“De
Tin Marin De Do Pingué”... entre pueblitos que nunca habíamos escuchado de la
boca de ningún turista, agencia de turismo, o persona no grata y poco piola. “¿Y
por qué no vamos a este pueblito... Cha’am?”. Cha’am es un pueblito, y a la vez una
estación en el recorrido del tren que une Bangkok con Suratthani. Lo elegimos
para evitar la superpoblación de “gringos” y europeos, hecho que nos permitiría
dilucidar si los Tais son gente normal que se pervierte exclusivamente por el
turismo, o si naturalmente tienen esta tendencia a quererte cagar, hacerte
pasar de estación de tren, intentar cobrarte siempre de más, y básicamente
marearte hasta que saques un billete para empezar a resolverlo. ACha'am llegamos luego de una combinación de colectivo post
segunda guerra mundial con camioneta sospechosa y tren nocturno muy tercera
clase, con un Vico que acarreaba una pierna izquierda del doble de ancho que la
derecha a causa de la picadura de una extraña araña asesina. Recuerdo que al momento de pisar la estación deCha’am, por unos segundos sentí una fuerte
sensación de estar llegando a algún pueblito perdido en la India. Inmersos en
un intenso calor húmedo, caminamos durante veinte minutos hasta llegar a lo que
podríamos denominar el “centro” de la ciudad.
Vico y su pierna hinchada en Suratthani...
Picadura de araña asesina...
Hicimos una pequeña recorrida hotelera y conseguimos una buena
pocilga todo terreno por un precio menor. El pueblo estaba regido y gobernado
por una imperturbable tranquilidad. La gente se notaba bastante más amable que
en cualquier lugar que hayamos pisado deTailandia y
el tiempo parecía no importar. La primera cara “blanca” que se nos cruzó fue la
de una ucraniana menor de edad, que claramente tenía todos los patitos
desalineados, pero que nos regaló un rato de charla muy entretenida y un budín
de vainilla y huevo que no podía comer porque era vegana.
La mística recepción de la pocilga todoterreno...
Ahora:
si la anécdota es una ucraniana vegana menor de edad con los patitos lelos, en el
pueblo no pasa un carajo y les pedimos mil perdones. Salimos a buscar desesperadamente
más anécdotas, a intentar encontrar esa manija que nos alimente el espíritu y
las noches de fogón. Y como quién no sabe dónde se mete, nos acercamos a una
playa que al principio parecía peor, pero que tenía un condimento especial... y
tengo que aumentar: ¿qué uno?... ¡Mil condimentos especiales! Empezamos a descubrir
que sobre la playa había sillas, mesas, manteles, platos, cables, parlantes,
publicidad, escenarios, mega pantallas, y los restantes mil códigos ambientales
necesarios para conjeturar y anunciar que a partir de las seis de la tarde, y
por el lapso de tres días, en este pueblito en donde la gente no habla por no
tener de qué, se declararía la apertura formal y anual del evento más estrella
de mar de todas las playas tailandesas: el inconmensurable, único e
irrepetibleeeee: “Sea Food Festival”. Mil aplausos, pitos y cornetas Tais.
Preparativos en la playa de Cha'am para el Rock and Sea Food Festival...
Algunos de los mil platos marinos que adornaron el festival...
Puestos y gente amiga...
Abrió
sus compuertas el festival, y cuando casi teníamos la seguridad que la
fiesta se centraría en langostas, ostras, mejillones, y otras miles de
exquisiteces marinas, un sonido nos llamó la atención y nos hizo girar la
cabeza 180º, y así, con un calamar colgando en la boca, y la expresión afectada por el estímulo de flashes que invadían nuestras caras, entendimos que las cosas
pueden ser siempre un poquito mejores. La oscuridad se hizo absoluta por un par de segundos, hasta
que luz y sonido explotaron en el ambiente al unísono, para corroborar que lo
que se insinuaba no era una mera provocación. Las mesas rebalsaban de familias,
grupos de travestis, olor a mar frito y braseado al limón con un touch de
picante, y un Sea Food Festival que en realidad y por bendición de Neptuno y
Aqua-man era un “Rock and Pop, Tai and roll Sea Food Festival”. Guitarras
distorsionadas, un Indio Solari versión asiática, bailarinas, y hasta cantantes románticos,
serían el verdadero aderezo de los platos intra oceánicos que alimentarían este
sorprendente cambalache familiar Tailandés. Insólito, impresionante,
inolvidable y atesorable.
El Cha'am Rock and Sea Festival familiar y popular...
Así fue entonces que inmersos en un fin de semana tailandés contextualizado por un festival sin
precedentes, logramos desarrollar una especie de rutina que no incluía actividades
que podamos llamar productivas, pero sí: largas caminatas, un poco de agua
salada y hasta una excursión nocturna a un pueblo vecino llamado Hua Hin.
En el plano de las caminatas logramos conectar con tailandeses que corroboraron
que son una sociedad muy normal y muy linda, que como muchas otras, se corrompe
por el turismo más chato del planeta. En un plano un poco más negativo, nos
volvimos a topar con esa calle que parece estar en todos los pueblitos Tais,
que huele un poco a reviente con alguna dosis de pedofilia. Como muy bien
definió Vico, los personajes que frecuentan estas calles parecen: "veteranos
yanquis ex combatientes de la guerra de Vietnam viviendo de la “pensión” en un
país barato". No son culpables de nada hasta no demostrar lo contrario, pero los gestos de las caras se vuelven inconfundibles. En fin...
Vico corroborando que los tailandeses son muy buena gente...
Los típicos moto puestos callejeros de Cha'am...
Un poco más de moto puesto...
Yin
te da Festival Rockero del langostino infinito y Yang se encarga que a tu
felicidad siempre le falte o le sobre algo. Lo digo porque junto a mi compañero
de aventuras, el inestimable Víctor Manuel Torres, buscamos una toalla, nos
untamos un poquito de protector solar y decidimos ir a por un apacible nado.
Mientras caminábamos hacia la playa pasó nuevamente “patitos desalineados” junto a su hermano.
Se estaban yendo a la ruta con una llamativa cantidad de valijas arriba de un
skate. Interesante la imagen, pero un skate, muchas valijas, y dos hermanos ucranianos
que parecían algo incestuosos, es una página que rápidamente decidimos pasar.
Saludamos y seguimos. Nos sentamos en la playa y nos vino a hablar una
extranjera que, al igual que nosotros, no sabía muy bien qué hacía en Cha’am. Tres
son multitud para tantas preguntas sin respuesta, por lo que nos retiramos al
agua a chapotear. “Nos vemos en un rato amiga, el mar nos espera”.
Playa de Cha'am...
Atardecer en la playa de Cha'am...
Todo iba
muy bien y la vida sonreía. Los chapotazos no paraban, la alegría tendía al infinito, y la muerte no existía... hasta que... empezaron a aparecer bichos que no
conocíamos por las periferias submarinas, justito en los alrededores de nuestros cuerpos. Ese hecho no
menor elevó la paranoia que por debajo del agua "había muchos otros bichos
que no conocíamos, y que seguramente serían muy peligrosos y muy asesinos".
Entre paranoias y paranoias, tratábamos de relajarnos y disfrutar, y aunque
sentíamos que muchas cosas nos tocaban las piernas, veíamos que mucha otra
gente nadaba y no se moría, por lo que continuamos...
...Hasta que bis...:“Che Viquín, ¿no te está pasando que te
pican un poco las bolas?”. Me respondió:“Sabés
que sí”. La respuesta precipitó el vertiginoso proceso de un picor que
todavía no sabemos de dónde provino, pero que nos expulsó del agua a los pocos
segundos, obligándonos a literalmente trotar hasta el sucucho en busca de un
poco de agua dulce o alguna pócima que calmara la sensación. Lamentablemente
esto marcaba para ambos el afianzamiento de una historia horrible de infecciones
cutáneas que tardaría bastante en curar.
Criaturas asesinas submarinas,..
Para
intentar olvidarnos de la desagradable picazón asesina, nos entregamos a una última aventura
en las rutas tailandesas, en la que el mágico hecho de levantar el dedo pulgar
al viento, nos llevó a conocer la vecina y renombrada Hua Hin; una pequeña
ciudad burbuja que vive de resorts, de personas de vacaciones y de estudiantes
de intercambio. Todo resultó en una bonita experiencia rutera que nos cruzó con algunas
personas interesantes, y que fue marcando poquito a poco y sin demasiado apuro,
que el fin de semana se terminaba, y que por ende, Cha’am también estaba llegando a su fin. Así fue que luego de visitar la ex casa del rey de Tailandia, aterrizamos nuevamente en el pueblo montados en la camioneta de una señora que mientras
nos enseñaba un poco de Tai, nos quería dejar exactamente en la puerta de
nuestro hotel. Llegamos justo a tiempo para participar del último espectáculo
rockero del Festival, por lo que la noche quedó sellada con sonrisas que pedían
un poco de birra y algún mínimo descontrol.
Mientras que nadie se daba cuenta bajaron
el telón y el festival llegó a su fin. Y como declaramos al principio del post:
si en Cha’am no hay festival rockero marino, lo más que pasa son ucranianos incestuosos
veganos con los patitos desalineados regalando budines en skate. Lo
único que nos restaba entonces para cerrar el capítulo era algún tipo de
conclusión. Cha’am navega en la memoria como una interesante pausa en la
contemplación de Tailandia. Una pausa que básicamente posibilitó comparar y
entender que no todo en el país es el turismo reviente de las “islas
paradisíacas”. Decidimos marcharnos en silencio por la puerta de atrás intentado no levantar la perdíz, ni hacer el más mínimo ruido. Nos limitamos a dejar una nota en el buzón que decía: “Muchas Gracias por tanto rock Cha’am”... El sentimiento, como suele suceder, se lo llevó el viento. Hasta el
próximo capítulo entonces y gracias por acompañar.
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