Bangkok a la deriva: Embajadas, Kao San Rd, y cuidado con el Pad Tai…
Bangkok con pronóstico de lluvias... |
Todo esto lo pensé una hora después que Suthida nos había abandonado en una parada de colectivos en los alrededores de la estación de Bang Khen, y todavía no habíamos logrado alejarnos más de doscientos metros del punto de partida. Mientras el sol se estaba acomodando bien arriba, estos dos humildes servidores, inmersos en un infinito océano de Tailandeses, intentaban entender para dónde salir corriendo en caso de Tsunami. Nos habíamos propuesto encontrar la embajada China para sacarnos rápidamente de encima las visas y las inquietudes burocráticas del siguiente tramo. Como hablar y entendernos con la gente nos robaba más tiempo que caminar, y como en definitiva caminar es el mejor ejercicio para descubrir los cúmulos informativos de una ciudad, respiramos profundo, aceptamos nuestro condición de novicios, y en buena hora nos dejamos llevar por la marea tailandesa, que como por arte de magia nos depositó directamente en las puertas de nuestras chinescas intenciones.
La gloriosa estación Bang Khen... |
Saliendo de la casa de Suthida... |
Estación Hua Lampong en Bangkok... |
Embajada de China en Bangkok... "No quiero más"... |
Entre todos estos infortunios creados por nuestra propia imaginación, y justo cuando la vida estaba empezando a perder definitivamente el sentido, encontramos esa buena noticia o razón para seguir viviendo. Como quien encuentra la “Iglesia Universal” o el “Mormonismo”, nos topamos con un islote paradisíaco entre tanta ruina de cemento, que resultó ser el primer aliado y uno de los mejores amigos de los guerreros del asfalto asiáticos: el omnipresente SEVEN ELEVEN. Un templo de esos que definitivamente uno incendiaría en otros contextos, pero que en Tailandia regala agua caliente a toda hora, aire acondicionado a toda hora, y que posibilita a la vida ese minuto necesario, ese “pido gancho” oportuno para recobrar las fuerzas y salir a enfrentar nuevamente las calles a puro rock. Un especie de patrocinador del alivio, el aliento y la buena onda.
Iglesia de los guerreros del asfalto en Tailandia... |
Avenidas, jungla y metal Tailandés... |
Haciendo negocios con el budismo... |
Vico desorientado en la entrada del subte... |
Necesitábamos tirarnos a orillas
del mar o en cualquier lugar en el que no tuviéramos que lidiar con tanto
quilombo por metro cuadrado y con tanta “realidad” tan omnipresente. La visa
era el único motivo por el que no nos íbamos volando de Bangkok, y la embajada (como siempre) no tuvo mejor idea que
complicar el entendimiento, el papeleo, los tiempos y la vida en general. Los
días se nos disolvían yendo y viniendo... sólo para lograr entender
la información básica para la aplicación, y una vez que terminábamos de
pelearnos con la burocracia, casi por ósmosis terminábamos deambulando con
mucho cansancio y frustración por las calles del centro de la ciudad. En esas caminatas
a la deriva, el color lo ponían los pequeños espectáculos y ceremonias con los
que nos topábamos en las esquinas; verdaderos representantes del carácter, el
espíritu y la idiosincrasia de Bangkok.
Sólo durante esos pequeños momentos Bangkok se hacía infinito. Sabíamos que estábamos en una ciudad increíble, pero las trabas mentales y el reacomodamiento al nuevo continente, hacían que los estímulos del medio ambiente resultaran mucho más invasivos que deslumbrantes. Los restaurants y los puestos callejeros nos aturdían las neuronas con el constante y famoso grito que ofrece: “Pad Tai”. La invasión de travestis que acosan la periferia muy atrevidamente, se volvía un poco hinchapelotas y asfixiante, y las prostitutas numeradas en los bares sólo esparcían el reflejo de una sociedad en franca decadencia. Nada en el ambiente nos remitía a esa idea de diversión pícara o entretenimiento burdo, pero piola y momentáneo. Todo daba repetido, obsceno, sobrecargado, y en muchísimas ocasiones, perverso. Con esta visión de la realidad, la carga emocional se condensaba e iba en aumento.
Sólo durante esos pequeños momentos Bangkok se hacía infinito. Sabíamos que estábamos en una ciudad increíble, pero las trabas mentales y el reacomodamiento al nuevo continente, hacían que los estímulos del medio ambiente resultaran mucho más invasivos que deslumbrantes. Los restaurants y los puestos callejeros nos aturdían las neuronas con el constante y famoso grito que ofrece: “Pad Tai”. La invasión de travestis que acosan la periferia muy atrevidamente, se volvía un poco hinchapelotas y asfixiante, y las prostitutas numeradas en los bares sólo esparcían el reflejo de una sociedad en franca decadencia. Nada en el ambiente nos remitía a esa idea de diversión pícara o entretenimiento burdo, pero piola y momentáneo. Todo daba repetido, obsceno, sobrecargado, y en muchísimas ocasiones, perverso. Con esta visión de la realidad, la carga emocional se condensaba e iba en aumento.
Un poco de caminata nocturna por Bangkok... |
Kao San Road, masajes, prostitución, pad tai y borrachos bobinas... |
Lo loco es que a Vico le pasó lo mismo, y como quien no quiere la cosa, se inmortalizó un instante de sensibilidad que nunca había experimentado en ninguno de los viajes anteriores. Claramente Bangkok, su embajada china, y su propuesta turística, no estaban colaborando en lo más mínimo con nuestros estados emocionales. Prestando atención a esa pequeña explosión, empezábamos a aceptar que se avecinaban algunas tormentas para este nuevo viaje continental. De esas turbulencias emocionales que a través del tiempo y la distancia se irían transformando en invaluables experiencias de vida.
Por suerte llegamos nuevamente a la realidad de Suthida, a nuestra primera y entrañable casa Tai, en la que logramos descansar un poco el alma de la emboscada de Kao San Road y de nosotros mismos. La primera experiencia en Bangkok, más allá de la infinita mística y textura de su realidad, se resumía en incordio y pesadez espiritual. Aquella noche se declaró en paro la luna y el servicio meteorológico anunciaba chubascos y chaparrones. Me fui a acostar pensando que por suerte, como decía el negro más lindo de todos: “Siempre que llovió, paró”. Hasta la próxima.
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