20 dic 2013

Phi Phi Island (primera parte), hacia esos paraísos turísticos...

Las costas del paraíso en Phi Phi Island...
El descanso duró exactamente veintidós minutos. Cuando abrí el ojo derecho percibí que la oscuridad de la noche se había disipado por completo, motivo por el que: la oficina del puerto había dejado de ser un momento perdido en el océano del tiempo, los mosquitos había desaparecido con toda nuestra sangre hacia ese lugar secreto en el que se esconden durante el día, y el día en sí mismo había sido raptado por una gran cantidad de turistas que se paseaban por la periferia intentando ignorar mi existencia. Este tráfico de humanos algo frívolo y muy excitado, indicaba y aseguraba que la vida continuaba igual que ayer, y ya que continuaba, lo mejor sería buscar algún barquito que nos tele transporte hasta alguna isla paradisíaca, justito al centro de los ideales más comunes y trillados de felicidad de este muy poco revolucionario tercer milenio 3.0.

Para ello entonces decidí abrir el ojo izquierdo, con el que logré hacer foco en Vico que venía sacando humo por las orejas de la bronca que lo poseía. Percibí que estaba lleno de puteadas para repartir y con un irremontable agotamiento de la paciencia. Su lenguaje corporal expresó unos segundos antes que sus palabras, que estaba necesitando ayuda para lidiar con la mujer que vendía los pasajes. El problema era que la mujer no tenía un precio fijo para el ticket, y al parecer los relacionaba de acuerdo a las caras que iban apareciendo. Vico es demasiado rubio, y con ese karma a cuestas no es fácil andar por el mundo, y mucho menos lidiando con Tais que lo primero que piensan es: “Noruego hippie millonario. A vos te cobro el doble”. Tocaba combatir entonces los prejuicios, el racismo, y la injusticia que se estaba cometiendo con un argentino pura cepa.

Vico, aunque no lo parezca, argentino pura cepa...
Los Tais son gente bastante pilla, muy acostumbrada a lidiar con el turismo, y bien consciente que los extranjeros son una buena parte de los ingresos de divisas al país. El resultado de esta conciencia es que en todo momento y/o situación tienden a abusar y/o exprimir los precios siempre un poco más. Como pasa en muchas otras partes del mundo, el país es en efecto muy barato, por lo que hasta cuando te cobran de más, a gran parte del turismo no le hace ninguna diferencia.

Lo que no se da cuenta mucha de la gente que paga de más por no querer hacer el esfuerzo de no dejarse timar, o porque le molesta y piensa: “estoy de vacaciones, no vine a hacerme mala sangre”... es que contribuye a una formación idiosincrática elitista del turismo, que hace que el dinero se transforme en el eje central de las relaciones, y que todo se vuelva bastante más frío, impostado y violento; conjunto de variables que en definitiva convierten al que no tiene dinero en un ser insuficiente y carente de valor. Que la plata deje de reemplazar al esfuerzo es una buena manera de empezar a devolvernos algo de dignidad como humanos.

Nos peleamos un rato entonces, pero logramos demostrar que Vico no es noruego. Como buenos sudacas pagamos un poco de menos, y nos subimos de una buena vez por todas al barquito transoceánico. Por cierto, un barco muy lindo y bonito como la canción de Fidel Nadal, con un muy amable aire acondicionado, que nos sumergió en una burbuja pomposa y atemporal que se deslizó entre pequeños islotes y paisajes de ensueño. Mar abierto, tranquilo y acogedor. El sol peinaba las escamas del agua tonalizando de plateado una inabarcable superficie que se perdía en el infinito. Peces saltarines parecían salir de la inmensa burbuja oceánica a brindar una cálida y jocosa bienvenida.

Mientras contemplábamos este espectáculo, se hizo mucho más fácil entender por qué la señora de la ventanilla de la oficina naviera cobra el viajecito el precio que se le antoja. En términos paisajísticos y de naturaleza, esa señora vende pasajes al paraíso... y ya sabemos que al paraíso sólo acceden los bautizados, no divorciados, así como los reyes, nobles y personas poderosas que le dan dinero a la iglesia para que les perdonen los pecados. La señora entonces: un poroto.


Hacia el paraíso con aire acondicionado...
Hacia Phi Phi Island I...
Mar de Andamán, pura belleza I...
Hacia Phi Phi Island II...
Mar de Andamán, pura belleza II...



Por otro lado, todos los que alguna vez morimos y resucitamos, sabemos que todo cambia bastante cuando uno llega al paraíso. De tanto que la biblia lo publicitó durante los últimos dos mil años, consiguió que hasta el diablo se mude a vivir ahí; y si uno logra transitar los primeros trescientos metros en Phi Phi Island sin matar a alguien, se puede considerar que cumplió todas las penas del purgatorio, hecho que sin dudas, significa el comienzo del camino hacia la santidad.

El primer tipo que apareció me obligó a pagar un impuesto sólo para dejarme entrar a la isla. Una especie de San Pedro patova coimero y tailandés. El segundo ya me quiso medio agarrar la mochila con cierta prepotencia, y a partir de ahí tuvimos que sobrevivir a un “puente chino”, pero inundado de Tais turísticos que no te quieren dejar pensar, al tiempo que intentan venderte un hotel, una excursión, un tiburón, piedras, artesanías, remeras, el alma, o espejitos de colores.

Cuando logramos atravesar esos primeros metros y pensábamos que ya estábamos a salvo, aparecieron los "locales", los seres originarios, los intocables... Esos inclasificables especímenes que repiten a perpetuidad la frase más compulsiva y taimada de Tailandia: “Taii massaaageeee”; y atrás de ellos, las empresas de buceo y de excursiones marinas, que puede que sean de las cosas más insoportables que haya visto en cualquier “paraíso” en el que me haya purgado.


Puerto de llegada a Phi Phi Island y alrededores...
El clásico y omnipresente masaje tailandés...
Mientras que pensaba “la cultura te la debo”, se imponía frente a nuestras humanidades un bar irlandés que "musicalizaba" gritos de rubias extranjeras no identificadas que repartían tarjetas de boliches. Los tailandeses parecían provenir de algún Miami Beach bastante deteriorado, caminando con esa típica impostura "relajada" lugareña, que en el fondo no es otra cosa que la analogía perfecta de la imagen de un perro meando el territorio. 

Había mucho olor a frivolidad, más extranjeros que tailandeses, y grandes estructuras resort hoteleras con todo lo que ello conlleva. Toda la isla parecía, en un principio y recién llegaditos, un infinito y eterno callejón sin salida que serpenteaba en un paraíso de césped sintético. En cada esquina aparecía un personaje un poco menos elegante que el anterior a proponerte alguna compra, a contarte alguna historia para que gastes algo de plata, o simplemente a recordarte que en la isla podías pagar por un/otro: “Taiii massaaage”.


Irish Pub, el color de la anticulturalidad en el centro de Phi Phi Island...
Por suerte en una de esas esquinas, en vez de algún travesti con propuestas poco decorosas, nos encontramos con unos personajes que nos iban a regalar dos o tres anécdotas y unas buenas sonrisas a lo largo de la estadía. “Cascos” y “Club el Arte”, una pareja porteña que declaraban ser “anarquistas” y “vivir fuera del sistema”, dijeron "hola" y se hicieron parte del paisaje cotidiano. Junto a ellos, y algún que otro colado, nos entregamos a la búsqueda del lugar más barato para dormir de Phi Phi Island, que como siempre, gracias a nuestra tenaz persistencia, encontramos. Luego de negociar una habitación por unos cuantos días, decidimos ducharnos y desmayarnos a descansar. Lo mejor era entregarse al recorrido de Phi Phi Island con los ánimos un poco más estabilizados y la cabeza un poco menos congestionada e irritada por tanto tailandés endiablado.


Harmony House sección cutre... Una posada familiar...
(Foto bajada de internet)
Fue un poco duro al principio. Para la forma que le intentamos dar a los viajes, Tailandia se mostraba como un país demasiado hermético, que dejaba la puerta apenas entornada para un contacto real y sincero con su gente. En todo estaba involucrado el dinero y el diablo metiendo la cola y embarrando la cancha. De todas maneras, y más allá de algunos contratiempos, llegar hasta Phi Phi Island de la forma que lo hicimos, se sintió como una verdadera victoria. Aunque muy desgastados para ser los primeros días del viaje, habíamos logrado el objetivo, y habíamos resistido los embates del apuro y del cansancio, que siempre son la primera barrera a romper. Estábamos del otro lado, y nos gustara o no, llegaba el momento de disfrutar, de focalizar en lo bueno, y de intentar recargar las baterías para los intensos meses que se aproximaban.

En el próximo relato entonces, una visión un poco más positiva de este paraíso turístico tailandés apodado Phi Phi Island. Hasta entonces y gracias por leer...

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