20 dic 2013

La Casa Latina de Grahamstown, Rollo megafantástico… Rollo galáctico…

La famosa, única e irrepetible "Casa Latina"...
Una de las condiciones sine qua non para todo esto de rearmar nuestra vida sedentaria en Grahamstown era encontrar una casa que posibilite eso de amotinarse entre paredes y armar una rutina conveniente, llena de estabilidad y repeticiones que tienden a lo mismo, sin un fin demasiado entendible. Ese nido que posibilita sentirse familiarizado con todo lo que hay dentro, en el que uno fundamentalmente se debe sentir "cómodo, protegido y seguro".

Luego de una semana de apresurada búsqueda de todas esas poco exitosas variables entonces, llegamos al local de Andrea con un aviso que habíamos encontrado en internet. Andrea nos quería mostrar un montón de boludeces, pero: “No Andrea, esta que está acá. Mirá. Ésta”. Era una casa que ni la inmobiliaria sabía que tenía para alquilar. Referénciese usted a través de este ejemplo, sobre cuán “Wonderland” es este ingenuo pueblito llamado Grahamstown, que a la gente se le olvidan “casas que tiene para alquilar”. Prosigamos.

Nos llevó hasta el aviso, abrió la puerta y... ¡Chan!... la mansión no se acababa nunca. Empezamos a dudar si tenía sentido considerarlo, porque parecía demasiado grande para dos personas. El precio de publicación era de por sí insólito, y nosotros estábamos dispuestos a negociarlo bastante más para convertirlo en insólitamente ridículo; cosa que gracias a la logia secreta que maneja la economía de Grahamstown, finalmente conseguimos.

Lo único que no tenía era una cocina (el artefacto), pero daba la casualidad que desde la época del travelling trolly, teníamos la nuestra guardada en una baulera, por lo que solamente teníamos que irla a buscar y reconectarla. “Pepe, arrimá la camio...”. Y ahora...“¿Qué hacemos con semejante mansión?”Los planetas se alinearon para dar una respuesta luminosa y certera en forma de rayo de luz, y en el mismo momento en que nos hicimos la pregunta, llegó un correo de “Luisito Rabanito Saharahui” que decía algo así como: “Vuelvo al town en un mes, no tengo casa ni teléfono ¿me ayudas a buscar algo?”. “Bingo cabeza, somos tricota. Metele que son pastele...” y nos mandamos literalmente a “mudar”.

Luis "Rabanito" Saharahui y su guitarra mágica...
Espiando el cuarto de Vico...
El pasillo de la planta alta...
Tuvimos que limpiarla de punta a punta. También tuvimos que exorcizarla de la cantidad de espíritus que vivían detrás de las puertas y debajo de las camas. Los ambientes se sentían raros en varios de los rincones, y estaba lleno de brujerías, códigos y adornos de hechicería de la mala. Entre vinagre, velas, y otras precauciones de la misma y supersticiosa naturaleza, nos fuimos haciendo amigos de todos los muertos que merodeaban por los rincones.

Era de esas mansiones llenas de almas en pena y de reprimidos llantos nocturnos; la imagen en sepia de una gran fiesta que se acabó, o la de esa juventud que ya no es y que se aferra al pasado. Skay resumiría: “el llanto ahogado en la garganta, el grito mudo del dolor... Bailando ante mis ojos, dando tumbos en la noche, con el viento entre las manos... te vi”. Y... nosotros no íbamos justamente a ser esa banda energética que le devolvería el esplendor de la vida en olas de alegría hogareña.

Vistas al patio...
Unas pizzitas a la parrilla...

Finalmente, y para alimentar un poco más la infinita suerte de ésta vida, llegó Luisito, y entonces ya no éramos dos, sino que con todo su él sentado en una de las sillas de la inmensa mesa de la cocina, contábamos el exacto número de tres chiflados metiéndole cara al mundo de Grahamstown. A saber: “Rabanito Musulmán”, “Vértigo Flu” y “Presionitis bajarum est”, conformaban una mesa redonda de personas que ciertamente no estaban pasando el mejor momento de sus vidas, o mejor aún, que estaban tratando de encontrar nuevamente el sentido de las mismas.

Merodeando en este contexto, apareció también la figura y el humor negro de lo que Vico apodó “El guionista”, un concepto análogo al de la “Mano Negra” que nos acompañó en América en Bedford, en el sentido que funcionaba como un chivo expiatorio inmaterial, al que uno le podía echar la culpa de todos los eventos desgraciados que sucedían, en cualquier circunstancia y por cualquier concepto. El Guionista de la segunda mitad del 2013 entonces, fue un grandísimo hijo de puta que siempre tenía otro as escondido debajo de la manga... como para que no perdamos la costumbre y/o nos olvidemos de pasarla un poco peor. Cada maestrito con su librito... Apasionante.

Me olvidé de comentarles... También tenía pileta...
En fin amigos, así quedó definida, y así fue que bautizamos a “La Casa Latina”; un lugar en el que dos Argentinos y un Español se encontraron en un particular momento de sus vidas a ponerle un poco más de salsa al picante, y a buscarle ese sentido necesario a las cosas, evento que por nuestras propias e infinitas distracciones, jamás sucedió. Lo que sí sucedió fue una cocina con un corazón gigante, que nos llenaría de rock todas las tardes a partir de aproximadamente las 19 horas, momento en que se terminaban los quehaceres individuales pertinentes, y las bandas de todas las esquinas se juntaban a arrancarse el marulo a pura birra helada y porro limpio, que es un equivalente y un evento mucho más divertido que ese de ir al psicólogo, y que regala sonrisas memorables que sirven para adornar para siempre el recuerdo.

“Pipazo va, pipazo viene, los muchachos se entretienen...” y hablan las gansadas más lindas del planeta. De aquellas tardes/noches y de la prodigiosa guitarra que Luisito siempre llevaba con él, nos quedó un disco inconcluso de rock limeta intitulado “Rollo Galáctico”, que no muy disimuladamente, pone al descubierto los endebles estados mentales por los que por aquellos momentos atravesaban estos tres mosqueteros sin espada. Hermosa y mucho más que atesorable comunión de espíritus.

Rollo Megafantástico...
La mejor cocina de Grahamstown... y Ali...
El rincón chino...
Lo demás fue una especie de experimento infinito adentro de una casa. Tantas veces pensamos en poner una cámara en un rincón de la cocina, para filmar a la gente que venía y las situaciones que se sucedían... No quiero dar nombres, pero lo que nos descostillamos de la risa dentro de ese estado de sordera del alma es indescriptible. Pasaron todos, y si digo todos, sólo me falta Paddy, que es lo más en viejo borracho. Frases como: “¿Alguna vez viste el fondo del abismo?” lo dicen todo.

Pasaron todos, durmieron todos, fumaron porro todos, se enojaron todos, pelearon por espacios todos, y así fue que Grahamstown durante una buena parte del 2013, mostró que el calendario maya no estaba tan errado, y que hay lugares en el mundo que por ciertos períodos de tiempo flipan. La vida sucediendo de la manera más extraña en que alguna vez la vi, comandada por extrañas energías que nos llevaban de un extremo emocional al otro. En algún momento la casa nos empezó a sanar, pero nuevamente sonaron las campanas del infierno... Teléfono rojo desde Argentina...

Paddy... de lo mejor de Grahamstown...
La verdad es que los recuerdos de esta casa todavía me siguen asaltando el alma. Cada tanto paso por la puerta y siempre veo que hay una luz prendida. Me pregunto si el que está dentro sabe algo de todo esto. Sonrío desde afuera con una leve mueca que equivale al olvido necesario y a la necesidad de “soltar y dejar ir”. Envuelvo la inmaterial lágrima dentro de una imaginaria cajita de sentimientos que con muchísimo cuidado me llevo al corazón. Continúo caminando... Como si me hubiera convertido en un espectador de la vida o en alguien que por primera vez decidió frenar por un rato.

A limpiar, a descascarar, a dejar que el mundo decante. Muchos ejercicios nuevos para aprender. Brindo entonces en presencia del insondable recuerdo de aquella anarquía ordenada de la “La Casa Latina”. Lo invitamos a pasar y a ponerse cómodo, mientras lo invitamos a que lea el próximo capítulo. ¡Salud!

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