20 dic 2013

Gokarna – Varanasi, un viaje en General Class con “Verdulero”... (Relato largo)

Bienvenidos a un viaje apasionante: General Class en los trenes indios... 
Aunque me descuelga una sonrisa con proyección al infinito, me vuelvo a cansar de solo pensarlo. Huimos de Gokarna como pudimos, apretando los dientes, casi a la rastra. Se me hace difícil repensar cómo fue que llegamos a tan atrevida decisión. El asunto es que una mañana muy temprano volvimos a cerrar las mochilas, no le dijimos chau a nadie, y caminamos por la playa hasta el pueblo, en busca de algún colectivo que nos llevara hasta la estación de tren. Para quien no esté enterado aún, estábamos comenzando un memorable viaje de Gokarna a Varanasi, que consta de tres trenes, unos 1800 kilómetros, y una indefinida cantidad de horas bastante imposible de calcular.

Bus mediante, llegamos a la estación “Gokarna” en búsqueda del primer tren para llegar hasta “Madgaon”. La casualidad quiso que en la estación nos encontremos nuevamente con la pareja de suecos fuma porro del capítulo anterior, y con un turco que producía entrevistas para un documental. Les dijimos “Hi viejas rock”, compramos los pasajes y nos sentamos muy plácidamente a esperar en el andén. Era una de esas típicas mañanas indias de calor amable... perfumada con chai... atiborrada de humedad. De esas mañanas indias clandestinas y algo arrogantes en el tiempo... aún bostezando, despeinada, sin recato... 

Esperando el primer tren en Gokarna...
General Class para camiones...
La imaginaria estela del recuerdo reenciende una memoria que me lleva hasta un tranquilo viaje de algo más de cuatro horas. Mientras atravesábamos la frondosa vegetación semi selvática del sur de India, la temperatura del sol iba en constante aumento. Recuerdo que me semi dormía con el calor del vidrio acolchonándome la cara y que el chillido del tren y de las vías me volvía a despertar. El viaje se sentía como una irremediable vuelta a la “normalidad” que lentamente encarcelaba un pedacito de felicidad que se iba esfumando. Alrededor del mediodía escuchamos el pitido que anunciaba la llegada. Madgaon estaba igual que siempre, inundada de gente esperando a ser trasladada, mucho tránsito, y ese característico caos indio que me resulta absolutamente fascinante.

Mientras tratábamos de determinar cuándo saldría el siguiente tren hacia Mumbai, requisábamos todos los puestos del andén en busca de algo de comida. Aunque como todos sabemos: “In India everything is possible”, conseguir un lugar en cualquier tren para el mismo día, en alguna otra variante que no sea general class, e inclusive en general class para ciertos tramos, es bastante difícil. Por si alguien no se imagina el famoso vagón general class voy a tratar de encontrar alguna foto en internet y postearla, porque creo no tener ninguna. En general class de los trenes indios, literalmente no hay espacio para moverse y mucho menos para sacar una cámara de fotos.

Luego de un rato logramos entender que estaba llegando un tren en poco más de diez minutos, pero en el que para nuestra mucha mala suerte, no había lugar. El próximo tren que tenía lugares disponibles partiría en unas cinco horas, pero... el viaje que aún teníamos por delante era demasiado largo como para agregarnos esas horas extras de espera. Más tentador aún... el tren que estaba llegando era un “Expreso”, que como en cualquier otra parte del mundo significa que va a llegar más rápido a destino porque frena en menos estaciones. Ya nos habían indicado en la ventanilla que en todo caso hablemos con el “Ticket Master”, el señor que representa algo así como el dios del viaje en el mundo indio ferroviario. Como el destino de polizontes sin recato ya estaba totalmente sentenciado, decidimos esperar a que el tren arranque, molestar a este dios sólo de ser necesario, y que de última nos castigaran por nuestros pecados un poquito más adelante.

India y su infinita red de trenes... Estación Pernem...
El “Expreso” no era como el resto de los trenes indios, ya que no tenía los famosos vagones “Sleeping Class”, ni ninguna otra “Class”. Eran simplemente vagones con asientos, pero muchos menos vagones a los que estábamos acostumbrados. Mientras tratábamos de escaparnos de los dioses de gorro, camisa, y maquinita en mano que recorrían los pasillos, el tiempo fue pasando y la distancia con Mumbai se fue acortando. Aunque logramos disimular nuestra presencia de forma magistral, en algún momento se volvió imposible seguir huyendo y tuvimos que poner la caripela... “Hello Mr. Ticket”El indio, tan piola como todos sus dioses, no se hizo el más mínimo problema. Solamente se limitó a informarnos que teníamos que pagar el costo del ticket con las penalidades correspondientes.

El pequeño inconveniente era que no contábamos con esa suma de dinero en efectivo, y aunque la hubiéramos tenido, para que la entreguemos nos hubiera tenido que amenazar con muchos infiernos, cárceles, y ejecuciones en prisiones de máxima seguridad. Nos sentamos muy tranquilos en algún rincón a disimular, hasta que Vico se puso el equipo al hombro y se acercó a charlar nuevamente con el Ticket Master; y como Vico maneja eso de ser rubio casi a la perfección, la cuestión terminó en que nos vayamos al vagón del fondo y que no jodamos, molestemos, ni hagamos demasiado ruido. Gracias a Shiva y otros Co. Ltd., nunca más nos vinieron a cobrar. 

Así fue que durante este viaje gratis a Mumbai, conocimos y compartimos el tiempo con unos amigos "indios adolescentes modernos" en el famoso vagón “cutre amontonamiento rock”, lugar donde se da cita el universo de polizones que no tiene tantas intenciones de pagar para llegar a destino. Por desgracia, y como contrapunto, aunque el tren era muy "expreso" se rompió igual, por lo que estuvimos frenados un buen rato en el medio de la nada... y por lo que (bis) en definitiva, en vez de llegar primero, íbamos a llegar después... Aunque por cierto muy en contra de nuestros intereses, ya que estábamos con el tiempo justo para alcanzar el tren de las 00.50 que partiría de Mumbai a Varanasi. Un contratiempo que de seguro nos cortaría el empalme directo a destino, y que nos iba a condenar además, a una calurosa e incordiosa espera.

Y aprovecho para afirmar que no hay nada que le haga más mal a la alegría diaria que la espera. Colas en un banco, una piba que llega tarde, un pibe que tarda mucho en bañarse o una despedida familiar larga. Insoportable. El mundo tiene que entender que si algo deberíamos combatir, no es el crimen organizado, las religiones, o la droga, sino a la espera y a la miseria sociopolítica de Estados Unidos y la Unión Europea. El tren finalmente llegó a Mumbai a las 00.20, pero a una estación diferente, algo alejada de la que teníamos que abordar el tren hacia Varanasi; por lo que lo dimos todo por perdido, y decidimos comer algo mientras analizábamos cuál era la mejor opción, para a esas altas horas nocturnas, llegar a la otra estación sin que nos ametrallen el bolsillo.

Intentando encontrar la forma de no dejarnos robar, nos metimos de lleno en una larga pelea con los tacheros de turno. Uno me hizo calentar un montón, pero lo recuerdo con bastante ternura, ya que era uno de esos genios del sarcasmo que saben exactamente dónde pincharte para hacerte saltar. De todas maneras, perder un poco el temperamento y abarrotarme de bronca después de un día entero viajando, no me resultó particularmente difícil. En algún momento entendimos que estábamos perdiendo inútilmente el tiempo, desistimos y nos fuimos a buscar un taxi a la calle. En no más de diez minutos conseguimos pactar un precio justo y en no más de otros veinte minutos ya nos habíamos apersonado en la susodicha estación; un edificio superpoblado de gente en cada una de una de sus baldosas y en cada rincón.

Entramos e instantáneamente nos metimos en una cola bastante larga, en la que luego de una media hora, nos premiaron la paciencia con dos pasajes en General Class. Con los pasajes en mano, lo que seguía en la lista de actividades, era alimentarse e hidratarse para encarar el viaje. Vico estaba con el estómago un poco fané y no quiso comer nada. El pibito que me vendió unas tartitas se quiso hacer el vivo con el precio y tuve que terminar recuperando el dinero directamente en el bolsillo de su camisa. Mientras me hacía perder un poco más la paciencia, se me partía de risa en la cara. Un pequegenio con giganto calle... A partir de ahí: calor, un poco de hacinamiento, cansancio, y todo el cuerpo desparramado en el piso durante las siguientes tres horas. Por fin el tren apareció en el andén. Alrededor de veintiséis horas de viaje, nos separaban aún de Varanasi.

El susto comenzó cuando vimos la cantidad de gente que se aproximaba a los vagones, momento en que recordamos que en "Ahmedabad”, a dos horas de Varanasi, se estaba celebrando la Kumbhela, la fiesta religiosa más importante de la India. Nos invadió un poquito el miedo, aunque por suerte el tren resultó ser infinitamente largo, hecho que ayudó a que la interminable cantidad de gente, como por arte de magia, se fuera distribuyendo, absorbiendo y/o desapareciendo. Increíblemente, cuando ya estábamos listos para partir, nuestro vagón aún seguía semi vacío. Ante tanto espacio inesperado, abrimos las bolsas de dormir e improvisamos unas camas directamente sobre los fierros. El tren partió y nos dormitamos hasta la siguiente estación. Esos veinte minutos serían los últimos veinte minutos de sueño por las próximas cuarenta horas.

Mucho antes de que el tren frene su marcha en el andén, empezaron a treparlo e invadirlo ciudades enteras de indios... con sus respectivas familias y sus respectivos bolsos, en un movimiento tan abrupto y estrepitoso, que se podría tildar de terrorismo a los sentidos. En poco menos de un minuto, literalmente dejó de verse el piso del vagón, y en cada uno de los asientos, en los que deberían caber como máximo cuatro personas, se llegaban a contar hasta diez... incluidos niños, encantadores de serpientes y ancianos. No me pregunten cómo, pero hubo gente que colgó hamacas paraguayas en las alturas. Nunca en mi vida había estado tan atrincherado en un lugar tan pequeño, ni con las rodillas tan apretadas contra el pecho, sabiendo que de mínima tenía veintiséis horas por delante en la misma posición. De la impotencia lloré medio segundo por dentro, pero me autocacheteé lo suficiente hasta que logré espabilar y volver a la normalidad.

Ejemplo de hamacas en General Class de los trenes indios...
Por las dudas que necesite confirmarlo...
De ahí en más todo fue largo, difícil, y doloroso, pero también el viaje en tren más memorable y hermoso que hice en toda mi vida. De compañero de viaje me tocó “el verdulero de Mumbai”, una persona absolutamente mística que no hablaba una sola palabra de inglés, pero con la que fuimos charlando durante todo el viaje. Me enseñó a pisar las cabezas de la gente para lograr llegar al baño. No paró de convidarme porro hora de por medio. No paró de asegurarse que me llegara un chai o algún bocado de comida cuando el tren frenaba. De hecho, como estábamos en la parte de arriba y no podíamos llegar a la ventanilla, los que estaban debajo se encargaban de hacernos llegar provisiones a los menos afortunados.

“El Verdulero de Mumbai” dominaba el arte de mirar a los ojos, el arte de leer personas, y el de entenderlo todo sin que uno le diga nada. Verdulero tenía más calle que todo el barrio de Avellaneda junto. Era de esos tipos que te podrían salvar o matar en casi cualquier hipotética circunstancia. Una persona que con seguridad sería más decidido, más rápido y más hábil en una situación difícil o complicada. Y tengo que repetir que no paró de llevarme a fumar porro... para por ejemplo: salvarme de las garras de las diferentes familias que me ametrallaban a preguntas y casi no me dejaban respirar entre respuesta y respuesta. "Que de dónde era, que cuántos años tenía, que por qué no estaba casado, que si me quería casar con alguna de sus hijas. Que por qué viajaba, que si no extrañaba a mi familia".

Y reían, reían y reían... Parecía que nada los molestaba. Si realmente existía algún tipo de incordio estaba totalmente incorporado y sobre asumido dentro de las contingencias del viaje. Acostumbrados al calor, a la incomodidad, a la poca comida, y por sobre todo a continuar, a seguir, con humor, con sonrisas, con ese espíritu 100% Indio que es una marca registrada de las más lindas del mundo mundial. Los indios me pueden... Me producen un profundo respeto y una genuina admiración. Si no fuera por uno o dos asuntos muy cuestionables, me atrevería a aventurar que la India es la sociedad más avanzada del mundo.

El viaje transcurría con la sensación de que iba a continuar eternamente. El tren además de parar en todas las estaciones existentes, cada tanto se rompía. Pasé varias horas sin poder siquiera ver lo que sucedía afuera. Mientras el tren avanzaba muy lentamente, aparecían a ponerle picante y color al viaje los encantadores de serpientes y los travestis. Ambos exigiéndoles constantemente donaciones a los pasajeros. Y aunque no saqué ni cinco rupias en todo el viaje, verdulero balanceaba y mediaba entre el misticismo y la superstición india y mi occidentalidad escéptico anarquista, y cada tanto aportaba algunas mínimas monedas para no tentar a la “mala suerte”, ni a las “maldiciones”. Conclusión: terminamos fumando porro con los travestis adentro del baño.

Travestis indios...
Encantandores de serpientes...
En un momento perdí la noción del tiempo y del cansancio... solo sabía que no tenía ni la más mínima chance de dormirme sin despertarme a los diez minutos sintiéndome un poco peor que antes, para seguir fumando porro con verdulero. Verdulero me lo hacía entender todo regulando los gestos de su cara. Persigo su mirada afilada en el recuerdo y me pregunto suspirando “¿dónde estará verdulero?”... y siempre me lo imagino en algo turbio. Verdulero tenía un corazón enorme, a prueba de balas, pero también era el tipo de cabrón que no dudaría, ni pensaría, ni le pesaría hacer nada que cualquier situación turbia demande. Verdulero, así como lo recuerdo, me tiñó la vida con una imborrable aura de experiencia. Finalmente frenamos en la estación de “Ahmedabad” en medio de la celebración de la Khumbela.

Fue la segunda vez en todo el viaje que pude bajar y estirar las piernas. Ahí me reencontré con Vico que relataba historias muy parecidas a las mías, pero con diferentes protagonistas. Estaba muy pálido, perdiendo peso a mansalva. Mientras esperábamos que el viaje continúe, verdulero nos traía chai y se movía de un lado al otro del andén. Estuvimos estancados dos horas en el corazón de “Ahmedabad", y el relato se hace cada vez más largo, y me sigo quedando sin lugar. En fin, aunque parecía que no, luego de poco más de treinta y tres horas de viaje, llegamos a Varanasi. Es increíble lo rápido que desapareció verdulero. Se camufló entre la gente y se esfumó... “Como si algún dios se lo hubiera llevado”. Obviamente jamás dijo “chau”, lo que me da el pie para afirmar que las personas que no se despiden son definitivamente superiores. 

Estábamos casi en la otra punta de India, pero no en cualquier lugar... Estábamos en Varanasi, una de las ciudades más flasheras que haya visto en mi vida. Infinito y absurdo... Varanasi superpoblada por la Kumbhela seguramente diferiría de la Varanasi que conocía; y me cuesta atreverme a escribirlo, porque no sé si es posible, pero quizás hasta con un poquito más de magia. Lo que seguía era bajarse del tren y vivir, pero antes... “Donde quiera que estés: gracias por tanto verdulero amigo”. Ahora sí... bienvenidos a Varanasi. Lo invitamos a que la recorra nuevamente con nosotros en el próximo capítulo.

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