20 dic 2013

Hong Kong, un viaje relámpago para renovar los visados...

Bienvenidos a Hong Kong...
La partida hacia Hong Kong era de carácter inminente y obligatoria, por lo que no nos sobraba ni tiempo ni entusiasmo para reacomodar las energías de doce personas con sus respectivos problemas. Mucho más importante y urgente era salir de China para poder renovar las visas por los siguientes tres meses, y de esa manera asegurarnos que durante los treinta y dos días de rodaje necesarios (según “tabletita” Sesma) para filmar el próximo éxito mundial del cine argentino independiente, íbamos a estar todos completamente legales en el país. Eugenio, nuestro arcángel argenchino, ya nos había dado el contacto de una señorita que se dedicaba a “arreglar” visas de entrada vía Hong Kong, por lo que no nos quedó otra que sacar los pasajes, respirar profundo, y salir nuevamente al encuentro de la decadente burocracia fronteriza internacional.

Digo respirar profundo, porque íbamos con mucha confianza, pero nada de seguridad que el 100% del populacho iba a obtener la renovación del visado. El diablo metiendo la cola en este tipo de eventos no es algo para nada anormal, y el Sr. Murphy escribió un montón de leyes al respecto para esgrimir y respaldar esta desconfianza. Imagínense si, por ejemplo, no le daban el visado al camarógrafo. Lo único que podíamos hacer para no volvernos locos era no pensarlo. Previo fideíto y arroz chino en la estación, nos trepamos a los famosos bondis-camas, y viajamos muy cómodamente por algo así como diez horas hasta Shenzhen, ciudad desde se toma el subte para cruzar hacia Hong Kong.

Puerta de embarque hacia el más allá...
Trepados en el colectivo hacia Shenzhen...
Como llegamos demasiado temprano, no nos quedó otra que matar el tiempo sentados en unas escalinatas que encontramos a pocos metros de la entrada del subte. En algún momento se hizo la hora, y pasamos sin escalas de punto muerto a quinta. Llamamos por teléfono y la “amiga” nos atendió. A los diez minutos nos encontramos en la puerta y lo único que nos dijo fue: “síganme, no los voy a defraudar”. Horror. Pocas veces vi a una persona caminar tan rápido importándole tan poco si perdía a sus clientes o no. Dentro del “edificio” podía haber cinco mil personas, cien mil o medio millón. El lugar era tan grande y estaba tan atestado de gente, que lo único que se podía hacer era desear que todo terminara en los próximos cinco minutos. Lo más llamativo y memorable de aquel específico momento, fue que mientras esta mujer caminaba cada vez un poco más rápido, Agustina y Maru lo hacían cada vez un poquito más lento.

Larga espera en las escalinatas de algún banco chino...
Corriendo por los callejones de la vida...
En la cola de migraciones, como se había hecho costumbre cada vez que se daba la oportunidad, se empezaron a escuchar un montón más de discusiones porque unos creen una cosa, los demás otras, y porque el ser humano pareciera ser así: quejoso. Al ser humano, en general, le gusta quejarse de algo en cualquier situación, y estoy casi seguro que, al ser humano argentino en particular, un poco más. “Me quieren mandar”, “me roban la plata”, “me ponen un sello”, “no sé por qué vinimos a Hong Kong. En fin... Por suerte pasamos. Del otro lado le dimos los documentos y el dinero en mano a la chinita buena onda, y quedamos en encontrarnos a las cinco de la tarde para que nos devuelva los pasaportes con la nueva visa lista para volver a cruzar a China. Recé internamente para que no desapareciera y... “Gracias amiga asiática. Volvé, por favor volvé...”.

Como en muchas otras ocasiones de nuestras vertiginosas vidas viajeras, alguien prendió la mecha y puso la música de Misión Imposible. Rápidamente formamos grupos de acción para movernos lo más efectivamente posible por Hong Kong para conseguir los elementos técnicos faltantes. El grupo más importante lo integraban “Tabletita” Sesma y un Julián Árenzon 3.0, quienes eran los encargados de comprar elementos como micrófonos, pantallas, “tabletitas”, y otro sinfín de elementos menores, pero al parecer, imprescindibles. Mientras tanto, Vico y yo nos quedábamos bajo la custodia de Maru y la Rubia, con la misión de comprar unos discos rígidos, pilas y otros elementos menores. El resto del equipo de vacaciones y... "nos encontramos a las 1600 en esa boca de subte. ¡Suerte!"...

Hong Kong, centro y orbe...
La Rubia y Vico tratando de entender Hong Kong...
Hong Kong, cambalache edilicio...


Lo que siguió fue moverse por una ciudad bastante coqueta y llamativa con la lógica pena que producía saber que no íbamos a tener más que una tarde para vivirla y experimentarla. La impresión que me daba Hong Kong mientras nos movíamos vertiginosamente, era la de ser una ciudad escondedora, donde sucedían muchas cosas al mismo tiempo, pero de las que nunca te ibas a lograr enterar aunque te quedes a vivir para siempre. Muy occidental y un toque mafiosa. Como una mini New York asiática. Contrasta fuertemente con China en la arquitectura, la comida, los cigarrillos, la vestimenta. Hasta los códigos sociales más básicos están cargados de una energía más histriónica, más inquieta y más estresada. Da la sensación de esforzarse por ser un poco más “moderna”, y de estar volcada a ideales de vida bastante más occidentales.

Hong Kong, comercios al paso...
El mercado subterráneo...
Hong Kong infinito...
Color y cemento...
Milagrosamente, y aunque parecía casi imposible, todo salió a la perfección. Con bastante nerviosismo, con las bolas en la garganta, pero a la perfección. Infinito. Hong Kong en mi memoria es como un cúmulo de burocracia dentro de una burbuja administrativa de la que no afloran sentimientos válidos, sino más bien una gran tensión, muchas energías encontradas y mucha necesidad de parte de todo el grupo de expresar su "incomodidad". Analizando esos “expresar incomodidad”, se vislumbraba que todos tenían una idea distinta sobre qué era lo que estábamos haciendo en China, y también una idea muy distinta de cómo querían que eso sucediera. No había ni forma ni manera de mantener a todo el grupo contento. Esa era la real incomodidad diaria. El típico caso en que si unos quieren bebidas con gas, a los demás le dan gases.

Gracias a Buda, en algún momento cercano a la hora pactada, se acercó hasta nosotros otro chino con todos los pasaportes en mano y con todas las visas pegadas. Todo se había hecho con precisión China, que es como la precisión japonesa, pero con los ojos para abajo. De ahí en más, toda la cola para volver a entrar y todo el subte para volver a salir. Pasamos al otro lado, como Jim Morrison, aunque sin problemas y sin falopa. Conseguimos los pasajes de vuelta a Xiamen para la misma tarde-noche y salimos corriendo nuevamente a comprar comida, bebida, puchos y golosinas. Mucha exigencia emocional, mucho rock, y por momentos, muy poca luz.

Explanada de salida a la frontera China...
¡Visa final para todos!... Literalmente increíble...
A pesar de todo, y mucho más allá de la anécdota de los estados humanos en general, logramos llegar a Xiamen apenitas entrada la siguiente mañana. Más allá que nadie se hablaba demasiado con nadie, llegamos sanos y salvos, con tres meses más de visas en cada pasaporte y con los todos los remanentes técnicos faltantes. “Tabletita” Sesma era sin dudas el espíritu más feliz, y quien como podía nos iluminaba el camino. Fuimos llegando hasta el departamento cada uno por su lado y en diferentes momentos. Cuando entré a la casa Fede, Hu y Ramiro me preguntaron: “¿Cómo les fue?”. En fin... Seguiremos el relato en el próximo capítulo. ¡Prepárese que empezamos a rodar!... Muchos abrazos y muchas gracias.

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