20 dic 2013

Bangkok, Alexandra, Juli y la lucha por la visa continúa…

Bangkok, con el cuchillo entre los dientes...
En algún momento de alguna calurosa y húmeda mañana tailandesa, un impiadoso tren tercera clase nos dejó abandonados nuevamente, en las inmediaciones de la asfixiante ciudad de Bangkok. Aunque teníamos muy pocas ganas de bajar, decidimos no oponer resistencia al destino, y concentrarnos en ser efectivos con la visa, cuestión de poder partir hacia China lo más rápido posible. Saltamos del vagón en la estación Bang Kheng, la más cercana a la casa de nuestra eterna amiga couchsurfera Suthida.

Ya hacía unas tres semanas que habíamos desaparecido, y todavía teníamos que pasar a recoger nuestras valijas, y a dar las gracias correspondientes al amor brindado. Consumado el acto entonces, agradecimos a buda por posibilitar la experiencia en este tranquilo barrio Tai, y nos retiramos como alguna vez llegamos, por los estrechos y entrañables callejones de la vida, dejando atrás el primer encuentro tailandés, y la generosidad de una familia que nos entreabrió una puerta para espiar directamente a las entrañas de su idiosincrasia y su cultura. “Gracias por todo familia amiga... hasta la próxima vida...”.

El impiadoso tren tercera clase...
Salimos corriendo hacia la siguiente burbuja que Vico se había encargado de generar en la web, por lo que apuntamos la nariz en dirección a la casa de la nueva hospedanda: “Alexandra de las Nieves McCarthy”, una inglesa fiestera a la que por suerte nada le importaba demasiado. Antes de llegar a destino hicimos una parada estratégica en los boxes de la estación central de trenes, con la idea de investigar todo lo relativo a los que partían hacia la frontera de Laos.

El viaje a China que estábamos a punto de encarar, había sido imaginado y planeado por tierra, lo que en principio no es una empresa fácil, ni corta, ni amena; pero que cambia incordios varios por intensas experiencias, con el solo objetivo de nutrir ese espíritu aventurero que todo viaje necesita para llamarse viaje. Un espacio necesario para luchar y batallar, que en este caso fortalece y templa el alma del guerrero del asfalto asiático, alentando esos partidos chivo que se definen a puro huevo y en tiempo de descuento. Un viaje desde Bangkok hasta Xiamen sin descanso, en el menor tiempo posible, con el menor gasto posible.

Alexandra de las Nieves McCarthy... Una gran persona, una muy mala foto...
Luego de un viaje en subte, de comer un poco de noodles picantes, y caminar unas diez cuadras bajo un calor ciertamente asfixiante, llegamos por fin al complejo de torres donde supuestamente vivía Alexandra. Y digo supuestamente porque Alexandra se estaba mudando a un nuevo departamento, por lo que rápidamente sentenció: “Hola. Yo no voy a dormir acá y voy a venir solamente a buscar cosas. Hagan con este departamento lo que quieran. Los llamo para salir”. En vez de responder, decidimos besarle los pies y darle las gracias en todos los idiomas que sabemos decir gracias.

Acto seguido prendimos el aire acondicionado, el ventilador, nos acomodamos en los mejores lugares que encontramos, y nos declaramos inmovilizados por el resto del día. La única energía que nos quedaba la pusimos en estar atentos a la cantidad de tic tacs necesarios para salir en busca de Juli, e intentar interceptarlo en alguna de las estaciones de subte que están camino al aeropuerto. Finalmente, y como se venía pre anunciando por altoparlante, apareció un Juli reversionado y en estado de revolución perpetua, con más peso en la mochila que el esperado, pero listo para jugar la primera fase de la copa asiática.

Cocina...
Living e inmovilización...
Habitación con aire acondicionado y ventilador...
Sincronizamos los relojes a lo Misión Imposible, y apenitas después de decir "hola", nos sumergimos de lleno en el incómodo y estrecho tubo de las obligaciones y de la responsabilidad; que en este caso significaba poner a punto todo lo necesario para empezar a hacer realidad esa película que veníamos jurando que íbamos a filmar en China. Tuvimos que resolver principalmente temas de dinero y asegurar la compra de un poco de tecnología (en Tailandia es mucho más barata) que íbamos a necesitar para los siguientes meses de trabajo.

El resto del “equipo” estaba alineado y esperando por el eclipse total de sol, enviando señales de vida desde Argentina, que afirmaban que estaban casi todas las condiciones dadas para sumergirnos en la extraña e intensa experiencia de, repito, y perdón por la redundancia: ir a filmar una película independiente a algún lugar desconocido de China. Una experiencia que por cierto se anunciaba llena de budismo, de surrealismo, de sentimientos de ensueño, y de un Yin y Yang cagándose a palos hasta más allá del límite de la eternidad. Estábamos empezando una vez más, y casi sin pensarlo, a vivir esa excitante vertiginosidad que implica hacer de cualquier sueño, algún tipo de realidad.

Los pibes dando vueltas por Asia... Vico, Pablito y Juli...
Burocracia por las calles de Bangkok...
Avenidas y más avenidas...
Con varios chuchillos entre los dientes, muchos papeles falsificados y tres pasaportes argentinos, nos acercamos a las inmediaciones de una de las tres embajadas más horribles que haya estado en mi vida: China, sucursal Bangkok. Le declaramos una guerra de desgaste silenciosa, y empezamos a movernos sigilosamente entre infinitas ventanillas que no se sabe para qué son hasta que no se hace la cola al menos tres veces. Una vez en las ventanillas, si los empleados no están de humor, directamente te hablan en chino y te hacen señas con las manitos.

Mientras esto sucede, esperando en la cola, no hay menos de otras cincuenta personas, que con mucha impaciencia y una importante cara de orto, no hacen otra cosa que desearte la vaporización. Entre tanto, uno se va enterando de los rumores que corren por los mostradores, depende el trámite que se esté realizando, y todo se vuelve una gran lotería sin sentido, ni razón, ni sostén, ni porqué. Eventualmente el milagro sucede, y luego de aproximadamente cinco veces que uno se apersona en las oficinas de la embajada, logra entender la totalidad de papeles, formularios y condiciones para obtener el bendito visado.

Con todo entendido y averiguado entonces, nos fuimos a falsificar los últimos papeles a las computadoras del shopping de al lado. Una vez que por fin logramos completar todos los requerimientos y nos sacamos las famosas fotos 4x4, volvimos nuevamente hasta la embajada. Llegamos sólo diez minutos antes que cerrara sus puertas para las aplicaciones del día. El mal, que en este blog identificamos con el Yang, mandó un empleado a que se amotinara en la puerta para no dejarnos pasar. Llegué a escuchar en un intrincado inglés, frases que se pueden traducir como: “Vaya a su país a aplicar la visa” o “Acá no se dan visas”.

Gente mala y desvergonzada es poco calificativo por ser una embajada. De todas maneras no nos desmoralizamos, empujamos y empujamos hasta que en algún momento con Juli logramos entrar. Como se les habían acabado los argumentos para rebotarnos, no tuvieron más remedio que aceptarnos las aplicaciones. La muy mala noticia era que Vico no había logrado entrar. Cuando volvimos hasta la entrada confirmamos que se había quedado en la cola. Contenía en los ojos a la tristeza misma. Me dieron ganas de convertirme en mago para tele transportarlo hasta un mundo un poco mejor.


Vico en la puerta de la embajada de China en Bangkok...
Una cara que lo dice todo...
Lo único que me salió fue decirle: “Vico, como sea, no nos preguntes, tenés que entrar”. Lo dejé de mirar y me senté en los escalones a rezar internamente a todos los dioses que conozco para pedirles una intervención. De esos momentos de desesperación en que uno necesita imperiosamente que exista una fuerza mayor no visible y omnipotente. Cuando me di vuelta vi que Vico, como por arte de magia, había entrado. “Claaaaro...” pensé, y comprendí en un segundo lo fácil que es para el ser humano crear dioses, cuando la desesperación y los “milagros” obran en conjunto.

Lo importante fue que gracias a la voluntad que le puso Vico, logró entrar y aplicar sus documentos. Algarabía, felicidad y pitos catalanes por millón. Problemas más, problemas menos, la mañana siguiente nos vio apersonarnos nuevamente en la embajada china con una pequeña sonrisa que relucía en la comisura de los labios, a retirar los insoportables papelitos de colores que nos daban luz verde par continuar. Luego de una feroz resistencia, habíamos ganamos la guerra fría burocrática en tiempo de descuento. China nos autorizaba el mes necesario para poder hacer la preproducción de la película. Se pueden ir todos entonces, y por favor en fila, bien a la concha de su madre.

No a los papelitos, no a los pasaportes, no a los estados...
Con el indeseable, pero más que necesario papelito pegado en el pasaporte, solo restó armar un cronograma tentativo de viaje y organizarnos para la gran movilización. La infección en los pies lo estaba llevando a Vico a la literal inmovilización. Yo seguía con sarna y sin poder dormir a causa de una picazón jamás experimentada en las primeras tres capas de mi piel. Juli por su parte intentaba hacer equilibrio con varios bolsos en las espaldas.

En fin mis amigos, Tailandia se estaba cerrando y quedaba enmarcado en un aura ciertamente contradictoria, de claros y oscuros, de matices complicados y extremos... en su gente, en su comida, en su turismo, en el transporte, en el gobierno, en todas las formas en que el extranjero se relaciona con el lugar. Un país que se llena y se vacía de sentimientos en el pensamiento, y recorre una infinita gama de sensaciones internas y externas que muy de a poco fueron decantando.

La brecha espacio temporal se estaba por romper una vez más. No nos quedaba otra que saltar al vacío. A una nueva estación, a velar por el futuro, a jugarle una nueva pulseada a la vida. Hasta entonces. Lo esperamos... Lo invitamos a que nos siga... Gracias por leer.

Probando el traje para saltar al vacío...

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