Varanasi, lisergia mundial, el Tincho y la Tuta...
Varanasi... Lisergia para todo el mundo...
Después del viaje en tren más lisérgico de tu vida,
Varanasi, una de las ciudades más lisérgicas del mundo. Llegamos a la estación bien
entrada la tarde, unas sesenta horas después de despertarnos por última vez en
Gokarna. Para ese entonces, la sensación era que Gokarna había sucedido algunos años atrás. Huimos de la estación, negociamos un tuc-tuc para llegar hasta los ghats
centrales y nos subimos a la aventura. Como por arte de magia, en el momento que empezamos a movernos entre las calles, empecé a recordar exactamente dónde estaba y adónde teníamos
que ir; como si se me hubiera prendido un GPS de Varanasi en el cerebro. El
tuc-tuc nos dejó al lado de una de las entradas a la zona de los ghats y entonces: “seguime
Viquín, es por acá”. Guiados por el GPS virtual, nos metimos de lleno en
el laberíntico y apasionante mundo de los callejones de Varanasi. Luego de
algunos minutos y algunos miles de dejavús, llegamos hasta el mismo lugar en el que nos
habíamos hospedado con Fede, Juli, la Rubia y Ruchika un año y medio atrás. El problema, en este caso, fue que el mismo lugar cobraba por exactamente lo mismo, bastante más dinero. Tiramos la
toalla entonces, y nos dejamos guiar por los más chiquitos, quienes muy rápidamente
nos llevaron hasta otra pensión por la mitad de precio... que aunque todavía nos resultaba
cara, nos terminó ganando por cansancio. Ocupamos la habitación, dejamos los
bolsos, y nos lavamos la cara y las manos por primera vez en tres días.
Antes
de dormirnos parados, decidimos salir del hotel a experimentar la magia de un Ganges que
se esparce, se mezcla, y se combina con todo el espectro de sensaciones que existe en la vida. La visual, los sonidos, y muy particularmente los aromas, son los grandes
protagonistas y anfitriones en Varanasi. Si el olor de India ya es característico
de por sí, el de Varanasi debería ser descripto como una marca registrada con
patente cosmogónica que se viene cultivando y manteniendo desde mucho antes del
comienzo de la eternidad. Varanasi entonces, y para no perder la oportunidad de
ser algo grosero, me hace mearme en los pantalones como los cachorros cuando están contentos.
Ganges, alma, magia y rock and roll de Varanasi...
Laberinto y callejones...
Cuando salimos del hotel, el sol ya se había esfumado.
Le sugerí a Vico hacer una visita al “ghat crematorio”, uno de los eventos más
característicos de las noches de Varanasi. El Ghat Crematorio o “Manikarnika” es un
lugar donde uno se sienta a fumar un porro (o no), y básicamente contempla entre ceremonias
de familiares, allegados y amigos, cómo se van deshaciendo y desvaneciendo entre llamas, los cuerpos de personas recientemente fallecidas. Un espectáculo que recuerdo haber descripto mejor en el post de la primera vez en India. Estábamos llegando
al ghat, cuando
de repente y desde la oscuridad, se escucharon y esparcieron los pícaros alaridos de un personaje lleno de fantasía. Llegaban fonemas desde la garganta de una persona
que dignifica la vida, que contagia sonrisas, y que ablanda el corazón
del más duro. Apareció, directamente desde el epicentro de la familia Canale, el entrañable ser de uno de argentinos más oriundos y más lindos de toda la ciudad de La Plata... Un gran maestro
y un nuevo amigo de la vida... Hizo su aparición el grandiooosooo, el fabulosoooo, el únicooooo: ¡Tinchooooooo Canaleeeeee! Al que para recibir, por favor le pedimos sus mejores aplausos, pitos y cornetas.
La sonrisa contagiosa y alentadora del infinito Sr. Canale...
Obvio... apareció con un porro en la mano, y con
ideas de dónde ir a conseguir un poco más, y entonces, así, todos juntos, y como
si nos conociéramos de vidas pasadas, nos fuimos a colaborar con un poquito
más de humo al ahumadero de cuerpos en vías de des- atomización. Ese efímero encuentro con la humanidad del Tincho fue más que suficiente para sellar esas amistades
que se saben que se van a extender a través del tiempo. El Tincho, muy consciente de
ello entonces, ya se estaba reservando el espacio mental, para ir a visitarnos en
un futuro no tan lejano a nuestra comarca en Sudáfrica. Por lo demás, la vida siguió como siguen
las cosas que no tienen mucho sentido, sentimiento reforzado por el hecho de
estar contemplando cómo un sinfín de seres humanos se iban deshaciendo poco a
poco entre llamas en un crematorio indio a cielo abierto. Duramos despiertos el rato
que tardó el cansancio abrumador en pasarnos la factura, y en meternos el golpe
de gracia que de una buena vez por todas nos mandó a descansar. Caminamos
brevemente la muy poco iluminada noche del Ganges, y entre risas y felicidades
de encuentros, cada uno enfiló para su hostal.
Los callejones de Varanasi por la noche...
El contraste y la hermosura sensorial de Varanasi...
Puesto de venta general en el Ghat Manikarnika...
Ghat Manikarnika de día... Cremaciones aptas para todo público...
Como si encontrarse con un Tincho Canale fuera poco
o insuficiente, apareció también en nuestras vidas la figura confundida y
despojada de la uruguaya más romántica y atorranta de todas. Una persona que
intenta definir su vida como persona “normal” o “tiro al aire”; de esas mujeres
que van porque van, porque hay que ir, porque si no la vida se torna demasiado
monótona y aburrida, y no queremos terminar yendo al psicólogo, tomando
pastillitas de colores, o hipnotizados por un algún programa de chimentos que habla de la vida ajena. Una persona a la que ser mujer la limita, pero a la vez la
enaltece. Una Mafalda-Susanita. Un ser humano dulce y tierno que emana mucho
amor confundido a los cuatro puntos cardinales. Con ustedes, y por favor de pie y con aplausos sostenidos: “Lucía Buffa, alias: La Tuta”; que por cierto estaba
acompañada por un canoso muy simpático, y por otros extranjeros
de ocasión, en uno de los sitios más ricos y nutritivos de toda Varanasi:
el nunca bien ponderado “Blue Lassi”, un emporio del lassi de todos los sabores,
que te llena de iluminación India la panza y de alegría el corazón.
El Tincho y la Tuta hiponeando...
Vico posando en la entrada de Blue Lassi...
Bueno, luego de intentar presentar dignamente lo
importante, doy paso al relato nimio. Nos dedicamos a lo obvio y de rutina que
es caminar, que por cierto en Varanasi es más entretenido que en casi cualquier
otro lugar que haya estado; y entonces: ghats, ceremonias, fumata con el equipo
naranja, gente en pelotas por todos lados. Muchas religiones juntas, turismo,
barquitos, gente pidiendo dinero, calor y humedad. Arquitectura que te vuela la
peluca, olores infinitos, miles y miles de personas... Tabaco masticable,
callejones, infinitas vacas con sus respectivas bostas, babas con su respectiva
lisergia, miles y miles de dulces de todos los colores y sabores. Pakoras y
thalis... Color, vestidos, color, mercados, color, indios, indias, tuc-tuc,
banglassis, porro, porro. Cricket por las calles, gente que se baña en el
Ganges, muertos, otros muertos, un poco más de muertos. Rincones sugestivos e
inolvidables, las amigas Maltesas de Carmelo, una española y una argentina. Las
imágenes de Fede, la Rubia y Juli que se me venían a la cabeza, las mismas
imágenes en el recuerdo que se transformaban en rostros que se iban encimando, y una vez
superpuestos y mezclados, empezaban a girar cada vez más rápidamente hasta
transformarse en espirales de humo de colores... (link) Trompos de sentimientos muy espesos
que se licuan y se disuelven constantemente en los misterios y en las máscaras del tiempo. Alrededor la más
linda de las anarquías... Varanasi puro Rock and Roll, antes de la era “conciertos
en estadios”.
El equipo naranja, vendedores ambulantes y algo más...
Cambalache en los ghats...
Orando en las orillas del Ganges...
Gente bañándose en las aguas sagradas...
Las amigas maltesas de Carmelo...
Por esas malas leches de la vida,
durante alguna de las caminatas Vico empezó a acusar un muy mal estado
estomacal que en cualquier momento se lo llevaría de vuelta a la habitación. Intuía lo que se venía, porque algo muy parecido le había pasado a Fede en Vashist
en India 1.0. Caminó unos diez minutos más y se volvió a la
habitación alentándonos a que no nos hagamos demasiado problema. En fin, lo
siguiente fue fiebre abrupta, cama y más cama, y tratar que no incurra en la
famosa deshidratación. Lamentablemente el desdichado evento le recortó la experiencia Varanasi a la mitad, por lo que tuvimos que relajarnos un poco, y esperar pacífica y pacientemente
que se empezara a recuperar y se sintiera fuerte para continuar. Por suerte
estaba la banda de Varanasi bancando los trapos, y aunque el Tinchito se tuvo
que retirar hasta próximo encuentro, la Tuta hizo de enfermera para los cuidados
básicos y fue una perfecta compañera para caminar la ciudad... La la la la... Hasta que en algún
momento la Tuta también se tuvo que ir, y ahí ya sí, nos quedamos un poco más
deprimidos y solos en la madrugada.
La tristeza de un mono y los pensamientos de Vico...
El hostal de Varanasi por dentro...
El tiempo restante lo utilicé para navegar un par de
veces el Ganges y para caminar la ciudad espiando atrás de las columnas... Corriéndole
el telón al escenario, deteniéndome a pensar y relacionar todo lo que tenía en la
memoria, con todo lo que aparecía frente a mis ojos. Viviendo esa mágica aventura que te permite
estar y no estar, y que te disuelve el ser en el tiempo, igual que una gota de agua desaparece para hacer parte del mar... o porquée no, un pedazo de pensamiento que se tridimensiona, que se convierte
en un objeto tangible, macizo y contundente, hasta que cobra vida propia. Como todo
drogado sin drogar, como todo exaltado sin exaltar, como todo increíble sin
creer, como todas las experiencias sin experimentar al infinito.
Caminata nocturna por Varanasi...
Varanasi... la mágica aventura de estar y todo lo contrario...
El gato sin botas...
Vico, gracias a todos los cielos, santos y otros
por menores, se fue recuperando hasta que declaró que estaba “OK”
para declarar la huida. El criter mayor ya había sido totalmente expulsado... Justo a tiempo, porque
había un único pero gran apuro: el mano-santo más gurú de San Juan estaba
llegando a Nueva Dheli y no podíamos faltar a la misa. Por las dudas compramos un poquito más de porro, y luego de otra alucinante
experiencia en Tuc-Tuc volviendo a la estación de tren, ordenamos “Dos
general class, please” en el tren que más empatía me despierta en India: “El
Ganga Express”, un tren que me hace sentir como si me estuviera yendo a Howards a
aprender hechicería. Es increíble... lo quiero escribir de nuevo: Ganga Express...
Gracias
Varanasi por ser tan auténtico, por ser tan infinitamente indio, y por
permitirnos asistir a la experiencia de la humanidad más anárquica, que si se me
da la razón en lo afirmado, debo decir: la mejor humanidad del mundo. Hasta el
próximo capítulo. Gracias por llegar hasta acá.
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