Dali, año nuevo, diseminación grupal y entrada a Laos...
Año nuevo en Dali... Mucho color para nadie...
Apuramos un poco la faena en Shangri-La porque teníamos
entre manos el impostergable plan de volver a Dali a pasar el año nuevo con la
Rubia. Se acercaba el momento de bajarle la cortina a esta etapa de China por
tres, dejar volar a nuestra musa inspiradora hacia Calcuta, y continuar
nuestras propias aventuras por algunos vericuetos del Sudeste Asiático. Para
nuestra grata sorpresa, cuando llegamos nuevamente a Dali, María Agustina Olivera
Martínez había materializado sus dotes artísticos más profundos en un hermoso
mural lleno de ilustraciones y dibujos que parecían provenir de una ardua
exploración del subconsciente. Una talentosa mezcla conceptual de luz y oscuridad, de movimientos frenéticos y estáticos, de esperanza y de recuerdos,
que en todos los casos están repletos de amor y de experiencias de vida.
Es un orgullo para nosotros hacérselos llegar.
La "Rubia" Olivera... y sus digitodibuarte... ¡Bienvenido 2013!...
Pasamos un año nuevo muy tranquilo... prácticamente en soledad. Nuestros amigos mongoles se habían ido al campo, y
al resto de China el año nuevo occidental le parece menos que un lunes, que en
China es igual a un viernes o un domingo... Un día más. Nos comimos dos mil
quinientos pinchitos de carne en nuestro puestito callejero favorito. Nos
tomamos algunas cervezas, y nos fumamos hasta la última tuca que encontramos perdida
entre nuestras pertenencias. Recuerdo las luces de la ciudad iluminando para
nadie. Recuerdo que todo era muy chino. Pensé en los fiestones que me estaba
perdiendo en Sudáfrica o Argentina. El pensamiento se disipó en apenas unos segundos.
Había mucho contenido para admirar en la inmediatez y en los sinuosos caminos
de este viaje asiático. La noche se fue a dormir temprano y nosotros con ella. Cerré
los ojos pensando que había empezado un nuevo año para una parte del planeta,
pero al menos para un quinto de la población mundial, esta afirmación era intrascendente o efectivamente errónea.
Pinchos de carne en restaurant amigo...
Festejos occidentales en Dali... Feliz navidad y Feliz año nuevo...
Es difícil de entender esa falta de consenso. Resulta
muy interesante analizar cómo cada cultura piensa desde lo más profundo de su
constitución, que el “otro” siempre es el que está loco o equivocado. La falta
de consenso con la propuesta del “otro” da la sensación de fundarse en la mutua
imposibilidad de sumergirse en las diferentes capas de la realidad que
contienen a cada “otro ser” histórica y culturalmente. La vida y las ideas se
representan en cajas cerradas y definidas, que la mayoría de los seres humanos
no están dispuestos a revisar; en general por miedo a la pérdida de sentido, y
en particular por la vagancia de enfrentar una reestructuración de los propios sistemas
de pensamiento y de creencias. Una especie de “resistencia al cambio”, aunque la mayoría de las veces nuestras propias creencias sean las que nos están limitando. Si no
logramos ponernos de acuerdo desde hace cinco mil años en cuándo empieza
el año para un mismo planeta, se me hace perfectamente entendible también, que
el mundo viva en permanente conflicto y en la necesidad de imponer sus ideas.
El año nuevo iluminando para la foto...
Noches y más noches...
Hicimos unas últimas recorridas por la ciudad,
compramos algunas chucherías en los infinitos “todo por dos pesos”, fuimos a
saludar a nuestros hermanos mongoles, y armamos las mochilas con mucha ligereza
y muy pocas ganas. En alguna fría y lluviosa madrugada de un dos de Enero
abandonamos el hostal y nos fuimos al encuentro de un colectivo que nos dejaría
en la estación central de trenes. Este último viaje grupal a Kunming ya estaba
teñido de ese sentimiento de cambio energético, que por lo menos a mí me
cuesta un montón. Esos momentos en que la realidad se me hace densa, se me “flaflea”
el cuerpo y el alma, y me siento un barrilete hecho de madera balsa y papel
crepé. Un algo que constantemente está a punto de quebrarse.
Llegamos a Kunming, hicimos las averiguaciones para
que la Rubia llegue sana y salva hasta el aeropuerto, y nos sentamos en la
clandestinidad de un puesto callejero a comer unos “momitos”. De esos momentos
en que uno preferiría ser el señor de la mesa de al lado, que aparentemente está
viviendo su día sin ningún tipo de conflictos o sobresaltos. De esos momentos
que uno no quiere decir chau. Como quien asiste al evento que define el cierre
de un capítulo, caminamos hasta la parada del bondi y... “nos vemos en India,
cuídate mucho. Te vamos a extrañar”. Sólo restaba esperar ese mágico momento en que
nos volvamos a encontrar.
De todas maneras, como dijo el filósofo chino en un
castellano difuso: “cuando muere, nace la vida nueva”, así que reciclamos energías
emocionales y volvimos a una realidad inmediata que decía que Vico y yo nos
retirábamos de China hasta nuevo aviso, y que el único camino posible para ello era encarar nuestros pasos hacia la frontera de Laos. Nos fuimos hasta la estación central de
bondi, hicimos mil averiguaciones, recorrimos veinte cajeros hasta conseguir reunir el dinero necesario para el viaje, y luego de una espera muy fría y un
tanto molesta, nos subimos a un colectivo que nos dejaría bien despeinaditos en
la frontera. Bajamos, sellamos salida, caminamos hasta Laos,
sellamos la entrada, y ahí nomás, y como quien no quiere la cosa, levantamos el
dedo y empezamos a volar. Ya estábamos adentro del siguiente país.
Estación de buses de Kunming...
Frontera de Boten-Bohan... Laos por segunda vez...
Un poco de "onda Laos"...
Otro poco de "nda Laos"...
Un primer señor nos llevó hasta el primer cruce de
rutas en la caja de su camioneta. Bajamos, nos estiramos y comimos algo para
gastar los últimos yuanes que nos quedaban en el bolsillo. El clima había
pasado en apenas unas horas, de temperaturas bajo cero a humedades y calores
irracionales. Dentro de lo poco que entendíamos de Laos, y por recomendación de
una amiga, tratábamos de llegar hasta un pueblo llamado Nong Khiaw. De este objetivo
estábamos a no menos de trescientos kilómetros, que en Laos significan muchas más horas que en otras partes del mundo, debido al mal estado de las rutas. Por un camino semi-destruido entonces, sin mapas, y con bastante actitud “todo me chupa un huevo”
a cuestas, nos paramos muy decididos a aguantar "lo que venga" para cambiar un
poco la vibra del viaje. “Lo que venga” en este caso resultó ser un camión
conducido por un chino que no hablaba una sola palabra de ningún idioma, con el que viajamos por aproximadamente siete horas sin estar seguros de estar yendo
en la dirección correcta.
Camión en ruta compleja... Despacito y sin apuro...
Sin hablar, sin carteles en la ruta, y nunca a más
de medio kilómetro por hora, nos hicimos cargo de nuestro “todo nos chupa un
huevo” con muy poca dignidad. En algún momento el camionero nos abandonó, se
podría hasta decir que “nos tiró” en algún pueblo sin nombre. Era de noche, estaba
lleno de colectivos de turistas chinos y de restaurantes ruteros que vendían
exactamente lo mismo. Tardamos un largo rato en entender que todavía estábamos
a unos setenta kilómetros y que nadie sabía si todavía pasaría algún transporte
que nos pudiera acercar. Para no recobrar demasiadas fuerzas comimos una sopa
con nada, rehidratamos el cuerpo, y fuimos a pararnos a la esquina desde donde continuaba la ruta. Cuando ya casi habíamos perdido las esperanzas, apareció a rescatarnos
un colectivo bastante antiguo y guerreado, pero con toda la onda “Laos” a
cuestas.
El laosiano enamora...
La onda Laos es: acomodate por donde puedas,
acostumbrate a esta música alegre e infinita, y disfrutá de todo, todo lo que puedas también. Son una sociedad que te recuerda constantemente que no hay que andar
pensando en lo malo que a uno le pasa, sino en lo bueno que uno tiene. Luego
entendería el porqué de esa energía tan marcada a través de su historia. Lo cierto es que por
dejarnos en las puertas de nuestras ilusiones, el señor nos cobró muy poco dinero. Se
abrieron las compuertas del colectivo y nos bajamos en el extremo de un puente
muy poco iluminado, en una medianoche en la que no se veía una sola persona
despierta o circulando. No sabíamos realmente si era el pueblo que estábamos buscando, pero el
cansancio ya nos había superado. “Acordate que todo nos chupa un huevo Vico. Vamos
a dormir a cualquier lado. Mañana vemos”. Encontramos una casita hecha de paja al
costado de la ruta y nos entregamos instantáneamente al mundo de los sueños. El
objetivo se puede decir que estaba cumplido. A descansar en paz.
Recién descendidos... Nong Khiaw y su puente mágico poco iluminado...
La “reflentonta” para terminar: es
increíble cómo dos días de viaje pueden tener tanto contenido. Me parece casi increíble haber empezado este relato en Dali,y saber que literalmente
hasta el último párrafo trascurrieron tan solo setenta y dos horas. Gracias por
leer y hasta la próxima... ¡Bienvenidos a Laos!
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