te calentes, fue una joda para cairomatch”, o que el milico que hacía dos minutos me estaba diciendo que me quería coger y matar pelara un porro del tamaño de las pirámides y me dijera “tomá, para vos, momificate”, pero nada de eso iba a suceder... 

Sólo este muñeco diciendo que todo había sido un error y que por favor escribiéramos los sucesos en una hoja en blanco para que las autoridades sean informadas y se castigue a los responsables. Fue otra parte más de la tomada de pelo que sentí que el muñeco nos estaba propinando... aunque lo único importante era salir de una vez por todas del asqueroso edificio militar y dejar que todo lo vivido empiece a decantar. Nos devolvieron todas nuestras pertenencias, nos pidieron perdón un par de veces más, y nos llevaron a la casa de Mohammed en el mismo colectivo y con los mismos milicos que nos querían coger y matar, pero que ahora nos trataban bien y nos hacían concesiones. Sólo les faltó darnos una palmada en la espalda.

Disconformismo con la irrealidad...
Así llegó este memorable día al final, con una experiencia de esas que todo te lo hacen replantear, enmarcada en una capa de la vida donde todo deja de tener sentido. Un vacío existencial, legal, de vida, de realidad, un vacío infinito de humanidad. Con esa sensación nos empezamos a limpiar el cuerpo y desempastar el corazón, como si nos hubieran violado. Por un par de noches dormir se hizo casi imposible, pero es momento de cortar, ya les contamos bastante y los efectos colaterales y las conclusiones destilarán en el próximo relato de este viaje hacia el centro del alma. Hasta la próxima y gracias por leer...

En Tahir Square... Canto popular...

1 comentarios:

  1. increíble chicos, la sangre congelada! a pesar de que hable ayer cn los 2 y paso casi un año y estan perfecto todavia estoy tensionada!!
    Lo de ustedes es para un libro loco... cuando lo van a escribir? Les sobra material de todo tipo!

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