20 dic 2013

Pushkar, Don Gomina y su pandilla, Eva, Joy, Tuta, Vico y dale que va…

Pushkar... un espejismo del pasado...
Salir de la orbe de Nueva Delhi fue uno de esos eventos algo desafortunados que se puede apilar dentro de los famosos “no hay mal que por bien no venga”. Me había quedado solo y a la deriva, ya que Vico, Jota Eme y La Tila, justito antes del amanecer habían abordado el tren que los llevaría hasta Agra. El tren que supuestamente me llevaría a mí, único desertor de la aventura Tah Majal, hasta la ciudad de Ajmer, lamentablemente resultó ser un expreso de lujo que además de repleto, estaba mucho más vigilado y regulado que cualquier tren que hubiera visto hasta el momento en India.

Me resigné entonces al crujido interno de mis ilusiones hasta que no me quedó ninguna, y no tuve más remedio que salir en busca de la siguiente opción en la lista. Me dijo un indio: “En esta estación hasta la tarde noche no pasa naranja mono. Tenés que tomarte el tren local hasta “Purani Station”. Desde ahí sale un tren a las 10.40 am y otro a las 11.00 am”. Puteé un rato en árabe y hebreo para remoralizarme, y ya un poco más descargado, me resigné a la nueva aventura y partí a la búsqueda de la estación indicada.

Estación "Purani" en Nueva Delhi...
Así fue que me sumergí en un viaje en tren que me llevó hasta lugares de Delhi que no conocía, que por un lado me regaló algunas imágenes para el recuerdo, como personas haciendo caca impávidos sobre las vías del tren, y por el otro, me obligó a interesantes interacciones con personajes fuera de agenda que fueron apareciendo en el transcurso de la mañana... o para ayudarme, o para preguntarme si necesitaba algo, o para saber de dónde era, hacia adónde iba, o si el anillo de mi mano izquierda era de casado. Toda gente superior. Mientras pacientemente respondía las preguntas, internamente me invadía una fuerte sensación de no querer perder el día esperando.

Me sentía en una especie de subibaja emocional, en el que por un lado estaba disfrutando de la gente, pero a su vez, muy apurado por subirme al tren y viajar. Tuve que volver a entender rápidamente que ante la realidad consumada la mejor opción es la aceptación y el relajamiento, tratar de disfrutar, y de ser posible robarle alguna experiencia o enseñanza a la vida. En este caso entonces, me aferré a las interacciones con la pureza, la gentilidad, y el refugio emocional y espiritual que sólo los indios pura cepa pueden dar... A disfrutar de esa hermosa sensación de estar solo, pero sentirse siempre acompañado.

...Mientras tanto en Agra...


Una gloriosa llegada a la ciudad de Agra...
Llegué a Ajmer al mismo tiempo que el último rayo de sol, y aunque todo bien con el atardecer y Ajmer, la realidad es que no me alcanzaba para nada. La verdadera intención de este viaje era llegar hasta el mismísimo corazón del emporio de la moda mundial: Pushkar; en búsqueda de ciertas sensaciones y experiencias, pero principalmente para corroborar si de verdad era tan místico como lo recordaba, o si sólo se trataba de mi memoria selectiva y endorfínicamente drogada.

Como en Ajmer ya era muy tarde, no había más colectivos saliendo desde la estación de tren, por lo que para conseguir transporte tuve que caminar unas quince cuadras hasta las inmediaciones de la estación central. Entre mucho calor y algunas mini-puteadas para alentar el paso, finalmente conseguí llegar a destino para comprar una vez más ese peligroso boleto al encuentro con el pasado. Luego de un poquito más de media hora de viaje, salté de la lata en una esquina que me pareció muy conocida, que para mi buena suerte, era la esquina de la calle del sucucho hotelero en el que nos habíamos hospedado la primera vez.

...Mientras tanto en Agra...


El gurú, La Tila y Vico, inmortalizando la belleza del Taj Mahal...
Como ya sabía exactamente todo lo que allí sucedía, y como dormir me da lo mismo en cualquier lado, encaré derechito para el segundo piso y le dije al amigo: “ésta, la pieza chiquita por fifty rupee”, “Por ciento cincuenta”, “Trato hecho: hundred”. Como Pushkar, a pesar de haber venido sólo dos veces, es de esos lugares en los que me siento como en casa, ya sabía exactamente cómo iba a ser mi noche, qué es lo que quería encontrar, y a quién quería ver. Cumplí con el primer ritual entonces y me abalancé directamente sobre el thali que venden en la placita más céntrica.

De la obviedad del thali salté a la exquisitez del chai... no sólo para llenarme la boca de gusto y felicidad, sino para asistir nuevamente al encuentro con el personaje que más gomina consume en India, quien estaba muy firme, aún en la misma posición y en la misma esquina en que lo había visto por última vez. Con el mismo semblante y ofreciendo los mismos productos que hacía dos años atrás. Me invadió un sentimiento-pensamiento que en un principio se decantó con cierta pena: “Este tipo estuvo acá parado igual que siempre al menos por los últimos dos años, observando a los mismos personajes que vienen a Pushkar, y haciendo exactamente lo mismo todos los días”.

"Don Gomina y su Pandilla"... Eminencia de Pushkar...
Terminé de darle forma al pensamiento-sentimiento, pero al mismo momento me di cuenta que estaba proyectando. Pensé que en realidad a este tipo, como a gran parte de la humanidad, le parecía fenómeno repetir infinitamente una rutina todos los días de su vida. Al final gomina estará siempre parado ahí, pero conoce gente todas las noches, y vende todos los productos de primera necesidad y urgencia, más porro y bang-lassi en la zona más central de Pushkar. Tiene plata para toda la gomina que quiera y cada tanto se baja a una extranjera. Daba la impresión que la plata se la quedaba él, hecho que además significaba que no le estaba entregando la sangre a nadie.

Con ese nuevo punto de vista formé una ecuación bastante más placentera, que por lo menos me sirvió para dejar de proyectar mis miedos y de pensar boludeces, y continuar la noche con esa liviandad que produce hacerse el boludo y acomodar los pensamientos a lo que a uno le conviene. Antes de que el cansancio me remate parado, me senté en los banquitos de mimbre y muy tranquilamente me tomé dos chai. Una vez que logré poner el cuerpo en sintonía con la energía de Pushkar, me desperecé, le pagué a Don Gomina y su pandilla, y me dejé conducir por las últimas gotas de adrenalina hacia la perfecta oscuridad de algunos de sus callejones, hasta que como por arte de magia, desemboqué en el hotel.

Esas indescriptible imágenes de los callejones de Pushkar...


Amaneció nuevamente y empezó la acción. No en orden, pero en primera instancia, y luego de un par de intentos fallidos, finalmente me encontré con la hermosa españolidad de Eva, quien había tenido un hijo que todavía no conocía, con un novio que todavía tampoco conocía... y entonces ¡qué pedazo de alegrón! y que llamativo que por segunda vez, y para acentuar un poco más la mística, hayamos coincidido en Pushkar, el mismo y exacto lugar en que hace dos años atrás nos la encontramos de casualidad caminando con Fede por la calle.

Nos entregamos a una linda charla de puesta a punto que repasó alegrías, frustraciones, y todas esas calesitas de vida que dan vueltas sin parar. Eva era otra de las personas que llegaba para reafirmar los círculos de extraños encuentros que se producen en India, y a sumarse a la lista de los personajes que habían llenado de humanidad nuestros viajes anteriores y nuestra primera incursión en el país: Bonnie, Jota Eme, La Tilita, Eva... por lo que si algo me faltaba para comerme un flash cosmogónico y galáctico léase por favor y con mucha atención el párrafo a continuación...

En el puesto de Gomina con Evita y toda la familia española... 
Si usted lee el post de Pushkar de la primera vez en India, va a encontrar en el relato a una chica Californiana llamada Joy. Si no la llegara a encontrar o no quisiera buscar el post, sólo piense que está ahí y no joda. Esa chica coincidió conmigo durante tres o cuatro días de aquella primera vez en Pushkar (y también su primera vez en India). Lalala se fue, me fui, y pasé un largo tiempo de mi vida tratando de entender por qué nunca le pedí el mail. La piba me parecía absolutamente fascinante, como aproximadamente el 50% del sexo femenino entre 18 y 55 años del total de la población mundial. De todas maneras esta chica en particular, tenía un poder en la mirada proveniente de alguna profundidad del ser muy poco conocida. En fin... En algún momento me senté enfrente de algún templito a pensar en esta piba y a hacer tiempo hasta que desde Agra llegara la Princesita “Victoria Torres”... 


La princesita Victoria...
Quiso el destino que, entre pensamiento y pensamiento, levantase la mirada, sólo para que la “estadística” deje de tener sentido y se auto destruya en millones de improbables pedacitos. Después de refregarme la vista dos veces y de pensar otras dos veces más que tenía que dejar de fumar porro, aparezca Joy, delante de mi averiada y efímera humanidad, y de nuevo con esa mirada que la lleva vaya uno a saber dónde. Estaba ahí nomás, a escasos cuatro o cinco metros, caminando sola por una calle vacía. Sí, vacía. Ella caminando por la calle vacía, y yo sentado estupefacto, con todo mi vacío también.


Impactante momento Pushkense...
Imágenes para el recuerdo y Joy...
Me hice caca, pero así todo manchado, igual me levanté y caminé detrás por algunos segundos hasta que logré juntar coraje para interrumpirle el hombro. Se dio vuelta, me miró, y tardó aproximadamente diez segundos en articular algún gesto amigable. Creo que primero me tuvo miedo, después entendió que tenía que adivinar algo, hasta que luego de un largo rato adivinó. Durante toda la eternidad de esos dudosos segundos, me sentí la persona más imbécil del planeta. "¿Cómo carajo diez segundos pueden pasar tan lentos?"... "Pero que mirada fascinante e impenetrable que tenés querida...".

Eso era lo que me había hechizado de Joy: su mirada. Era impenetrable y escondedora hasta el infinito. Mi boca y mis labios empezaron a charlar por su cuenta, ya que mi real yo interno, sólo repensaba y repasaba todas las dudas que me habían quedado pendientes. Tengo que decir que el deseo sexual era mínimo o nulo, pero el interés que me despertaba todo lo que emanaba su ser era eterno. La piba parecía tenerlo todo pensado y asumido desde alguna sabiduría que jamás encontré.

Era su segunda vez en India, su segunda vez en Pushkar, y había llegado el mismo día que yo. Tuve la opción de meterme de lleno en otra capa de la realidad y me asusté. Le dije nuevamente “no”, y me paré por milésima vez a contener toda esa mística hechicera que me invade constantemente la vida. Obviamente volví a no preguntar por ningún tipo de contacto, teniendo la plena seguridad que la próxima vez que visite Pushkar me la voy a volver a cruzar. Mejor dejar que en tal caso, y como muchas veces sucede, la tercera sea la vencida.

La piba en algún momento se volvió a poner la capucha y siguió caminando con la misma lentitud y el mismo despojo. Delante de la piba, algo que no era amor, pero que hubiera sido el sentimiento lógico, me paralizaba el tiempo, el habla y la coordinación. Si estaba relacionado con algo, arriesgaría que era con una enorme intriga, y con el juego que proponían esos ojos orgullosos, dueños absolutos de su verdad y de su pensamiento. Una especie de último escollo en las relaciones humanas que hay que estar muy seguro de querer indagar: el alma. Más allá de la decisión final, supongo que no hay juego más excitante o apasionante en la vida.

La mística hechicera de Pushkar...
En fin, luego de todas estas coincidencias y misticismos, finalmente llegó Vico a romper la burbuja, pero lleno de Tah Majal en la retina. Como si fuera poco o escaso, también llego a ponerle rock y carnaval a la vida la más capa y la más linda de todas las uruguayas. “La Tuta Canuta” también gritaba presente en Pushkar, llena de misticismo budista traído directamente desde el corazón y las entrañas de la iluminación del Buda en la famosa ciudad de Godgaia.

Contarles lo lindo que la pasamos me convertiría en un verano del 98’ cualquiera, así que imagínenselo con un poquito de esa pequeña cuota de pelotudismo novelero, pero con otras cosas más adultas y reales también. Rutinas, compra de algunos regalitos (porque ya casi nos estamos volviendo y se nos acaba la joda), chistes con todos los indios, paseos mañaneros, nocturnos, y desérticos. Un francés de novio con una argentina piola, más Eva, más hijo y novio de Eva, más ghats, más babas y sadus, más procesiones, más vacas... y mucho, pero mucho más rock indio...

Vericuetos de Pushkar...
La Tuta Canuta... ocultándose para la foto...
Vico esperando unas pakoras en el puesto callejero amigo...
Un poco del color de Pushkar...
Que como todo en la vida se acaba o llega a su fin. Antes de cerrar y abrochar este nuevo viaje continental, nos restaba un brindis más, sólo uno más, el final. La última copa ya estaba agendada y esperándonos en Mumbai. Se acababa el tiempo... Otra vez a quedar de cara. Hacia Mumbai entonces... a cerrar con la elegancia que corresponde esta enorme, hermosa, y atemporal experiencia de vida. Hasta entonces. Salud.

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