6 jun 2010

Monkey Bay, tranquilidad y relajo a orillas del Lago Malawi...

Vistas al Lago Malawi... Monkey Bay...
Luego de despedirnos de Gift, quien muy amablemente nos acompaño hasta el bus que nos llevaría hasta Monkey Bay, nos acomodamos en nuestros respectivos asientos a esperar que el colectivo se termine de llenar (hecho sine qua non para la partida). Mientras esperábamos nos sumergimos en uno de los espectáculos más interesantes, que de aquí en más, nos acompañarían en casi todo el recorrido por Malawi. A modo de sorpresa e invasión espacial, y casi al unísono, comenzamos a ver que por las ventanillas del bus empezaban a aparecer vendedores ambulantes, ofreciendo los artículos más extraños que vi ofrecer en mi vida en un colectivo. Lo tenían todo.

Se puede comprar pescado, papas fritas en bolsitas, chicles, caramelos, zapatillas, ropa de mucama, fundas para celulares, bananas, maní, espejos, ojotas, medias, set de costura, bollos de masa, huevos duros, objetos no identificados por millón... y todo, pero todo, por precios increíbles... una verdadera "ganga". Lamentablemente nosotros tenemos por filosofía el "deber de no comprar nada", y sólo intentamos cubrir nuestras necesidades básicas que incluyen: comer, dormir, fumar y beber, en ese inquebrantable orden.

Luego de este primer estímulo sensorial y emocional, pasaron algunos que otros minutos y partimos. El viaje demoró aproximadamente un año, puteamos todo el camino, paramos dos mil dos veces, pero llegamos y aunque usted no lo crea, y nosotros mucho menos, todavía era de día. Apenas bajamos del colectivo aparecieron los personajes de siempre a la pesca de cualquier cosa parecida a un turista que ose posar su cuerpecito en el pueblo, y nos arrebataron bruscamente la poca paciencia que nos quedaba, ofreciéndonos alojamiento en un lugar llamado "Venice Beach".

La caja de la camioneta y la familia...
Netta y su estrella llena de ternura...
Juli y uno de sus extraños cortes de pelo...
El costo por noche era en extremo conveniente, pero teníamos miedo de meternos en un agujero horroroso sin haber antes revisado las ofertas en los alrededores. Un empujón emocional lleno de convencimiento invadió nuestros oídos cuando escuchamos en un inglés malawense: “bueno piénsenlo mientras vamos a buscar a dos chicas israelitas que nos están esperando”. Obvio que eran Netta y Anat, y por ende y si el lugar era una porquería, por lo menos íbamos a estar en buena compañía. Esperamos el regreso de los caza turistas, y a los diez minutos apareció la camioneta con las dos preciosas judías en la caja, y todos juntos y alegría mediante por el encuentro, partimos a ver qué nos deparaba el destino.

Desde la carpa...
El viaje duró unos diez minutos. En ese pequeño lapso de tiempo tuvimos el honor de conocer a algunos de los personajes que pulularían en nuestros alrededores durante la tranquila estadía en Monkey Bay. J.B., Ismael y Tiger son tres graciosos y peligrosos extras que "trabajan" para el hostalito en cuestión, y que si te descuidas con cualquiera de sus ofrecimientos, te abrochan a velocidad de la luz y sin vaselina. Están curtidísimos con los turistas (ya que el lugar es uno de los más concurridos del todo el país), y al ser tan barato, la mayoría del gringaje que aparece no repara en cuanto le están cobrando. No es el caso de dos Argentinos a la deriva, y mucho menos de dos judías aguerridas, a los cuales antes de sacarles un solo Kwacha hay que hacer un curso avanzado de negociación en tiempos de guerra.

Monkey Bay es una locura preciosa. El hostal da a orillas del lago Malawi y para el lado que se mire aparece una postal de la National Geographic. El pescado es demasiado barato, es muy abundante y hay muchísima variedad. Se cocina con leña (ya que no hay ni gas ni electricidad), y la cuota de paranoia necesaria la pone una enfermedad llamada "Bilharzia", que se puede contraer a través del contacto con la piel de una bacteria que vive en el agua, mientras uno cree ser muy feliz chapoteando en el lago. Parece ser que si se complica te destruye todo por dentro. De todos modos el calor puede más que la paranoia, y siguiendo el comportamiento de todos los lugareños, decidimos que la Bilharzia se pueden ir al ojete y nos fuimos aventurando de a poquito en las calmas y relajantes aguas del criadero de bichos en cuestión.

Caminando por los alrededores...
Un poco de trabajo en días de lluvia...
Monkey Bay no tiene cajeros y casi no tiene mercados, por lo que si se carece de efectivo y de provisiones varias, la única solución es abordar un minibús hasta la cercana ciudad de Mangochi, y cuidarse la próxima vez de no ser tan salame la próxima vez. Una de cal y una de arena, ya que en medio de tanto movimiento, nos encontramos nuevamente con Filippa y Charlotte, que aparecieron de la nada, o quizás desde abajo de alguna piedra a decir "hola". Las buenas nuevas es que habían decidido trabajar de voluntarias en un hospital, cosa muy común entre los extranjeros que visitan el país.

A raíz de la pobreza y la falta de recursos de Malawi, existen un sinfín de "programas" de ayuda de muy dudosa consistencia, que aparentan más ser un lavado de conciencia que una ayuda significativa. Casi todos los ingleses y los dueños de los pocos lugares que son rentables en Malawi, promocionan alguna de estos "programas". En lo que a mi respecta, y por lo que se puede observar a simple viste, son bastante poco serios y muy poco efectivos. Madona es una de las cabeza de chorlito que viene a Malawi bastante seguido a adoptar nenes y esas historietas. Entonces... un aplauso para Madona y su no sé qué hacer con mi dinero.

Charloteando...
Por último Monkey Bay es mucho más que lindo, pero bastante alejado de la realidad de la gente de Malawi y de su estilo de vida. Es de esos parajes que constantemente intentan meterte en una burbuja para que desembolses la mayor cantidad de dinero posible. Para nosotros fue un gran negocio para trabajar, descansar y pasar el tiempo con los dos monumentos israelitas; y cuando dejó de ser negocio, decidimos conjuntamente movernos a Cape McClear, un destino muy cercano, pero que prometía depositarnos dentro del círculo de vida del lugar.

Hacia allí nos dirigimos una de las tantas hermosas y cálidas mañanas que el Lago Malawi tiene para regalar. Hacia la promesa de una realidad más real... Hasta Cape McClear y... tomá... un beso mi amor...

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