Phi Phi Island (Segunda Parte), hacia el equilibrio Zen con Marianita…
El famoso equilibrio Zen en Phi Phi Leh...
Los
primeros dos días en Phi Phi Island nos forzaron a readaptar las energías y a reconectar
con el sentimiento de aceptación de la realidad. A gran parte del turismo se lo
notaba algo vacío e inmerso en frágiles burbujas hedonistas sin forma. Algunas áreas
de las diferentes playas estaban muy sucias y llenas de botellas y
vidrios que quedaban de la “fiesta de la noche anterior”. La comida callejera era cara, y cualquier
actividad requería de generosas sumas de dinero, más la energía necesaria para negociar un precio "justo". Gran parte del desgaste se los llevaban los
cientos de “NO" que uno repite y repite a los Pad Tais, a los Tai Massage,
a las "Neno-Nenes", y a cualquiera de los ofrecimientos de exactamente lo mismo que
se suceden minuto a minuto. En Phi Phi Island se respira una sensación de carrera constante
por querer hacerlo todo, y una enfatización bizarra para que uno deje todo el
dinero que posea más un quince por ciento más.
Un mono que no puede creer la mugre en las playas de Phi Phi Island,..
Para no
dejarnos consumir por la parte más perversa del turismo paradisíaco, decidimos
cambiar el chip y entregarnos a la simplicidad de las caminatas, de la
desatención y de la mirada selectiva. Intentamos comenzar la construcción del
sector “Recuerdos Memorables de Phi Phi” alguna de las noches en que la fiesta
nocturna estilo “Wild On TV”, llena de danzas con fuegos y gente subidas a las
barras ingiriendo alcohol de mala calidad embutido en algún balde, nos expulsó hacia la búsqueda
de algún tipo de futuro, ya sin importar que fuese mejor o peor... Sólo con
encontrar algún indicio de que las cosas continuarían, sería suficiente. Para convencernos corrimos a encontrar la botella de tequila más barata del
condado, y la empezamos a descargar junto a un par de porritos que le rescatamos a los
“rastas” de “Banana bar”, al tiempo que nos íbamos sumergiendo en los hermosos callejones de Phi
Phi Island, en búsqueda de un poco menos de banalidad y masificación
innecesaria.
El "Banana Bar"... un bar necesario...
Todavía
puedo oler la vegetación y la humedad en el ambiente; todavía puedo disfrutar del
silencio de algunas zonas interiores de la isla, y todavía puedo re
experimentar también ése sutil momento en que se construye en los invisibles tramados
del alma, el espejismo de querer volver a “aquel” lugar, que ciertamente no es
más que querer volver a la exacta situación en la que uno por algún motivo fue
feliz. El poder de abstracción del que podemos hacer uso las personas es una
hermosa habilidad que vale la pena poner en práctica todos los días de la vida; y ante
tanta imposición estandarizadora con la que el mundo intenta uniformarnos, resulta
un inmenso placer aliarse con esa creatividad para mandarlo a cagar muy pasivamente a lo “Gandhi”. Los caminos
propios, en general y en particular, exhiben una riqueza y una marca tan única e irrepetible, que
llevan al alma y a la vida al lugar que se merecen estar, y no al lugar que le
quieren imponer. Entonces,
y para dejar de putear a los restaurantes por los precios, conseguimos nuestro
restaurant bien baratito y un mercadito de donde sacar unos pancitos y algunas
frutas, verduras y café. En vez de huirle a los Nene-Nenos “Tai Massaaageee”,
empezamos a parar en la esquina con ellos y a comer de la comida que nos
convidaban; que no sea mal pensado, no eran chupetines de carne. En vez de
enojarnos con los vende excursiones, les trabajamos los precios día a día... a
ver qué pasaba. En vez de enojarnos con los chinos por la visa, y con Fede
porque no nos respondía los mails o no nos llamaba, decidimos seguir
ejercitando la paciencia y confiar ciegamente en el futuro.
Encontramos una playa sin botellas rotas. Nos deleitamos
con los borrachos que se hacían tatuajes mono aguja inmortalizando sus noches
de “descontrol”. Salimos a sacar fotos de noche, y nos hicimos amigos de algún
que otro Tai y de los “Barco Basureros”. Nos tostamos la piel sin ponernos
demasiado colorados, y básicamente, empezamos a encontrar la armoniosa
frecuencia interna que muchas religiones eco-chamánicas tildarían de paz.
A la izquierda el local de tatuajes tailandeses mono aguja...
Los pibes del Barco Basurero...
La famosa foto de relleno...
Una playa hecha a medida...
Bueno. Ahora... ¿Ustedes creen que con toda esta frecuencia buena onda alcanza? ¿O que
los eco-chamánicos saben más que usted? Ni en pedo. Olvídese. Déjeme recordarle
que la vida siempre tiene sus propios planes, aunque usted crea y/o argumente que
maneja o dirige algo, y a mí, con treinta y cinco años, no me da para embudizarme
y mucho menos para convertirme en anarquista como “cascos” y “club del arte”
(la pareja amiga del capítulo anterior)... y muchísimo menos en Phi Phi Island. Y
como la vida es caprichosa hasta la muerte, y como a dios no le gusta que en el
paraíso la gente encuentre sus propias alternativas, nos mandó plagas. A Vico
le mandó una picadura de araña en la rodilla que le envenenó la pierna y se la aumentó al doble del tamaño, y a mí me mandó los primeros síntomas de una picazón que se
iba terminar definiendo como “sarna” y que se iba a transformar en un karma
insoportable por los siguiente tres meses de mi impúdica existencia. No sé si dios tiró la de cal y
el diablo la de arena, ni tampoco cómo definirlo, pero para apalear y compensar
un poco este temita de las plagas, experimentamos una aparición y un encuentro
muy lindo, que entre recuerdo y recuerdo seguimos venerando y atesorando.
Marianita se cruzó en nuestras vidas en alguna tarde de caminatas, y sin mucho
preámbulo ni demasiados planes, decidimos que por el tiempo que faltara para la
partida, formaríamos un terceto de excursionistas, que muy unidos y decididos a
robarle un recuerdo a la vida, se entregaron a los vericuetos de la paradisíaca
isla, en busca de algún tesoro escondido que nos ayudara a romper con la
playera cotidianeidad. Coronamos muchas de nuestras tardes/noches con intensas
charlar existenciales sin sentido, secundados por entretenidos rostros de
tailandeses que nos observaban, nos investigaban, y se reían de muchas de las
actitudes de nuestra absurda y altisonante occidentalidad.
Marianita guiándonos las emociones en Phi Phi Island...
Tailandeses piolas que no trabajan para el turismo...
Phi Phi Island al paso, brujería, pad tai y camino incierto...
Los vericuetos del interior de la isla...
La del pirata cojo...
Para
ponerle cerezas y moños a los últimos días, Marianita nos invitó a
hacer la famosa excursión a "la isla de Leo Di Caprio" (Phi Phi Leh), momento en el que
pudimos justificar y hacer uso de las energías invertidas en la recolección de precios, para
luego de conseguir algún trato que rondaba en los límites de la justicia,
subirnos todos juntos a una lancha que nos llevó hasta el corazón de este publicitado
paraíso en el Mar de Andamán... Una inolvidable vuelta por el descontroladamente
bello océano tailandés. Una tarde en el entramado universal, rebotando y
rebotando en alguna red energética, como caídos de un acto fallido de malabarismo equilibrista.
Un momento al que en todos los momentos tengo ganas de volver. Muchas Gracias
Marianita por la generosidad y por el encuentro. ¡Que ya nos vamos
despidiendo!...
Lancha hacia el corazón del Mar de Andamán...
El corazón del paraíso de Phi Phi Island...
Entendimos
que dios y el diablo tienden a ser lo mismo. Con todo el budismo que estamos
chupando en Tailandia, es suficiente para darnos cuenta que los orientales son
mucho más avanzados en cuanto a temas de religión se trata. El yin y el yang como
concepto, supera casi sin esfuerzo a la dualidad dios-diablo, paraísos-infiernos. Gracias
a todo este nuevo conocimiento, hicimos además las paces con Phi Phi,
empezamos a vivir un poco más el estado natural de viaje y Tailandia empezó a ser mucho más disfrutable. A pesar de todo lo negro, empezamos a ver también
todo lo blanco, y eso mis queridos amigos, nunca es poco. ¡Hasta la próxima!...
Jesús y Buda de vacaciones discutiendo por menores...
0 comentarios:
Publicar un comentario