Hue, Iluminación en la pagoda "Thien Mu", casamiento al paso, barrio al paso y despedida…
Hue en todo su esplendor...
En un rapto de entusiasmo mañanero se nos ocurrió
darle sustento a nuestras vidas haciéndole una visita a la famosa pagoda “Thien
Mu”. Pusimos frutas en la mochila, nos llenamos de convicción, y nos lanzamos
al vacío a ver cuán cierto es que no tiene fin, como la tristeza brasilera. Después
de un rato de caminata levantamos el dedo, hasta que alguna piadosa camioneta decidió llevarnos hasta exactamente la puerta de entrada al distinguido evento. Lo más
sincero que puedo decir es que creo que en esa pagoda me iluminé y me di
cuenta que no soportaba ni un templo, ni una pagoda más.
Pagoda "Thien Mu" del derecho y del revés...
Bonito detalle dentro de la Pagoda "Thien Mu"... El momento de la iluminación...
La sensación me llegó desde el estómago... no la podía digerir, estaba literal y totalmente harto. Sí, aunque los
jardines fueran increíblemente lindos y llenos de bonsáis, y aunque la paz y la
tranquilidad tendieran al más desconocido infinito. Sólo el hecho de pensar en quedarme
dentro del predio diez minutos más me asesinaba con aburrimiento crónico. Gracias
a Buda, a Vico le pasó lo mismo, y juntos, pero no de la mano, mandamos la
pagoda al carajo y nos fuimos a recorrer la periferia del lugar.
Sin pensarlo, pero a paso firme, nos metimos de lleno en
uno de esos típicos barrios de aura envolvente y
ambiente acogedor. Un barrio en el que por momentos no se veía una sola persona alrededor. Las casas parecían deshabitadas o abandonadas. El ambiente
parecía raptado por esa especie de tranquilidad desoladora de la hora de la
siesta... como despoblado. Sentía una especie de obligación de caminar despacio, evitando que mis zapatillas friccionen
demasiado el pavimento. El estado de alerta no duró demasiado. A los pocos segundos se empezaron a escuchar risas y murmullos que se amalgamaban a los ecos de alguna extraña música que retumbaba de fondo.
Vista hacia la soledad de los barrios periféricos de Hue...
A los pocos pasos empezaron a aparecer algunas motos y algunos vietnamitas
que se sorprendían de nuestra presencia. Sonreíamos
tibiamente mientras continuábamos nuestro camino. Cada vez que nos dábamos
vuelta a tratar de ver qué era lo que estaba sucediendo, más personas parecían
estar mirando. Estaban todos amontonados en el jardín de una de
las casas. Cuando pasamos por el frente de la puerta de entrada, pudimos
distinguir la decoración y toda la inadvertida perorata, para por fin avivarnos
y caer en cuentas que se estaba celebrando un casamiento. De ahí en más, sólo
hizo falta la aparición del típico borrachín extrovertido a darnos la
cálida bienvenida y transformarnos por un rato en los "exóticos invitados de
honor".
Misma foto desde la visión de Vico...
Encaramos la muchedumbre un poco apesadumbrados, y no
porque seamos vergonzosos, sino porque si hay algo que es dificilísimo de trabajar
en esta parte del mundo, es el idioma. Uno se sienta, escupe un tímido “hello”,
y cincuenta personas alrededor empiezan a responder en laosiano abriendo el
juego de las señas y las risas. Atrás de todos esos hermosos gestos que estimulan el encuentro, lo que paralelamente se produce es un esfuerzo y un enorme desgaste para tratar de entender con un
poco más de precisión qué es lo que la gente está efectivamente diciendo. La
interacción inevitablemente drena, frustra y condiciona, hasta que llega ese inevitable momento en que uno se siente un payaso argento-latino riéndose como un pelotudo de todo, pero no entendiendo absolutamente nada. Peor aún, los “pibes de barrio” del mundo, en este caso
del mundo vietnamita, generalmente no saben más de cinco palabras en inglés. Su
lenguaje suele estar más bien amarrado a las esquinas y al corazón idiosincrático de
su cultura, manteniéndose casi de manera consciente, a buena distancia de la contaminación del
extranjerismo globalizador. Y aunque todo ello me parece un valor innegociable,
es también una verdadera lástima, porque en cierta forma suelen ser los guardianes
de los códigos culturales más profundos y distintivos de cualquier sociedad. En fin... lamentablemente la comunicación fue limitada. En líneas generales sólo
permitió compartir las capas más superfluas del espíritu, que aunque llenas de
risas y de comunión, nunca me resultan suficientes como para sentirme realmente satisfecho... Una piedrita en el zapato...
Foto de relleno... Barco Fu-Turístico vietnamita...
El notición es que: “a falta de entendimiento, birra”.
Ese sí que es un lenguaje universal que todos entendemos muy fácilmente. Y cuando
digo “birra”, habló de vietnamitas experimentando con dos argentinos a la
deriva a ver cuán rápido los pueden poner en pedo. “Miles y miles” de
vietnamitas boló, mirándonos excitados e instigándonos a fondear latas de cerveza
de un solo trago. Fantabulósico es poco. Creo que el récord del momento fue algo
así como cuatro latitas en unos cinco minutos. Luego de analizarnos
incisivamente para confirmar que efectivamente estábamos mareados, nos dieron un respiro, un
poco de torta, y nos dejaron de prestar tanta atención.
Lenguaje universal: "Cerveza"...
El casamiento se puede resumir como una mezcla de domingo en el patio de “Doña Rosa”, con algunos ribetes
de “juntada árabe ruidosa”, y un toque de animación Karaoke y locución
Leonardo Simons. Les dimos nuestras bendiciones a los novios, y por esas insólitas
desgracias de la vida, la fiesta llegó a su fin. Sólo nos quedó algo de tiempo para corroborar
que los “manija” de birra son iguales en todo el mundo, por lo que antes que
suene el silbato final, agarramos dos o tres latitas más y nos mandamos a
mudar.
Bajo los efectos del típico pedo “no comí un carajo, me siento raro”, intentamos emprender una relajada y apacible caminata de
regreso. Entendiendo que el día aún estaba en pañales, y con serias probabilidades de seguir
mejorando y sorprendernos un poquito más, nos fuimos tambaleando a
la deriva por algún camino de tierra que parecía no llevar a ningún
lado y que decidimos no cuestionar. Teníamos una mínima noción de cómo emprender el camino de regreso, pero
el zigzag de la cerveza nos mantuvo por un largo rato hipnotizados. En este estado avanzábamos hasta que por arte de magia y quizás de un poco de suerte, nos descubrimos adentro de una especie de cementerio abandonado, caminando
entre lápidas, vacas y vietnamitas muertos. Los mini panteones estaban repartidos asimétricamente en una vasta
superficie que serpenteaba entre un campo abierto y plantaciones de arroz. De repente estábamos asistiendo a un evento sensorial de alto impacto,
definido por una sofisticada y colorida arquitectura, que combinada con ese
pedo “no comí un carajo, me siento raro”, sumergieron a esta simple caminata de regreso
en una burbuja surrealista campo traviesa vietnamita. Sacamos unas
fotos, tratamos de no molestar demasiado a los muertos y decidimos continuar...
Aparición del exquisito cementerio en Hue...
Tumbas coquetas, panteones y más despliegue arquitectónico vietnamita...
Ya de vuelta en la "civilización", y para coronar un
día condenado al recuerdo, terminamos perdidos entre las calles de algún costado periférico de Hue; Sí... como quien perdió el rumbo, como quien cedió el control, y se
repite y se persigue el rabo dando vueltas en círculo. Recuerdo la caminata como el momento en que definitivamente sucumbimos a las maravillas de la arquitectura
vietnamita. Hay una posibilidad que todo haya sido obra y culpa del consumo abrupto de cerveza, pero
el anarquismo ecléctico de las construcciones, no hizo más que volarnos la
peluca y llenarnos el espíritu de formas, colores, y geometrías básicas de
vida.
Volviendo de la periferia...
Arquitectura hipnótica... Belleza rústica vietnamita en Hue...
Como si todo esto hubiera sido poco, una realidad que daba vuelta en espirales, finalmente nos abandonó adentro
de un monasterio. Un monasterio de esos en que los monjes hacen de cuenta que no estás, como si no te vieran o no existieras. Esos lugares donde no existe
el sonido y cualquier movimiento parece incordioso. De repente el grupo de
monjes se juntó a rezar, o a recitar mantras, o vaya uno a saber qué... Ya el
día se había pasado de piola, la información había sido demasiada, pero parecía no
tener intenciones de dejarnos en paz. Mejor... perdido por perdido nos dejamos llevar y llevar hasta que...
Jardín en el interior del monasterio...
Primeros planos de una natural y llamativa belleza...
Hue, la antigua capital del mundo Vietnamita, llegó a su fin. Hay que concluir en que fue
uno de los mejores recuerdos del Sudeste Asiático. Un lugar intenso, genuino, y
muy humilde a la vez. Había llegado el momento de continuar. Miramos el mapa y
divisamos que muy cerca del mar había un pueblo, condado, o ciudad, llamado Hoi
An. Ahí es donde nos trasladaremos en el próximo capítulo. Sígannos, muy
seguramente lo vamos a defraudar...
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