2 jun 2010

Johanesburgo, Bye Bye Aufwiedersen!...

Esos dolores dulces...
Luego de un adrenalínico viaje por una de las mejores autopistas del país, la tropa hecha un quilombo de nervios arribó a la ciudad más ostentosa, difícil y quilombera de Sudáfrica: Johannesburgo o Jo'burg como le dicen los sudafricanos.

Apenas entramos nos dimos cuenta que estábamos metidos en un laberinto mutante, pero con la gran ventaja de tener un hogar dónde depositar nuestras pertenencias y nuestros cansados cuerpos por las noches. Nos quedaban sólo dos días de locura total, antes de que nuestro capitán estrella de la filmación, vuelva para Argentina a ver si sirve de algo andar con una cámara por un país absolutamente desconocido. En ese lapso debíamos cerrar perfectamente todo lo que habíamos empezado.

Nuestros anfitriones, Nathalie y David, nos estaban esperando con los brazos abiertos en su casa de Auckland Park, y su hijo Leolo estaba decidido a ponerle picante a nuestros días con sus incansables, inentendibles y extensos llantos a toda hora.

En la casa de Nathalie y David...
La primer recorrida por la ciudad la realizamos en horas nocturnas por una zona que bien podría ser Palermo Hollywood o Las Cañitas y todo sucedió dentro de un restaurant que te dan estas comidas con nombres inventados, las cuales cuestan muchísimo más de lo que valen, y saben muchísimo menos de lo que ostentan. Mientras Leolo lloraba por todo concepto, Nathalie y David se turnaban para tranquilizarlo, y nosotros intentábamos terminar dignamente nuestro mentiroso plato de comida y decirle chau a un día absolutamente devastador. Lo bueno fue que como era lunes, todos los precios eran 2x1, lo cual relajó el nivel de ansiedad, y las ganas de tirarle el plato con la plata por la cabeza al cheff y todos sus amigos.

Los dos primeros días estuvieron teñidos de una virtualidad extrema y por momentos insana. Ya no sabíamos que meternos en el cuerpo para seguir rodando por ésta ciudad sin quemarla a cada paso. Cuatro disminuidos mentales y psicológicos, intentaban moverse con un auto de punta a punta de Johannesburgo con una precisión que no tenemos ni Capital Federal, y sin el margen para equivocarnos. Los días parecían todos iguales y Sudáfrica extrema la daban por el televisor de las ventanas del auto. Flashazo incontrolable y a reírse de la sorpresa, que afuera hay un mundo que no se puede creer lo bueno que está.

Cada viaje era una aventura marciana de horas de duración, las cuales abonaron el fértil terreno de la pelotudez y la pedorrera filosófica, y cultivaron charlas caldosas y encarnizadas, tooooo far away from reality, en cada tramo y por todo concepto.

Se podía entrever fuertemente la locura individual acumulada por cada uno de los eventos sucedidos en éste último tiempo. De Auckland Park a Soweto, de Soweto al aeropuerto, y del living de la casa de Nathalie y David, a shoppins gigantes todos iguales, nos metíamos unos bailes mentales que nos robaban la poca energía vegetal que aún nos quedaba en el cuerpo.

Todo duró hasta que lo dejamos a nuestro director prodigio, luego de no dormir por una elevada cantidad de horas en el aeropuerto, lo vimos partir, lloramos sin decir mucho, y nos volvimos a la casa de Nathalie y David, dónde además teníamos que hacer de niñeros de Leolo.

Todo fue como un mismo masacote de cosas y sentimientos que recorrieron el cuerpo diciendo que todo está muy lindo, pero que sería prudente bajar a ver qué está pasando. La adrenalina y la ansiedad están buenísimas como tentempié, pero acusan recibos algo elevados al momento de relajar. Aclaro que no estábamos tomando merca ni nada parecido... sólo al pasar.

Así fue esta primera parte de Johannesburgo, y desde este momento y hasta el siguiente post, este grupo se declara en duelo por la partida de Federico Marcello que dejó un vacío difícil de explicar. Hasta la próxima cuando un grupo con nuevos horizontes baile al ritmo del mejor Drum & Bass.

Una montaña rusa de emociones.

Las últimas horas de Blackie...
Coco llorando adentro de la capucha y Vico con cara de desorientado...

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