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Regresando a Sudáfrica... Port St. Johns... |
Empiezo a escribir y sin escalas re experimento esa intensa felicidad que se repite
cada vez que aterrizo en el aeropuerto de Johanesburgo. Llegar a Sudáfrica
significa llegar a África, y aunque Sudáfrica sea distinto y bastante más
desarrollado que el resto de los países del continente, uno se puede sentir muy
orgulloso de haber llegado nuevamente hasta loma culo y de volver a pisar el continente
más hermoso y más cuna de la humanidad de todos. En la cola de migraciones estábamos nosotros, muchos jugadores de Rugby y una buena cantidad de chinos.
Filtrando del
entorno entonces charlas sobre Springboks y All
Blacks, y haciendo de cuenta que la
silenciosa colonización China es un mero invento difamatorio del mundo occidental, me dediqué a disfrutar plenamente de aquellos primeros minutos en Sudáfrica y de esa particular felicidad que se siente al llegar
a cualquier segundo hogar en algún lugar del mundo. “Don sello y su pandilla”
nos estamparon los pasaportes con la misma liviandad de siempre, inmunizándonos para salir libremente del aeropuerto en busca del tren amigo que siempre nos traslada desde Isando hasta Park Station.
Apenas pusimos un pie en la estación, empecé a
experimentar lo que en este blog bautizamos como “Continent Lag”, hecho que se puede resumir como un desfasaje de hasta 72
horas de duración, que se produce entre cuerpo y mente de un individuo, a
partir de la llegada a un nuevo continente. Las primeras horas de esos cambios
extremos, en líneas generales se viven como una especie de irrealidad, o como si fueran parte de una realidad de sueño. Hasta que uno logra reacomodarse y sincronizar todas las funciones
vitales al nuevo medio ambiente, la mente se mueve algo abstraída del cuerpo,
con esa sensación lisérgica a la que le parece extraño que ése brazo sea efectivamente
su brazo, que el tren se deslice sobre vías, o que la señora que está ahí sentada
vista un traje de colores.
Uno sabe conscientemente que no hay absolutamente nada raro en todo ello,
pero cuesta un poco más de esfuerzo mental razonar los hechos y otro poquito más de esfuerzo aún, entenderlos. Uno pestañea más de lo normal, corrobora constantemente las acciones y repiensa inútiles obviedades. Se duda de los razonamientos
lógicos e instintivos, se teme que las decisiones sean demasiado apresuradas, y
hasta se puede llegar a dudar de si por ejemplo, está bien comer pollo frito. “Momento que
soy lento” no es una mala frase para resumir la condición básica del famoso
“Continent Lag”.
Para curar un “Continent Lag” nada mejor que
refugiarse por unos días en el Transkai, el centro de belleza y cosmética más
fashion de toda la República de Sudáfrica. En este caso, más específicamente en la
sucursal Port St. Johns, un lugar único en el mundo, en el que además vive el General Steve, una de las personas más piolas del condado y sus alrededores.
Don Steve y su pandilla custodian las inmediaciones de una colina clandestina
al final de un camino clandestino; y como todos sabemos, no hay mejor refugio
para una cabeza y un corazón ligeramente aletargados, que un poco de clandestinidad,
enmarcada en un ambiente familiar y seguro.
Apenas llegados nos hicieron notar
la importante pérdida de peso y masa corporal, y ahí nomás empezaron los
cócteles de vitaminas, porros y tratamientos complementarios. Apareció Dave
para profundizar la terapia con sus inestimables aportes chamánicos, y así, todos
juntos y en familia, inauguramos un
nuevo capítulo de vida y de reencuentros sudafricanos... El número dos mil
quinientos cuarenta y tres, si las cuentas no me fallan...
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Port St. Johns... Centro de belleza y cosmética fashion... |
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Steve preparando el baño de belleza para Vico... |
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Un lugar en el mundo... |
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Medicina I... |
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Medicina II... (Encuentre la mantis mística)... |
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Dave... Eminencia en Transkai... |
A los pocos días habíamos mejorado un poco el aspecto general, y
ya con un poco más de fuerzas dijimos chau a todos nuestros amigos, y nos
fuimos a la ruta a levantar un dedo que nos llevaría hasta las puertas del
principado de Grahamstown, la ciudad más burbuja y probablemente más generosa de toda el
África meridional. Para variar, el “town” estaba igual de picante que cuando lo
dejamos, con todos sus personajes siniestros, pero con otro montón de gente
piola, de las que hay que destacar enfáticamente a Noizee y Deb, quienes apenas
se enteraron que mi familia vendría de visita, ofrecieron su casa como alojamiento
por tiempo indefinido. Aplausos sostenidos y gracias infinitas es muy poca cosa.
Estos
primeros días en Grahamstown fueron muy fugaces, muy nebulosos y de mucha
tormenta. La fuerza que realmente me mantenía a flote era la esperanza que me
producía saber que en escasos días, y luego de casi dos años y medio, volvería
a ver a mi madre. Como todos los pibes sabemos, una madre es una luz en el
medio de cualquier oscuridad y esa mano que cura el alma sin recurrir a ningún
tipo de argumento. Y... uno a la vieja le debe mucho... por lo menos en mi barrio...
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Grahamstown versión nocturna... |
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Deb y Noizee... Dos genias dos... |
Aunque mi cuerpo y mi mente estaban unidos en la
acción diaria, mis sentimientos seguían absolutamente fragmentados entre dos
continentes, entre sus respectivas realidades, y entre un incontable número de
experiencias en muy poco tiempo. Sentía una especie de necesidad de clonarme para dividir
las cargas emocionales antes de empezar a volverme loco en serio, y perder el
orden y el alineamiento natural de todos mis patitos. Había que negociar
urgentemente la firma de un tratado de paz, en una especie de guerra mundial entre
las emociones permanentes y las sensaciones más efímeras que se estaba librando adentro de mi cuerpo. Lo escribo y se me tapona el pecho de la parálisis facial.
Ese sí que fue un momento Don Niembro.
Y voy terminando el post blanqueándole a usted señor lector, que el sentimiento más sincero que experimentaba entonces, era
que para llegar así, mucho mejor partir; al mismo tiempo está totalmente anclado en la firme
convicción que ningún tipo de avería me iba a impedir asistir al encuentro con
mi madre en el aeropuerto de Ciudad del Cabo. Vico, como sufría de las mismas
averías, decidió que perdido por perdido, mucho mejor unirse a la aventura. Nos movilizamos en conjunto entonces hasta el extremo oeste de Sudáfrica para ultimar los preparativos.
A esperar la llegada de un avión y a asistir al encuentro con la familia, que
muchas veces, y particularmente en este caso, también significaba y connotaba asistir al
encuentro con uno mismo. Gracias por leer esta ensalada de locuras, bienvenidos nuevamente a Sudáfrica y esperamos verlos en la próxima aventura familiar...
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