20 dic 2013

Johanesburgo, Port St Johns, Grahamstown y el Continent Lag…

Regresando a Sudáfrica... Port St. Johns...
Empiezo a escribir y sin escalas re experimento esa intensa felicidad que se repite cada vez que aterrizo en el aeropuerto de Johanesburgo. Llegar a Sudáfrica significa llegar a África, y aunque Sudáfrica sea distinto y bastante más desarrollado que el resto de los países del continente, uno se puede sentir muy orgulloso de haber llegado nuevamente hasta loma culo y de volver a pisar el continente más hermoso y más cuna de la humanidad de todos. En la cola de migraciones estábamos nosotros, muchos jugadores de Rugby y una buena cantidad de chinos.

Filtrando del entorno entonces charlas sobre Springboks y All Blacks, y haciendo de cuenta que la silenciosa colonización China es un mero invento difamatorio del mundo occidental, me dediqué a disfrutar plenamente de aquellos primeros minutos en Sudáfrica y de esa particular felicidad que se siente al llegar a cualquier segundo hogar en algún lugar del mundo. “Don sello y su pandilla” nos estamparon los pasaportes con la misma liviandad de siempre, inmunizándonos para salir libremente del aeropuerto en busca del tren amigo que siempre nos traslada desde Isando hasta Park Station.



Apenas pusimos un pie en la estación, empecé a experimentar lo que en este blog bautizamos como “Continent Lag”, hecho que se puede resumir como un desfasaje de hasta 72 horas de duración, que se produce entre cuerpo y mente de un individuo, a partir de la llegada a un nuevo continente. Las primeras horas de esos cambios extremos, en líneas generales se viven como una especie de irrealidad, o como si fueran parte de una realidad de sueño. Hasta que uno logra reacomodarse y sincronizar todas las funciones vitales al nuevo medio ambiente, la mente se mueve algo abstraída del cuerpo, con esa sensación lisérgica a la que le parece extraño que ése brazo sea efectivamente su brazo, que el tren se deslice sobre vías, o que la señora que está ahí sentada vista un traje de colores.

Uno sabe conscientemente que no hay absolutamente nada raro en todo ello, pero cuesta un poco más de esfuerzo mental razonar los hechos y otro poquito más de esfuerzo aún, entenderlos. Uno pestañea más de lo normal, corrobora constantemente las acciones y repiensa inútiles obviedades. Se duda de los razonamientos lógicos e instintivos, se teme que las decisiones sean demasiado apresuradas, y hasta se puede llegar a dudar de si por ejemplo, está bien comer pollo frito. “Momento que soy lento” no es una mala frase para resumir la condición básica del famoso “Continent Lag”.

Para curar un “Continent Lag” nada mejor que refugiarse por unos días en el Transkai, el centro de belleza y cosmética más fashion de toda la República de Sudáfrica. En este caso, más específicamente en la sucursal Port St. Johns, un lugar único en el mundo, en el que además vive el General Steve, una de las personas más piolas del condado y sus alrededores. Don Steve y su pandilla custodian las inmediaciones de una colina clandestina al final de un camino clandestino; y como todos sabemos, no hay mejor refugio para una cabeza y un corazón ligeramente aletargados, que un poco de clandestinidad, enmarcada en un ambiente familiar y seguro.

Apenas llegados nos hicieron notar la importante pérdida de peso y masa corporal, y ahí nomás empezaron los cócteles de vitaminas, porros y tratamientos complementarios. Apareció Dave para profundizar la terapia con sus inestimables aportes chamánicos, y así, todos juntos y en familia, inauguramos un nuevo capítulo de vida y de reencuentros sudafricanos... El número dos mil quinientos cuarenta y tres, si las cuentas no me fallan...

Port St. Johns... Centro de belleza y cosmética fashion...
Steve preparando el baño de belleza para Vico... 
Un lugar en el mundo...
Medicina I...
Medicina II... (Encuentre la mantis mística)...
Dave... Eminencia en Transkai...
A los pocos días habíamos mejorado un poco el aspecto general, y ya con un poco más de fuerzas dijimos chau a todos nuestros amigos, y nos fuimos a la ruta a levantar un dedo que nos llevaría hasta las puertas del principado de Grahamstown, la ciudad más burbuja y probablemente más generosa de toda el África meridional. Para variar, el “town” estaba igual de picante que cuando lo dejamos, con todos sus personajes siniestros, pero con otro montón de gente piola, de las que hay que destacar enfáticamente a Noizee y Deb, quienes apenas se enteraron que mi familia vendría de visita, ofrecieron su casa como alojamiento por tiempo indefinido. Aplausos sostenidos y gracias infinitas es muy poca cosa.

Estos primeros días en Grahamstown fueron muy fugaces, muy nebulosos y de mucha tormenta. La fuerza que realmente me mantenía a flote era la esperanza que me producía saber que en escasos días, y luego de casi dos años y medio, volvería a ver a mi madre. Como todos los pibes sabemos, una madre es una luz en el medio de cualquier oscuridad y esa mano que cura el alma sin recurrir a ningún tipo de argumento. Y... uno a la vieja le debe mucho... por lo menos en mi barrio...

Grahamstown versión nocturna...
Deb y Noizee... Dos genias dos...
Aunque mi cuerpo y mi mente estaban unidos en la acción diaria, mis sentimientos seguían absolutamente fragmentados entre dos continentes, entre sus respectivas realidades, y entre un incontable número de experiencias en muy poco tiempo. Sentía una especie de necesidad de clonarme para dividir las cargas emocionales antes de empezar a volverme loco en serio, y perder el orden y el alineamiento natural de todos mis patitos. Había que negociar urgentemente la firma de un tratado de paz, en una especie de guerra mundial entre las emociones permanentes y las sensaciones más efímeras que se estaba librando adentro de mi cuerpo. Lo escribo y se me tapona el pecho de la parálisis facial. Ese sí que fue un momento Don Niembro.

Y voy terminando el post blanqueándole a usted señor lector, que el sentimiento más sincero que experimentaba entonces, era que para llegar así, mucho mejor partir; al mismo tiempo está totalmente anclado en la firme convicción que ningún tipo de avería me iba a impedir asistir al encuentro con mi madre en el aeropuerto de Ciudad del Cabo. Vico, como sufría de las mismas averías, decidió que perdido por perdido, mucho mejor unirse a la aventura. Nos movilizamos en conjunto entonces hasta el extremo oeste de Sudáfrica para ultimar los preparativos.

A esperar la llegada de un avión y a asistir al encuentro con la familia, que muchas veces, y particularmente en este caso, también significaba y connotaba asistir al encuentro con uno mismo. Gracias por leer esta ensalada de locuras, bienvenidos nuevamente a Sudáfrica y esperamos verlos en la próxima aventura familiar...

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