Nong Khiaw, puentes energéticos y turismo eco verde sport…
Todavía Amaneciendo... Nong Khiaw...
Cruzar la frontera de China hacia Laos, en términos prácticos significa: pasar de una revolución futurística a gran escala y por
todo concepto, a la desnudez y a la simpleza de lo que podríamos denominar el “mundo perdido”. El contraste
energético de un lado y otro de la frontera es infinito. China, principalmente sus ciudades, son literalmente vidrieras, luces y focos de una civilización que emerge
tardíamente sobre las bases de un capitalismo deteriorado y agonizante;
mientras Laos parece existir al margen del tiempo, subyugado, atónito e
incrédulo de las “necesidades” de esa creación ficticia. Mientras el primero se
está “civilizando”, el segundo enaltece algunos rasgos un tanto más “humanos”.
Un pedacito del mundo perdido... Río Mekong...
La sensación que se respira en este contraste es
similar a la que se respira en muchísimas partes de África, y es el olor de la
impotencia de sí o sí tener que enfrentar esa onda expansiva de “progreso”, esa
compulsión del mundo a querer meter a todos en su rueda, esa conclusión no
consensuada que enuncia “esto es lo que vamos a hacer y si no te gusta, que
dios te bendiga y la suerte te acompañe”. En este sentido Laos se parece más a
un abuelo sabio con quien uno puede sentarse horas a charlar, mientras China es más bien la imagen de un adolescente rebelde, listo a mostrar al mundo su
poder e independencia. Como se puede experimentar en otras partes del mundo, lo que queda
en evidencia es esa inútil e insolente falta de respeto de la fuerza hacia la
razón.
Por la razón o por la fuerza...
Nos despertamos en la pequeña choza de paja
entradito el amanecer, rodeados por personas que se movían muy cautelosamente con
la clara intención de no perturbar nuestro sueño. Cuando abrí los ojos, durante unos
segundos me costó bastante entender qué era lo que estaba sucediendo. Los párpados
me pesaban y estaba tan cómodo que sentía que podría haber dormido para siempre. Cuando logré aunar mis sentidos y mis pensamientos, me di cuenta que
el lugar que estábamos usurpando era un puesto de venta de pequeñas chucherías,
y que las personas que estaban a nuestro alrededor, eran sus dueños, quienes lo estaban
ordenando para comenzar el día. Nos hicieron señas que sigamos durmiendo, que
todavía faltaba un rato para abrir. Esa amabilidad sin lenguaje hizo que mi día
empezara muchísimo mejor de lo esperado.
Fuimos en busca de agua para café y mate y le
compramos unas galletitas a la familia del puesto. Eran paquetes de dos
galletitas que terminaron siendo el desayuno más rico y más barato de toda la
alocada y efímera experiencia Laosiana. El pueblito daba la impresión de ser un
centro turístico recientemente incorporado a las populares rutas del sudeste
asiático, por lo que los precios de hotelería eran en sí algo pretenciosos; pero existía, como existe en casi todas partes del mundo, un circuito
alternativo para personas que como nosotros, no quieren pagar por nada más que el
alquiler de un colchón. Con un poquito más de azúcar en sangre entonces, logramos
incorporarnos y conseguir esa economiquísima pieza en donde caernos
muertos en caso de ser necesario.
Amabilidad, tranquilidad y economía en Nong Khiaw...
Sólo luego que logramos asentarnos y sacarnos de
la cabeza los pormenores burocráticos de la llegada, reaccionamos de la
espectacularidad ambiental que rodea a Nong Khiaw. De por sí, Laos es uno de los países que más tonalidades de verde
presenta en toda su geografía. Observando el medio ambiente, da la sensación que el mundo podría recuperar la
esperanza casi instantáneamente. Cuando además descubrimos el río Mekong atravesando toda la panorámica hasta perderse
en el horizonte, e hicimos zoom y foco para corroborar que las formaciones
montañosas no eran ni pinturas ni escenografía de cartón, prendimos las
bengalas internas, suspiramos por adentro como maricones enamorados, y le
dimos rienda suelta a la batahola de fuegos artificiales y lucecitas de colores
que iluminan el alma y la ponen feliz como la cocaína.
Diferentes ángulos de Nong Khiaw...
Nong Khiaw al natural...
Espejismos del Mekong...
A pesar de toda esta partuza de sensaciones
internas, casi instantáneamente y al mismo tiempo, empezamos de a poco a caer en
esa bajonera sensación que el turismo con el que nos estábamos topando no
era el de mayor agrado de nuestras vidas. Era casi el mismo turismo de
Tailandia, pero en una versión “eco-rural sport sin viejos pedófilos”. El
contraste de la vida Laosiana, de los tiempos Laosianos y de la tranquilidad
Laosiana, poco tenían que ver con la invasión de las texturas occidentales que
llegan de todas partes con esa alocada excitación, a tratar de disfrutarlo todo, de comerlo
todo, de “excursionarlo” todo, perdiéndose casi por completo en una burbuja algo superflua y bastante hedonista. Mucho de ese tipo de turismo que paga un par de miles de
dólares para salir quince días de vacaciones y cree que por eso tiene derecho
a todo. El sudeste asiático parecía atraer muchísimo de este turismo “no quiero
pensar, tengo las neuronas de vacaciones”. Y muy a pesar de nuestros deseos más
profundos, también empezábamos a entender que no había forma de escaparle.
Por lo demás, en Nong Khiaw pudimos apreciar con
muchísimo detalle la pulcritud de los laosianos. Todas las casas, por más
humildes o precarias que fueran, eran limpias, aireadas, atractivas, y muy bien
preparadas para el constante e intenso calor. Quizá esta pulcritud en las
viviendas tenga algo que ver con que los laosianos son personas bastante puras,
amables, sonrientes, dignas y respetuosas. Por momentos uno se puede encontrar con algunos entes más contaminados,
pero cuando eso sucede, no tenga dudas que es por consecuencia de la invasión
del turismo y sus derivados. Los días transcurren exultantes y desinteresados coqueteando en la letanía del tiempo, perdiendo el interés sin soberbia... renovando constantemente las cicatrices y las sombras de la corteza terrestre.
La significativa belleza de una casa en Laos...
Por dentro, pulcritud, orden y frescura...
La cocina... Impecablemente bello...
Le pusimos rumbo a algunas de nuestras caminatas.
Muchas veces llegamos a ningún lado, y alguna que otra vez a algunas cuevas que
no me acuerdo el nombre. También nos chocamos de frente con algunas zanjas... rastros de los infinitos
bombardeos que recibió el país durante la guerra de Vietnam. Historias
horribles de seres humanos horribles. En fin, los mejores momentos fueron los atardeceres, horas en las que con Vico llenábamos el termo,
comprábamos un par de paquetitos de nuestras galletitas favoritas, y nos íbamos
a sentar al medio del puente a tomar mate y a decir presente en la caída del
sol. El puente unía las veras del Mekong, aunque también podríamos decir que
separaba al turismo invasor del pueblo originario, quienes durante el día se intentaban
mezclar sin éxito y por las noche se volvían a desencontrar.
Las cuevas por dentro...
Vico en el ojo de la tormenta...
Pasaban cosas extrañas, ya que muchas personas, más
turistas que Laosianos, mostraban un especial asombro al vernos sentados en el
piso del puente. Se sucedieron varias conexiones espontáneas con laosianos,
franceses, alemanes, etc. Recuerdo fervorosamente a una señora que me
resultó la persona más interesante de toda la estadía en Nong Khiaw. Una mujer
con muchas marcas de vida, llena de optimismo y claridad. Con una claridad
proveniente de esa especie de necesaria “locura” interna, bien ganada, que permite escupir
sin tapujos muchas de las verdades que el discurso común volvió ominosas. Hubo gente que
nos dijo que había pensado muchas veces en sentarse en el puente, pero nunca lo
habían hecho. De esos lugares donde las personas se estancan a charlar casi
sin darse cuenta, y un espacio energético donde los mundos tienden a juntarse. "¿Qué más entonces?" "¡Qué bendición y que desgracia!"...
En camino a la actividad diaria...
Puente, atardeceres y Mekong...
Los días se fueron, los soles se escondieron, las
personas siguieron sus caminos, por lo que no nos quedó más opción que lentamente empezar a retirarnos. No hay mucho más para relatar... o quizás se haya vuelto
irrelevante. Creo que prefiero quedarme estancando en la magia del puente y sus
atardeceres. La entrada a Laos, más allá de Nong Khiaw, fue un
reacomodamiento de sensaciones entre países y realidades. Del frío al calor, de
la superpoblación al silencio, del futurismo al pasado, y así podría seguir
yin-yangueando por algunas páginas más. Sólo me resta dar entonces las gracias a
todos los responsables por los sentimientos que me afloran... En especial a Vico,
y particularmente a Nong Khiaw. Hasta la próxima.
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