20 dic 2013

Nong Khiaw, puentes energéticos y turismo eco verde sport…

Todavía Amaneciendo... Nong Khiaw...
Cruzar la frontera de China hacia Laos, en términos prácticos significa: pasar de una revolución futurística a gran escala y por todo concepto, a la desnudez y a la simpleza de lo que podríamos denominar el “mundo perdido”. El contraste energético de un lado y otro de la frontera es infinito. China, principalmente sus ciudades, son literalmente vidrieras, luces y focos de una civilización que emerge tardíamente sobre las bases de un capitalismo deteriorado y agonizante; mientras Laos parece existir al margen del tiempo, subyugado, atónito e incrédulo de las “necesidades” de esa creación ficticia. Mientras el primero se está “civilizando”, el segundo enaltece algunos rasgos un tanto más “humanos”.

Un pedacito del mundo perdido... Río Mekong...
La sensación que se respira en este contraste es similar a la que se respira en muchísimas partes de África, y es el olor de la impotencia de sí o sí tener que enfrentar esa onda expansiva de “progreso”, esa compulsión del mundo a querer meter a todos en su rueda, esa conclusión no consensuada que enuncia “esto es lo que vamos a hacer y si no te gusta, que dios te bendiga y la suerte te acompañe. En este sentido Laos se parece más a un abuelo sabio con quien uno puede sentarse horas a charlar, mientras China es más bien la imagen de un adolescente rebelde, listo a mostrar al mundo su poder e independencia. Como se puede experimentar en otras partes del mundo, lo que queda en evidencia es esa inútil e insolente falta de respeto de la fuerza hacia la razón.

Por la razón o por la fuerza...
Nos despertamos en la pequeña choza de paja entradito el amanecer, rodeados por personas que se movían muy cautelosamente con la clara intención de no perturbar nuestro sueño. Cuando abrí los ojos, durante unos segundos me costó bastante entender qué era lo que estaba sucediendo. Los párpados me pesaban y estaba tan cómodo que sentía que podría haber dormido para siempre. Cuando logré aunar mis sentidos y mis pensamientos, me di cuenta que el lugar que estábamos usurpando era un puesto de venta de pequeñas chucherías, y que las personas que estaban a nuestro alrededor, eran sus dueños, quienes lo estaban ordenando para comenzar el día. Nos hicieron señas que sigamos durmiendo, que todavía faltaba un rato para abrir. Esa amabilidad sin lenguaje hizo que mi día empezara muchísimo mejor de lo esperado.

Fuimos en busca de agua para café y mate y le compramos unas galletitas a la familia del puesto. Eran paquetes de dos galletitas que terminaron siendo el desayuno más rico y más barato de toda la alocada y efímera experiencia Laosiana. El pueblito daba la impresión de ser un centro turístico recientemente incorporado a las populares rutas del sudeste asiático, por lo que los precios de hotelería eran en sí algo pretenciosos; pero existía, como existe en casi todas partes del mundo, un circuito alternativo para personas que como nosotros, no quieren pagar por nada más que el alquiler de un colchón. Con un poquito más de azúcar en sangre entonces, logramos incorporarnos y conseguir esa economiquísima pieza en donde caernos muertos en caso de ser necesario.

Amabilidad, tranquilidad y economía en Nong Khiaw...
Sólo luego que logramos asentarnos y sacarnos de la cabeza los pormenores burocráticos de la llegada, reaccionamos de la espectacularidad ambiental que rodea a Nong Khiaw. De por sí, Laos es uno de los países que más tonalidades de verde presenta en toda su geografía. Observando el medio ambiente, da la sensación que el mundo podría recuperar la esperanza casi instantáneamente. Cuando además descubrimos el río Mekong atravesando toda la panorámica hasta perderse en el horizonte, e hicimos zoom y foco para corroborar que las formaciones montañosas no eran ni pinturas ni escenografía de cartón, prendimos las bengalas internas, suspiramos por adentro como maricones enamorados, y le dimos rienda suelta a la batahola de fuegos artificiales y lucecitas de colores que iluminan el alma y la ponen feliz como la cocaína.

Diferentes ángulos de Nong Khiaw...
Nong Khiaw al natural...
Espejismos del Mekong...


A pesar de toda esta partuza de sensaciones internas, casi instantáneamente y al mismo tiempo, empezamos de a poco a caer en esa bajonera sensación que el turismo con el que nos estábamos topando no era el de mayor agrado de nuestras vidas. Era casi el mismo turismo de Tailandia, pero en una versión “eco-rural sport sin viejos pedófilos”. El contraste de la vida Laosiana, de los tiempos Laosianos y de la tranquilidad Laosiana, poco tenían que ver con la invasión de las texturas occidentales que llegan de todas partes con esa alocada excitación, a tratar de disfrutarlo todo, de comerlo todo, de “excursionarlo” todo, perdiéndose casi por completo en una burbuja algo superflua y bastante hedonista. Mucho de ese tipo de turismo que paga un par de miles de dólares para salir quince días de vacaciones y cree que por eso tiene derecho a todo. El sudeste asiático parecía atraer muchísimo de este turismo “no quiero pensar, tengo las neuronas de vacaciones”. Y muy a pesar de nuestros deseos más profundos, también empezábamos a entender que no había forma de escaparle.

Por lo demás, en Nong Khiaw pudimos apreciar con muchísimo detalle la pulcritud de los laosianos. Todas las casas, por más humildes o precarias que fueran, eran limpias, aireadas, atractivas, y muy bien preparadas para el constante e intenso calor. Quizá esta pulcritud en las viviendas tenga algo que ver con que los laosianos son personas bastante puras, amables, sonrientes, dignas y respetuosas. Por momentos uno se puede encontrar con algunos entes más contaminados, pero cuando eso sucede, no tenga dudas que es por consecuencia de la invasión del turismo y sus derivados. Los días transcurren exultantes y desinteresados coqueteando en la letanía del tiempo, perdiendo el interés sin soberbia... renovando constantemente las cicatrices y las sombras de la corteza terrestre.

La significativa belleza de una casa en Laos...
Por dentro, pulcritud, orden y frescura...
La cocina... Impecablemente bello...
Le pusimos rumbo a algunas de nuestras caminatas. Muchas veces llegamos a ningún lado, y alguna que otra vez a algunas cuevas que no me acuerdo el nombre. También nos chocamos de frente con algunas zanjas... rastros de los infinitos bombardeos que recibió el país durante la guerra de Vietnam. Historias horribles de seres humanos horribles. En fin, los mejores momentos fueron los atardeceres, horas en las que con Vico llenábamos el termo, comprábamos un par de paquetitos de nuestras galletitas favoritas, y nos íbamos a sentar al medio del puente a tomar mate y a decir presente en la caída del sol. El puente unía las veras del Mekong, aunque también podríamos decir que separaba al turismo invasor del pueblo originario, quienes durante el día se intentaban mezclar sin éxito y por las noche se volvían a desencontrar.

Las cuevas por dentro...
Vico en el ojo de la tormenta...
Pasaban cosas extrañas, ya que muchas personas, más turistas que Laosianos, mostraban un especial asombro al vernos sentados en el piso del puente. Se sucedieron varias conexiones espontáneas con laosianos, franceses, alemanes, etc. Recuerdo fervorosamente a una señora que me resultó la persona más interesante de toda la estadía en Nong Khiaw. Una mujer con muchas marcas de vida, llena de optimismo y claridad. Con una claridad proveniente de esa especie de necesaria “locura” interna, bien ganada, que permite escupir sin tapujos muchas de las verdades que el discurso común volvió ominosas. Hubo gente que nos dijo que había pensado muchas veces en sentarse en el puente, pero nunca lo habían hecho. De esos lugares donde las personas se estancan a charlar casi sin darse cuenta, y un espacio energético donde los mundos tienden a juntarse. "¿Qué más entonces?" "¡Qué bendición y que desgracia!"...

En camino a la actividad diaria...
Puente, atardeceres y Mekong...
Los días se fueron, los soles se escondieron, las personas siguieron sus caminos, por lo que no nos quedó más opción que lentamente empezar a retirarnos. No hay mucho más para relatar... o quizás se haya vuelto irrelevante. Creo que prefiero quedarme estancando en la magia del puente y sus atardeceres. La entrada a Laos, más allá de Nong Khiaw, fue un reacomodamiento de sensaciones entre países y realidades. Del frío al calor, de la superpoblación al silencio, del futurismo al pasado, y así podría seguir yin-yangueando por algunas páginas más.

Sólo me resta dar entonces las gracias a todos los responsables por los sentimientos que me afloran... En especial a Vico, y particularmente a Nong Khiaw. Hasta la próxima.

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